El Brent cruzó la barrera de los US$ 64
PABLO MAAS
Pronosticar el precio del petróleo y acertar puede llegar a ser tan infrecuente como quebrar la banca en el casino. Por eso, hasta los más expertos han aprendido a darse un baño de humildad en estos menesteres. Siempre que puede, la revista The Economist recuerda cómo en 1999 se animó a predecir el curso futuro del oro negro.
Aquel año, el petróleo cotizaba US$ 10 el barril, y entonces el venerable semanario británico que viene escribiendo de economía desde el Siglo XIX, sugirió que, en un mundo que “se ahogaba en petróleo”, el precio podía descender hasta US$ 5. Eso ocurrió justo antes de que el precio saltara por los aires y en la década siguiente llegara a cotizarse hasta US$ 150 el barril.
A propósito, 1999 fue el año en que el entonces ministro de Economía, Roque Fernández, ordenó completar la privatización de YPF y venderle el paquete de control y la “acción de oro” del Estado a Repsol. La petrolera española, que hasta entonces era considerada como una pequeña refinería europea, se endeudó en US$ 15.000 millones para comprar la compañía argentina. Era el pez chico que se comía al más grande y fue posiblemente el mejor negocio que pudo haber hecho.
En aquel momento, las autoridades argentinas pensaban, al igual que The Economist, que el petróleo pronto no iba a valer nada. Pero desde que comenzó la década de 2000, el precio no hizo otra cosa que subir, durante lo que se llamó el primer gran superciclo de los commodities de este milenio. La Gran Recesión de 2008/2009 lo hizo bajar abruptamente de US$ 150 a US$ 50. Pero para 2011 ya se había recuperado y se mantuvo por encima de los US$ 100 durante otros tres años, hasta que en 2015 volvió a bajar.
Ahora el precio del petróleo vuelve a estar en las noticias a causa de su fuerte ascenso desde lo peor de la pandemia de 2020, cuando llegó a cotizarse a valores negativos. El WTI cruzó la barrera de los US$ 60. Quien dice US$ 60 dice US$ 80 y algunos arriesgan hasta US$ 100 el barril como un valor probable en vista de los gigantescos estímulos fiscales que está preparando el Gobierno de EE.UU. para salir de la recesión del coronavirus.
Así lo describió con todas las letras Christyan Malek, el jefe de la División de Petróleo y Gas de JPMorgan. “Podríamos ver al petróleo disparándose hacia o incluso por encima de los US$ 100 el barril”, dijo durante una conferencia con clientes, según el Financial Times. Para otro veterano analista petrolero de Goldman Sachs, el crudo podría tocar los US$ 80 y aún más, “este mismo año”.
Para otros expertos, estos pronósticos resultan al menos prematuros. Por el lado de la demanda, observan que durante la pandemia el consumo mundial de petróleo cayó de 100 a 90 millones de barriles diarios.
Creen que recuperar el nivel de demanda prepandemia podría demorar hasta 2022. Por el lado de la oferta, es cierto que los productores no convencionales de Estados Unidos están muy golpeados financieramente y no están en condiciones de aumentar la producción rápidamente. La política energética de Joe Biden es bien diferente a la de Donald Trump. El nuevo Presidente tiene una agenda verde y ningún interés en socorrer a los petroleros y mucho menos a los productores de carbón, como su exrival. La llave del mercado, de este modo, vuelve a tenerla la OPEP.
Cuando la demanda de petróleo colapsó a causa de la pandemia, la OPEP y sus aliados rusos redujeron la producción en casi 10 millones de barriles. Ahora en febrero, el recorte ya se achicó a unos siete millones de barriles. La organización liderada por Arabia Saudita está monitoreando la demanda cuidadosamente para adaptar el nivel de oferta.
El 4 de marzo se reúne la OPEP con sus aliados para fijar la política a seguir y determinar si hay espacio de maniobra en materia de precios para justificar un aumento, aunque sea gradual, de la producción.
En el corto plazo, el mercado petrolero está reflejando estos días el impacto de la ola de frío extremo que azota a Norteamérica. En Texas, el principal productor de petróleo del país, las inusuales temperaturas bajo cero han provocado un colapso de la producción y refinación y transporte de petróleo y gas que ha dejado a millones de hogares sin electricidad.
Texas es el único estado en el que la red eléctrica no está interconectada, como parte de un experimento de libre mercado (las distribuidoras no quieren que el Gobierno federal interfiera) que ahora está pasando una prueba de fuego o, mejor dicho, de hielo.
Dirigentes republicanos, como el senador Ted Cruz, que se burló el año pasado de los apagones en California a causa de una ola de calor extremo, están pasando vergüenza. El sistema energético en Texas directamente no estaba preparado para una ola de frío de esta magnitud.
Ya sea por el frío o el calor, sequías o inundaciones, los riesgos climáticos se materializan cada vez con más frecuencia. Y sucesos que hasta ahora ocurrían cada siglo, como una pandemia, no se descarta que puedan repetirse en el mediano plazo.
La economía mundial conoce de auges y depresiones y está preparada para asumir riesgos financieros o cambiarios, pero no está preparada para estos nuevos riesgos climáticos y sanitarios. Por eso es tan difícil pronosticar el precio del petróleo, la materia prima que todavía la mantiene en movimiento hasta que otras fuentes de energía tomen la posta.