JULIO VILLALONGA *
El principio de acuerdo entre el gobierno nacional y el Fondo Monetario Internacional (FMI) dejó blanco sobre negro algunas cuestiones que no estaban claramente definidas. Antes de que lo anunciara, el viernes pasado, el presidente Alberto Fernández, la vice -desde Honduras- se desmarcó del inminente arreglo: palabra más, palabra menos, avisó que no sería la "madre" del ajuste. Hasta hoy se espera su posición oficial, la que no llegará porque en su lugar apareció su hijo, Máximo Kirchner, para dar el portazo en el bloque del Frente de Todos, que presidía desde el triunfo tripartito de 2019.
Alberto F. dice que CFK no estuvo de acuerdo con el paso al costado de su heredero personal y político. Es cierto, sí estuvo de acuerdo en estar en desacuerdo con el acuerdo, valga el juego de palabras, pero según un lema muy arraigado en su generación política, consideró un error abandonar ese espacio de poder.
Máximo K. busca quedarse con el kirchnerismo "de paladar negro", un sector minoritario pero que de cara al 2023 puede ser clave para diseñar el próximo mandato, sea de quien sea. La dos veces expresidenta se garantizaría fueros en el Senado como cabeza de esa lista para seguir teniendo un papel de "controller" del kirchnerismo, aunque a todas luces con un poder menguante, siempre con capacidad de daño, como muestra en estos días. (Tampoco esa ruta luce mucho mejor para la oposición, pero ese será tema de otra columna).
En el primer balance de las consecuencias políticas del entendimiento con el organismo financiero internacional, hubo dos claros ganadores: el Presidente y su ministro de Economía, Martín Guzmán, que ya sostenía en junio del año pasado que había que acordar lo mismo que se terminará firmando, con matices. La espera, el deterioro de las reservas y de la economía desde entonces hasta hoy, se hubiera ahorrado. El principal obstáculo siempre fueron los Kirchner.
Que aparezcan como triunfantes no significa que el ocupante de la Casa de Gobierno tenga por delante un camino asfaltado hacia su reelección ni mucho menos; en el escenario en el que se encontraba hace horas, no haber caído en "default" ya es un triunfo si no para brindar con champagne, al menos para respirar con alivio.
Entre los perdedores aparecen Juan Manzur y Sergio Massa, que conspiraban para ser el recambio. Hace una semana, algunas especulaciones sobre el futuro (o el no futuro) político del jefe de Gabinete le abrían la puerta a otra certeza: hay que pegarle al chancho para que aparezca el dueño, como dicen en el campo. Bien, detrás de esta operación contra el gobernador tucumano (de licencia) no estaba otro que el golpeado presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, según aseguró el exministro de Salud a unos dirigentes de su provincia que lo visitaron en la Casa Rosada.
Para alejar fantasmas, Manzur envió el mensaje público de que nunca estuvo mejor en su relación con el primer mandatario y que no tiene pensado irse en breve, como se publicó en algunos medios nacionales. “Si se va o lo echan, sería otro golpe para el Presidente”, avisaron sus operadores, con un estilo similar al de su jefe, de maneras poco habituales en la cima del poder.
Para resolver la crisis desatada por aquella carta de la vicepresidenta Cristina Kirchner por la derrota electoral del 12 de noviembre, el primer mandatario se “arropó” con un grupo de gobernadores peronistas, el apoyo de la CGT y algunos de los barones del Conurbano. Necesitaba masa crítica en un momento crítico y, atado con alambres, diseñó un esquema que, pasado apenas un bimestre, ya lucía deshilachado.
En el medio se trabó la negociación con el Fondo.
Manzur llegó a la jefatura de Gabinete con ínfulas de reactivador de un gobierno que estaba en shock. Pero de inmediato comenzó a trabajar casi desembozadamente por su precandidatura presidencial para dentro de dos años. “Dos años son una eternidad en la Argentina de hoy; Juan no entendió que se requería otra actitud, más generosa con Alberto, que lo fue a buscar”, le dijo a este sitio un hombre de contacto diario con el jefe de Estado.
Desde el “manzurismo”, si eso existe, piensan exactamente lo contrario, que Alberto F. lo llamó en medio del incendio y de inmediato “le cerró la manguera”.
Lo cierto es que, apenas se instaló en Buenos Aires, Manzur mandó a armar un equipo de manejo de redes sociales pero por afuera del existente, bueno o malo, en la propia Casa Rosada.
Su intempestivo viaje a Nueva York, a una ronda de contactos de Guzmán con inversores institucionales, y alguna otra iniciativa destinada a mostrarse como un valedor del Norte grande en Buenos Aires, como el impulso de la mega obra del dique de Potrero del Clavillo y la ruta Tucumán-Catamarca, rápidamente convencieron a los “albertistas” de que Manzur tenía una agenda propia y que su llegada no sería para revivir al Ejecutivo sino para ponerle una lápida a un segundo mandato del exjefe de Gabinete de Néstor y Cristina Kirchner. Más allá de otros mensajes en el mismo sentido, el propio Alberto salió a decir que en 2023 el Frente de Todos debía ir a una PASO nacional y que él no se bajaba de una posible reelección. Claro que sin 2022, y sin acuerdo con el Fondo, hablar del año próximo –sea el Presidente, sea Manzur o sea quien sea- parecía un poco aventurado.
En este contexto se entiende el operativo de Massa. Corrido del centro de la escena por imperio de las circunstancias relatadas, el tigrense vio cómo se le escurría como arena entre los dedos el protagonismo que consiguió en 2019, el que lo llevó a participar como tercera pata del acuerdo diseñado por Cristina y que incluyó la jugada de Alberto Presidente. A él le quedó el “cementerio de los elefantes” de la Cámara baja y una serie de cajas importantes -algo que nunca desecha- como los ministerios de Transporte y de Obras Públicas, además de Aysa, conducida por su mujer, Malena Galmarini. También, el manejo del Ente Nacional de Comunicaciones (Enacom) por cuenta y orden del Grupo Clarín. Y otras menos públicas.
Con la ralentización de la renegociación con el organismo que lidera –golpeada- Kristalina Georgieva, Massa buscó mostrar que disponía de contactos propios en Washington, pero en rigor no sumaron mucho (como tampoco lo hicieron los de Manzur, que vendió sus relaciones con el Congreso Judío Mundial). Cuando se produjo la debacle del oficialismo en Diputados por el rechazo del Presupuesto 2022, Sergio se quejó amargamente ante sus interlocutores en el Ejecutivo de que Guzmán le estaba “caminando” la Cámara, en alusión a los contactos directos del jefe del Palacio de Hacienda con legisladores claves, lo que tampoco impidió la derrota.
Así las cosas, Massa –un adicto a sus propias apariciones en los medios- desespera por volver al primer plano y cualquier escenario de crisis, cree, lo instalaría en primera fila para “volver”. La jefatura de Gabinete sería el único lugar aceptable para recuperar el protagonismo perdido. El arreglo con el FMI vuelve a quitarle esa "bala de plata".
* Director de Gaceta Mercantil