ARMANDO TORRES*
Roberto Lavagna sacudió el avispero político con un concepto racional, orientado a satisfacer la necesidad de generar empleo en blanco y decente. En especial, sacudió el avispero de quienes se han aferrado a un statu quo que determina beneficios para algunos e ignora al resto.
Esos "algunos" son los trabajadores en actividad en blanco, que reciben los beneficios sociales que el sistema vigente les ha conferido y que, por aquello de los derechos adquiridos, nadie debe intentar quitárselos. Integran ese subconjunto el 50% de las personas en condiciones de trabajar.
El otro 50%, esto es, "el resto", no recibe los beneficios del régimen. Son los trabajadores en negro, los desocupados y, algo menos, los conchabados mediante el sistema de "monotributo". Son, en definitiva, los excluidos.
No será enojándose, pataleando e invocando tótems en su propia defensa, el medio por el que el statu quo le brindará la posibilidad de tener trabajo digno a quienes pertenecen al subconjunto del "resto". Está visto que no es la forma de doblegar la resistencia sistémica.
El planteo de Lavagna, despojado de ideologismo, apunta a reconocer que el actual régimen laboral, a solas, y la presión tributaria a la producción, constituyen un vallado que obstaculiza el propósito de provocar un shock de inversiones privadas y crear un volumen de nuevos empleos que brinde la tranquilidad social que todo país necesita.
Sin los alcances de la fórmula que Deng Xiaoping propuso para la unificación de China, "un país, dos sistemas", Lavagna lanzó la idea de mantener vigente el actual régimen para quienes están incorporados y diseñar en paralelo uno nuevo, hacia adelante, que permita la inclusión de los hoy excluidos. Esto es, una convivencia de dos sistemas.
Nadie desconoce el papel que ha tenido la Argentina en materia social a través de leyes laborales disruptivas, que quebraron tiempos en que empleadores confundían a sus empleados con esclavos. Pero también se reconocería a la Argentina si diera pasos comprensivos de que algo ha pasado en el mundo en los últimos treinta años que modificó todo tipo de relaciones, incluidas las laborales. En este campo, baste ver que hoy hay especialistas en mecatrónica, nanomédicos, ciberabogados, operadores de drones y otras especialidades inexistentes a fines del siglo anterior.
Está claro -fue evidente en estos días- que existe una sólida organización para defender el régimen único, plausible en otro tiempo pero hoy insuficiente para cobijar a la totalidad de los trabajadores. Esa defensa incluye la de la propia burocracia. También es evidente que del otro lado hay fuerzas dispuestas a pujar, aunque silenciosamente, por una magna flexibilización, cuyo resultado sería una magna desocupación.
Por fin, en beneficio de la inclusión, es necesario actuar para remover los escollos que aún sostienen sectores con ideas anquilosadas.
Periodista. Comunicador institucional