Hay obras de literatura que se han convertido en materia de culto de la alta filosofía. Una, en particular, se destaca por su destino originalmente infantil: Alicia en el país de las maravillas. Lo que llama la atención es que en el libro de Lewis Caroll se crea una realidad paralela, mágica y de espejos; y se la crea simplemente con palabras.
Muchos asuntos en Argentina parecen un capítulo de Alicia. Dimensiones inverosímiles y promesas que se esfuman, a fuerza tan solo del lenguaje. Creando realidad con palabras; “deconstruyendo” conceptos de un significado nítido, que terminan significando nada; o todo lo que se quiere que signifiquen, especialmente cuando la tarea reinterpretativa se hace desde el poder.
La solidaridad es uno de esos conceptos. En los últimos dos años ha servido de argumento y excusa para un sinnúmero de normas que tienen un sustrato común: repartir lo ajeno. Y lo que es peor, repartirlo sin mayor ánimo de sentar las bases para producir más. Repartir lo que hay, y después vemos. Foco en el último eslabón de la cadena, olvidando el primero y más elemental: el acto de creación, presupuesto necesario para poder repartir sin que se acabe.
Hace dos días se dictó un decreto en materia sindical que impone un salto ornamental al siglo pasado. Con el argumento de la solidaridad, sumado a la equidad (concepto romano, ultrajado) y la eficacia administrativa (concepto del liberalismo del siglo XX, utilizado ahora para asegurar prebendas sindicales), la norma dispone que un trabajador no podrá elegir libremente su obra social, sino que estará obligado a ser parte de la del gremio del ramo de su actividad.
Todos términos de neto corte corporativista, que traducidos al lenguaje de los mortales significarían que para cuidar su salud, uno estará obligado a aportar a la caja de un sindicato; y que para ser atendido por quien uno elija deberá esperar un año y pasar por un vía crucis burocrático desalentador hasta para los cambistas más osados. Se vuelve a usar un dispositivo tan conocido por los argentinos: un nuevo corralito, en este caso sindical, que reedita un viejo pacto para adelantar en la fila a unos pocos.
Mientras el mundo se replantea el fin del modelo del trabajo como lo conocemos, el gobierno dicta normas para asegurar el status quo de los sospechosos de siempre. Y como para que no olvidemos la espada de Damocles, juega con las palabras del artículo 14 bis de la Constitución Nacional, que manda a repartir a los trabajadores las ganancias (nunca las pérdidas, claro) de las empresas.
Nihil novum sub sole (no hay nada nuevo bajo el sol): ante la falta de respuestas, la impericia repetida y los errores, en la semana de la patria, se abraza la “patria” sindical. Por esto no pelearon los héroes de la patria. Repetir la historia sin conocerla es una cosa; repetirla, conociendo los errores, es simplemente otra categoría.
