Estados Unidos es el país con mayor capacidad de generación, por encima de Rusia, Japón y China
Los combustibles fósiles como el carbón, el gas natural o el petróleo son el motor del mundo. Hasta el siglo XVIII, la fuerza humana, la animal y la quema de biomasa como la madera constituían las principales fuentes de energía, pero la Revolución Industrial lo cambió todo.
Los combustibles fósiles se convirtieron en el principal factor de cambio y desarrollo tecnológico, social y económico, un papel que a día de hoy mantienen. No en vano, se utilizan para producir el 81% del suministro mundial de energía, el 54% en el caso del petróleo y el gas.
Se trata, en realidad, de plantas y otros organismos en descomposición, sepultadas bajo capas de sedimentos y rocas, que con el paso de los milenios se han convertido en depósitos ricos en carbono.
Sus principales ventajas son su abundancia —aunque no son inagotables y la extracción masiva de las últimas décadas amenaza con agotar las reservas, el descubrimiento de yacimientos sigue abriendo nuevas posibilidades—, su fácil acceso, transporte, almacenamiento y su reducido precio —su rendimiento es muy elevado y su conversión en energía relativamente barata—.
Por el contrario, la desventaja más importante de los combustibles fósiles es la contaminación: al quemarse, producen cantidades ingentes de dióxido de carbono, lo que los ha convertido en el principal acelerador del cambio climático. También se asocian a la contaminación del aire, causante de millones de muertes prematuras cada año.
El surgimiento de nuevas fuentes de energía menos contaminantes, como las renovables o la energía nuclear, ha puesto en entredicho la viabilidad de los combustibles fósiles, más aún cuando 190 países han ratificado el Acuerdo de París, el tratado internacional que pretende limitar el calentamiento global a máximo 2 °C por encima de los niveles de temperatura media globales anteriores a la Revolución Industrial.
Por si fuera poco, la pandemia tumbó la demanda mundial de petróleo, dando lugar a escenas insólitas como la caída del precio a valores negativos y la falta de espacio para almacenar barriles de crudo. Los precios ya se han vuelto a estabilizar, pero la oferta tendrá que ajustarse a la reducción de la demanda en los próximos años.
En contra del abandono de los combustibles fósiles está la multitud de centrales eléctricas que emplean gas y petróleo en las últimas décadas. Son inversiones muy costosas capaces de producir grandes cantidades de electricidad, y su cierre o reconversión aún no está encima de la mesa. Menos aún en Estados Unidos, que usa el gas y el petróleo para generar el 69% de su energía y que lidera la capacidad de generación de electricidad a partir de ambas fuentes en el mundo.
El comercio de estas sustancias ha dado también lugar a un esquema geopolítico que puede desmoronarse con la implementación de la transición energética. La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) se ha convertido en actor protagonista de gran parte del siglo XX y del actual, pero está llamada a ceder poder en los próximos años.
Así, países como Arabia Saudí, Venezuela o Irán, regímenes frágiles que basan gran parte de su economía en la exportación de combustibles fósiles, o incluso México o las monarquías del Golfo pérsico, tendrán que reconvertirse y buscar nuevas fuentes de ingresos distintas a los combustibles fósiles.