SANTIAGO J. DONDO *
El litio puede cambiar la historia de varias provincias y de la región del noroeste en general. La transición energética lo demanda, junto al cobre y otros minerales, y el contexto mundial y regional abrió para Argentina una enorme oportunidad. Hay expansiones y desarrollos en marcha, e ilusiona el nivel de inversiones proyectadas.
Es grandioso lo que puede provocar esto en términos de desarrollo regional, nuevas empresas y empleo de calidad (en definitiva, progreso y ciudadanía donde tanta falta hace). Todo esto sin contar el enorme aporte que esta industria puede hacer, gracias a sus exportaciones y generación de divisas, a estabilizar nuestra macroeconomía. Para aprovechar esta oportunidad, debemos ser conscientes de que todavía estamos a tiempo de arruinarla. Desplegar su potencial y hacerla realidad depende de nosotros, y para eso hay cosas por hacer y otras por evitar.
Lo que debemos hacer es: ordenar la macroeconomía; trabajar en prevenir los cuellos de botella en infraestructura, proveedores, empleados capacitados; seguir mejorando en transparencia alrededor de este desarrollo; fortalecer capacidades de control ambiental y asegurar los beneficios para la sociedad, y sobre todo, para las comunidades de la zona.
Lo que debemos evitar son los tiros de los cazadores que, en nuestra querida jungla, siempre acechan a los pocos animales que se mueven o toman impulso. Entre esos tiros, uno es el aspecto tributario, y el otro es el reclamo por “agregado de valor”.
Respecto a la tributación, es indiscutible el derecho del Estado a recibir un ingreso justo por el aprovechamiento de recursos públicos, pero debería evitarse que los nuevos tributos o instrumentos para-fiscales sean creados sin coordinación entre Nación y provincias (la carga tributaria es una sola, a los ojos del inversor). Debería evitarse recaudar pensando en el corto plazo, o sin medir el impacto sobre la inversión futura (buscar esquemas progresivos). La discusión de ingresos al Estado debería incluir la variable del destino, y los mecanismos de rendición de cuentas de esos fondos adicionales. Es probable que sea tarde ya para evitar algunos de estos riesgos, porque mientras escribo esto las provincias avanzan cada vez más fuerte. Como ya acostumbramos decir: “Ojalá salga lo menos peor” o “que sea sin desgracia”.
La proclama de “agregar valor” (industrializar y no exportar materia prima) está presente en el debate público. A este riesgo lo podríamos llamar “almorzarnos la cena”. O, como dice un amigo cordobés, obviamente con más gracia: “Quieren comer los chorizos y todavía no parió la chancha”.
Primera respuesta, que para muchos será noticia: Argentina no exporta litio, sino subproductos de este metal que tienen mucho valor agregado. Del salar se extrae salmuera, que contiene entre 100 a 1.200 partes por millón (ppm) de litio, y lo que se produce y exporta no es esa salmuera, sino carbonato de litio (o hidróxido de litio en un futuro), un producto refinado con una concentración de litio de entre 150.000 y 190.000 ppm (es decir: se alcanza una concentración en general de entre 500 a más de 1.000 veces de la que se extrae). Esta concentración y nivel de pureza se obtiene mediante un proceso que incluye plantas industriales con tecnología avanzada, ubicadas en la Puna. Síntesis: en Argentina ya existe la industrialización que le agrega valor a la materia prima.
LA TRAMPA DE LAS FÁBRICAS DE BATERÍAS
Pero igual se insiste con que Argentina debe fabricar las baterías de litio. De esto habló nuestro presidente hace unos meses y escribió Oscar Parrilli hace unas semanas; la secretaria de Asuntos Estratégicos, Mercedes Marcó del Pont, dice estar desarrollando un proyecto sobre valor agregados del litio con las provincias, y los gobernadores también lo repiten.
¿Quién puede estar en contra de fabricar baterías en Argentina? Por supuesto que nadie. También hay que celebrar los esfuerzos de investigación de nuestros científicos, varios de ellos de talla mundial y cuyo talento es un orgullo para el país. Incluso podría competir YPF en el negocio de la producción de litio, como ya lo viene intentando hace varios años, suponiendo que pueda hacerlo sin privilegios ni distorsiones.
El problema es que se habla de fabricar baterías desde un idealismo (o ideología) que es voluntarista y peligroso. El litio no es la llave maestra de la competitividad para fabricar baterías. Representa sólo entre 8% y el 12% del costo, y en el 90% restante no sólo hay tecnología compleja, sino también otros insumos y minerales críticos cuyo suministro es hoy mucho más difícil de conseguir que el litio (como el cobalto, cuyo 70% se produce en el Congo).
Imaginemos un inversor que se dedica a producir baterías y le han comisionado que evalúe instalar una fábrica en el norte argentino. “Mi principal preocupación ─diría este inversor– es: ¿puedo confiar en la estabilidad jurídica y económica de este país para invertir miles de millones de dólares en instalar un negocio de tanto volumen y margen chico?” Y se le vienen a la cabeza las tantas crisis, el bajo respeto por la ley, los varios cepos y varios dólares, y hasta la historia de la forestal Botnia. Piensa después: “¿No será mejor, como hacen casi todos mis colegas, buscar una posición geográfica más cerca de los grandes centros de consumo (China, Estados Unidos, Europa, o al menos Brasil), y buscar más eficiencia en logística y costos?” Y se le vienen a la cabeza los costos y riesgos laborales argentinos.
También se pregunta: “¿Cómo voy a garantizar mi abastecimiento de cobalto, los nano materiales y otros insumos por los que Occidente y China andan peleando por el mundo?” Y además de la dificultad comercial, se le viene a la cabeza la restricción de importaciones. “¿Se consolidará la producción de carbonato o hidróxido de litio en Argentina, como para alcanzar un volumen que pueda abastecer a una mega-factoría?” Y se le viene a la cabeza que una mega factoría como la de Tesla en Nevada precisaría más de 100.000 toneladas de carbonato de litio por año, mientras que las dos minas productivas de Argentina no llegaron a 40.000 toneladas en 2022.
Entonces aparece un argentino para alentarlo: “Hay más de 30, o casi 40 proyectos de litio. ¡Multiplicaremos nuestra producción por diez en menos de diez años!”. Pero el inversor sabe que de los anuncios viven los medios, los políticos y los mercados de valores donde cotizan las mineras. Entonces lo más sensato y prudente, por muchas razones, es aplicarle a tanto anuncio la respuesta del truco: “Los quiero ver en mesa”. Entonces contesta: “Si eso se concreta, sería positivo, porque al menos podríamos negociar un precio razonable para la provisión de carbonato o hidróxido de litio”. “Pero además ─agrega el argentino entusiasta─ el Estado va a regular este tema del litio, porque es estratégico. Van a limitar su exportación, imponer cupos de venta local a las empresas, quizás fijar precios o preferencias. Un Estado presente, para evitar una patria extractivista. ¡Todo eso te mejorará el precio y la facilidad de acceso al carbonato o hidróxido de litio!” Y el inversor, entonces, abrirá grandes sus ojos y se irá a evaluar otros lugares, pensando que si así tratan a los productores mineros, si algún día llegara a fabricar baterías me obligarán a fabricar autos eléctricos, o venderlas a precio regulado.
MODELO AUSTRALIANO O MODELO BOLIVIANO
Argentina tiene que definir si se inclina hacia el modelo australiano o hacia el modelo boliviano.
En Bolivia, Evo Morales convenció a todos de que “no se llevarán nuestro litio si no es en un auto eléctrico boliviano”. Resultado: Bolivia no produce litio a nivel comercial a pesar de tener el salar más grande del mundo. Incluso en Chile, que hoy produce cerca del triple de litio que Argentina, las inversiones en desarrollos nuevos no avanzan porque la discusión del rol estatal, el esquema impositivo y los mecanismos para empujar la producción local de baterías, que llevan años, generaron incertidumbre. Hay que entender que el interés inversor en Argentina se explica porque, a pesar de los problemas macroeconómicos, el país no avanzó (al menos todavía) en imitar los modelos de estos vecinos del famoso triángulo.
Australia produce más de la mitad del litio del mundo, y más del 90% lo exporta a China, en ocasiones incluso con menos valor agregado que en Argentina. Con reglas de libre mercado, impulsan la producción para aprovechar la ventana de oportunidad (la tecnología en torno al uso del litio avanza a gran velocidad y nadie puede asegurar hasta cuándo se sostendrán estos niveles de demanda y precios). Invierten en tecnología para abaratar los costos de producir litio de roca (logrando que sea cada vez más competitivo con el de salares). Y para agregar valor, se focalizan en desarrollar su sector de proveedores a la minería (METS: mining equipment, technology and services), que hoy ya emparda en tamaño al propio sector minero australiano, exporta por 27.000 millones de dólares, invierte 1.000 millones por año en investigación y desarrollo, y motoriza la industria nacional de manera formidable: son cerca de 5.000 empresas, casi todas australianas y 60% pequeñas o medianas.
¿Cuál es el peligro de soñar con fabricar baterías? Primero: que no hablan los fabricantes de baterías, sino los políticos. Los inversores mineros conocen los casos de Bolivia, Chile y México. Al escuchar a los políticos que hablan de esto en Argentina, incorporan a su análisis el riesgo de estatismo, interferencias, restricciones en precios o exportaciones, y todo eso desalienta la inversión. El segundo riesgo es que esos discursos van generando expectativa en la ciudadanía, y sobre todo en las regiones mineras, y la frustración de esa expectativa echaría más leña al fuego del conflicto que aqueja a la industria minera. El tercero: la energía y tiempo que se gasta en esto deja de emplearse donde realmente hace falta, que es en impulsar más la producción, acompañar con infraestructura, y apoyar la creación y el desarrollo de proveedores. Todo eso sí generaría un desarrollo regional inédito. Modelo Australia.
Nacionalizar, forzar la industrialización, apelar a la soberanía para todo, crear más empresas estatales (cajas negras), y creer que desde el Estado se generan los negocios, es parte de la propuesta kirchnerista (un “Estado presente” donde no ayuda, y ausente donde se lo necesita). Nosotros creemos en la iniciativa privada.
La oportunidad del litio sin duda se anota dentro de los cinco a diez sectores que deben tirar de este carro que es la Argentina para sacarlo del barro. Argentina debe trabajar y hacer las cosas bien para aprovechar esta nueva oportunidad, tomando la actitud que se refleja en el escudo de Australia: los dos animales que lo sostienen (un canguro y un emú) no saben caminar para atrás.
* Abogado (UBA). Máster en Derecho Minero (Universidad de Queensland). Ex subsecretario de Política Minera