En Alemania, la expansión de la energía eólica no avanza. Uruguay, sin embargo, es casi completamente independiente del combustible fósil y podría ser un ejemplo a seguir
Para Harald Rudolph, la distancia entre sus proyectos en Hohfleck, en el estado federal de Baden-Wurtemberg, en Alemania, y en Minas, en el departamento Lavalleja, o en Vientos de Pastorale, en el departamento de San José, en Uruguay, no son 11.000 kilómetros. Para el director general de la empresa promotora de parques eólicos Sowitec, hay mundos entre el Sur de Alemania y el de Uruguay.
De un lado, está un parque eólico, cuya puesta en funcionamiento está previsto para 2024, once años después de que el gobierno aprobara el proyecto. Y, en el otro extremo del mundo, están 30 turbinas planeadas y construidas en un proceso acelerado por Sowitec.
"En Uruguay, las autoridades cooperan para que las cosas funcionen. Se reúnen, buscan soluciones y, en la gran mayoría de los casos, encuentran un consenso. Y en este país no buscamos soluciones, sino problemas", afirma Rudolph.
El director de Sowitec es probablemente quién mejor puede explicar por qué Alemania no avanza en la transición energética. Los obstáculos en la interminable historia del parque eólico de Hohfleck, 50 kilómetros al sur de Stuttgart, son interminables: protección de monumentos históricos, rotores que perturban el idílico paisaje del castillo de Lichtenstein, protección de las especies, lirones que deben ser reubicados. Y, sobre todo, unos eternos procesos burocráticos.
LA TRANSICIÓN ENERGÉTICA ALEMANA: A CÁMARA LENTA
Historias como esta son habituales en Alemania, a pesar de la meta de cubrir el 80% del consumo de electricidad con fuentes renovables hasta 2030.
Especialmente la capacidad de la energía eólica tendrá que aumentar masivamente en los próximos años. "¡Hagan su trabajo, estados federados!", fue el encendido llamamiento del ministro de Economía y Protección del Clima, Robert Habeck, en la feria de energía eólica celebrada la semana pasada en Hamburgo.
URUGUAY: PAÍS EJEMPLAR Y PIONERO EN ENERGÍAS RENOVABLES
El físico Ramón Méndez es el artífice del milagro de la energía eólica en este pequeño país suramericano.
En 2008, Méndez elaboró la "Política Energética 2005-2030" de Uruguay, un plan que que fue ridiculizado por muchos al principio, pero con el que todos los partidos se comprometieron. En la actualidad, el 98 % de la electricidad uruguaya procede de fuentes renovables, encabezada por la energía eólica, con un 40 %, seguida de la hidroeléctrica, la biomasa y la energía solar.
Hace unos años, la prestigiosa revista Fortuna incluyó a Méndez entre los 50 líderes mundiales más destacados, por haber demostrado que una economía sin quema de carbón era posible. Méndez resume así el resultado de este éxito:
"Hoy somos completamente independientes de los precios del gas, el petróleo y el carbón, la guerra de Ucrania no nos afecta en absoluto, ya conocemos los precios de la electricidad para los próximos diez años. A cambio, estas transformaciones nos han reportado inversiones por valor del 13 % del producto interior bruto y han creado 50.000 puestos de trabajo. Uruguay ha pasado de ser un importador de electricidad a precios horrendos a un exportador, algo que aporta cientos de millones de euros al año a nuestras arcas".
LA TRANSICIÓN ENERGÉTICA, SIN EMBARGO, TIENE SU PRECIO
En este pequeño país de 3,5 millones de habitantes viven más reses que personas, pero Méndez está seguro de que un proyecto tan ambicioso sería posible en cualquier país del mundo, también en Alemania.
Aunque la historia de éxito de la transición energética uruguaya también tiene sus lados oscuros. Los costes de las inversiones no solo se pasan al consumidor, sino que el Estado también ve en los precios de la energía una gran fuente de ingresos para otros ámbitos de sus políticas.
Por ello, la población paga mucho más por la electricidad limpia que en Chile, Brasil o Argentina; las familias más pobres gastan hasta el 15% de sus ingresos mensuales en electricidad.
Para Méndez, sin embargo, esto también es posible por el aumento general de la calidad de vida de los uruguayos. Y, sobre todo, de la respuesta del país a esta pregunta: "¿Cuál sería la alternativa?"