El techo de la mejora es bajo si no aparece un plan creíble que le permita al sector privado salir de la crisis
MARCOS BUSCAGLIA
Donald Rumsfeld, el polémico secretario de Defensa de George W. Bush, dijo una vez que existen cosas que sabemos que sabemos, cosas que sabemos que no sabemos y cosas que no sabemos que no sabemos. El dicho podría aplicar perfectamente al mundo posCovid-19. Es mucho más lo que no sabemos que lo que sabemos.
Sin embargo, ya pasada la mitad de 2020, vale la pena parar la pelota e imaginarnos qué nos deparará la economía global y cuáles son los desafíos y oportunidades que se le presentarán a la Argentina. Aunque sea con información limitada, debemos tener algún marco para poder pensar sobre el futuro.
Con la información que tenemos hoy, parece que la economía posCovid se definirá por la interacción entre las características de la recuperación cíclica de la macroeconomía y los fuertes cambios estructurales en la forma de hacer negocios (la microeconomía). La suerte de la macro estará más que nunca atada a la dirección que tome la micro.
En términos macro, las incógnitas son muchas. ¿Cuál será la velocidad de recuperación de la economía global? ¿Tendrá forma de V, con una recuperación rápida, de "Nike" (por la forma del logo de la marca de ropa deportiva), más rápida al inicio -a medida que se levante la cuarentena- y más lenta después? ¿O quedará la actividad muy deprimida por mucho tiempo -como fue el caso de la Gran Depresión? ¿Cómo resolverán los países los elevados niveles de deuda de sus gobiernos, empresas y familias? Relacionado con esto: ¿La inflación aumentará o se mantendrá baja?
Pero algunas respuestas si asoman. A diferencia de otras crisis recientes, en las cuales la estructura de la economía quedó más o menos estable, la resolución de estos problemas macro se dará en el marco de una fuerte transformación en la estructura económica global. La crisis del Covid-19 está acelerando a pasos agigantados tendencias que ya se venían registrando en la economía, incluyendo el teletrabajo, las compras online y, más genéricamente, la digitalización y la desmaterialización (la sustitución digital de bienes y servicios materiales). Quizás también lleve a una desconcentración de los grandes centros urbanos.
Otra tendencia que se acentuará es la búsqueda de sustentabilidad. El coronavirus puso de manifiesto cuán interconectado y frágil es el mundo, y el rol que tienen en la emergencia de nuevas zoonosis -enfermedades transmisibles de los animales a los humanos- las modificaciones ecológicas que ocasiona el hombre. En forma vinculada, el reto del calentamiento global es cada vez más acuciante.
La relación entre estos desafíos y la macroeconomía está ya a la vista. Christine Lagarde, la exdirectora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) y nueva presidenta del Banco Central Europeo, prometió explorar cambios "verdes" en todas las operaciones del banco, incluidos los 2,8 billones de euros destinados a comprar activos financieros para salir de la crisis. La propuesta de "Green Deal" de la Comisión Europea va en el mismo sentido: la transición económica estará ligada a la transición verde y a la transición digital.
Además, la crisis va a traer cambios importantes en las cadenas globales de producción. Hasta la crisis del Covid-19, las cadenas globales de valor se estructuraron en base al concepto de eficiencia, con múltiples partes de un bien producidas en distintos países o ciudades, e intercambiadas mediante un eficiente sistema de comercio internacional. Sobre esta base, desde 1980 hasta 2019 el comercio global se multiplicó por cuatro y los flujos de inversión extranjera directa crecieron aún más.
Este desarrollo benefició principalmente a China, que sumó cientos de millones de trabajadores a la economía global en décadas recientes.
Luego de la crisis del Covid-19, del concepto de eficiencia ("just in time"), se pasará a uno que también considere la resiliencia ("just in case"), con diversificación de fuentes de abastecimiento y tenencia de inventarios más holgados. Esta tendencia, que de mínima va a abarcar a las cadenas globales sanitarias y, con alta probabilidad, alimentarias y de tecnología, es factible que abarque a casi todas las industrias. La guerra comercial entre Estados Unidos y China, que está lejos de haber terminado, y un aumento general del proteccionismo podrían acentuar esta tendencia, lo que llevaría a la reubicación geográfica de industrias.
Es así como probablemente nos encaminaremos a una economía de múltiples velocidades. Lenta y dinámica al mismo tiempo. Por un lado, el crecimiento de la economía global será más lento que en el pasado y con más inflación. Varios factores apuntan en este sentido. La quiebra de muchas empresas y el aumento del número de empresas zombi, con niveles de endeudamiento tan elevados que se vuelven menos dinámicas. Y hay un sistema bancario que va a quedar golpeado por el crecimiento de los créditos incobrables. Además, los cambios productivos generarán ociosidades en los sectores menos dinámicos. En particular, se requerirán fuertes inversiones en educación para readecuar la fuerza laboral hacia los sectores más dinámicos.
Casi todos los países del mundo quedarán con deudas muy elevadas medidas como porcentajes del producto bruto interno (PBI). En el pasado, estas situaciones fueron superadas mediante consolidaciones fiscales (mayores impuestos), mayor crecimiento económico, más inflación, reestructuraciones, o una combinación de ellos. Es difícil que el crecimiento económico sea tal que permita "licuar" estas deudas, a menos que la revolución digital y verde sea arrolladora. También es difícil pensar en reestructuraciones, al menos en los países desarrollados. Entonces, es probable que veamos una combinación de mayores impuestos y más inflación.
Esta lentitud, sin embargo, no será generalizada. El capitalismo no va a desaparecer, solo se va a adaptar a las nuevas circunstancias. Habrá sectores y países que podrán capitalizar mejor el nuevo panorama económico. Son aquellos con instituciones más fuertes, economías más sanas, con capacidad de atraer las industrias que se vean desplazadas de China e inversiones en los sectores más dinámicos.
Andrés Manuel López Obrador, presidente de México, comprendió esto perfectamente cuando, más allá de las diferencias ideológicas, hizo buenas migas con Donald Trump en la firma del relanzado acuerdo de libre comercio entre ambos países. Apunta, quizás, a que México reemplace a China como proveedor en algunas industrias.
La Argentina tiene, si las sabe aprovechar, importantes oportunidades en la nueva economía global.
Para empezar, una vez terminada la reestructuración de la deuda soberana, el Gobierno, las empresas y las familias quedarán con servicios de deuda (intereses y amortizaciones) mucho menos exigentes que los de la mayoría de los países. Hay, además, al menos tres sectores en los que nos podemos beneficiar: exportaciones agrícolas, energías renovables y servicios tecnológicos. El mundo demandará productos de una agricultura sustentable, productos producidos con energías renovables e insumos para esta revolución como es el caso del litio.
Nuestros ecosistemas de las industrias del conocimiento y de los contenidos están además muy desarrollados con respecto a otros sectores, incluyendo empresas líderes a nivel latinoamericano y muchas otras emergentes.
Para ello, de mínima tenemos que dejar de meter en el arco pelotas que van afuera de la cancha. Un ejemplo de esto es la Ley del Teletrabajo, que ya recibió media sanción de la Cámara de Diputados.
Más regulaciones solo desalentarán la inversión y la diversificación geográfica del trabajo a lo largo y a lo ancho del país. Más genéricamente, necesitamos relaciones laborales más modernas para no desaprovechar las oportunidades que brindará la nueva economía. Teléfono para Moyano.
Podemos volver a esconder la cabeza debajo de la tierra y aislarnos, como en la posguerra, actitud que tanto daño nos causó, o podemos sacarla e implementar políticas adecuadas para poder competir con éxito en la nueva economía global. Esto incluye, además de bajar impuestos, poder importar y exportar libremente, algo que el equipo económico no parece entender del todo.
Difícilmente podamos competir exitosamente en, por ejemplo, la industria del conocimiento, que requiere hardware y software de punta, en un país que no permite conseguir, como literalmente me pasó esta semana, ni una parte importada para reparar un electrodoméstico.
Infobae
PABLO WENDE
Abril marcó un piso histórico para la economía argentina, con el comercio y las fábricas cerradas por una cuarentena muy estricta. A partir de allí empezó un repunte que de acuerdo a un informe distribuido por el Ministerio de Desarrollo Productivo se da a “dos velocidades”: el interior se mueve con más dinamismo que el AMBA, que mantiene un confinamiento más duro. Pero además hay diferencias enormes en ventas según el rubro.
El propio Gobierno destaca que algunos sectores muestran más dinamismo por las propias características de la cuarentena, pero también por el particular impacto del tipo de cambio: “La brecha cambiaria respecto del dólar oficial abarató sensiblemente la compra de bienes durables al dólar paralelo”, señala en forma textual. Es decir, los productos medidos en dólar libre ahora son mucho más baratos que antes.
Uno de los rubros ganadores es el de muebles, que según el informe oficial tuvieron un crecimiento de 187% en las ventas respecto a la etapa previa a la cuarentena. La razón obvia es que los hogares tuvieron que equiparse mejor para llevar adelante el teletrabajo y simplemente el hecho pasar todo el día en casa de la manera más cómoda posible.
Quizás donde más se notó ese repunte es en la venta de cero kilómetro. De caer a menos de 5.000 autos en abril, mayo mostró un repunte a 21.000 pero ya en junio el salto fue hasta 37.000, superando incluso el mismo mes del año anterior. Allí se notó el abaratamiento de vehículos medidos al dólar libre y también influyeron las ventas que no se pudieron hacer por la cuarentena en meses anteriores. La comercialización de autos usados también subió 5,3% interanual.
Un hombre revisa su celular frente a locales comerciales cerrados en Buenos Aires (Argentina). EFE/ Juan Ignacio Roncoroni
Más ejemplos: la cantidad de comercios que habían facturado más de $10.000 con ventas en cuotas por el plan Ahora 12 había caído a un mínimo de 12.000 en abril. Pero ya en junio había 38.300 comercios en todo el país facturando por encima de ese nivel, cifras similares a la pre-cuarentena.
Julio seguramente tendrá datos peores por la nueva cuarentena reforzada que se prolongó hasta el último viernes. Sin embargo, no es exagerado proyectar que a partir de mañana arranca un proceso que será mucho más sostenido desde el punto de vista de la reactivación, por la sencilla razón que más comercios y empresas podrán volver a funcionar. Y sucesivamente la apertura se irá acelerando con el correr de las semanas, siempre dependiendo del ritmo de contagios, fallecimientos y uso de camas en terapia intensiva.
La economía argentina sufrió un palazo histórico en el segundo trimestre, con una caída que podría superar el 20%. Es tan impresionante que ni siquiera ocurrió en el primer trimestre de 2002, tras el estallido de la Convertibilidad.
Mal de muchos consuelo de tontos, dice el refrán. Sin embargo, es en lo que puede escudarse el Presidente para amortiguar los ataques de quienes lo acusan de haber descuidado la economía para concentrarse exclusivamente en la cuestión sanitaria. Según el mismo informe oficial, la industria en mayo (que tuvo mayor actividad respecto a abril) cayó 26% interanual. Pero no fue la peor ni mucho menor. En España el sector cayó 30% y en México, por ejemplo, lo hizo a un ritmo de 37%.
Más allá de las dimensiones, todo el planeta (con la excepción de China) sufrió su peor caída en el segundo trimestre de los últimos 60 años como mínimo. La verdadera prueba, por lo tanto, empieza ahora. ¿Quiénes estarán en condiciones de recuperarse más rápido y quiénes lo harán a un ritmo mucho más lento? Y ahí es donde empiezan los problemas de la Argentina.
Tanto la Unión Industrial Argentina (UIA) como al Cámara Argentina de la Construcción (Camarco) ya le acercaron al Gobierno sus planes para encender los motores de la economía. El desafío es complejo, porque hace diez años que la actividad se encuentra estancada.
El punto de partida es malísimo. El Estado no tiene recursos: sin financiamiento internacional y con un déficit fiscal superior a 6% del PBI, cada peso que se quiera volcar al mercado para reactivar significa más emisión monetaria. El remedio podría ser entonces peor que la enfermedad, porque una recuperación de cortísimo plazo sería a costa de mayor inflación en el futuro y por ende mayor pobreza y caída del salario real.
Pero además de la falta de crédito y de recursos propios, el saldo que dejaron los meses de cuarentena es deplorable. Fuerte caída del empleo registrado, millones de personas en negro que recibieron $ 10.000 cada dos meses y por lo tanto un fuerte aumento de la precaridad. Además, cerraron miles de comercios e industrias por factores múltiples: ya venían golpeadas por la crisis de los últimos dos años, el gran impacto de haber dejado de facturar en estos meses y, quizás lo más fuerte, la falta de perspectiva por lo que viene.
Alberto Fernández contestó tibiamente cuando le preguntaron el viernes si tenía un plan para reactivar la economía post-pandemia. Lo único que amagó a decir es que están pensando en uno que trabaja las problemáticas del por por regiones, en vez de acudir a una suerte de “receta única”.
Los pronósticos de lo que viene no son precisamente alentadores. Según bancos, consultoras y economistas privados, la recuperación de la economía argentina será en cámara lenta y podría ser uno de los países con menor repunte en 2021. Pero buena parte de América Latina atraviesa las mismas dificultades. El rebote será mucho más lento que en los países desarrollados.
Una reactivación más vigorosa de la Argentina dependerá en primer lugar de reanimar el consumo interno. Parece difícil, con sueldos que vuelven a perder poder adquisitivo, menos empleo y muchas dudas por lo que viene. Las exportaciones también permitirían impulsar a la economía doméstica, pero aquí tampoco hay grandes perspectivas. Y la otra variable que puede traccionar es la inversión, pero hoy es la más deprimida de las tres.
Los pronósticos no son precisamente alentadores. De una caída del 12%, la economía pasaría a rebotar cerca del 4% el año próximo. Pero para revertir totalmente la caída de estos meses llevaría –con viento a favor- toda la duración del actual gobierno, es decir hasta fines de 2023, siempre y cuando no sucedan “accidentes” en el medio, como un nuevo desborde cambiario.
En pocas semanas se está por cumplir un año desde el recordado 11 de agosto, es decir las PASO. La contundente victoria de Alberto Fernández reavivó todos los fantasmas del kirchnerismo y del regreso de Cristina. Pero en ningún momento el ahora Presidente pudo revertir esa “primera mala impresión”. Las grandes incertidumbres y temores sobre el rumbo de la Argentina se agigantaron y aún están lejos de despejarse.
La renegociación de la deuda es un paso imprescindible, pero ni por asomo será la solución para los desafíos que enfrenta la Argentina. El proyecto de Presupuesto 2021 que se conocerá el 15 de septiembre aportará algunas señales sobre el futuro nivel de déficit y prioridades del gasto.
Pero las expresiones de distintos miembros del Gabinete –incluyendo al ministro de Economía, Martín Guzmán- hablando sobre la necesidad de fortalecer el Estado post-pandemia no parecen ir en la dirección correcta. ¿Acaso un Estado quebrado está en condiciones de reemplazar el empleo que se perdió en el sector privado o compensar a los asalariados por su caída de ingresos?
Si no hay urgentes medidas que alivien al sector privado para que recupere el consumo, la producción y la inversión, la economía rebotará desde los mínimos de abril pero en poco tiempo volverá a la intrascendencia de los últimos años.
Se acerca la verdadera hora de la verdad para el gobierno de Alberto Fernández. Los primeros cien días fueron de puras indefiniciones a la espera de renegociar la deuda, algo que no sucedió en los tiempos esperados. Luego llegó la pandemia y la necesidad de aplicar medidas de emergencia para suavizar la crisis. Pero se aproxima el momento de mostrar un plan capaz de poner en marcha al país, si es que primero el Presidente logra ponerse de acuerdo con las distintos sectores que conforman la coalición de gobierno.