Las democracias están en una clara situación de dependencia frente a Putin, que concentra el 46% de la capacidad de conversión de esta materia prima, mientras la producción recae en países de su órbita
NOELIA CASADO
La crisis energética que asola Europa, como consecuencia de la invasión rusa de Ucrania, ha llevado al continente a buscar fuentes de energía alternativas por el esperado ‘cierre del grifo’ del gas con el que Putin lleva amenazando varios meses y que finalmente se ha producido con el cierre del Nord Stream 1. Entre las distintas posibilidades, se abre paso la energía nuclear.
Alemania es uno de los países más preocupados por encontrar un ‘plan B’ al gas ruso y ya ha anunciado que va a mantener en reserva las dos de las tres centrales nucleares con las que cuenta el país, cuya desconexión estaba prevista para finales de año.
Sin embargo, la apuesta por esta energía podría no ser nada útil para reducir la dependencia de Putin, ya que según datos publicados en 2020, Rusia posee el 46% del total de la capacidad de enriquecimiento de uranio en el mundo.
El país de Europa del Este concentra el 40% de la infraestructura de conversión de uranio a nivel internacional, lo que le dota de un gran peso en este mercado. Pero su esfera de influencia no termina aquí, puesto que los países que antiguamente formaban la Unión Soviética, China, Irán y Pakistán controlan el 62% de la producción minada de uranio, según los datos aportados por la Asociación Nuclear Mundial en 2021.
En cambio, las naciones democráticas de Occidente y sus aliados solo proporcionan un 19% de la suma total, 75.000 toneladas métricas de óxido de uranio, que van destinadas al funcionamiento de los reactores nucleares. El resto está en manos de India y de países africanos tradicionalmente no alineados, como recoge Bloomberg.
Sin embargo, casi tres cuartas partes de la generación nuclear se da en Europa, América del Norte y regiones más desarrolladas de Asia, lo que dibuja una relación de dependencia más que evidente.
El escenario de la crisis energética también ha llevado a que nuevos países apuesten por la energía nuclear, como es el caso de Japón, lo que resulta todo un punto de inflexión, ya que el país nipón abandonó esta energía tras el accidente de 20211.
Ahora, al enfrentarse a los altos precios de los combustibles fósiles y a una crisis energética global, el país quiere asegurar sus necesidades energéticas futuras y, por lo tanto, ha anunciado que reiniciará varios reactores nucleares inactivos e incluso construirá otros nuevos.
Bélgica también plantea extender la vida útil de dos de sus reactores durante al menos diez años, mientras India valora construir un reactor de grandes dimensiones para impulsar la descarbonización del país.
También Estados Unidos ha lanzado créditos fiscales por 30.000 millones de dólares para potenciar el sector nuclear norteamericano, en la búsqueda de energías “fiables” en el contexto de incertidumbre por la guerra de Ucrania.
En 2022, la Unión Europea ha cambiado su consideración sobre esta energía otorgándole, tras llevar a cabo una votación marcada por la controversia entre los grupos, la taxonomía verde que entrará en vigor a comienzos de 2023.
El gobierno de España estaba en contra de este cambio que reconoce que la energía nuclear tiene un papel en la transición energética, por lo que las inversiones privadas en ella pasan a considerarse pasos en la lucha contra el cambio climático.
Mientras, otros países europeos han apostado de manera decidida por esta energía, como es el caso de Francia, el segundo productor a nivel mundial que cuenta con 19 centrales nucleares que suman 52 reactores, aunque 32 de ellos están parados.
La nuclear se abre paso con frecuencia en el debate por la búsqueda de fuentes de energía más barata y menos contaminante, aunque su imagen quedase fuertemente dañada tras el accidente de Fukushima y la catástrofe de Chernóbil.
Estos hechos también están muy presentes en el imaginario colectivo español, pero no por ello está libre de la dependencia de la materia prima rusa, sino que según un informe de Greenpeace, que recoge los datos de la Empresa Nacional de Uranio (ENUSA), la dependencia de España de las importaciones de concentrados de uranio con origen de Rusia era del 38,7% en el 2020.
El mismo documento señala que en el 2018 este porcentaje ascendía al 53% y que a pesar de haber sido reducido en los últimos años no se puede ignorar el 13% que proviene de Uzbekistán y Kazajistán, países que pertenecen a la órbita de influencia de Putin.
De hecho, solo Kazajistán ya aporta el 40% del uranio, aunque la relación entre Nur-Sultan y el mandatario ruso es tensa, especialmente desde la invasión rusa, lo que ha llevado que analistas internacionales a temer que se dé un escenario parecido al de Kiev que conllevaría una nueva crisis de suministro.
Sin embargo, la dependencia excesiva de proveedores poco fiables, bien sea por su inestabilidad política o porque distan de ser una democracia, tampoco constituye una diferencia significativa respecto al caso de otras energías.
Prueba de ello es la forma en la que Alemania fue aumentando año tras año la dependencia del gas ruso bajo el mandato de Merkel, aún teniendo alternativas, para conseguir esta fuente de energía a un precio más económico.
Pero también la dependencia que existe en otras materias como es el cobalto, que resulta fundamental para la fabricación de baterías eléctricas o las tierras raras, mercado en el que China se ha constituido como dominante en la cadena de suministro.