Más allá de un pasado muy desfavorable, existe en la actualidad, y a diferencia de las décadas recientes, algún espacio para abrigar una esperanza de un cambio de tendencia
FERNANDO NAVAJAS *
La Argentina sufre un estancamiento de largo plazo de la productividad que se registra en las series domésticas e internacionales de productividad laboral y en mediciones más elaboradas de productividad total de factores.
Más allá de las oscilaciones de corto plazo provocadas por shocks transitorios globales, como en los casos de la crisis de 2008/09 y de la pandemia de 2020/22, el estancamiento tendencial de la productividad se relaciona de modo muy estrecho con el muy bajo crecimiento del PBI per cápita a lo largo de muchas décadas y, más recientemente desde 2011, con un marcado síndrome de estanflación estructural.
La Argentina no está sola en este desempeño desfavorable, tanto en las crisis recientes como en el estancamiento de la última década: varios otros países han sufridos síndromes similares que se reflejan en bases de datos y en estudios internacionales o de países.
Pero lo que resulta destacable en el caso argentino es la extensión temporal de este estancamiento, que va a más allá de crisis puntuales o del notorio freno de la última década. Hay una conocida frase de Paul Krugman (“La productividad no es todo, pero en el largo plazo es casi todo”) que es letal para una lectura del caso argentino.
Este es el “statu quo” de la productividad en la Argentina. Ahora bien, más allá de este pasado tan desfavorable, existe en la actualidad, y a diferencia de las décadas recientes, algún espacio para abrigar una esperanza de un cambio de tendencia. Esto se basa en la evidencia de que existen sectores que no estaban antes, como lo están ahora, listos para dar un salto muy importante, de escala mundial, a nivel sectorial.
A la cabeza de este cambio aparece la revolución de los hidrocarburos no convencionales y otros sectores vinculados a la minería. Esto constituye los “shocks” del título de este ensayo. Es decir, que sobre un statu quo muy desfavorable en materia de productividad agregada, ahora se dibujan shocks de magnitud sectorial muy importantes.
Esto ha llevado a generar altas expectativas sobre el impacto de corto y largo plazo de yacimientos como Vaca Muerta, en Neuquén, que han dado pie para varias evaluaciones, muy optimistas, sobre los efectos sobre el PBI agregado.
Esta combinación de statu quo alterado por shocks de magnitud y categoría mundial motivan un conjunto de preguntas a partir de la evidencia disponible, es decir aquella que se basa en estudios sólidos.
¿Podrán esas mejoras sectoriales, sin otros cambios, revertir la tendencia de la productividad agregada? ¿Pueden lograrlo con los mismos ingredientes de la macroeconomía argentina de los 2000s como son el cepo cambiario, los tipos de cambio múltiples y la débil consistencia macro-fiscal? ¿Se requiere en cambio que el salto sectorial de productividad se amplie a otros sectores y esté apoyado por reformas? ¿Pueden las reformas ayudar? ¿Cuáles reformas serían más importantes que otras?
RESULTADOS COMPARADOS
La Argentina refleja un desempeño comparativo en materia de productividad muy desfavorable en el largo plazo, con una tasa del orden del 0,5% anual, lo que permite acumular apenas 40% de mejora en el indicador en más de siete décadas, muy por debajo de los estándares promedio del mundo y la región.
Es cierto que existieron períodos en donde la tasa de crecimiento de la productividad fue más intensa, como en 1964-74, los años 90 y la primera década de los 2000. Pero estos episodios no se sostuvieron y se intercalaron con otros de franco deterioro.
Una característica de estos subperíodos fue un mayor índice de difusión sectorial del crecimiento de la productividad, es decir el porcentaje de sectores con aumentos. Esto es importante: los fenómenos en el índice agregado no ocurren a partir del salto de un solo sector sino que resultan de una difusión en o hacia otros sectores.
Usando una base de datos entre 1950 y 2022 resulta que a nivel sectorial aparecen 5 sectores (agro; industria manufacturera; minería; transporte, almacenamiento y comunicaciones y electricidad gas y agua) con tasas positivas para todo el período de crecimiento de la productividad y que vieron reducir su participación en el empleo y, por otro lado, sectores hacia donde se localizó el empleo y con tasas negativas de aumento de productividad.
Entre estos últimos se destacan la construcción y los sectores de servicios en donde sobresalen el comercio y los servicios gubernamentales y sociales. Esto ha dado lugar a una dualidad sectorial en donde dos tercios del empleo se localiza en estos últimos sectores con una brecha negativa de productividad respecto del promedio de la economía y el otro tercio en sectores dinámicos.
En este contexto se puede evaluar el ámbito y magnitud de un posible salto de la productividad localizado en el sector minero, explorando la relación entre su desempeño el de la economía en su conjunto. Esa buena performance se deterioró sensiblemente en los 2000, independientemente de la buena (mala) recorrida de la productividad agregada en la primera (segunda) década de este siglo.
El único subperíodo en donde la relación entre el crecimiento de la productividad de la minería y de la economía siguió una relación de 3 a 1, con el sector creciendo al 9% anual y el PBI al 3% anual fue la década 1964-74, que hacia el final era ostensiblemente inestable e insostenible.
Un 9% de crecimiento anual de la productividad de la minería está levemente por arriba del mejor desempeño a largo plazo contenido en la base de datos global de productividad, como la del Groningen Development Center. Es decir, no es implausible, si bien esta relación de 3 a 1 no se puede obtener de modo robusto a partir de los datos de esa base global.
En mi opinión, la evidencia hace que luzca difícil que un boom en minería por sí solo, y sin reformas macro-fiscales, pueda dar lugar a una suba sostenible de una productividad agregada tan estancada como la del statu quo argentino. Necesitamos un “combo” sectorial para poder hacer un “growth case” en el caso argentino con saltos además en agricultura, industria manufacturera, infraestructura y servicios.
Esto implica la necesidad de mayor difusión sectorial de los aumentos de productividad que sólo puede lograrse con mayor coordinación de decisiones económicas privadas que funcione bajo un esquema de políticas públicas ampliamente aceptadas.
Esto requiere que se implementen reformas estructurales que ayuden a lograr esta coordinación, en particular respecto al desfavorable statu quo de los 2000, en materia comercial, regulatoria, laboral y del gasto público. Trabajos recientes, que usan estas mismas bases de datos globales y miden los efectos de las reformas sobre la productividad abonan la idea de su importancia y dan una idea del status o jerarquía en cuanto a reformas que afectan el lado real como el financiero.
EL CEPO
Estos resultados de los efectos de las reformas son discutibles en algunas dimensiones, pero son no-ambiguos para el caso de la Argentina dado el cierre de la economía y el papel e importancia que, desde 2011, ha adquirido el cepo, entendido como un amplio conjunto de restricciones a las transacciones comerciales.
“Cepo-mata-productividad” es un resultado robusto que se apoya en la econometría de estos estudios y es relevante para explicar el fuerte deterioro del desempeño argentino en materia de productividad. La evidencia también sugiere que no se sale de este “equilibrio malo” sólo con shock de productividad sectorial, sino con reformas estructurales amparadas por una robusta consistencia macro-fiscal.
¿Qué lectura puede hacerse de esta evidencia de cara a la discusión sobre las mega reformas que han sido recientemente impulsadas por el poder ejecutivo en la Argentina? En primer lugar, que van en la dirección correcta. En segundo lugar, que no exhiben un claro orden jerárquico y secuencial sobre cómo avanzar sobre las mismas.
Las reformas son necesarias, pero no son todas iguales a los efectos de lograr aumentos de productividad en sectores clave, dado el diagnóstico de statu quo argentino.
La apertura de la economía y la eliminación del cepo, junto con la desregulación del mercado doméstico y la protección de ciertos sectores es fundamental para que se amplie el salto de productividad a varios sectores, mientras que la desregulación en general y laboral en particular es crítica para generar inversiones y empleo en los sectores de servicios y reducir la dualidad e informalidad.
Pero esto no significa que cuantas más reformas mejor, si existen límites para poder implementar reformas. Podrá serlo por razones ideológicas para abonar el argumento de generalizar la libertad, pero lo cierto es que existan beneficios netos decrecientes a medida que se eleva el número de reformas.
* Economista Jefe de la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas (FIEL). En esta nota difunde los contenidos centrales de un trabajo recientemente publicado en el Boletín informativo Techint