JUAN EDUARDO BARRERA *
Desde hace tiempo y a través de algunas publicaciones he venido planteando la necesidad de reconciliar la visión ecologista con el desarrollo de nuestros recursos naturales, particularmente la minería. Una imprescindible e impostergable reconciliación que a mi juicio tendría que pasar por intensificar el dialogo y la comunicación entre las partes para escuchar sus respectivos argumentos con la mayor objetividad posible y sin ningún tipo de descalificación previa. Y poder superar así la mutua desconfianza existente y tratar de desarrollar una visión común. Una visión de lo verde como oportunidad y un desarrollo minero sustentable como posibilidad.
Comienzo por lo verde porque me parece que es el principio y el fin de todo. El fin, porque es la preservación de la vida en el planeta, hoy existencialmente amenazada por el cambio climático. Y es el principio, porque es lo que ha generado las actuales transiciones ecológica, energética y digital. En particular, la transición energética, y con ella la demanda de recursos minerales metalíferos.
Para ponerlo de una manera más práctica y concreta. No estaríamos hoy frente a este boom del litio, cobre, plata, cobalto, manganeso, tierras raras, etc., (amén del oro que siempre estuvo, está y estará) que tanto entusiasma a los mineros, si no fuese por la tremenda necesidad de desarrollar las energías renovables, y electrificarlo todo.
En otras palabras, la minería tiene que reconocer que es precisamente la ecología, la preocupación por el medioambiente, lo que genera la nueva gran demanda de metales tanto primaria, como secundaria (minería urbana). Mientras que los ambientalistas, tienen que entender que no hay posibilidad alguna de avanzar en la transición energética sin una mayor intensidad metalífera. Y que, sin esta transición, no habrá futuro para nadie.
A partir de esta realidad factual, debiera ser posible encontrar un equilibrio entre los deseos de progreso de nuestra sociedad, la protección del medio ambiente y la mayor necesidad de recursos naturales.
El reconocer esta realidad no va a eliminar por si sola el conflicto/la tensión natural entre minería y medioambiente, pero sentará las bases para un dialogo más equilibrado y productivo que permita gestionarlo de la manera más inteligente posible. De hecho, desde el comienzo de la revolución industrial, el deterioro ecológico es la contracara del desarrollo económico, mantra al que se montan economistas y políticos por igual para enmascarar las desigualdades sociales crecientes. Esto es así porque las sociedades industriales, a diferencia de las que las precedieron, son sociedades de stocks, consumen activos que necesitan ser transformados de forma más o menos irreversible (según la Segunda Ley de la Termodinámica, la reversión total no es posible y el deterioro ecológico inevitable).
Una medida practica podría consistir en una división del país en tres tipos de zonas con independencia de los limites provinciales, que comprenda regiones o comarcas. Una Zona A, donde se pueda desarrollar la minería sin mayores dificultadas porque el riesgo ambiental es mínimo y/o no compita con un uso alternativo del territorio. Una Zona B donde la minería este inicialmente vedada porque los riesgos son máximos o existen usos alternativos más sustentables. Y una Zona C, intermedia, donde se concentraría el análisis técnico y la discusión, política, para que luego, producto de la experiencia y el aprendizaje, se pueda ir re-zonificando a Zonas A o B.
Esta manera razonada y basada en evidencia debiera conducir a una menor conflictividad en un sector que está llamado a ser uno de los principales motores de desarrollo en la Argentina que viene, con un potencial exportador igual o mayor que el de Vaca Muerta.
La minería, además de reconocer que en la ecología está el origen de su demanda, tiene que asumir también que la actitud beligerante frente a los ecologistas, la ocultación del riesgo ambiental, los muchos casos de corrupción, la ocultación de accidentes y la falta de transparencia en general, han generado una considerable desconfianza en la sociedad que solo podrá superarse con más transparencia, seriedad, idoneidad y ejemplaridad.
Por su parte, la ecología aparte de reconocer que sin metales no hay transición, no debe pretender poner a la naturaleza por encima de la política de desarrollo del país que va a requerir muchísimo de la minería por su capacidad para generar divisas genuinas, sino que deberá limitarse a velar para que se respeten sus límites y se asegure que cualquier desarrollo posible se plantee desde el inicio como un desarrollo sustentable.
La política, por su parte, es el contenedor natural para todas estas discusiones y el instrumento mediador con la sociedad. Las políticas de la naturaleza en general, y en particular de sectores estratégicos como la minería, tienen que gestionar con prudencia y transparencia el riesgo medioambiental, con definiciones claras de los conceptos de sustentabilidad y con la obligación de mediar entre un medio ambientalismo trascendental y un desarrollismo a ultranza, en un contexto de escasa certidumbre y gran dinamismo. Y, llegado el caso, optar por el mal menor.
Quitados esos filtros, y con ello las posiciones extremas o irreductibles y las inaceptables descalificaciones relativas, es necesario también tener una mirada más transversal. Es decir, abandonar los silos del enfoque puramente sectorial (Medio Ambiente, Energía y Minería, etc) para tener una visión más integral y sistémica. Este enfoque transversal no solo ayudaría a limitar los posibles conflictos o tensiones entre los sectores sino fundamentalmente a buscar sinergias y fertilizaciones cruzadas para que todos los sectores se beneficien del aprendizaje conjunto y las buenas prácticas.
De nuevo, para ser muy prácticos, creo que la minería tiene mucho que aprender del sector energético en general y de la experiencia de YPF en particular, ya que los minerales críticos para la transición energética están llamados a jugar un papel estratégico similar al jugado por el petróleo en la sociedad industrial. Y ambos sectores deben a aprender a respetar los límites ambientales porque nos va la vida en ello. Así como también a captar la dinámica de estos cambios, propios de un proceso de transición que va a ser largo y complicado.
Porque no solo van a pasar muchas cosas, sino que es necesario que pasen.
* Ex secretario de Minería de la Nación