Justin Harman tuvo contacto con la realidad rusa al menos durante una década, primero en el Consejo de Europa y luego como embajador de Irlanda en Moscú
JULIO VILLALONGA
Justin Harman llegó a Buenos Aires destinado como secretario a la embajada de la República de Irlanda en 1975 y dejó la ciudad a finales de 1978 (Se retiraría como embajador aquí en 2018).
En su extensa carrera diplomática tuvo contacto con la realidad rusa por una década, primero entre 1998 y 2003 en el Consejo de Europa, en Estrasburgo, donde se encargó de las relaciones con Moscú en el ámbito de los derechos humanos, y luego en el siguiente lustro en la capital rusa ya como representante de su país.
La invasión de Ucrania por las tropas rusas, el pasado 24 de febrero, fue el último mojón de un proceso que se inició en los noventa y del que Harman fue testigo y actor privilegiado, y que ahora abre un horizonte de incertidumbre que se explica por muchos de los errores y omisiones de aquel pasado reciente.
Había indicios que no se quisieron –o no se pudieron- ver, por ceguera política, y también un notable oportunismo, lo que provocó un resentimiento en la ciudadanía que Vladimir Putin supo aprovechar para volver atrás el reloj de la historia y recordar otras victimizaciones del pasado.
Un cóctel de etno-nacionalismo religioso se fue incubando al calor del avance de Occidente hacia el este hasta terminar dando pie a la primera guerra de la era digital.
- ¿Los errores de diagnóstico, además de los intereses en juego, cree que han sido el caldo de cultivo de la actual crisis en Europa del este?
- Los noventa fue una década, digamos, de mucha distracción en Europa. El enfoque era en realidad que había que apagar los incendios que habían ocurrido con la caída de la Unión Soviética. Esa distracción corrió el foco de lo que estaba pasando dentro de Rusia. La segunda cuestión fue la enorme confusión dentro de la misma Rusia.
Aquello fue una implosión extraordinaria en su dimensión en una sociedad que había conocido unos avances muy importantes (desde la Segunda Guerra) en educación, en lo social, en la seguridad, en la vivienda, en el empleo, no naturalmente en lo político. Había seguridad en todo eso, aunque un bajo nivel de vida. Eso desapareció en muy poco tiempo, lo que generó una confusión extraordinaria.
No hubo, a mí parecer (en Occidente), el análisis adecuado para ver esto en el contexto del continuo histórico ruso. Se veía una potencia que sufrió esa implosión, que no tenía comida, que dependía de Occidente para poder alimentarse, llegando hasta el “default” ruso de 1998, después de la reelección de Boris Yeltsin dos años antes, cuando todos los sondeos creíbles decían que el candidato comunista Guennadi Ziuganov podía ganar. Fue, en cierto modo, la intervención de los capitales de los oligarcas lo que ayudó a Yeltsin a ganar esa elección, que además fue muy cuestionada.
Y la democracia comenzó a ser muy criticada: la pregunta que se hacían los rusos en la década posterior era: ¿qué me trajo la democracia? Una elección fraudulenta, falsificada, y el derrumbe de la economía, el fin del estado de bienestar. Creo que no hubo la atención suficiente sobre lo que iba a implicar esto para el pueblo ruso y sobre su perspectiva sobre el futuro de la democracia. Para nosotros la tendencia iba en otro sentido. Hay que acordarse lo que pasó con Yeltsin y el asalto al Parlamento ruso, que bombardeó con tanques el Legislativo. Esa fue una indicación de lo que, debajo de lo que se veía en Occidente, estaba pasando realmente por debajo en el país.
El análisis fue insuficiente, la atención fue insuficiente pero hay que ver que, en simultáneo, se producía la guerra en los Balcanes, con la posibilidad de la implosión de Yugoslavia que podía impactar en toda Europa…La atención fue ahí. Por otra parte, la propia debilidad de Rusia impactó mucho. No se creyó que podía volver a ser lo que había sido, una potencia. Se creó entonces un gran resentimiento en Rusia porque todo esto fue visto como una manera de Occidente de sacar provecho de su debilidad. Recordemos también ese (clima cultural) con la aparición de la tesis de Francis Fukuyama del fin de la Historia. La idea de que ese modelo binario terminaba y ahora surgía una sola potencia.
Lo único que le quedó a Moscú fue adoptar el sistema que había ganado, el capitalismo, pero los oligarcas importaron una forma de capitalismo, con la ayuda y el consejo de varios en Occidente, que fue salvaje en su impacto en el sistema de bienestar social de la población. Rusia era una potencia básicamente por su poderío militar, por sus misiles nucleares, pero económicamente no. Sí tenía unos recursos energéticos inmensos, lo que fue aprovechado por Occidente. Y hubo también en Europa y EE.UU. una suerte de autoengaño, que Rusia podía cambiar a un modelo occidental de democracia.
- ¿Cómo era la Rusia que encontró en 2003, y Vladimir Putin, y cómo eran en 2009 cuando dejó Moscú?
- Hay que entender el sentimiento de vergüenza que hubo en Rusia con respecto a Yeltsin. Cuando llegó al final, en 1999, hubo varios incidentes y uno famoso ocurrió en Irlanda. Iba a Nueva York y cuando aterrizó en Dublín para una visita corta no podía bajar del avión porque había tomado tanto…fue un escándalo que impactó mucho en el pueblo ruso, que es un pueblo muy orgulloso.
Había una necesidad de dejar atrás esa vergüenza y la llegada de Putin al poder puso fin a ese período. Y poco a poco restauró la identidad nacional. Putin llega primero como primer ministro desde los organismos de seguridad y parecía un personaje político fuerte, cínico, muy pragmático, pero no había evidencia de que tuviera alguna base ideológica. Prometía a los rusos una mejora en el estándar de vida y fue quedando claro en los primeros años que habría unas limitaciones en las libertades políticas, como contrapartida, pero no había indicios de este etno-nacionalismo religioso que hay ahora.
- ¿Cuándo comienza a verse ese giro?
- En 2004 tuvo lugar el escándalo de Mijail Jodorkovski * y ahí comenzó a quedar en evidencia cuál sería el modelo centralizado de poder. En 2008 Putin le entrega la presidencia a su segundo, Eugueni Mevdvedev, pero la situación ya era otra, había cambiado. Ya había dado el famoso discurso sobre seguridad en Münich, la OTAN (interviniendo) en el conflicto en Georgia, y otras cuestiones.
Comenzaba a criticar la liberalidad de Occidente, la cuestión de género, etc. (En las últimas semanas, el patriarca de la Iglesia Ortodoxa Kirill II ha apoyado la invasión de Ucrania y se ha arrogado la representación del “verdadero cristianismo” a partir de un tradicionalismo religioso que está en sintonía con su estrecha relación con el Kremlin. NdE). La imagen de Putin en los primeros años era la de un “primus inter pares”, un hombre fuerte pero rodeado de dirigentes que formaban una conducción colectiva.
Muchos provenientes como él de los servicios de inteligencia desde San Petersburgo. Hay que hacer un “mea culpa”: en el discurso de Münich había indicios claros de cuál era su proyecto de poder. Rusia es un país que hay que estar ahí para interpretar, no es como en Occidente, que no hay que estar, se puede analizar desde afuera porque las fuentes mayoritariamente son abiertas.
Históricamente allá el control de la información es muy fuerte. Hubo una bienvenida a la llegada de Putin porque representaba orden. La idea de un poder fuerte y vertical fue, en cierto modo, bienvenida en Occidente porque abría las puertas para explotar el mercado ruso, lleno de oportunidades. No se podía seguir así.
- Por otra parte no había una tradición democrática en Rusia…
- Eso es cierto, pero también hay que verlo de esta manera. Esa generación de fin de los noventa y principios de los 2000, en los primeros dos mandatos de Putin, fue la generación más libre en toda la historia del país.
Todo es relativo, es cierto que no había una experiencia democrática pero, en términos rusos, aquello fue un salto extraordinario, y Occidente creyó que no iba a ser posible meter ese genio en la lámpara, de nuevo. Yo, ya instalado en Estrasburgo (en el Parlamento Europeo), me involucré mucho con las ONG y viajaba a Rusia para dar charlas sobre los derechos fundamentales, y veía en la realidad una especie de primavera democrática. Hablo de una realidad entre la población urbana, no hablo de la Rusia profunda, de donde en gran medida proviene el poder de Putin. El error fue ignorar esa continuidad histórica.
Aunque hubo señales y hay dos ejemplos. Uno es lo que hicieron con los Romanov: crearon toda una nostalgia de lo que representaba la Rusia de los zares, dejando de lado cómo vivía el pueblo ruso; y el otro fue la manera en que fue rescatado (Iosif) Stalin, que no fue tan obvio pero se conectaba con la Gran Guerra Patria, también con un rescate parcial. Primero la Rusia imperial, los sueños nacionalistas de grandeza. Y después, la figura fuerte en el poder.
- La caída del muro de Berlín dejó un vacío en la arquitectura de seguridad europea.
- Veamos. William Burns, que hoy es el director de la CIA y a comienzos de los 2000 era embajador de EEUU en Moscú –coincidimos allí- en su libro “The back cannel”, que acabo de leer, sobre la ampliación de la OTAN advertía con mucha claridad entonces, en los telegramas que enviaba a Washington que, si se impulsaba la inclusión de Ucrania, habría consecuencias muy serias a corto plazo.
En febrero de 2008 le escribió a Condoleeza Rice, en el departamento de Estado: “Es difícil sobreestimar las consecuencias estratégicas de una decisión prematura de admitir a Ucrania en la OTAN. Esta es la más roja de todas las líneas rojas para la élite rusa”.
- ¿Cómo terminamos en ésta primera guerra de la era digital?
- Hay que buscar explicaciones sobre cómo llegamos a esta situación, en qué hemos fracasado. Lo que no implica justificaciones. En 1995, en Helsinki, se produjo el efectivo final de la Segunda Guerra con la aceptación, en esa conferencia, de las fronteras surgidas a partir de 1945. Esa cumbre fue reinventada en cierto modo después de la disolución de la URSS, en diciembre de 1991.
Enseguida se vio que eso tendría unas consecuencias extraordinarias, sobre todo el hecho de que millones de rusos se iban a quedar afuera de Rusia, que iba a haber rusos como minorías en distintos países de la exórbita soviética, que iba a haber problemas en los países bálticos, en Asia central, pero sobre todo en Ucrania, en Chechenia, en Georgia.
El trasfondo de aquellas reuniones de comienzos de los noventa era la ampliación de la OTAN hacia el este, a lo que Mijail Gorvachov se opuso desde el principio. Cuando comenzó a hablarse de la reunificación alemana, en 1989, Moscú dejó en claro que no podía aceptar el avance de tropas del Oeste al Este de Alemania. Estuve en una conferencia en Budapest, en 1994, cuando Yeltsin habló de que había que instaurar una “paz fría”, justamente por el tema de la ampliación de la OTAN. No hubo en esos años la iniciativa de entrar en una negociación con Rusia sobre la futura arquitectura de seguridad en Europa.
Se impuso la ampliación de las estructuras existentes en Europa occidental. Y no nos dimos cuenta o decidimos ignorar el resentimiento ruso, que ya era muy evidente. Lo que está pasando en Ucrania en este momento es consecuencia de la manera en que se gestionó la disolución de la URSS en 1991. Hay que ver que lo que pasó fue extraordinario: se disolvió un imperio como la Unión Soviética sin que se produjera un gran conflicto, pero la en realidad se postergó tres décadas. Y ahora enfrentamos esa realidad.
Entre 1998 y 2003 estuvo en Estrasburgo en el Consejo de Europa, encargado de negociar con Rusia su incorporación. Y se dio un debate intenso sobre cómo se podía invitar a Rusia a una organización, separada de la Unión Europea, que estaba encargada de velar por el cumplimiento de la ley y el respeto de los derechos humanos, sobre todo después de la guerra en Chechenia, en 1995, en la que hubo graves violaciones de los derechos humanos.
El argumento que ganó entonces fue que era mejor tenerlos adentro para poder influir en el gobierno ruso. Ahora se acepta que eso fue un fracaso, no cambió nada la actitud rusa y una de las primeras consecuencias de la invasión del 24 de febrero pasado fue la suspensión de Moscú del Consejo de Europa, y quedó afuera del convenio de Derechos Humanos. Lo cual es un gran fracaso con respecto a la posibilidad de crear algún tipo de puente con Rusia de cara al futuro.
- Alvin Toffler, en su trilogía “Las guerras del futuro”, anunciaba en 1993 que los conflictos serían por el agua. Y que se enfrentarían “islas de prosperidad rodeadas de pobreza”. Ya iniciada esta Segunda Guerra Fría, ¿cómo ve el futuro mediato?
- Por lo pronto veo difícil que Rusia se retire a las fronteras anteriores a 2014 (cuando invadió Crimea) por lo que vamos a ver un conflicto a largo plazo, más allá si se acuerdo un cese el fuego o no. Se trata esta de la primera guerra de la era digital, y es una guerra injusta, ilegal e inmoral, claramente. La reacción en Europa es de abajo hacia arriba por la amenaza existencial de un incidente nuclear.
Y porque se ve que hay que volver a luchar por preservar los valores de la democracia liberal. Hay un choque ahí. Por otra parte, existe en Europa una memoria colectiva de las barbaries de la Segunda Guerra. Dejando de lado lo que ocurra sobre el terreno, Rusia va a perder en muchos sentidos: desde los noventa, Moscú siempre intentó dividir a los aliados y lo que se ve ahora es la consolidación de la nación ucraniana, los rusos lo han conseguido.
Hay un renacimiento de la OTAN, una unidad entre la Unión Europea y EEUU sobre lo que está pasando, algo también difícil de anticipar. Estamos viendo el rearme de Alemania y Japón, y en pocos meses probablemente veamos el ingreso de dos países neutrales como Suecia y Finlandia en la Alianza Atlántica, algo también impensable hasta hace poco. Hay una notable reconfiguración.
* Era el hombre más rico de Rusia y el 16° en el listado de la revista Forbes de las mayores fortunas del mundo con 15.000 millones de dólares. La mayor parte de su capital se evaporó tras la acusación del gobierno ruso de que evadió impuestos durante la década de los noventa y la posterior disolución de la compañía energética Yukos