El presidente electo de Bolivia, Luis Arce, se comprometió a trabajar por todos los bolivianos y a construir un gobierno de unidad, y con su triunfo, el Movimiento Al Socialismo (MAS) regresa al poder tras casi un año de gestión de Jeannine Áñez, que se hizo cargo de la presidencia tras el golpe de Estado que destituyó a Evo Morales y lo obligó a exiliarse, primero en México y luego en Argentina.
"Mi compromiso (es) trabajar para llevar adelante nuestro programa y, como lo venimos diciendo, vamos a trabajar para todos los bolivianos y vamos a construir un gobierno de unidad nacional, vamos a construir la unidad en nuestro país", aseguró Arce esta madrugada, tras conocerse que la diferencia con el segundo, Carlos Mesa, era indescontable.
El mensaje del exministro de Economía de Evo Morales tuvo lugar luego de que dos empresas encuestadoras entregaran los resultados de los conteos rápidos no oficiales, que le dieron la victoria en primera vuelta con más del 50% de los votos.
Arce consideró que se está recuperando la certidumbre en la población boliviana con estas elecciones para poder desarrollar todo tipo de actividades económicas.
Estas actividades beneficiarán "a la micro, a la pequeña, a la mediana y a la gran empresa, y también al sector público y a todas las familias bolivianas que han estado durante once meses en una incertidumbre", agregó.
Además, aseguró que se trabajará y se "reconducirá el proceso de cambio" aprendiendo y superando los errores cometidos por el Movimiento Al Socialismo (MAS), que estuvo en el gobierno durante 14 años, hasta noviembre de 2019.
En ese período Bolivia mostró números sólidos: el PIB creció de 9.000 a más de 40.000 millones de dólares, el PIB per cápita se triplicó, aumentó el salario real, las reservas crecieron, la inflación dejó de ser un problema y la pobreza extrema cayó de casi 38% al 15%.
En 2019, Arce definió así la economía boliviana: "Es un modelo económico social comunitario productivo con muchos elementos. Reconoce que en nuestro país conviven varios modos de producción, para utilizar la terminología marxista. Y lo primero que hicimos fue reconocer esa híbrida relación entre modos de producción y empezar a interactuar con algo que durante el neoliberalismo estaba proscripto: la presencia del Estado. Hoy el Estado toma la vanguardia de la economía boliviana, es el actor más importante de la economía".
Y sobre el contexto internacional planteó que la guerra comercial entre EEUU y China "está afectando a todos y nos va a afectar indirectamente", aunque eso también podría abrir oportunidades de mercados. "Estamos negociando con Rusia, con China. Hoy se están peleando las potencias por la lucha por la hegemonía de la economía mundial y en esa pelea hay reflujos de comercio exterior. Uno tiene que intentar insertarse".
¿Quién es Arce? Luis Alberto Arce Catacora nació en La Paz el 28 de septiembre de 1963. Es licenciado en Economía, título otorgado por la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), y además se graduó como Contador General en el Instituto de Educación Bancaria.
Recibió el grado de Master en Ciencias Económicas de la Universidad de Warwick, Inglaterra, donde estudió entre 1996 y 1997. Realizó toda su carrera profesional en el Banco Central de Bolivia (BCB), desde 1987 hasta enero de 2006, cuando se sumó al gobierno de Morales.
Posee una vasta experiencia como catedrático de pre y posgrado en universidades públicas y privadas de Bolivia, como la UMSA, en posgrado en Ciencias del Desarrollo (Cides)- UMSA, la Universidad Católica Boliviana (UCB), Universidad del Valle, Universidad Franz Tamayo y Universidad Loyola, entre otras.
Fue ministro de Economía y Finanzas Públicas de Bolivia en dos ocasiones, durante el gobierno de Morales: la primera vez desde el 23 de enero de 2006 hasta el 24 de junio de 2017, y la segunda entre el 23 de enero de 2019 y el 10 de noviembre de ese mismo año.
Arce, académico respetado internacionalmente que puso los fundamentos teóricos al "Modelo económico, social, comunitario y productivo", es reconocido en Bolivia como la cabeza y principal impulsor de ese modelo que hizo exitoso al gobierno de Morales.
Nació el 28 de septiembre de 1963 en La Paz y egresó de la secundaria en 1980, para anotarse en el Instituto de Educación Bancaria, donde se graduó como contador en 1984.
Entre 1986 y 1992 estudió en la Facultad de Economía de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), de donde egresó como licenciado en Economía.
Sus estudios continuaron luego en el exterior, con un magister en Ciencias Económicas en la Universidad de Warwick en Coventry, Reino Unido, perfil académico que se complementa con su labor de catedrático en varias universidades públicas y privadas de Bolivia como la propia UMSA, la Universidad Católica Boliviana, la Universidad del Valle, la Universidad Franz Tamayo y la Universidad Loyola, entre otras.
Durante años mantuvo una intensa actividad como conferencista en universidades del Reino Unido, EEUU y América Latina, que también le otorgaron títulos de doctor Honoris Causa.
Trabajó en el Banco Central de Bolivia, donde ingresó en 1987 y se mantuvo en cargos funcionales hasta 2006, cuando fue convocado por Morales (2006-2019) para hacerse cargo del Ministerio de Economía y Finanzas.
Como el propio Arce explicaba en una publicación del Ministerio de Economía boliviano en 2011, este modelo apuntaba a "sentar las bases para la transición hacia el nuevo modo de producción socialista". De esta forma, procuraba modificar la forma en la que se generaban y distribuían los excedentes económicos generados por la sociedad boliviana.
Hábil orador que despliega sólidos argumentos, Arce pudo sacar ventaja de estas características en el debate mantenido el pasado 4 de octubre, donde aseguró que un eventual Gobierno suyo no pagará por dos años la deuda externa, mientras sus oponentes Carlos Mesa, del Comunidad Ciudadana (CC) y Luis Fernando Camacho, de la Alianza Creemos, se centraron en criticar los gobiernos de Morales.
Clarín
MARCELO CANTELMI
En las elecciones de este domingo Bolivia vuelve a las urnas para terminar lo que debió haber concluido hace un año cuando el país, con su economía ya exhausta, estalló en medio de denuncias de fraude, un vidrioso y discutido golpe militar y la renuncia y el exilio de Evo Morales.
Mismo teatro, casi los mismos actores, pero un guión diferente. Este domingo Boliviavuelve a las urnas para terminar lo que debió haberse concluido hace exactamente un año. No estará Evo Moralescomo candidato presidencial como entonces cuando buscaba su cuarto mandato consecutivo. Sí su rival de aquel octubre, el centrista Carlos Mesa, con enormes posibilidades de alcanzar el poder si hay segunda vuelta. Un deja vu de aquel momento cuando toda la estructura del gobierno de Morales se movió para impedir el ballotage y se desató la crisis que lo llevó a la renuncia y al exilio. En este segundo capítulo, hay otras vibraciones similares.
Morales llegó a esa elección ignorando un referéndum en 2016 que le prohibía volver a presentarse después de tres mandatos. Ese desaire había contaminado la campaña e irritado a sus propias bases. No era ése el único conflicto que sobrevolaba aquellas elecciones. La exitosa labor económica que impulsó Evo Morales con su ministro del ramo, Luis Arce Catacora, el actual candidato de su partido, el MAS, con tres lustros de crecimiento anual al 5 por ciento, había perdido fuelle. La relación con la base indígena, que lo coronó por primera vez en 2005, estaba herida como consecuencia del pragmatismo de un gobierno que jugaba en el eje bolivariano con una narrativa autodefinida como socialista y algunas pullas con EE.UU., pero con un Ejecutivo que operaba por el centro.
En un esfuerzo para dinamizar la economía, Morales había autorizado a los agroganaderos aquemar un espacio en el Amazonas boliviano del tamaño de Costa Rica para ampliar el cultivo de soja y la cría de ganado. Un hito central de la alianza del gobierno con el campo, pero con costos sociales significativos. Los indígenas que vivían en esa región marcharon a pie 450 kilómetros con su desilusión en los hombros desde Chiquitania hacia Santa Cruz, la ciudad de oro de la agricultura boliviana, para hacer oír su queja y su impotencia. Joaquín Orellana, uno de los líderes de ese movimiento, penaba con una letanía repetida que aún hoy se escucha: “Evo nos ha abandonado”.
No podían existir dudas respecto a que ese malestar con múltiples fuentes se evidenciaría en la elección. Nadie esperaba que Morales perdiera, pero sí que estaría lejos de una victoria como el indiscutible 61% que recogió en 2014. Sin un logro de ese calibre, su ventaja corría el riesgo de estancarse en la primera vuelta y la pérdida segura del gobierno. Fue entonces que sucedió el desastre. El conteo rápido de las planillas que se trasmiten fotográficamente desde las sedes electorales fue interrumpido cuando se había controlado 84% del sufragio. Hasta ahí Evo ganaba, pero estaba lejos de evitar el ballotage. Su diferencia era de siete puntos y necesitaba diez de diferencia con su rival inmediato, según el sistema electoral boliviano similar al argentino.
Cuando se retomó el conteo y se repuso la información al día siguiente, el presidente tenía la diferencia justa con Mesa para imponerse en primera vuelta. Ese cambio sorprendente encendió una protesta callejera que se tornó violenta con la oposición gritando fraude. El secretario general de la OEA, Luis Almagro, elevado al nivel de “hermano” por Morales, debido a que fue el único diplomático que respaldó la intención perpetuadora del presidente para avanzar a un cuarto mandato consecutivo, acabó denunciando la manipulación de los votos.
Era aparentemente el límite de ese vínculo de confianza. Una investigación del organismo detalló la maniobra clandestina, negada con firmeza por el mandatario que convirtió al jefe de la OEA en un súbito “agente del imperialismo”.
La crisis arrasó al gobierno. Fue a punto tal que la histórica Central Obrera Boliviana, aliada de Morales, le planteó que debía renunciar para aliviar la tensión. Fue la primera sugerencia en ese sentido. La segunda la formuló un amigo cercano de Morales, el general William Kaliman, por entonces comandante de las FF.AA., quien coincidió con la COB en la necesidad de la dimisión. De ese comentario se aferraría Evo, cuando partió a México en su primera escala del exilio que siguió en Argentina, para denunciar un golpe militar que ha sido su relato persistente y el de sus aliados en la región, entre ellos el gobierno argentino, para explicar aquella pesadilla. Kaleman, recordemos, fue relevado inmediatamente por las nuevas autoridades que ocuparon el poder interino del país.
Este domingo, según las encuestas, Arce tendría la vanguardia, pero se repetiría a misma secuencia que experimentó Evo en octubre de 2019, sin seguridad de obtener los diez puntos de diferencia que impidan el ballotage. El ex ministro de Economía, un dirigente astuto y sin profundas ataduras ideológicas, ha venido haciendo campaña alejándose de su ex jefe, apuntando a los jóvenes, en un esfuerzo para ganar el apoyo de los sectores centristas del país. El problema es que, a lo largo de este año, en Bolivia se agigantó una severa grieta política.Esa fractura la excavaron no solo los halcones de Morales, también la ferocidad extremista del gobierno interino encabezado por Jeanine Añez, quien ocupó la presidencia el 12 de noviembre por la línea sucesoria tras la salida del país del jefe de Estado.
La ausencia de una justicia independiente es uno de las deficiencias más graves del país. Esa deformación viene de la gestión de Morales pero no fue resuelta luego de la crisis. Como señaló Cesar Muñoz de Human Rights Watch, “Evo debilitó sistemáticamente al poder judicial al instalar a sus propios aliados en puestos clave”. Añadió que “atacó permanentemente a la prensa sin ningún motivo y restringió los derechos de las organizaciones de la sociedad civil y los activistas de derechos humanos”.
Pero ese fenómeno también marca la gestión de Añez y sus aliados que forzaron denuncias de terrorismo contra Morales y sus ex funcionarios con evidencias relativas o sencillamente inexistentes. Esa ordalía incluyó el terrible caso de Patricia Hermosa, la ex jefe de gabinete de Morales, quien fue detenida bajo cargos de sedición, ignorando al arrestarla que la mujer estaba embarazada, en una clara violación de las leyes bolivianas. Sin atención médica en la cárcel, Hermosa perdió a su hijo pero no fue liberada con el argumento de que ya no estaba encinta. Una absurda y espantosa violación de los derechos humanos. La grieta y esos rencores marcarán inevitablemente la gestión del próximo gobierno con un Parlamento que, si gana Mesa, es probable que quede en manos del MAS. Un diseño de gobernabilidad aún más complejo frente a los costos del coronavirus y una economía con un rendimiento lejano del reciente pasado. Es un mundo diferente.
Morales había logrado transformar a Bolivia con los ingresos por la nacionalización del petróleo y el gas y lo hizo durante la década, entre 2001 y 2010, del viento de cola que otros gobiernos desperdiciaron, claramente el venezolano de Hugo Chávez o el argentino. Hay datos que explican esos distintos resultados. Morales no tuvo problemas, como ya señalamos, en aliarse con la burguesía agrogranadera de Santa Cruz de la Sierra, incluso al costo de maltratar a sus propias bases indígenas. Esos pactos permitieron un salto cualitativo de las exportaciones de soja y carnes a China, entre otros destinos.
El Banco Central llegó a reunir reservas por 20 mil millones de dólares, una cifra extraordinaria para el tamaño de la economía boliviana. En términos objetivos, ese avance se reflejó en una caída de la pobreza de 36,7% al 16,8% y del analfabetismo. De modo paralelo, la banca privada creció 3,6 veces entre 2008 y 2017. Desde su ministerio, Arce había logrado bolivianizar el país abandonando su dependencia previa del dólar gracias al boom de las exportaciones que revaluó el billete local alejándose de las épocas de crónica hiperinflación. La moneda norteamericana se mantenía con una paridad fija desde 2011 en 6,97 bolivianos por billete y con libre mercado. Ese dispositivo servía para mantener en calma el costo de vida que se sostuvo en niveles anuales del orden de 1,51% durante casi una década.
Cuando el viento de cola viró, el tipo de cambio anclado se convirtió en un problema. El país, con una balanza importadora relevante, se encontró con que compraba dos mil millones de dólares más que el valor de los bienes y servicios que exportaba. El déficit produjo un deterioro continuo de las reservas de divisas ante la negativa del gobierno a devaluar. La crisis acabó configurando una vuelta atrás, incluso con la pobreza que regresó a los niveles graves anteriores, con Bolivia estancada hoy junto a Venezuela entre los países más pobres de la región.
No hay nada peor que perder lo que se ha tenido. Por eso la imagen de Evo estaba dañada el año pasado camino a las elecciones. Por eso también cuando la crisis estalló la central sindical eludió protegerlo. Ese desgaste ayuda a entender lo innecesario de la trampa electoral en la que se hundió Morales en el primer capítulo de este drama inconcluso con una perpetuación que su propio pueblo le habia reclamado desisitir. No hay magia. Todo el escenario anticipa el duro camino que deberá recorrer quien tome la posta a partir de este domingo.