El plan para entrar a la tecnología argentina
LAUREANO PÉREZ IZQUIERDO
Hasta el inicio de la pandemia que paralizó los relojes del planeta, el altísimo supremo Xi Jinping administraba sus tiempos con cadencia milenaria. Pese a la aceleración de los casos en su país, el jefe de Estado chino cultivaba la paciencia que suele enseñar la filosofía oriental. Sin embargo, eso cambió a partir de que el coronavirus hiciera estragos en materia sanitaria y económica y distrajera a las demás naciones de sus planes para este 2020.
En el instante en el que el secretario general del Partido Comunista de China (PCC) olfateó debilidad y penurias, prefirió mover sus piezas y acelerar su estrategia global. Su diplomacia, zigzagueante entre las mascarillas contra el COVID-19 y la política Wolf Warrior, comenzó a correr a velocidad viral. Como su expansionismo.
Uno de los mapas que más sedujo a Xi y que eligió para concretar ese sueño anticipado fue América Latina, un mercado de más de 600 millones de habitantes. Pero a Beijing no le interesa tanto la sumatoria de ciudadanos en América del Sur, Central, el Caribe y México, sino sus recursos naturales. Sus infinitos minerales sólidos, líquidos y gaseosos escondidos -que ya explota en Venezuela, Ecuador y Bolivia de manera explícita, triple X- y en los mares incontrolados, tanto del Atlántico como del Pacífico. “El coronavirus le dio a China la oportunidad de acelerar sus planes en la región”, decía en mayo el especialista Evan Ellis, investigador de Estudios Latinoamericanos del Colegio de Guerra del Ejército de los Estados Unidos.
La Argentina está en el radar de Xi Jinping. Los movimientos del Gobierno del presidente Alberto Fernández son seguidos con precisión de GPS por la omnipresente diplomacia china, a tal punto que las promesas de negocios parecen multiplicarse: desde Vaca Muerta o la base de observación militar en Neuquén, hasta hidrovías, cerealeras o el paraestatal 5G de Huawei.
Ese vínculo cada vez más estrecho, monolítico, comenzó a forjarse hace 16 años entre Néstor Kirchner y Hu Jintao, el predecesor del actual mandatario. La alianza aumentó de la mano de la compra de soja a precios milagrosos, de la llegada a tierra latinoamericana de productos de manufactura oriental -desde peluches hasta automóviles- y de futuros pactos más estratégicos... para uno de los firmantes. Finalmente, en 2014, la por entonces primera mandataria Cristina Fernández de Kirchner selló un nuevo acuerdo al que se llamó Asociación Estratégica Integral, y continúa más vigente que de costumbre. Relaciones carnales, 30 años después a 30 horas de vuelo.
También el ex presidente Mauricio Macri -en las antípodas retóricas del kirchnerismo gobernante- se entregó a la seducción de Beijing. En aquel entonces, el observatorio y los swap de rescate de las raquíticas arcas monetarias argentinas fueron bienvenidas por la administración pasada, que las ató al destino del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Cuando la actual gestión rogó por el aplazamiento de ese oxígeno ante la desesperación financiera actual, el régimen chino solo antepuso una condición: borren ese papel con el organismo internacional para poder seguir adelante. El prolijo ministro de Economía Martín Guzmán hizo la llamada a las oficinas de Washington para cumplir. La caja se engrosó -virtualmente- con 19 mil millones de dólares en 24 horas. Gracias, compañero Xi.
Las conversaciones son llevadas adelante por la Embajada de China en Buenos Aires. Es su principal enviado, Zou Xiaoli, quien protagoniza las cumbres y las recomendaciones. Tiene delegados para las áreas comerciales y de negocios, pero prefiere ser él quien levanta el teléfono para sugerir preferencias. Incluso es quien firma las cartas de queja a los medios por sus artículos. Costumbres del partido que se llevan en el corazón.
Hubo otras llamadas. Una de ellas ocurrió en las últimas semanas y presentó de ambos lados de la línea a personajes de mayor peso. Con 11 husos horarios de diferencia y dos intérpretes atentos, Alberto Fernández se comunicó con Xi Jinping para agradecerle, entre otras cosas, su ayuda en la pandemia. El régimen vendió mascarillas, tanques de oxígeno y trajes protectores para médicos. “El virus lo regalaron”, ironizó un diplomático extranjero. Ambos Ejecutivos continuaron el diálogo y surgió la posibilidad de un viaje del mandatario latino a Beijing (donde habría un encuentro bilateral) y a Shanghái, esta última metrópolis en el marco de la China International Import Expo, que se desarrollará entre el 5 y el 10 de noviembre. Es una de las ferias más importantes del mundo y la Argentina participa de ella.
Pero ese viaje no ocurrirá. Estaba condicionado a la marcha de la pandemia en el país: las víctimas fatales sumarán 30 mil en cuestión de minutos después de 222 días de cuarentena. Una tragedia. Además, el dólar coquetea con alcanzar 200 pesos y el cartero entrega epístolas de agrios apoyos. Tampoco sonaba simpático que lo hiciera horas después de las elecciones en los Estados Unidos. Una lástima: en Beijing se ilusionaban con la posibilidad de que que el presidente justicialista pudiera concurrir a la planta de Huawei en Shenzhen, otro de los polos económicos de China. Era una idea simpática para mostrar la majestuosidad de su fábrica y así convencerlo de la instalación de su 5G por encima de las ofertas escandinavas o surcoreanas.
Además, quizás tuviera la oportunidad de reunirse con su fundador, el ex miembro del Ejército Popular de Liberación, Ren Zhengfei. La visita parece postergada por el momento. Alberto Fernández retomaría su sueño de recorrer la Ciudad Prohibida y la célebre Plaza Tiananmen en febrero próximo, una vez que la pandemia reduzca su furia, vacuna mediante. Esa plaza es conocida por la brutal represión que se ejerciera sobre estudiantes en junio de 1989, hace más de 31 años. Fue una afrenta histórica a los derechos humanos. Pasadas tres décadas, las cosas en materia de garantías en el gigante no parecen haber cambiado, aunque ahora esas violaciones se hagan a escondidas, en campos de “reeducación”, como los que se expusieron en Xinjiang.
Si la corporación tecnológica pudiera hacer pie en la Argentina, sería un triunfo de Xi Jinping por sobre los países desarrollados de occidente que comenzaron a desconfiar y a darle la espalda a su propuesta. Suecia fue la última. No confía en el manejo que las autoridades del Partido Comunista Chino (PCC) pudieran hacer de los datos de sus ciudadanos, acostumbrados a la transparencia de un Gobierno plenamente democrático.
El politburó local tiene acceso, por ley, a los libros de cada una de las empresas de su país. Uno de sus miembros permanece en su directorio. Los vecinos argentinos tampoco están convencidos: Brasil ya puso en duda a Huawei; Uruguay, Paraguay, Ecuador y Colombia parecen más decididos por otras opciones; Chile votó un plebiscito por la reforma constitucional, pero no tiñó su bandera de rojo. Bolivia, de la mano del flamante presidente Luis Arce, es una incógnita: ¿continuará todos los caminos que inició Evo Morales o impondrá su sello?
La confianza de las principales potencias en China cayó a niveles históricos en los últimos meses, como nunca en el pasado. Una encuesta del Pew Research Center entre las economías más avanzadas del planeta reveló que la gran mayoría de sus habitantes tienen una imagen desfavorable del régimen comunista y cuestionan su manejo del coronavirus. En algunas latitudes de institucionalidad más porosa la percepción es otra.
Mientras tanto, Beijing continúa bajo acecho estratégico. Los puertos y el dragado de ríos son otras de las necesidades del régimen en el país. De controlarlos podría imponer sus criterios de comercialización al resto de las naciones que quieran negociar contratos de importación o exportación con la Argentina. Un simple click bastaría para apagar las boyas digitales que guían a los buques que surcan los ríos internos del país. Mucho más cuando en esas cuencas se negocia el precio de los principales granos que podrían llegar a su territorio.
Otro de sus proyectos es nuclear. Se trata -entre otros- de Atucha III, en Zárate. El programa despierta desconfianza entre varios especialistas. Pero sobre todo podría dejar sin energía a gran parte del territorio que dependa de ella. Otra vez, otro click pulsado desde la lejana capital china podría desactivar el reactor si algún contrato se hiciera renuente a cumplir. La letra chica no es muy atendida por los Gobiernos latinoamericanos, más preocupados por las urgencias presentes que por el futuro de sus habitantes.
El de Zárate no es el único proyecto energético del régimen chino en el país sudamericano. Vaca Muerta, la joya subexplotada de la corona local, también está en la mira. El Gobierno asiático -bajo el manto de las petroleras Sinopec y PowerChina- promete inversiones, explotación y financiación. Y hasta un tren para transportar lo extraído hasta el puerto de Bahía Blanca. Ese polo de riquezas naturales en la provincia patagónica de Neuquén está bajo el radar chino desde su redescubrimiento. Su participación -hasta hoy- no es como la que desearían, y buscan mucho más control sobre ella.
“Van por todo, en serio”, advierte un empresario europeo preocupado por el avance de sus competidores. El hombre de negocios nacido en Francia fue testigo de cómo un enviado diplomático del consulado chino hacía lobby para que se instalara una planta de contenedores propia en el puerto de San Pedro. “Llegó con sus guardaespaldas y toda su comitiva en auto hasta ahí... se supone que son los encargados de emitir las visas, no de cerrar negocios”. El hecho ocurrió en agosto de 2019 y no prosperó.
En esa misma provincia, en Bajada del Agrio, China logró instalar la primera base de observación astronómica fuera de su nación. Es la Estación de Espacio Lejano que responde Administración Espacial Nacional China, controlada por el Ejército. Es llamativo: solo se permite el ingreso de personal chino. Son 200 hectáreas que se cedieron generosamente al régimen hasta 2050. Una mínima Hong Kong donde también parecería regir el principio de “un país, dos sistemas”. Resulta abrumadoramente naif creer que esa base militar tenga semejante tecnología de avanzada y una antena de dimensiones imperiales de 40 metros para observar estrellas y constelaciones.
“Si China aprovecha la crisis de COVID-19 en el momento de desesperación de Argentina será tentador para el Gobierno actual aceptar la oferta. Tal vez sea difícil decir stop si las condiciones no transparentes de China comprometen demasiado la soberanía de Argentina. Y Argentina es solo uno de los muchos países que se enfrentarán a decisiones tan difíciles”, concluyó Ellis en su análisis.