La petrolera y el gobierno argentino simulan un clima optimista, pero no hay nada que celebrar hasta que el país invierta en energías renovables y en el fin de la pobreza energética
ILAN ZUGMAN
En un momento poco alentador en la escena mundial, los argentinos vieron cómo se generaba un ambiente festivo en el país durante la primera semana de junio. Dos acontecimientos compitieron por la atención de la opinión pública.
La primera, la obtención del trofeo de la Finalísima por parte de la selección nacional de fútbol, generó entusiasmo y celebración. La segunda, en cambio, llamó la atención por su artificialidad. Las redes sociales y los canales de televisión se llenaron de anuncios del gigante petrolero controlado por el Estado, YPF, para conmemorar el centenario de la empresa el 3 de junio.
Los representantes del gobierno y la propia empresa trataron de aportar a esta cita el mismo tono alegre y nacionalista que suele provocar una victoria en el campo de juego, pero la narración tuvo poca adhesión y recibió severas críticas en los espacios de debate.
La razón es sencilla: ya no hay forma de disimular que YPF y la política energética argentina llevan varios gobiernos en un camino desastroso y que no han satisfecho las necesidades de la población. El país necesita urgentemente un giro hacia las energías renovables que sea socialmente justo y económicamente sensato.
QUEMANDO DINERO Y OPORTUNIDADES
A pesar del momentáneo aumento del interés mundial por el petróleo y el gas tras la guerra entre Rusia y Ucrania, el mundo sigue necesitando desesperadamente deshacerse de los combustibles fósiles.
La quema de estas fuentes de energía es la principal causa de la crisis climática, que ya está provocando muertes, migraciones forzadas y pérdidas de calidad de vida para miles de millones de personas, especialmente las socialmente vulnerables. Reducir las emisiones de gases de efecto invernadero se ha convertido en una cuestión de supervivencia para nuestra especie.
En este contexto, en el que cualquier combustible fósil es una amenaza existencial, se ha agotado el espacio para las transiciones suaves durante décadas y las sustituciones ineficaces, como cambiar el petróleo por el gas. A medio y largo plazo, estos sectores disminuirán rápidamente, y por el bien de todos, deberían disminuir.
El juego ya ha cambiado. Cientos de fondos, universidades y gobiernos de todo el planeta están retirando sus inversiones o comprometiéndose a no invertir nunca en combustibles fósiles. El importe de la desinversión, como se denomina este movimiento, supera ya los 40 billones de dólares e incluye a actores que difícilmente podrían llamarse "soñadores" o "dueños de una agenda oculta". La agenda de estos gestores es el beneficio, y se han dado cuenta de que, incluso desde un punto de vista estrictamente financiero, apostar por la energía sucia es una mala gestión de los recursos.
Del mismo modo, es fácil estar de acuerdo en que la actitud de atar montañas de dinero público al petróleo, el gas y el carbón, como hacen el gobierno argentino e YPF, es completamente insensata. Según informes del propio gobierno, entre 2017 y 2021, los subsidios federales a la producción de gas fósil alcanzarán al menos 106.000 millones de pesos, equivalentes a 873 millones de dólares al tipo de cambio oficial actual. Hay que recordar que esta considerable suma procedía de un gobierno extremadamente endeudado.
Al mismo tiempo, las estimaciones más conservadoras indican que alrededor de 1,5 millones de familias argentinas aún viven en situación de pobreza energética, es decir, destinan el 10% o más de sus ingresos al pago de la energía, según datos del Enargas recogidos en 2020.
En otras palabras, Argentina está en problemas económicos, pero sigue quemando decenas de miles de millones de pesos en un intento de sostener un modelo energético ineficiente que excluye a una parte importante de la población y agrava el problema central de nuestra época, la crisis climática.
VIDAS QUE VALEN MENOS
El panorama se agrava mucho más si tenemos en cuenta los daños sociales y medioambientales de la extracción de petróleo y gas en Vaca Muerta, reserva de la que procede la mayor parte de los combustibles fósiles de Argentina. La extracción en esta zona requiere el uso de la fracturación hidráulica (fracking), una técnica prohibida en una treintena de países, entre ellos Inglaterra, Francia y España.
Los estudios realizados en varios lugares del mundo muestran la conexión del fracking con la posible contaminación de las fuentes de agua por sustancias químicas tóxicas y la aparición de terremotos, entre otros problemas.
De hecho, miles de personas de las provincias de Neuquén, Río Negro y Mendoza ya están sufriendo daños en su salud y graves pérdidas económicas a causa de la exploración de petróleo y gas en Vaca Muerta, zona donde YPF es una de las empresas más activas en el uso del fracking.
A pesar de ser conscientes de todo esto, el gobierno e YPF siguen doblando sus apuestas. En abril de este año, el presidente Fernández inauguró, con gran pompa, las obras de un gasoducto entre las provincias de Neuquén y Buenos Aires, que será financiado con recursos públicos. Aprovechó para destacar el papel central de YPF en esta expansión y señaló que en Vaca Muerta "hay gas para 200 años".
Es imposible no preguntarse si el presidente, al igual que sus predecesores de diversos colores políticos, tiene alguna idea de cómo será el mundo dentro de 200 años si seguimos quemando petróleo y gas al ritmo actual. También deberíamos preguntarnos por qué el gobierno e YPF actúan como si la vida en las comunidades alrededor de Vaca Muerta tuviera menos valor que en otros lugares.
¿CÓMO SALIR DE ESTA SITUACIÓN?
Para encontrar un camino más prometedor, Argentina necesita promover la transición energética, una tarea perfectamente factible. En primer lugar, le corresponde al gobierno tomar la valiente decisión de admitir que Vaca Muerta y el modelo basado en los combustibles fósiles han fracasado.
Esto supondrá enfrentarse al lobby de las petroleras extranjeras y a los pocos argentinos que ganan mucho con la extracción de petróleo y gas. Cuanto antes lo haga el gobierno, mayor será el beneficio colectivo.
Además, el coste político de admitir este fracaso puede mitigarse si el gobierno es capaz de mostrar a la población las ganancias producidas por la adopción de un modelo económico basado en las energías limpias, que van desde la generación masiva de puestos de trabajo hasta la consecución de un entorno saludable para las familias.
Un segundo paso es transformar el papel de YPF. Debe iniciarse un debate nacional para identificar cómo los valiosos talentos de la empresa pueden servir a la expansión de las energías renovables y al desarrollo de diversos sectores económicos en Argentina, en áreas como la investigación, las tecnologías de la información y las infraestructuras.
El objetivo sería acabar con la relación tóxica del país con los combustibles fósiles en pocos años y abrir un capítulo de prosperidad reasignando los recursos de la empresa a sectores social y ambientalmente sostenibles.
También es fundamental destinar a la transición energética los recursos públicos que hoy alimentan los combustibles fósiles. Un reciente estudio realizado por investigadores de la Universidad Nacional del Centro (Unicen) demostró que la reorientación de los subsidios que actualmente se ofrecen para el petróleo y el gas hacia las energías renovables sería suficiente para que Argentina alcanzara la neutralidad de carbono en 2050.
Además, estudios realizados por organizaciones como la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN) han demostrado que el cambio a una matriz energética compuesta por fuentes renovables contribuiría a reducir la pobreza energética y el coste de la energía a largo plazo.
Por último, una cuarta acción para la transformación energética consistiría en trabajar con la sociedad civil y el sector privado para detener los flujos financieros privados que fomentan los combustibles fósiles.
Varios grandes bancos y fondos de inversión europeos y estadounidenses se benefician de la destrucción del medio ambiente financiando empresas de combustibles fósiles y proyectos de extracción y transporte de petróleo y gas en Argentina.
Para mostrar un verdadero compromiso con la sostenibilidad, estas instituciones también deben reorientar sus recursos hacia sectores limpios y socialmente beneficiosos.
Un cambio de mentalidad y de actitud hacia la cuestión energética será esencial para que Argentina desbloquee su potencial de desarrollo. De hecho, podría surgir una celebración más auténtica que la patrocinada por YPF en el año de su centenario, si la empresa y el gobierno toman medidas integrales y rápidas para la inclusión energética y el respeto al planeta.