En una guerra fría económica que enfrenta a China y Rusia con Estados Unidos y sus aliados, uno de los bandos tiene la mayoría de las ventajas. Ahora solo tiene que utilizarlas
GREG IP
En los años antes de invadir Ucrania, Rusia se propuso blindar su economía ante las sanciones por medio del desarrollo de sustitutos locales para productos extranjeros clave, como los microprocesadores.
El único problema con esa estrategia es que carece de capacidad de fabricación de semiconductores avanzados, por lo que la producción de estos chips diseñados por Rusia se subcontrató, principalmente, a Taiwan Semiconductor Manufacturing. Tras la invasión de Ucrania, Taiwán se unió a Estados Unidos para prohibir la exportación de tecnología sensible a Rusia, y TSMC se adhirió inmediatamente a esta postura.
Puede que Rusia sea una superpotencia energética, pero Taiwán es una superpotencia de semiconductores, y estos son más difíciles de sustituir que el petróleo. De ahí radica una idea crítica sobre la guerra fría emergente entre Rusia y China, por un lado, y Occidente (Estados Unidos y sus aliados democráticos) por otro. Esta guerra fría se acercará mucho más a una contienda económica que la primera, y el equilibrio del poder económico favorece a Estados Unidos y sus aliados, que cuentan con un margen importante.
Al presidente chino, Xi Jinping, le gusta presumir de que "Oriente sube, Occidente baja". Cuando la rivalidad se limitaba a China y Estados Unidos, esto tenía cierta resonancia: al ritmo actual de crecimiento, China podría superar a Estados Unidos como la mayor economía del mundo tan pronto como en 2030, a pesar de los avances de Estados Unidos en el último año.
Pero con China asociada a Rusia y Occidente más unido que nunca, esto se está convirtiendo en un concurso de alianzas, y Xi no podía estar más equivocado. En este marco, 'Oriente' y 'Occidente' no son etiquetas geográficas, sino geopolíticas. Si 'Oriente' se define como aquellos países con los que China está estrechamente alineada (evita las alianzas formales), solo China está ascendiendo como tal. Rusia era un petroestado estancado incluso antes de que las sanciones destruyeran su economía. Los demás, como Kazajistán, Bielorrusia, Pakistán, Corea del Norte, Camboya y Laos, son pobres, tienen un crecimiento lento o ambas cosas a la vez.
Puede que 'Occidente', definido como la Unión Europea, la anglosfera (Estados Unidos, Australia, Canadá, Reino Unido y Nueva Zelanda) y las tres democracias grandes y ricas de Asia Oriental, Japón, Corea del Sur y Taiwán, no esté creciendo a gran velocidad, pero está creciendo, y tiene una gigantesca ventaja. Como cuenta el exsecretario del Tesoro de Estados Unidos Henry Paulson, una vez un funcionario chino le dijo: "Tienes todos los aliados buenos".
Según el Fondo Monetario Internacional, el año pasado, China representó el 18% del producto interior bruto mundial, teniendo en cuenta los tipos de cambio actuales. Si añadimos a Rusia y sus aliados varios, el total asciende a solo un 20%. Estados Unidos, por su parte, representó un 24%, y si contamos a sus aliados, el total asciende al 59%.
Aunque las sanciones impuestas a Rusia demuestran el control de Occidente sobre el sistema financiero mundial, la ventaja económica a largo plazo vendrá de la mano de la tecnología y el conocimiento. En lo que respecta a la ciencia pura, como los viajes espaciales y la energía atómica, Rusia y China cuentan sin duda con ciertas ventajas. Pero en tecnología comercialmente útil, las empresas occidentales son líderes en casi todos los campos, desde la aviación comercial y la biotecnología hasta los semiconductores y el 'software'.
"Si se cuenta con una estrategia coherente en las principales democracias, se obtiene una posición enormemente sólida en términos de influencia financiera, económica y tecnológica", afirmó el ex primer ministro australiano Kevin Rudd, ahora presidente del grupo de reflexión Asia Society.
La ventaja comparativa de Occidente reside en el conocimiento. Por eso Rusia y China buscan atraer la inversión occidental
No cabe duda de que Oriente desempeña un papel fundamental en la economía mundial. Como demuestran las recientes turbulencias del mercado, Rusia es un proveedor clave no solo de petróleo y gas, sino de metales como el paladio, utilizado en los convertidores catalíticos, y el níquel. China domina la fabricación de innumerables bienes cuyo valor se hizo patente durante la pandemia, cuando la demanda de algunos se disparó, como es el caso de los equipos de protección personal.
En gran medida, estos puntos fuertes reflejan la ventaja comparativa de Rusia en materia de geología y la de China en mano de obra para las fábricas. La ventaja comparativa de Occidente reside en el conocimiento. Por eso Rusia y China buscan atraer la inversión occidental. Por ejemplo, para desarrollar un complejo proyecto de gas natural licuado (GNL) en el Ártico, Rusia recurrió a contratistas noruegos, franceses e italianos para obtener conocimientos esenciales, según señala la empresa de investigación Rystad Energy.
Alcanzar a Occidente no es tarea fácil, como demuestra el caso de los semiconductores. Las empresas occidentales dominan todos los pasos clave de esta industria crítica y altamente compleja, desde el diseño de chips (liderado por las estadounidenses Nvidia, Intel, Qualcomm y AMD, junto con ARM, de Reino Unido) hasta la fabricación de chips avanzados (liderada por Intel; TSMC, de Taiwán, y Samsung, de Corea del Sur) y las sofisticadas máquinas que graban los diseños de los chips en las obleas (producidas por Applied Materials y Lam Research en Estados Unidos, la holandesa ASML Holding y la japonesa Tokyo Electron).
Rusia y China se han esforzado por reducir esta dependencia. Rusia ha desarrollado microprocesadores de diseño local, llamados Elbrus y Baikal, para gestionar centros de datos, operaciones de ciberseguridad y otras aplicaciones. Aunque ninguno de los dos ha alcanzado una cuota de mercado significativa, "representan la cúspide de la capacidad de diseño local", afirma Kostas Tigkos, director de Jane's, un proveedor de inteligencia de defensa.
Explica que Rusia esperaba que acabaran desplazando a los chips fabricados por Intel y AMD: "Esto no solo habría sido el punto de partida para diversificar su base instalada, sino también un trampolín para las exportaciones de esos procesadores a otras naciones amigas". Pero sin fabricantes como TSMC para hacer los chips, Rusia se enfrenta a "la completa desintegración de sus aspiraciones de desarrollar su propia industria".
China tiene una industria de semiconductores mucho mayor que la rusa, y su campeón nacional, en parte estatal, Semiconductor Manufacturing International (SMIC), podría en teoría fabricar los chips de Rusia, pero eso llevaría al menos un año, matiza Tigkos. Además, sus esfuerzos por alcanzar a su competidor taiwanés se han visto frenados por las sanciones.
En 2020, Estados Unidos exigió a las empresas que utilizaban tecnología estadounidense que obtuvieran una licencia para vender a SMIC. Esto limitó su capacidad de adquirir equipo avanzado de la empresa holandesa ASML, algo que, según Tigkos, es fundamental para "cualquier país que quiera tener una industria de semiconductores competitiva".
¿Por qué es importante todo esto para el resultado de la contienda geopolítica? Con el tiempo, el peso, la fuerza y la vitalidad económica son los que permiten a los países mantener su capacidad militar, alcanzar y mantener la superioridad tecnológica y seguir siendo socios atractivos para otros países.
Sin embargo, el PIB no equivale automáticamente a la influencia estratégica. Para ganar una guerra fría, no basta con que Occidente tenga las mejores cartas económicas, sino que tiene que saber jugarlas. Esto se conoce como el arte del estado económico y no es algo natural para Occidente: sus instituciones se basan en el supuesto de que las empresas son empresas privadas, no instrumentos del Estado. Hacen negocios allí donde son rentables, independientemente de los intereses estratégicos de sus países de origen.
En Rusia y China no existe esta división. El presidente ruso, Vladímir Putin, utiliza el control estatal de industrias clave como el gas natural para recompensar o amenazar a sus vecinos. El Partido Comunista chino insiste en que las empresas estatales, e incluso las privadas, den prioridad a los intereses del Estado. A cambio, China se asegura de que esas empresas jueguen con ventaja en su territorio nacional y en el extranjero.
Así, según ha denunciado Estados Unidos, los 'hackers' chinos patrocinados por el Estado roban los secretos comerciales de las empresas occidentales. China es un maestro de la coerción económica, y castiga a países como Australia o Lituania o a empresas que cruzan sus líneas rojas diplomáticas, privándoles del acceso al mercado chino, sabiendo que otros países y empresas ocuparán su lugar con entusiasmo.
China también ha aprendido a enfrentar a empresas y países occidentales, favoreciendo a quien promete compartir más tecnología con sus socios chinos o evita las críticas a China.
Luke Patey, experto en la estrategia económica internacional de China del Instituto Danés de Estudios Internacionales, sostiene que los gobiernos occidentales, como el alemán, exageran el poder económico de China y subestiman el suyo propio: "Alemania tiene cartas con las que podría ganar la partida de póker geoeconómico, pero juega como si solo tuviera una pareja de treses", explica Patey.
A Occidente le preocupa que las empresas chinas sean líderes en equipos de telecomunicaciones de quinta generación —como Huawei Technologies— y en baterías para vehículos eléctricos. Sin embargo, "no tenemos en cuenta que junto a Huawei están Ericsson, Nokia y Samsung", con sede en Suecia, Finlandia y Corea del Sur, respectivamente. Mientras tanto, la japonesa Panasonic y la surcoreana LG "fabrican las baterías para vehículos eléctricos más sofisticadas del mundo".
Para que Occidente pueda jugar a este juego, tendrá que emplear con más habilidad sus amplios activos económicos para fines geopolíticos. Las sanciones a Rusia demuestran que puede hacerlo: Occidente demostró una notable amplitud y unidad en su voluntad de prolongar importantes molestias económicas para castigar a Rusia.
Cuando la Administración de Trump impuso controles de exportación a China, Taiwán no se sumó, pero sus empresas se vieron obligadas a cumplir porque utilizan tecnología estadounidense. Esta vez, Taiwán sí se ha aliado con Estados Unidos. "Taiwán condena enérgicamente la invasión de Rusia en Ucrania. Nuestro país se une a Estados Unidos, la UE y otros socios afines para sancionar a Rusia", tuiteó su Ministerio de Asuntos Exteriores.
Sin embargo, en cierto sentido se trata de una prueba fácil: ¿permanecerá unido Occidente si Ucrania desaparece de los titulares y aumentan las molestias económicas? Y lo que es más importante, ¿podría hacer el mismo esfuerzo con China, un mercado y proveedor fundamental para muchas empresas y países de Occidente?
Si China ataca a Taiwán, a la que considera una provincia renegada, excluir al gigante asiático de la economía mundial sería casi imposible. No obstante, los gobiernos occidentales han empezado a limitar sus relaciones comerciales con China en respuesta a su comportamiento más agresivo hacia sus vecinos y a 'Made in China 2025', un plan económico para dominar las tecnologías clave. Alemania e Italia están aplicando criterios más estrictos a la inversión extranjera en sus empresas, recelosos de que la tecnología avanzada se transfiera a sus competidores chinos.
Japón está debatiendo ahora una ley de seguridad económica para salvaguardar las cadenas de suministro y limitar la inversión extranjera y los equipos utilizados en infraestructuras sensibles. Las empresas que habían dado prioridad a la expansión en China están ahora potenciando su presencia en Occidente. TSMC está construyendo plantas de fabricación en Arizona y Japón, mientras que Intel ha anunciado instalaciones nuevas o ampliadas en Ohio (EEUU), Francia, Alemania e Italia.
La cooperación occidental en este sentido, aunque incipiente, está creciendo. Cuando Estados Unidos y la Unión Europea resolvieron el año pasado una larga disputa sobre sus respectivas subvenciones a Boeing y Airbus, también acordaron desarrollar un enfoque común hacia las "economías no sujetas a las leyes del mercado", es decir, Rusia y China, en materia de aviones civiles.
Por ejemplo, acordaron que esos países no pueden invertir en sectores de la aviación si ello implica "la transferencia de tecnología o de puestos de trabajo en detrimento" de Estados Unidos y Europa.
Mantener una ventaja económica también requiere reinversión continua. En la actualidad, Occidente lleva una cómoda ventaja. Basándose en el poder adquisitivo y no en los tipos de cambio actuales, China y Rusia gastaron 570.000 millones de dólares en investigación y desarrollo en 2019, las últimas cifras disponibles; Estados Unidos y sus mayores aliados democráticos gastaron más del doble, 1,5 billones, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico.
Cuando se trata de capital humano, la ventaja se reduce ligeramente: Rusia y China cuentan con 2,5 millones de investigadores, y Estados Unidos y sus aliados, unos 5,2 millones. Es en la reserva de talento futuro donde la distancia empieza a recortarse de verdad. China concede más títulos universitarios de ciencias e ingeniería que Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Japón y Corea del Sur juntos.
Los estudiantes de China tienen más probabilidades de dedicarse a la ciencia y la ingeniería que los de otros países. Esta reserva de talento es un formidable motor de innovación nacional y un imán para la inversión extranjera y nacional. La falta de una reserva similar limita los esfuerzos estadounidenses por devolver la fabricación crítica a Estados Unidos.
En un discurso pronunciado en Taiwán el año pasado, Morris Chang, fundador de TSMC, lamentó que los ingenieros estadounidenses "no quieren trabajar en la industria manufacturera (...) La superioridad de Taiwán en la materia reside en que cuenta con un gran número de ingenieros, dedicados y de gran nivel, dispuestos a lanzarse a la fabricación".
China está cultivando rápidamente su propia esfera de influencia económica, a través de la inversión extranjera
Occidente compensa la escasez de talento autóctono con la inmigración. Un estudio del Instituto de Estudios Internacionales y Estratégicos de la Universidad de Pekín realizado a principios de este año se lamentaba de que el 34% de los mejores talentos de la inteligencia artificial china trabajaba en el país, mientras que el 56% lo hacía en Estados Unidos, cuyo "entorno de investigación científica relativamente relajado e innovador es (...) preferido por los talentos científicos y tecnológicos". Los emprendedores tecnológicos están motivados por la libertad y la riqueza, dos elementos que se están quedando fuera del alcance de China y Rusia.
Por lo tanto, un factor clave para que Occidente pueda mantener esa ventaja es su capacidad de seguir siendo un imán para el talento. Sin embargo, la apertura de Occidente al comercio y a la inmigración, e incluso su compromiso con la democracia, están bajo presión. En la última década, Europa y EE.UU. han visto un aumento del apoyo a los populistas de derechas, que se oponen a la inmigración y al libre comercio, son escépticos con la OTAN y admiran a Putin.
Entre ellos se encuentran Marine Le Pen, candidata a la presidencia en las elecciones de Francia de esta primavera, y el expresidente de Estados Unidos Donald Trump, que podría aspirar a la Casa Blanca de nuevo en 2024. Según el 'think tank' Freedom House, la democracia ha retrocedido en Hungría, Polonia y Estados Unidos.
Esto apunta al último y quizá mayor desafío para las naciones occidentales. Después de haber demostrado la eficacia con que pueden romper los lazos con Rusia, ¿pueden ser igualmente eficaces en el fortalecimiento de los lazos entre sí y con los actores no alineados como India, Brasil y Vietnam, y constituir así una alternativa atractiva al Oriente autocrático?
Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos utilizó el comercio para fortalecer otras democracias y sus lazos con sus aliados, y como recompensa obtuvo un Occidente democrático y próspero. Sin embargo, desde la primera década de este siglo, los estadounidenses ya no apuestan tan claramente por este modelo, ya que la expansión del comercio con países como China ha provocado agitación económica y pocos beneficios geopolíticos.
Trump vio el comercio como un juego de suma cero y golpeó a aliados y adversarios por igual con aranceles. Sacó a Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico con otros 11 países de las costas del Pacífico, un pacto que abarcaba no solo aranceles sino también inversiones, propiedad intelectual, datos y el comportamiento de las empresas estatales, y que pretendía ser una alternativa a China. Biden ha resuelto las disputas arancelarias, pero ha presionado para ampliar la normativa Buy American (compra lo estadounidense), que penaliza las importaciones. No ha ofrecido ningún acuerdo comercial análogo como parte de su ampliación de los lazos militares con sus aliados en Europa y Asia, aunque ha prometido un Marco Económico Indo-Pacífico menos ambicioso.
Mientras tanto, China está cultivando rápidamente su propia esfera de influencia económica, a través de la inversión extranjera, su iniciativa de infraestructuras ligada a la nueva Ruta de la Seda y los acuerdos comerciales, incluso solicitando adherirse al Acuerdo Transpacífico, rebautizado como Tratado Integral y Progresivo de Asociación Transpacífico.
"China ha estudiado cuidadosamente el modelo estadounidense de posguerra, por el que su dominio militar global y regional se vio incrementado a raíz del dominio financiero y económico", explica Rudd. Sostiene que China pretende alcanzar sus objetivos de política exterior haciendo que los países de toda Asia, incluidos los aliados estadounidenses, dependan de su comercio e inversión y, en última instancia, de su moneda.
Rudd insta a Estados Unidos a volver al Acuerdo Transpacífico y a reactivar un pacto similar con Europa. Estados Unidos debe darse cuenta de dónde reside su ventaja estratégica, "en el libre comercio, el comercio abierto y los flujos de capital abiertos".