RICARDO N. ALONSO *
El verano trae consigo lluvias intensas y una fenomenología asociada de correntadas, aludes, desbordes, inundaciones, aluviones, crecidas y otros eventos similares. A veces la naturaleza sigue su ritmo sin interferir con el hombre y en otras se producen graves daños y víctimas. Especialmente cuando el hombre obstruye a la naturaleza al edificar en las terrazas o cauces bajos de los ríos, en laderas inestables, en quebradas angostas o en lugares donde ya ha ocurrido el fenómeno con anterioridad, demostrando que puede volver a ocurrir.
Los ríos tienen memoria y a veces nos lo recuerdan dramáticamente. Antes de la llegada de los teléfonos celulares con cámaras y filmadoras todos estos eventos ocurrían pero no quedaban documentados. Cualquier visita de estudio geológico a los ríos y arroyos de la región muestran el resultado de distintos fenómenos de remoción en masa, viejas crecientes, inundaciones repentinas o grandes bloques rocosos que prueban los eventos allí acaecidos.
En los últimos tiempos se han visto filmaciones virales de correntadas violentas arrastrando puentes y construcciones, moviendo grandes bloques del cauce y desbordando sobre terrenos bajos. La historia de eventos con fatalidades humanas es larguísima. Muchas veces ocurrió por el factor sorpresa del fenómeno natural y en otras por la imprevisión de bañistas en un río cuando se aproximaba una tormenta o bien conductores que quisieron cruzar ríos sin la experiencia necesaria. Esto último ocurrió varias veces con turistas en Iruya o Santa Victoria Oeste.
Benjamín A. Gould fue un astrónomo norteamericano contratado por Sarmiento a mediados del siglo XIX para el observatorio astronómico de Córdoba. Realizó una extraordinaria tarea científica mapeando el cielo austral, fotografiando la Luna, colaborando en cuestiones meteorológicas y climatológicas, entre otros asuntos. Un domingo, él se quedó a trabajar en el observatorio, mientras su esposa, sus dos hijas y una empleada fueron a disfrutar del baño en un río de Córdoba. Se produjo una creciente inesperada y el torrente arrastró a esas cuatro personas que fallecieron ahogadas. Gould nunca se repondría del luctuoso suceso, volvió a su país y falleció más tarde envuelto en una pena insuperable.
Un caso similar se dio en Salta en febrero de 2016, en el río Metán, donde una creciente sorprendió y arrastró a una abuela con sus tres nietos de corta edad, falleciendo todos ellos.
En el verano de 1972, el arroyo Ayuza, sobre la ruta 68, tuvo una crecida repentina (flash-flood) y sorprendió a un camión repleto de obreros golondrinas que iban a la vendimia en Cafayate con un saldo de decenas de muertos. Durante años, unas humildes cruces de madera a la orilla del camino recordaban ese luctuoso suceso que el tiempo fue borrando de la memoria.
En enero de 2023, en la misma ruta 68 y cerca de La Viña, otro fenómeno similar arrastró el auto de un médico que se dirigía a Salta y éste perdió la vida.
En el verano de 1976 un flujo denso de barro bajó desde la Cuesta del Obispo y sepultó el pequeño poblado de San Fernando del Valle de Escoipe. No hubo víctimas humanas pero sí cuantiosos daños materiales.
La estación de trenes de Purmamarca quedó sepultada por un aluvión de barro en el verano de 1984. Fallecieron numerosas personas.
El verano de 1992 fue muy intenso y gran parte del norte argentino sufrió daños por crecientes. Uno de los arroyos que se desbordó en Chicoana ocasionó el fallecimiento de una persona. Fue un fenómeno tipo “flash-flood” donde cayó mucha agua en la cabecera de un arroyo y este empezó a arrastrar rocas y troncos de árboles hasta formar un embalse natural. El agua represada comenzó a subir de nivel hasta que el dique de contención se rompió y el torrente bajó descontrolado por fincas de tabaco.
Adentro del arroyo y donde estuvo el embalse temporario, una vaca quedó ahogada en la copa de un árbol, demostrando la naturaleza del fenómeno.
La localidad de Volcán en la Quebrada de Humahuaca sufre desde hace milenios la recurrencia de flujos densos o volcanes de barro que han ocasionado severos daños al pueblo y a la estación ferroviaria. Muchas veces a lo largo de la historia el barro tapó la quebrada y formó un dique temporario a espaldas del cual se desarrolló un lago. Sedimentos lacustres viejos son comunes en el lugar y demuestran esos cierres naturales transitorios.
El verano de 1945 fue particularmente intenso por un gran volcán de barro, la formación de un lago y otros fenómenos asociados. Horacio J. Harrington escribió un importante artículo científico en el primer número de la revista de la Asociación Geológica Argentina que se convirtió en una cita de referencia internacional. Allí describe minuciosamente como se produce el fenómeno, los bloques que se arrastran como corchos en el fango, las explosiones que producen los enormes bloques en las angosturas de las quebradas al ser liberados por la presión de la masa de lodo, los depósitos que quedan formando coladas a los que dio el nombre de cenoglomerados, entre otros aspectos.
El torrente que forma el gran abanico aluvial se conoce como Arroyo del Medio. En sus nacientes hay un circo de erosión donde todo el año se están desprendiendo rocas de edad precámbrica y cámbrica que se acumulan al pie de la depresión. A veces pasan varios años en donde solo hay acumulación de material triturado y bloques. Sin embargo en ciertos años las lluvias logran entrar más profundamente en la Quebrada de Humahuaca y se descargan en los cordones occidentales. El volumen de agua caída y la duración de la tormenta pueden dar lugar a que los materiales se embeban y se pongan en movimiento pendiente abajo arrastrando todo a su paso y retroalimentándose hasta formar una colada en el sentido metafórico.
No hay fuerza humana capaz de detener ese tipo de eventos. Acarette Du Biscay ya hablaba del fenómeno en el siglo XVII. Y todos los viajeros que pasaron por la quebrada y dejaron sus memorias se refieren a Volcán y los cortes que generaba durante semanas a los que transitaban la ruta de mulas entre Buenos Aires y Potosí, tal el caso de Edmund Temple, Joseph Andrews, Juan Scrivener y otros.
En la Quebrada del Toro son permanentes en los veranos los deslaves y flujos de escombros y fango que interrumpen el tránsito más o menos tiempo, de acuerdo al volumen barroso movilizado. Por dicha quebrada corren la ruta nacional 51 y el FFCC C-14 que sufren las consecuencias de esos fenómenos naturales.
La región de El Candado, en el primer tramo de la quebrada, recibe el nombre precisamente porque allí se formaba un cierre o candado que no dejaba circular ni en una ni en otra dirección. Un impactante puente o viaducto de concreto permite hoy sortear ese difícil lugar. Varias quebradas afluentes laterales del río Toro sufren los volcanes de barro, desde la boca de la quebrada hasta más allá de Tastil. Alfarcito, hoy conocida por la obra del padre Chifri y desde siempre un enclave estratégico de la quebrada en tiempos de doña Teresa Bautista y su hija Griselda, sufrió muchas veces la bajante de esos aluviones que generan grandes daños.
La fenomenología de remoción en masa de la Quebrada del Toro fue ampliamente estudiada en la década de 1970 por el Dr. Antonio Igarzábal, geólogo de la Universidad Nacional de Salta, quién publicó un trabajo de referencia sobre el tema en el Acta Geológica Lilloana de la Universidad Nacional de Tucumán.
En los últimos años la cuestión ha sido retomada por el Dr. Manfred R. Stecker y su equipo de geólogos de la Universidad de Potsdam (Alemania). Ellos no solamente han estudiado la agradación y erosión de los valles y sus terrazas en el último millón de años, sino que han datado superficies de terrazas fluviales con isótopos cosmogénicos, han reconocido diferentes tipos de flujos densos, los han relacionado con los años El Niño-La Niña, y han publicado decenas de trabajos en congresos y revistas internacionales.
LOS VALLES DE LERMA Y CALCHAQUÍ
Toda la ladera occidental del Valle de Lerma es propensa a sufrir de crecientes repentinas y flujos de escombros en el verano a lo largo de las rutas 68, 33, 51 y otras.
En el Valle Calchaquí, especialmente sobre su cara occidental, son comunes los flujos densos de barro en el verano, desde La Poma hasta Cafayate. Históricamente se registró el fenómeno en Cachi, Molinos, Angastaco, San Carlos, etcétera, afectando la ruta 40 y otros parajes a lo largo de ella. En la década de 1990 hubo varios eventos en la región de Santa Rosa y Payogastilla. También se conocen recurrencias en el arroyo San Lucas estudiadas por la geóloga Celia Barrientos en su trabajo de tesis y luego publicado en la revista Geogaceta de España.
Las memorias de los médicos rurales del Valle Calchaquí son ricas en menciones de estos fenómenos veraniegos y de cómo estos los afectaban en su misión de curar y salvar vidas. Tal como lo comentan, entre otros, José Vasvari y José A. Lovaglio, este último cruzando el río colgado de un balde atado con sogas para salvar la vida de un enfermo grave.
En estos fenómenos las lluvias pueden ser predecibles meteorológicamente, pero la génesis de un flujo denso es una cuestión aleatoria, estocástica y contingente. Podemos predecir dónde va a ocurrir el fenómeno pero no cuándo. Por ello y ante la imposibilidad de predecir está la necesidad de prevenir.
* Doctor en Ciencias Geológicas