El 22 de marzo es el Día Mundial del Agua y es en medio de una coyuntura global que pone en riesgo la seguridad alimentaria, que el mundo mira hacia América como una alternativa de supervivencia, pero se encuentra con que el Cono Sur del continente, una de la zonas con los campos más fértiles, está seco
En el mundo, tres de cada 10 personas carecen de acceso al agua potable segura y seis de cada 10 no tienen saneamiento, según la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
CRISIS Y DESAFÍOS DE ARGENTINA
La huella bien visible de los terrenos secos y casi áridos se nota en gran parte de los 2,8 millones de kilómetros cuadrados de Argentina, desde Jujuy y la Mesopotamia hasta Tierra del Fuego. Los cambios en los patrones de ciclos como El Niño y La Niña, así como la "deforestación agresiva" provocada por el ser humano, son las principales causas de este fenómeno, según Darío Soto-Abril, director ejecutivo de la Asociación Mundial para el Agua (GWP, por sus siglas en inglés).
"(La sequía) afecta no solo la subsistencia de quienes producen, sino la inseguridad alimentaria de todos en la región, porque no tenemos acceso a los productos que se producen en la Argentina (...). Hay menos producción y la escasez va a contribuir a una inflación que vive la región por causas globales", afirma en una conversación con EFE.
La sequía es la responsable de las grandes pérdidas del sector agropecuario argentino, que ascendieron a 2.930 millones de dólares durante el verano del año pasado, de acuerdo con un informe de la Bolsa de Comercio de Rosario.
En ese mismo periodo la proyección de cosecha de soja y maíz cayó en 9 y 8 millones de toneladas, respectivamente, en este país, uno de los mayores productores mundiales de soja. Esta reducción de la producción tendrá un impacto estimado de US$ 4.800 millones sobre el conjunto de la economía argentina, equivalente al 1% del PIB potencial del país, que atraviesa serios desequilibrios macroeconómicos desde mediados del 2018.
La falta de agua en el suelo condiciona la producción y la calidad de los cultivos, especialmente la de arroz, que requiere grandes cantidades del recurso hídrico.
"En el arroz, como lo que se come es el grano que se cosecha, todas esas condiciones tienen un efecto directo en la calidad, así que se espera que no solo haya menos kilos, sino que probablemente la calidad no sea la ideal", señaló a Efe la ingeniera agrónoma María Inés Pachecoy, del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Según el propio INTA, en Argentina existen casi dos millones de hectáreas de cultivos con "daños severos" en la zona noreste del país.
“Argentina enfrenta desafíos hídricos diversos y, en ocasiones, de signos opuestos; propios de una geografía de contrastes”, aseguró a Infobae el ingeniero agrónomo Esteban Gabriel Jobbágy Gampel, investigador Superior del CONICET del Grupo de Estudios Ambientales (GEA), de la Universidad de San Luis.
En ese sentido, el especialista destacó a Infobae que “detrás de estos desafíos es común encontrar los efectos combinados del cambio climático, las transformaciones del uso de la tierra y el crecimiento de las ciudades”.
En palabras del investigador del CONICET, un ejemplo de estos desafíos está presente en las regiones pampeanas y chaqueñas cuando, ante el aumento en la intensidad de las lluvias relacionadas con el cambio climático, los paisajes cultivados no logran absorber el agua y provocan inundaciones extendidas que afectan y generan daños a pueblos y rutas.
En contraposición, las sequías que se extienden por meses provocan bajantes en los ríos, como ocurrió en el Paraná, que compromete tanto el transporte, como la toma de de agua potable o, incluso, la generación de energía hidroeléctrica.
Argentina tiene aguas subterráneas en todo su territorio. El Acuífero Guaraní es el más grande pero existen otros como el Pampeano, o el Yrendá - Toba - Tarijeño, entre otros. Con sequías cada vez más alarmantes, que traen pérdida de producción agrícola e incendios y un 70% de nuestro suelo árido, estas aguas se vuelven claves para el futuro.
“Estamos viviendo cada vez más situaciones extremas, esto tiene que ver con el cambio climático. Estamos perdiendo ese ciclo de agua. Eso se traduce en catástrofes naturales. Hay que invertir en soluciones que la naturaleza hubiese generado y nosotros rompimos. Como los humedales, que generan retención de agua en el suelo. Si volvemos a fomentar los humedales vamos a tener más agua y vamos a poder administrar mejor el ciclo del agua”, detalló Manuel Saudí, de Agua Segura.
LA DRAMÁTICA SEQUÍA DE CHILE
Desde 2010, Chile vive la más extrema sequía desde que hay registros. El fenómeno se extiende desde de Coquimbo a La Araucanía, afectando principalmente en la zona central.
Chile es el país más afectado del hemisferio occidental por la sequía y el 76 % de su territorio está impactado por la falta de agua. El pasado 14 de marzo volvieron a saltar las alarmas cuando el recién posesionado presidente, Gabriel Boric, señaló en una entrevista que no se descarta el racionamiento de agua en tres barrios de Santiago, la capital del país. Y el panorama tiende a empeorar: según la Dirección Meteorológica de Chile (DMC), 2021 fue el cuarto año más seco desde que hay registros y todas las regiones presentaron un déficit del 50 % en las precipitaciones, especialmente las de la zona central, que acoge a Santiago.
Los expertos aseguran, además que podría presentarse un tercer año consecutivo con el fenómeno de La Niña. Pero aparte de los factores meramente climáticos, también inciden en esta crisis criterios como el régimen de propiedad del agua, que en un 80 % se encuentra en manos privadas, principalmente de grandes empresas agrícolas, mineras y de energía.
“El gran desafío que nos queda es dejar de entender el agua como un derecho de aprovechamiento privado y avanzar hacia su establecimiento como un bien común que debe ser protegido integralmente”, aseguró Estefanía González, coordinadora de Campañas en Greenpeace, en un documento de la ONG sobre la reciente reforma al Código de Aguas.
La falta de agua ha sido tan dramática, que muchos especialistas la han bautizado como “megasequía”. En su paso por el país, ya ha cobrado una serie de víctimas, como Petorca, Aculeo o Caburgua.
La situación ha sido tan extrema, que que como ha ocurrido en otros países, muchos temen que algunas ciudades lleguen al temido “Día Cero”. En muchos lugares del país ya existe racionamiento.
En Santiago, una de las víctimas más sensibles son los ríos Mapocho y Maipo, cuyos cauces se han visto drásticamente reducidos en los últimos años.
Juan Eduardo Johnson, ingeniero civil hidráulico y magíster en Ciencias de la Ingeniería de la Universidad Católica, explica a Carlos Montes de La Tercera que una forma de medir la drástica reducción del caudal del Mapocho, es observar “el punto de descarga del canal San Carlos (frente al Costanera Center), obra que terminó de construirse en 1825 con la finalidad de trasladar agua desde la cuenca del río Maipo al río Mapocho, para abastecer a Santiago. En este se puede observar cuánta agua trae actualmente el río versus el aporte que genera el canal”.
El canal San Carlos hoy tiene el rol de “suministrar agua al río Mapocho para que mantenga su flujo, ya que sin este afluente en temporada de sequía la cantidad de agua sería aún más escasa, y por tanto, afectaría todas las contribuciones ecosistémicas y de biodiversidad del río, aguas abajo de la ciudad”, añade el académico.
El mapa de 1800 muestra el trazado del canal San Carlos (en amarillo).
Raúl Cordero, climatólogo de la Universidad de Santiago, señala que debemos entender que la sequía, que afecta a la zona central hace más de una década, y que entre otras consecuencias genera una baja en el caudal de ríos como el Maipo y el Mapocho, “se da en un contexto de pérdida de precipitaciones que comenzó mucho antes, en la década de los 80. La zona central comenzó a perder precipitaciones hace cuatro décadas. Las lluvias han estado disminuyendo alrededor de 7% cada diez años”.
En el río Maipo, señala Johnson, el alto nivel de intervención que existe en su cuenca (cursos de agua, extracciones y descargas), puede desvirtuar un poco el análisis de cuánta agua ha perdido, por eso dice que un punto idóneo para evaluar la situación, “es aguas arriba de la Toma Independiente, que puede verse desde el puente Las Vertientes, en la comuna de San José de Maipo”.
Dicho punto es clave, agrega, puesto que capta alrededor del 70% del agua que abastece la ciudad de Santiago. “Además, se emplazan los estanques de Pirque, obra construida por Aguas Andinas para el almacenamiento de agua en caso de escasez, permitiendo tener una reserva para abastecer a la población de la capital”.
Desborde del río Mapocho en 1982. Hoy la situación es diametralmente opuesta. ARCHIVO HISTORICO/CDI COPESA
La situación no tiene para cuándo mejorar. Durante las últimas cuatro décadas hemos perdido ya un tercio de precipitaciones anuales, advierte Cordero. “Y esta pérdida promedio enmascara años en los que las precipitaciones han sido mucho más bajas, por ejemplo 2021, que cerró con un déficit en la zona central de dos tercios″, añade.
Bajo cualquier escenario climático, argumenta el climatólogo, “la zona central continuará perdiendo precipitaciones al menos durante las próximas tres décadas. Hay cierta incertidumbre relativa a la magnitud de esas pérdidas, pero no respecto a la tendencia. Lo anterior significa que debemos adaptarnos, considerando un estrés hídrico todavía superior al actual”.
Johnson señala que no obstante, dada la escasez hídrica que afecta a la región, “los cauces superficiales han disminuido sus flujos mínimos, requiriéndose la construcción de pozos (cada vez más profundos) para complementar el abastecimiento requerido mediante la extracción de aguas subterráneas”.
Río Mapocho (1982). ARCHIVO HISTORICO/CDI COPESA
Cordero establece que en el corto plazo además, la situación no es particularmente alentadora. Al menos en los próximos meses se proyectan bajas precipitaciones en la zona central debido a la persistencia del Fenómeno de la Niña. “Este enfriamiento de la temperatura superficial del Pacífico Tropical se asocia, justamente, a bajas precipitaciones en esta zona de Chile”.
En la última proyección de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de EE.UU. (NOAA), se mantuvieron altas (superiores al 70%) las probabilidades de que La Niña persista al menos hasta la primera mitad del invierno. “Eso significa que las probabilidades de que este sea el año final de la larga e intensa sequía que nos afecta, no son muy altas”, explica Cordero.