RUBÉN ETCHEVERRY *
La cuarentena del Covid, generó enormes pérdidas para la mayoría de los rubros de la economía mundial. Sin embargo, el e-commerce y la logística florecieron y reportaron niveles de actividad y ganancias impensados en un lapso tan corto si no hubiera sido por este confinamiento mundial.
Es así que una situación de problemas para un sector puede resultar una gran ventaja para otros. O una escasez de un producto la oportunidad para un sustituto. La trillada conexión crisis-oportunidad.
A pesar de la demonización por la teoría del cambio climático, la escalada de los precios del LNG, crudo, carbón y demás combustibles generado en gran parte por la degradación mediática de los hidrocarburos y la sublimación de las energías renovables, se despertó una crisis energética de precios elevadísimos, cortes de suministros y mayores consumos de estos contaminantes.
Surgen por no ser capaces de responder, ni siquiera plantearlo seriamente cómo en nuestro país, ¿hasta cuál es el sobreprecio que estamos dispuestos a pagar por mitigar el cambio climático? Más aún: ¿estamos preparados para no tener energía o sufrir el frío o el calor en pos del supuesto bienestar de las generaciones venideras o del snob ambiental? ¿vale la pena sacrificarse en sobreprecios y escasez mientras vemos que otros países se enriquecen vendiéndonos equipamientos y tecnología renovable mientras incrementan su consumo de carbón?
La teoría había asumido hipótesis que en la práctica no se cumplieron. Sobre todo, en la pretendida y acelerada transición energética. Hubo desconocimiento o complacencia con los sobrecostos de la decarbonización y se ha soslayado la seguridad de abastecimiento.
No hemos sido capaces de transmitir a la sociedad el concepto de la diferencia entre energía firme e intermitente. Las bondades y costos asociados a cada una de ellas.
Exaltados discursos locales y en los foros internacionales meramente declamativos, verdes y muy naif, con desconocimiento del funcionamiento del sistema han prosperado.
Este cocktail encareció, por falta de oferta, los precios del gas y petróleo y permite que resurja hasta el mineral más contaminante. Esa suba de precios es una bendición para varios: gas de Rusia, hidrocarburos de medio oriente, carbón de Colombia y Polonia y el shale americano.
Ross Clark lo expresaba el mes pasado en The Daily Telegraph: “Nuestra política energética es perder-perder, exportando emisiones de carbono a China a expensas de la industria británica”.
Esta crisis los argentinos la sufrimos indirectamente. El papá Estado nos independiza de esas variables. No se da a través del encarecimiento de los servicios y sus tarifas retrasadas, sino a través de la inflación y el empobrecimiento generados por el incremento exponencial de los subsidios energéticos en el presupuesto nacional. Paliativos o placebos que hacen que no nos demos cuenta de lo grave de la situación y podamos accionar para morigerarlo.
Y mientras tanto, Vaca Muerta sigue expectante. Con un mediocre incremento de la producción debido a los mejores precios y a las mejoras de productividad frente a su potencialidad. Con la promesa que en 18 meses estará operativa la ampliación de capacidad de transporte desde cuenca neuquina luego de 2 años perdidos por la no gestión y un proyecto auto-trabado por el oficialismo de una panacea de ley de promoción de inversiones. Quizás un plan macro económico colabore más. Haciéndonos trampas al solitario los milagros no llegan solos.
Una situación que macro (más allá de la distribución interna o micro) podría haber beneficiado a Vaca Muerta y al país, termina agravando su situación energética: producción acotada, saldos de exportación negativos, LNG y combustibles de importación más caros, mayores subsidios, mayor requerimiento de dólares. El congelamiento del precio de los combustibles agrava el esquema.
La industria está perdiendo un ciclo de precios elevado. Una simplista comparación entre lo que un inversor de shale cobra en Estados Unidos (80 us$/bbl x 200 $/us$ = 16.000 $/barril) con lo que recibe en Vaca Muerta (57 us$/bbl x 105 $/us$ = 6.000 $/barril) resulta casi 3 veces más. Entonces paradójicamente en un contexto de precios altos se ralentizan las inversiones.
Esta crisis que podría haber sido un impulso termina en un alivio para las firmas internacionales qué por su instinto y nuestra historia festejan no haber arriesgado ni invertido en Vaca Muerta.
Ocurre también con el gas. El caótico escenario que se desató a nivel internacional ante su escasez se presenta como una nueva oportunidad para el país para recuperar la confianza de los países de la región que ven en Vaca Muerta como un salvavidas ante los exorbitantes precios de importación.
Logramos reanudar las exportaciones, aunque después de los cortes repentinos de 2006 la confianza quedó muy deteriorada. Nos resta reconstruirla.
Si bien la secretaría de Energía autorizó permisos de exportación de gas a Chile y Brasil, siguen atados a la discrecionalidad del gobierno y en lista de espera. Se lograron precios que duplican y triplican los precios del gas en el mercado interno y aún sigue siendo ventajoso para los clientes vecinos.
La nueva cepa del Covid, la mutación Ómicron, ya se presentó entre nosotros y produjo una brusca caída del precio internacional del crudo: de 85 a 70 us$/bbl en menos de 20 días. Un stand-by a los precios encumbrados.
De las crisis surgen experiencias y aprendizajes. Una reflexión que cabe aquí también para los países: “los inteligentes aprenden de sus propias experiencias; los sabios de las experiencias ajenas y los necios, ni siquiera de las propias”. Esperemos no sumarnos a estos últimos.
* Ingeniero y ex secretario de Energía de Neuquén