DANIEL BOSQUE*
Hastiados de confinamientos, los ciudadanos de la región se han lanzado a la calle a salvar sus trabajos y a buscar abrazos, pero las curvas virales están aún lejos de sosegarse. Esta crónica no habla de la angustia que asola a cinco continentes, ni del vidrioso origen de la pandemia china, sino de aquello de lo que pocos suelen mencionar: del sospechoso y confuso abordaje sanitario del Covid-19, un embuste que llamativamente ha sido aceptado por la mayor parte de la humanidad.
Tras seis meses de epidemia mundial y cuatro de confinamientos, miles de millones de personas han sido deliberadamente inducidos a la pasividad en el caso de sentir o presentir el contagio viral.
- Buenas noches, estoy precupado, no sé si tengo el virus o si es sólo una gripe, le digo al operador de la salud pública de Buenos Aires, quien me pregunta mi edad, síntomas, antecedentes clínicos y asitencia familiar. La amable voz me aconseja calma, que me aisle e hidrate, no comparta enseres de ningún tipo, me tome la fiebre con frecuencia equis, que por favor no me automedique y que sólo tome acetaminofén (paracetamol). Algo parecido me dice el call center de mi seguro privado de salud.
En decenas de países e invocando a la hoy sospechada OMS, sistemas sanitarios, infectólogos y epidemiólogos mediáticos vienen sosteniendo este compacto mensaje universal. Y si el cuadro se agrava, habrá médicos, ambulancias, hisopados, respiradores y así sucesivamente, Dios quiera que no.
"¿Existe alguna vacuna, medicamento o tratamiento contra la COVID‑19? Aunque algunas soluciones de la medicina occidental o tradicional o remedios caseros pueden reconfortar y aliviar síntomas leves, ningún medicamento ha demostrado que puede prevenir o curar esta enfermedad. La OMS recomienda no auto medicarse con ningún fármaco, incluidos los antibióticos. Hay varios ensayos clínicos en marcha, de medicamentos occidentales o tradicionales. La OMS está coordinando el desarrollo de vacunas y medicamentos para prevenir y tratar COVID-19 y seguirá proporcionando información actualizada sobre las investigaciones.”
El texto pertenece al municipio de Bahía Blanca, en Argentina, pero párrafos similares se encuentran en cientos de miles de webs, folletos y murales gubernamentales y privados de América Latina, donde contagiados, hospitalizados y fallecidos se suman por miles, con mayores o menores ratios de letalidad.
Además de bucear en internet, le he preguntado a mis fuentes periodísticas o ciudadanas, a ver si es así o me parece. Mónica, desde Lima; Julio, desde Santiago; Terezhina, desde Rio; Andrea, desde Bogotá; Isabel, desde Santa Cruz de la Sierra; Irving, desde San José de Costa Rica; Branko desde Belgrado; Roberto desde Cagliari; José Antonio desde Madrid… me confirman y postean idénticos consejos de salud para hacer frente a los primeros síntomas de Covid-19.
También he consultado a decenas de médicos de diversos países occidentales, con variadas respuestas. Algunos han puesto énfasis en la consabida necesidad de higiene y aislamiento. En mi encuesta he recibido mucha información, pública y en privado, acerca de progresos en la fase hospitalaria: camas, cuidados intensivos, respiradores, tomografías, plasma, dexametasona, remdesivir….
Ante mi pregunta de “¿Pero usted qué haría?”, algunos entrevistados han dejado de lado su discurso institucional. Decenas de profesionales y trabajadores de la salud, desde marzo a hoy, me han reconocido que ante la sospecha de verse enfermos de SARS-CoV2, no dudarían en medicarse con antigripales, mucolíticos, antitusivos y descongestivo como el butetamato, la pseudoefedrina ola clorfeniramina, entre otros. Con reflejos corporativos, la gran mayoría de mis entrevistados ha eludido respuestas certeras acerca del por qué este gran agujero negro en la divulgación a los ciudadanos.
- ¿Y cuál es el mejor anti inflamatorio?, completaba mi encuesta.
- El ibuprofeno, respondieron casi todos, aunque unos pocos han recomendado el menos conocido naproxeno.
En este diálogo periodístico con médicos, todos alópatas, y unos más brillantes que otros, también he asistido webinares endebles en que profesionales hablaban de “una pseudo gripe que debe ser atacada con un anti inflamatorio (?) como el acetaminofeno” (sic) y esperar reacciones o ponían todas las fichas a una vacuna salvadora por ahora inexistente.
La falacia angular de la directiva sanitaria parte de la farmacología básica: el acetaminofén o paracetamol prescripto como mono droga sólo es efectivo para aliviar dolor y fiebre, no es antiinflamatorio. Y carece de la eficacia del ibuprofeno, el naproxeno u otros esteroides para evitar o aliviar la inflamación, además del dolor y la fiebre. Un error flagrante, porque si hay un consenso con respecto al coronavirus es que la suerte se dirime en la resistencia inmunológica del paciente en las primeras 48 o 72 horas.
En los medios de habla hispana, a mediados de abril, una de las primeras voces en alertar sobre este llamativo engaño fue la médica salvadoreña María Eugenia Barrientos, quien ha advertido sobre el costo humano y los límites de atacar a la pandemia sin medicamentos antigripales, antivirales y antiinflamatorios en el primer estadio. Sintomáticamente, valga la palabra, el establishment médico de su país la ha atacado con dureza.
Lo mismo ocurrió en España donde en el cenit de la pandemia y confinamientos una llamativa caza de “bulos” (fake news) le ha caído a cualquier manifestación que no encaje en el discurso sanitario oficial. RTVE, en su web sobre Covid-19, decía: No, este tratamiento sintomático con antiinflamatorios, antigripales y antibióticos no elimina el COVID-19, bajo el sólo argumento de que “carece de fundamentos científicos”. Barrientos es una médica de 30 años de trayectoria hospitalaria y su solidez no permite asociarla a negacionismos ni visiones esotéricas, todo lo contrario.
Barrientos: Antiinflamatorios y antigripales desde el primer síntoma
¿Qué dice Barrientos? Que independientemente de que Covid-19 sea o no una gripe debe ser atacado como si lo fuera, porque la inflamación y congestión pueden derivar en una neumonía o un colapso cardiorespiratorio, por secreciones, obstrucciones o el tan comentado descontrol de las citoquinas.
La alopatía ofrece hoy una amplia familia de antigripales, de venta libre. Desde hace décadas nos han permitido zafar de mocos y aplacar contagios. Pero esta pandemia y panmedia aterrorizante ha domado en un relámpago a millones de confinados. Bombardeados por noticias de muertos y contagios hemos sido convencidos de que la “automedicación” sería un pasaje directo a la muerte.
Lo sucedido con el ibuprofeno es un ejemplo notable. Objeto de una extraña prensa negra desde que el ministro de Salud francés Olivier Verán vinculó en un tuit a fines de marzo su consumo con los casos de virus. Tal aseveración fue desmentida de inmediato por las sanidades de Europa y la ciencia mundial, pero la exculpación tuvo poca trascendencia. Después de eso, Francia sumó 30.000 muertos por Covid-19. El ibuprofeno tiene colateralidades en tratamientos prolongados y está contraindicado en hipertensiones severas, pero es super eficiente, dice Barrientos. Porque ataca la reproducción de cepas bacterianas o virales, la población de microorganismos de una sola especie y descendientes de una única célula, que usualmente es propagada por clonación.
China, Japón, Corea, Singapur, Asia en general, con experiencia en estas epidemias, han seguido una línea terapéutica para atacar al Covid-19. Han hecho lo mismo que en los anteriores virus Sars de este siglo, como las gripes A, aviar y porcina. Con una artillería de antigripales y anti inflamatorios en el primer estadio, que apuntan a bajar la congestión e inflamación y con ello la carga viral. La prensa occidental, sin embargo, prefiere insistir en que la caída de la curva de contagios se debe a que los orientales son disciplinados, no se sacan el barbijo y se lavan las manos.
En tanto, en Estados Unidos, Europa y América Latina se verifica aquello de que todo sistema para validarse precisa de expresiones antisistema. No sólo las del radical movimiento antivacunas sino también las novedosas rebeliones urgidas por la desesperación o e simple desencanto. Así crecen las adhesiones, demandas y hasta mercados paralelos de dióxido de cloro, ivermectina o hidroxicloroquina. Sugestivamente, la estrategia antigripal no encuentra lugar en la polémica, ni en los medios ni en las redes.
Me pregunto que hay detrás de estos silencios y omisiones en el tramo leve de la enfermedad, mientras veo en la televisión un nuevo inventario de pérdidas irreparables, colapsos hospitalarios, desastres sociales y económicos en países del Norte y del Sur.
Está claro que esta pandemia 4.0 ha dado lugar a un experimento social exitoso, que no sólo ha fortalecido monopolios de poder político. El pánico ha sepultado el libre albedrío, en una movida magistral que nos ha llevado a ignorar saberes e instintos que nos permitieron sobrevivir a enfermedades y prolongar la vida en los últimos 100 años. Quien lo hubiera dicho.
* Director de EnerNews y Mining Press.
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