ROBERTO CACHANOSKY
El populismo insiste con que hay que incentivar el consumo interno para movilizar la economía y, al mismo tiempo, apoyar ese estímulo con el cierre de la economía a los productos extranjeros.
Décadas hablando de la “industria infante” y de la necesidad de protegerla, utilizando palabras bélicas como si el intercambio comercial fuese una guerra en vez de una competencia. El argumento que siempre se esgrimió para sostener esa postura es que no se podía depender siempre del modelo agroexportador y era necesario promover la producción de manufacturas de otros orígenes.
A pesar de las décadas que se viene aplicando la sustitución de importaciones en la Argentina, el 64% del total de las exportaciones son de origen primario y manufacturas de origen agropecuario. Eso no está mal, pero si se observa el volumen de las exportaciones en el momento del auge de los precios de las materias primas, es decir, cuando el “viento de cola” internacional estuvo a pleno, el índice de cantidades se estancó desde 2005, no se produjo un cambio en la matriz competitiva con el resto del mundo.
Los indicadores de la economía argentina en una serie histórica de 74 años dan cuenta del efecto del aislamiento del comercio mundial luego de la segunda guerra mundial, justo cuando el mundo empezaba a abrirse nuevamente: el país entró en una larga decadencia, mientras que el resto comenzó a crecer.
Según datos de la Organización Mundial del Comercio, entre 1948 y 2022, las exportaciones mundiales aumentaron 426 veces en dólares corrientes, en tanto que las de Argentina crecieron apenas 54 veces.
Semejante brecha en el desempeño de las ventas al resto del mundo provocó que la participación de la Argentina en el total de las exportaciones descendiera de 2,8% en 1948 a solo 0,4% el último año.
Brecha con otros países
Si la comparación de la variación de las exportaciones se hace con Australia, se advierte que mientras en 1948 las de Argentina sumaban USD 1.948 millones, y las del país oceánico estaban por debajo: USD 1.649 millones; 22 años después se observa una claro cambio de posiciones.
Un ejercicio similar con Chile e Irlanda, dos países que también se incorporaron al mundo para comerciar, puede verse que el primero pasó de registrar en dicho período operaciones por USD 327 millones a USD 97.492 millones; y el segundo de USD 148 millones por mercaderías, no incluye servicios a USD 214.000 millones, y la Argentina avanzó en menor medida, de USD 1.629 millones a USD 88.445 millones.
Aclaro que de las tres comparaciones, Irlanda y Chile no tienen Vaca Muerta ni la Pampa Húmeda, pero exportan más que Argentina. El punto central es que esos países hicieron las reformas estructurales necesarias para que las empresas pudieran ser competitivas a nivel internacional e incrementaran sus exportaciones.
En el caso argentino, no solo no se hicieron esas reformas y se mantuvo el modelo de sustitución de importaciones, sino que, peor aún, se castigaron las exportaciones con impuestos como las retenciones que se suman al resto de las imposiciones nacionales, provinciales y municipales.
Falacia
La realidad es que los países mejoran el nivel de vida de su población atrayendo inversiones productivas que creen puestos de trabajo netos y mejoren la productividad de la economía, de tal manera que aumenta la ocupación y suba el salario real.
Es totalmente falso que estimulando el consumo interno la economía va a crecer. No es ese el primer paso para salir del largo período de decadencia. Con casi 40% de la población en estado de pobreza e indigentes, no hacen falta grandes inversiones para abastecer un mercado interno cada vez más chico y con muy bajo poder adquisitivo.
La única manera de generar grandes volúmenes de inversiones es, además de hacer las reformas estructurales, incorporar la economía al mundo para que exporte. Obviamente, también es necesario modificar la legislación laboral, reducir la carga impositiva y contar con reglas de juego estables.
¿Por qué un productor local se va a esforzar en producir bienes y servicios de calidad y ofrecer precios al consumidor en condiciones de libre competencia, si el Estado le asegura un mercado cautivo al cual le puede vender a valores más altos y calidades más bajas que en una economía abierta?
Lejos de proteger a lo que llaman la industria infante y la competencia “desleal”, el modelo de sustitución de importaciones generó empresarios protegidos ricos y una población pobre. La transferencia de ingresos de los sectores consumidores a los empresarios protegidos desincentivó las inversiones, la competitividad y sometió a la población a crecientes grados de pobreza. Por eso el camino de salida es exactamente el inverso al recorrido con la economía cerrada.
Por cierto, ni siquiera el Mercosur sirvió como un primer paso de proteccionismo ampliado para luego saltar al mundo, y mejorar la calidad de vida de sus habitantes. De ahí que también habría que revisar las reglas y criterios del bloque comercial.
Además, no es cierto que los empresarios sean víctimas de las reglas de juego imperantes. Muchas veces ellos prefirieron este juego de redistribución compulsiva del ingreso apostando a que el proteccionismo, los créditos subsidiados y demás restricciones a la competencia externa los iba a hacer ricos. El populismo también fue parte del negocio del mundo empresarial.