RICARDO N. ALONSO *
El viajero inglés Edmond Temple pasó por Salta camino a Potosí en 1826. Iba como miembro de una compañía minera inglesa y estaba acompañado por personajes importantes, incluso dos viejos oficiales de San Martín como James Paroissien y el barón de Czettritz. También el joven médico Juan H. Scrivener que se radicaría algunos años en Salta y mantendría amistad con Joseph Redhead.
Temple escribió en 1830, en Londres, las memorias de su viaje de 1825 a 1827, en dos tomos, bajo el título: “Travels in Various Parts of Peru”. Allí menciona el tema de los grandes huesos fósiles que se encontraban en Tarija y se interesa al principio intercambiando correspondencia epistolar. Luego viajó personalmente al lugar con interés paleontológico. Ello quedó registrado en sus memorias de viaje para abril y junio de 1827.
LA DUDA CIENTÍFICA
Es interesante recordar que estamos hablando de comienzos del siglo XIX. Para entonces ya era conocido el megaterio de Luján, descubierto por Fray Torres, y enviado a Madrid por pedido del rey de España. Éste, sorprendido por el hallazgo, pidió que le enviarán ¡uno vivo o al menos embalsamado! Un parangón del famoso furcio de Susana Giménez y el dinosaurio ¿¡vivo!?
El megaterio, que se conserva en el Museo de Madrid y que Temple visitó personalmente, dio mucho que hablar, no solo por el montaje equivocado -como un cuadrúpedo- sino por la intervención del gran anatomista George Cuvier que le dio nombre como “la gran bestia del Paraguay” o Megatherium americanum. Ello obligó a Thomas Jefferson, filósofo y paleontólogo, luego presidente de los Estados Unidos a retractarse de su clasificación del Megalonix, ya que pensó que las garras pertenecían a un carnívoro.
Vale comentar que, si bien esos perezosos gigantes son originarios de América del Sur, al unirse las dos américas pasaron hacia el norte en el Gran Intercambio Biótico Americano (GABI).
En ese intercambio, desde América del Norte nos llegaron los carnívoros como el tigre dientes de sable y otros felinos, los ciervos, camélidos, osos, cerdos, caballos, etcétera y nosotros les exportamos gliptodontes, megaterios, quirquinchos y otros mamíferos de nuestra exótica fauna sudamericana, rica en notoungulados y xenartros.
Recordemos que ya en tiempos de los conquistadores españoles y más tarde en las descripciones de los jesuitas hay referencias a esos “Gigantes” a los cuales se relacionaba con hombres que habían perecido durante el Diluvio Universal. Lo cual encajaba en el paradigma de la “Geología Mosaica” de pecadores y castigos divinos. Al igual que Sodoma, Gomorra y otros eventos naturales que luego serían explicados desde la razón.
Sin ir más lejos el propio Garcilaso, en la historia antigua del Perú, se refería a la existencia de una raza de gigantes, todos varones, que habiendo excitado la ira del cielo fueron destruidos por truenos, rayos y relámpagos. Lo cierto es que esos “gigantes humanos antediluvianos” terminaron siendo restos de mamíferos especialmente de las megafaunas del periodo Cuaternario, tales como megaterios, mastodontes y otros por el estilo.
LA DIFÍCIL CLASIFICACIÓN
Antes de conocer Tarija, Temple mantuvo correspondencia epistolar con el entonces coronel Francis Burdett O'Connor (1791-1871), un irlandés que se unió a los ejércitos de Sucre y Bolívar y participó en las acciones que llevaron a desmembrar Tarija de Salta. Antes de conocer Tarija, Temple estaba convencido, como la mayoría de la gente en aquellos tiempos, de que los restos óseos que se encontraban fosilizados pertenecían a humanos gigantes. Dice: “…sólo señalaré que [Tarija] es particularmente célebre por los huesos e incluso esqueletos enteros de tamaño prodigioso, que se han encontrado de vez en cuando en barrancos, y en los lados de bancos y precipicios. En toda América, hasta el día de hoy, se los conoce y se habla de ellos como "huesos de los gigantes antiguos de Tarija".
Luego señala que: “He oído con frecuencia las discusiones más graves sobre ellos, y los que son un poco incrédulos en cuanto a la existencia de una antigua raza de gigantes tratan de explicar el crecimiento o aumento de los huesos, en razón de las propiedades del suelo; pero en ninguna ocasión oí mencionar que pertenecieran a alguna bestia, ni dudé en absoluto de que fueran huesos humanos”. O sea, descarta que se trate de grandes animales o que los huesos hayan aumentado de tamaño por la petrificación. Es más, para justificar sus palabras, trae a colación que el propio Dr. Joseph Redhead, al que define como “erudito y científico”, menciona omóplatos, dientes y huesos de la rodilla, como si se tratara de humanos. Tal vez ésta sea una temprana apreciación de Redhead sobre el tema.
O’Connor le escribe a Temple para comentarle que cabalgó 60 km desde Tarija para visitar el hallazgo de un esqueleto que medía 4 m desde el omóplato hasta el pie, pero que se convertía en polvo al extraerlo. Le informa que se había encontrado otro perfectamente petrificado y que el Cabildo quería venderlo a un museo extranjero en 10 mil dólares. También le comenta que un fraile franciscano le regaló un trozo de mandíbula con una muela de 1 kg de peso y 6 cm de diámetro y que se lo guardaría para dárselo cuando lo visite.
En junio de 1827 Temple viaja a Tarija al enterarse del hallazgo de un nuevo esqueleto. Junto a O’Connor y munidos de palas, picos y peones, recorren 25 km a caballo para desenterrar los huesos. Se dan con un enorme cráneo, pero imposible de moverlo entre cuatro hombres y menos cargarlo en mulas. Se da cuenta que es un mastodonte y rescata un trozo de mandíbula con tres dientes. Y también el colmillo de 1,37 m de largo. Ya no tiene dudas de que estos gigantes no son humanos sino “elefantes del mundo antediluviano”. Lo curioso es que insiste en sostener que son animales carnívoros, cuando en realidad son herbívoros. Comenta que les escribe a algunos amigos expresándoles que los gigantes no eran lo que ellos pensaban y estos se niegan a aceptar cualquier evidencia en sentido contrario. Luego divaga sobre una vieja conexión entre las costas de la India y Sudamérica y sostiene que los elefantes y los nativos de ambos lugares se parecen. Y dice: “…cuando a ellos se añaden los indios chiriguanos, cuyos rasgos se asemejan tanto a los chinos o japoneses, existentes en la vecindad de esos elefantes, la proposición puede ponerse en una forma tan cuestionable como para provocar discusión”. Luego reflexiona diciendo: “También es un tema de interés preguntar cómo estos monstruosos animales llegaron al valle de Tarija, rodeado como está por una muralla montañosa, accesible, como se me ha informado creíblemente, sólo en cuatro lugares, y aquellos con gran dificultad, incluso para mulas y caballos. Yo mismo he recorrido tres de esos lugares, los más frecuentados y convenientes de toda la barrera rocosa, y ciertamente no creo posible que ningún elefante haya podido pasar por allí”. Necesita buscar una explicación y la encuentra en el Diluvio Universal. Reflexiona y dice: “…afirmaré que mi conjetura es que los animales cuyos esqueletos se encuentran en el valle montañoso de Tarija, deben haber sido depositados allí por el hundimiento de las aguas del diluvio, en la superficie de la cual habían estado flotando”. Dice haber llegado a esta conclusión por su propio razonamiento pero que luego se encontró con que una alta autoridad científica como lo era Buckland había dicho lo mismo para restos de mamíferos que se encontraban a 4.500 m de altura en Asia Central.
William Buckland (1784-1856), fue un famoso clérigo y geólogo inglés que ocupó altos cargos académicos en las principales instituciones científicas. Se lo conoce por la descripción del Megalosaurus y por sus libros, entre ellos “Reliquiae Diluvianae”, donde trata de demostrar la correlación entre los hallazgos paleontológicos y el texto bíblico.
Personaje controversial, descubrió en la cueva de Paviland un esqueleto humano mezclado con restos de mamíferos de especies extintas, pero descartó que fuera antiguo y supuso que era el de una prostituta local. ¡Las dataciones modernas indican que tiene 33.000 años! Buckland cita a Humboldt y sus hallazgos en América del Sur para concluir que: “…todas las altas colinas y las montañas bajo todos los cielos estaban cubiertas en el momento en que el último gran cambio físico, por una inundación de agua, tuvo lugar sobre la superficie de toda la tierra”.
Hoy sabemos que el Diluvio Universal, ni fue diluvio, ni fue universal. Y que los populares “Gigantes de Tarija” son animales de la megafauna del Pleistoceno, de la afamada “Edad del Hielo”. Muchos de esos esqueletos se conservan en el magnífico “Museo Nacional Paleontológico Arqueológico” de Tarija, del cual fuera director por más de dos décadas el geólogo y amigo Freddy Paredes Ríos, fallecido por Covid-19 en 2020.
* Doctor en Ciencias Geológicas