RICARDO N. ALONSO *
En la década de 1920 comenzaba la “edad de oro” del petróleo salteño. YPF, la Standard Oil, Texas Co., y otras empresas hacían esfuerzos denodados para entender la estratigrafía de las formaciones geológicas del norte argentino. Había que identificar cuáles eran las rocas madres, cuales las rocas reservorio y cuales las rocas que sellaban las estructuras portadoras de hidrocarburos.
La Argentina todavía no tenía geólogos nativos así que la mayor parte del trabajo lo realizaban extranjeros de muy diferentes países. Italianos como el conde Guido de Bonarelli, alemanes como Anselmo Windhausen o Walter Schiller, suecos como Tor Hagerman, entre muchos otros, fueron sentando las bases del conocimiento de la geología subandina.
El objetivo era comprender en que época o épocas se habían generado las condiciones para la acumulación de la materia orgánica, como había madurado y migrado en estructuras profundas, como se había deformado la corteza para producir las trampas que encerraban el oro negro, y en definitiva, como prospectar, explorar, perforar y sacarlo a la superficie. La faena requería de cientos de profesionales, técnicos y operarios especializados.
Una de las tareas esencialmente geológica era investigar las rocas y los ambientes en que se habían formado. Cuáles eran de orígenes marinos y cuales continentales, y entre estas últimas cuales se habían depositado en llanuras fluviales, desiertos, lagos o glaciares. Para ello el estudio de los fósiles era crucial. Cualquier resto de invertebrados, vertebrados o plantas fósiles tenían un valor superlativo a la hora de las interpretaciones paleo-ambientales.
George Leavitt Harrington (1883-1972) era un geólogo norteamericano contratado para realizar estudios estratigráficos petroleros con sede en Tartagal. Mientras estudiaba una formación de margas verdes en la localidad de Sunchal, en la sierra de Santa Bárbara (Jujuy), descubrió una extraordinaria cantidad de insectos fósiles. Consciente del valor de su hallazgo hizo dos cosas.
Por un lado, y nobleza obliga, escribió un artículo para la revista de la Sociedad Entomológica Argentina que publicó en 1926 en el número uno del primer tomo y al que tituló “Nota sobre el hallazgo de coleópteros fósiles en Jujuy”. Este trabajó ha pasado completamente desapercibido para los historiadores en el tema.
Por otro lado le envío una caja de materiales a un especialista internacional en entomología, el naturalista inglés radicado en Estados Unidos, T. D. A. Cockerell. El científico de mentas era nada menos que el inglés Theodore Dru Alison Cockerell (1866-1948), una especie de Darwin del siglo XX. El hallazgo de esos insectos fósiles era trascendente por muchos motivos ya que no había todavía registros en América del Sur y menos aún de la edad que ellos representaban. Lo cierto es que Cockerell no lo dudó mucho y junto a su esposa partieron en 1925 en el barco SS Vesfris con rumbo a Buenos Aires, el mismo barco que se hundiría algunos años más tarde en el Atlántico.
La esposa, Wilmatte Porter (1869-1957), era también una eminente entomóloga y botánica norteamericana. El género de plantas Wilmattea, una cactácea de Guatemala, fue dedicado en su honor, junto a varias especies vegetales y una docena de nombres de especies de abejas. Desde Buenos Aires, el matrimonio de naturalistas partió hacia el norte en ferrocarril con destino a la provincia de Jujuy. Desde allí se dirigieron a la localidad de El Sunchal a lomo de animales y acamparon en un ranchito cerca de las rocas margosas donde Harrington había encontrado los insectos.
Comenta Cockerell que con los datos que tenían les fue fácil llegar al lugar. En un libro biográfico publicado en 2000 por la Universidad de Colorado de autoría de William Alfred Weber y titulado “The American Cockerell: a naturalist's life, 1866-1948”, se reproduce una foto de ese viaje al norte argentino en 1925 donde Cockerell aparece montado a caballo vistiendo ropa de época (página 162). Los hallazgos no se hicieron esperar y es así que encontraron una gran variedad de insectos fósiles y también restos de peces.
Cockerell quedó fascinado con el hallazgo de un pez fósil casi completo, de unos 30 cm de largo, perteneciente a la familia Callichthyidae. Se trataba de un pequeño bagre al que dio el nombre de Corydoras revelatus en un artículo que publicó en la revista Science apenas retornado a Estados Unidos ese mismo año de 1925 (Science, 62, 1609, p. 397-398). Si bien él bautizó las capas verdes de margas como Formación Sunchal, hoy ellas forman parte de una definición más amplia y se conocen como Formación Maíz Gordo. Cockerell basado en los restos fósiles de peces e insectos ya había estimado que se trataba de rocas depositadas en el Terciario inferior.
Hoy sabemos que esa formación tiene unos 58 millones de años de antigüedad y se depositó en el Paleoceno algunos millones de años después de la extinción de los dinosaurios. También determinó que el pez era de agua dulce presentes en un ambiente de grandes lagos en un clima cálido, húmedo y tropical. Encontró además escamas sueltas de un pequeño pez de la familia Poeciliidae al que llamó Cyprinodon (?) primulus. Los ciprinodóntidos son una familia de peces actinopterigios, denominados comúnmente cachorritos, del tamaño de una mojarrita y también de aguas dulces.
Como buen experto en insectos actuales y fósiles, especializado en abejas y avispas, Cockerell estaba entusiasmado con los hallazgos de una paleo-entomofauna con una gran variedad de formas. Se destacaban especialmente los coleópteros, representados por los élitros muy bien conservados. Ese mismo año de 1925 envió a publicar dos trabajos sobre el hallazgo de insectos fósiles terciarios, uno en las actas del United States Natural Museum (v. 68, 1, p. 1-5) y otro en la revista Nature (116, p. 711-712). Como se aprecia todos trabajos en revistas internacionales de primer nivel.
En 1926 volvió a publicar sobre los insectos fósiles del norte argentino en dos trabajos que salieron a la luz en el American Journal of Sciences y en los Annals and Magazine of Natural History de Londres. Probablemente publicó otros artículos que no llegaron hasta nosotros, pero diez años después, en 1936, y luego de fructíferos intercambios con George L. Harrington sobre los aportes que esos fósiles habían hecho a la geología del norte argentino publicó un último trabajo en la revista científica American Museum Novitates (Nro. 886, p. 1-10) al que tituló: “The fauna of the Sunchal (or Margas Verdes) Formation, northern Argentina”.
Allí cuenta del viaje a Argentina con su esposa y hace la descripción de unos 40 insectos de los más variados grupos, todos con sus correspondientes nombres científicos. Además de describir una amplia diversidad de escarabajos y curculiónidos, clasifica también dermápteros, tricópteros, hemípteros heterópteros y homópteros y dos variedades de grillos.
La presencia de órganos estridulantes en los grillos le permitió a Cockerell inferir que esta característica del canto de esos insectos ya estaba presente en aquellos remotos tiempos. Los viejos estudios de Cockerell fueron retomados y ampliados por el paleontólogo argentino Julián Fernando Petrulevicius de la Universidad Nacional de La Plata a partir de la década de 1990. Lo interesante es que cuando Cockerell visitó la Argentina en 1925 tenía ya 59 años de edad y era un especialista de renombre internacional. Para entonces ya había residido en varios países, además de Inglaterra donde nació y estudió.
Mientras trabajó en el British Museum trabó amistad con el gran zoólogo evolucionista Alfred Russell Wallace (1823-1913). Wallace propuso su propia teoría de la evolución de las especies que obligó a Darwin a publicar la suya. La pasión de Cockerell por los insectos lo llevó a especializarse en entomología pero como buen naturalista abarcó muchos otros campos del conocimiento en biología, geología y ecología como lo prueba la friolera de unos 4.000 artículos que publicó en toda clase de revistas.
Luego de retirado como profesor de la Universidad de Colorado siguió publicando hasta el final de su vida en los temas más amplios de las ciencias naturales. Durante su vida activa realizó exploraciones, muchas de ellas junto a su esposa, en Siberia, Japón, Siam, India, Hawái, las islas Madeira, Marruecos, el Congo Belga, Tanganica, Rodesia, Sudáfrica, Australia, Argentina, Perú y Honduras. También visitó importantes yacimientos fosilíferos, especialmente de insectos, en Europa, Asia, Sudamérica y los Estados Unidos. En 1928 fue electo miembro de la prestigiosa American Philosophical Society fundada en 1743.
Cockerell fue uno de los taxónomos más prolíficos de la historia, ya que sólo de insectos publicó descripciones de más de 9.000 especies y géneros y de unos mil moluscos, arácnidos, hongos, mamíferos, peces y plantas. Podría decirse que estaba marcado por el fuego sagrado de la búsqueda incesante del conocimiento. Este gran sabio visitó el norte argentino en 1925, y su paso, hasta ahora desconocido por nuestras tierras, es un hito para los estudiosos de la historia de la ciencia.
* Doctor en Ciencias Geológicas