¿Qué fue de los tiempos en los que el petróleo cotizaba en el entorno de los 100 dólares? En los últimos años, si hay algo que ha caracterizado al precio de esta materia prima ha sido, sin duda, su volatilidad.
Quienes hayan seguido de cerca la cotización del oro negro saben que la estabilidad no suele ser lo habitual en este mercado, pero lo cierto es que el COVID-19 ha hecho que esta inestabilidad se acentúe, todavía más, marcando cifras que quedarán para la historia.
La crisis del coronavirus ha impactado en un mercado que ya sufría sus propias crisis internas y externas. A los desencuentros por fijar un ritmo de bombeo entre los países productores -miembros y no miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP)-, se le une el auge del petróleo de esquisto en Estado Unidos, un mundo con sobreoferta y precios a la baja y un clima de ‘guerra’ entre los países productores que va, muchas veces, más allá del propio petróleo: la batalla no solo está en ser el mayor productor del mundo y mantener la cuota de mercado, sino que entran en juego cuestiones geopolíticas que alimentan este escenario de idas y venidas.
Así las cosas, este cóctel de ingredientes hizo que uno de los primeros mercados que notarán el impacto del COVID-19 fuera el del petróleo. Tanto el barril de Brent, de referencia en Europa, como el WTI, de referencia en Estados Unidos, comenzaron el año rondando los 60 dólares el barril, para ir, a medida que se expandía el virus, bajando poco a poco. A comienzos de marzo, cuando se empezaron a conocer los contagios en Europa, su precio se situaba en el entorno de los 30 dólares, para seguir cayendo hasta rondar los 20. Y, de llegar a rangos que no se alcanzaban desde hace años, llegamos al nivel histórico de entrar en terreno negativo: en la jornada del 21 de abril, el barril West Texas cayó un 305%.
La realidad es que el confinamiento para frenar el virus hizo que la demanda de petróleo se desplomara, lo que alimentó, aún más, esa sobreoferta que ya existía en el mercado. Esa nueva situación llevó al límite la capacidad de almacenamiento de muchas empresas y centros logísticos en Estados Unidos. Y ese miedo a no poder ‘guardar el oro negro’, unido a otras cuestiones técnicas -lo que están comprando los inversores que invierten en petróleo es un contrato de futuros- hizo que la cotización del WTI entrara, por primera vez en la historia, en negativo.
Desde entonces, el precio del petróleo se ha ido recuperando -con subidas y bajadas-, hasta situarse alrededor de los 45 dólares el barril. Las subidas comenzaron a finales de abril, al calor de la reactivación económica de China y, también, con el acuerdo de la OPEP para recortar la producción como base.
En su último informe, la Agencia Internacional de la Energía (AIE), ha revisado al alza sus previsiones de demanda mundial para este año, hasta una media de 92,1 millones de barriles al día -400.000 más que en su última estimación-.
La OPEP, por su parte, prevé que la demanda mundial de crudo caiga este año hasta los 90 millones de barriles diarios, lo que sería un descenso de 8,95 millones de barriles al día respecto a la cifra de 2019. Respecto al año que viene, desde la organización señalaron a comienzos de este mes que la demanda mundial de petróleo registrará un incremento anual récord de 7 millones de barriles diarios.
Pero, ¿qué podemos esperar de su precio en este entorno? Como explicaba hace un tiempo José Ramón Iturriaga, gestor en Abante, en “El quinto en discordia” de ABC, “hay que tener claro que el precio del petróleo lo marca el coste de extracción del último barril que se consuma, al margen de la volatilidad que pueda sufrir. Ese precio marginal, a medida que la oferta crece impulsada por las nuevas tecnologías, está cada vez más abajo. Y añadía que, “sin ninguna duda, el precio del petróleo puede continuar subiendo. Y de lo que tampoco hay ninguna duda es que luego bajará”.
El español
LAURA OJEA
La industria internacional del petróleo y gas se enfrenta a una enorme incertidumbre y riesgo provocado por la pandemia y la crisis económica que se ha generado. Sin embargo, ya venía meses atrás tocada en su línea de flotación por las exigencias climáticas, por lo que la Covid-19 solo ha puesto la puntilla.
"Las petroleras de todo el mundo han sufrido pérdidas históricas en lo que va de 2020", explican a Invertia analistas del sector energético, "ahora se les considera actividad de alto riesgo y por eso, tienen una situación muy complicada".
El problema es que "los mercados financieros ahora ya no quieren la deuda de las compañías por las políticas climáticas, la incertidumbre de la pandemia en la economía mundial y por la volatilidad de los precios del crudo".
La realidad es que las petroleras se encuentran en la cúspide de una transición importante. Aunque seguirá habiendo una demanda de petróleo y gas y sus productos relacionados en los próximos años, esta industria también debe lidiar ahora con el desafío de lograr cero emisiones netas para 2050.
El paso de estas empresas a través de la producción, el cese, el desmantelamiento y la transición energética es ahora la nueva normalidad. "Es la tormenta perfecta para el sector, están inmersos en un cambio estructural y algunas tendrán que sobrevivir vendiéndose a otras más grandes, sobre todo en EEUU, donde el sector del shale-oil está muy fragmentado y no van a poder mantenerse a flote".
El primer caso ya se pudo ver el mes pasado, cuando Chevron anunciaba la compra de Noble Energy por 4.300 millones de euros. Se convertía así en el acuerdo más grande en la industria petrolera tras el estallido de la pandemia, pero se espera una fiebre de compras en el sector.
Varias compañías energéticas de EEUU se han declarado en bancarrota este año, citando la pandemia de coronavirus y todas sus consecuencias como la causa principal. El gigante americano ha alcanzado los niveles de consumo de energía más bajos de los últimos 30 años la primavera pasada, según medios del país.
Se espera que esta tendencia se revierta a medida que la economía abra lentamente, pero el daño a más de una docena de compañías ya está hecho y no hay solución.
"Los resultados de todas las petroleras en todo el mundo han estado evidentemente muy penalizados por el parón de la economía provocado por la crisis de la Covid. Lógicamente, las compañías más pequeñas van a sufrir más", continúan las fuentes, "y eso está provocando un proceso de consolidación en el sector".
De hecho, "es previsible que también se vean compras de compañías de renovables y eléctricas por parte de las petroleras en su proceso de transición energética".
La situación para las energéticas en Europa es muy diferente a la de las norteamericanas. "En Europa van dos o tres años por delante, ya no se habla de consolidar el sector sino de trabajar en función de los objetivos climáticos 2050 y del Acuerdo de París", señalan las mismas fuentes.
"De hecho, están calculando su declive en la venta de combustibles fósiles", puntualizan.
Eso es lo que han hecho una a una las diferentes petroleras europeas. En el caso español, Repsol anunció en diciembre pasado que fijaba un objetivo de alcanzar cero emisiones netas en el año 2050, con lo que se convirtió en la primera compañía de su sector en asumir esta ambiciosa meta, y una senda de descarbonización con objetivos intermedios de 2020 a 2040.
Hace solo dos días, la británica BP presentaba unos resultados nefastos. En lo que va de 2020, ha perdido 18.013 millones de euros, frente al beneficio de 4.038 millones del mismo periodo del año anterior.
Entre las causas, alegaba las elevadas pérdidas por el impacto de amortizaciones al ajustar la previsión de los precios de la energía y por el impacto de la pandemia de la Covid-19.
Tanto es así, que presentaba una nueva estrategia para reestructurar su negocio como firma energética integrada.
Dentro de 10 años, BP apunta a aumentar su inversión anual baja en carbono 10 veces a alrededor de 5.000 millones de dólares al año, además de la construcción de una cartera integrada de tecnologías bajas en carbono, que incluyen energías renovables, bioenergía y posiciones iniciales en hidrógeno.
Para 2030, BP pretende desarrollar alrededor de 50 GW de capacidad de generación renovable neta, un aumento de 20 veces desde 2019.
"Las petroleras europeas están tomando ya posiciones, tienen una situación muy diferente a las norteamericanas, porque éstas tienen su producción en el país, pero todas están con la mirada a 40 años", concluyen las fuentes, "el problema grande se les presenta a aquellos países cuya economía depende casi en exclusiva del petróleo, como Arabia Saudí, otros países de su entorno o Rusia".