CARLOS PAGNI
o miren lo que digo, miren lo que hago". Esa recomendación, que Néstor Kirchner pronunció ante el banquero español Francisco Luzón en 2004, está siendo sometida a una extravagante revisión en estos días. Reformulada por Cristina Kirchner, la consigna parece ser ahora "miren lo que digo, no miren lo que hace". La variación es significativa. No solo porque se pasó del cinismo a la disociación. También porque la que habla es más determinante que el que actúa. El que actúa, o debiera hacerlo, es Alberto Fernández.
La rareza no debe sorprender. Es una derivación de la estrategia de la expresidenta para ganar las elecciones. El experimento presenta tres curiosidades. La primera: el candidato principal, que alcanzó la presidencia, no es el dueño del poder.Quien lidera el oficialismo es la señora de Kirchner. Entre otras razones, porque es quien cosecha los votos en el conurbano bonaerense. Ella no quiso disimular ese desnivel. Fernández no fue postulado en un congreso del PJ ni en una ceremonia del Instituto Patria. Alcanzó con un tuit.
Más allá de la mezquindad de esos 140 caracteres, puede ocurrir que el jefe del Estado no sea el jefe del partido. El caso clásico fue el de Cámpora y Perón. Pero también sucedió con Alvear e Yrigoyen; con Illia y Balbín; con De la Rúa y Raúl Alfonsín. En Colombia, hoy, se repite esa situación entre Iván Duque y Álvaro Uribe. En Brasil, Dilma Rousseff ejerció la presidencia bajo el paraguas de Lula da Silva. Para agrupaciones como el kirchnerismo, que se ordenan con la intimidación, esta excentricidad es más inconveniente. Solo puede haber una fuente de miedo. No dos.
Un segundo rasgo del dispositivo montado por Cristina Kirchner es mucho menos habitual. La jefa partidaria se reservó la vicepresidencia de la Nación. Es posible que fuera inevitable. La transferencia de votos al pupilo no estaba asegurada. El problema es que la descentración política se transformó en una descentración institucional. Quien lidera al grupo ocupa, además, el primer lugar en la línea sucesoria. Es inevitable que sobre cualquier crisis aletee el fantasma del reemplazo.
Para extremar la originalidad, la vicepresidenta imprimió a su ensayo una peculiaridad sin precedente. Designó a alguien que no piensa como ella. Alguien que a lo largo de diez años se le opuso. Sería un milagro que un artefacto diseñado de este modo funcione sin sobresaltos. Hasta ahora ese milagro no se produjo. Dicho con toda cautela. Porque tampoco se iba a realizar el de la vuelta al poder de la expresidenta, y ahí está. Es verdad: para ese otro prodigio colaboró mucho Mauricio Macri, que esta vez jugaría en contra.
En estos días se han multiplicado las evidencias de que esta organización es disfuncional. Dicho en términos médicos, para estar a la moda: es una anatomía que dificulta cualquier fisiología. Una de las demostraciones fue la enfática promoción de la vicepresidenta de una columna de Alfredo Zaiat en Página 12. El mensaje central de ese texto es que Fernández no debería confiar en las organizaciones empresariales a las que convocó el 9 de Julio. El periodista llega a esa conclusión después de proponer una clasificación de las compañías del establishment. El artículo interesa por la fascinación que produjo en la máxima líder del oficialismo. Es decir: cuando se lo lee, se aprende sobre la señora de Kirchner, no sobre el empresariado.
Con premisas de un materialismo de plastilina y papel glasé, allí se discrimina a las empresas según provean al mercado interno o al mercado externo. Las primeras serían "patrióticas". El ejemplo que se exalta es el de Arcor. Es decir, una compañía cuyos ingresos provienen, en un 45%, de lo que produce en fábricas del exterior o de lo que exporta. Para la vicepresidenta eso es bueno. En cambio, el grupo Techint es malo. Aunque su desarrollo sea semejante. Claro, Techint, a diferencia de Arcor, no se enfocaría en el mercado interno. Aunque sea el principal productor de chapas argentinas para la industria argentina, y de acero argentino para la construcción argentina. En este catecismo, Techint es malo porque pretende un dólar caro, para deprimir los salarios. Este grupo lideraría la conspiración contra el desarrollo junto con Clarín. Este grupo se dedica al periodismo y los servicios de telefonía, internet y TV por cable. Todo destinado al mercado interno. Sus directivos querrían, hay que suponer, dólar barato para mejorar sus ingresos en pesos. Pero igual son malos. No son patriotas.
La clasificación que promueve Cristina Kirchner, como la de los animales de la enciclopedia china que imaginó Borges, carece de un criterio. Y hay un extremo en el que se vuelve delirante. Es cuando intenta reivindicar a Cristóbal López, Lázaro Báez y Gerardo Ferreyra, con un argumento de la moral canicobiana: no son los peores. Es cierto: López hizo su fortuna en el mercado interno. Con máquinas tragamonedas. Báez es un caso de éxito que opaca cualquier otro: se hizo multimillonario en solo 10 años que coinciden con el gobierno de los Kirchner. En el caso de Ferreyra, convendría preguntar a Báez sobre el origen del dinero.
Por si las explicaciones de la señora de Kirchner eran inconsistentes, Hebe de Bonafini las sintetizó: castigó al Presidente por invitar a imaginarios explotadores de obreros y criminales de lesa humanidad. La de Bonafini es la máxima condena. Como madre de Plaza de Mayo, encarna lo que Horacio González llama el "núcleo ético del kirchnerismo". Para quitarle gravedad, irrumpió Julio De Vido. Tampoco es el peor. Y está dolido. Para él la predilección de Cristina Kirchner por Fernández es un agravio superior a la prisión. De Vido había adherido a las tesis de Zaiat, aunque su periodista favorito es Santiago Cúneo, quien, en vez de aconsejar al Presidente, lo relaja con insultos. Cúneo es a De Vido lo que Bonafini a la vicepresidenta.
La aparición de De Vido desató la ira de Juan Grabois, que reprochó al exministro haber hecho negocios con los opresores demonizados por Bonafini. De Vido trató a Grabois de "basura" y lo acusó de hacer negocios con el macrismo. En la catarsis, acusó de mercenarios a dos funcionarios de Fernández: Emilio Pérsico y Chino Navarro. De Vido y Grabois inauguraron un deporte de mal gusto: la competencia sobre "cuántos minutos preso estuviste vos con el macrismo". El kirchnerismo está alborotado. O, como lo definió un dirigente porteño, está en "un Ezeiza con distanciamiento social".
Las críticas de Cristina Kirchner y los ataques de Bonafini y De Vido son altisonantes. Pero el episodio más expresivo del bloqueo del kirchnerismo hacia Fernández ocurrió el lunes pasado, durante la reunión virtual con los líderes parlamentarios de Juntos por el Cambio. El encuentro había sido propuesto por Sergio Massa y, en un principio, excluía a los senadores. Es decir, excluía a la vicepresidenta. La experiencia se frustró. Ayudó poco que el Presidente llegara 57 minutos tarde. Los opositores piensan como Jimmy Hoffa en El irlandés: "Más de 10 minutos es mensaje". No entienden a Fernández. Un dato interesante: los legisladores de ambos bandos pasaron 50 de esos 57 minutos en silencio. Esa señal premonitoria fue corroborada por Máximo Kirchner. Apenas el Presidente le dio la palabra, dijo: "Estamos aquí porque somos gente de diálogo. No como Macri, que en cuatro años nunca nos llamó". Nadie defendió a Macri, pero el comentario no gustó. Fernández se adaptó al andarivel que le había trazado el joven Kirchner: "Yo quiero el consenso. Recorrí toda mi coalición y convencí a todos. Me gustaría convencerlos a ustedes también para que adhieran. Pero ustedes quebraron la confianza con el comunicado sobre la muerte de Fabián Gutiérrez". Después esgrimió dos defensas frente a dos acusaciones. Una: "Me dicen que restringimos las libertades, pero la que restringe libertades es la pandemia"; dos: "los que reprochan que discrimino a las provincias opositoras tienen que saber que hablo con Morales, con Larreta, con Suárez, y ninguno me plantea ningún reproche". Fernández volvió a sugerir que hay dos oposiciones: la de los que tuitean y la de los que administran. Es decir, los que tuitean y los que dependen de que él reparta lo que emite. La agenda inicial de Massa -pandemia, moratoria, deuda- quedó para otra vez. El titular de la Cámara de Diputados había llevado a Juntos por el Cambio a una encerrona. Quedó desautorizado. La única que lo previó fue Elisa Carrió, que le desconfía tanto como Cristina Kirchner.
La reunión demostró, con su fracaso, que la dinámica política no se lidera desde Olivos. Se decide en el Instituto Patria y en la quinta Los Abrojos, donde también Macri polariza.La lógica de Macri es de manual. La adoptaron Alfonsín y Cristina Kirchner cuando dejaron la presidencia: "Yo encarno los valores de mi grupo frente a un gobierno autoritario. Cualquiera que me enfrente traiciona al grupo". En 1989, el destinatario de ese montaje discursivo era Eduardo César Angeloz. En 2015, Sergio Massa. Hoy, es Horacio Rodríguez Larreta. Macri y Larreta están destinados a enfrentarse. La primera batalla será el año que viene en las primarias porteñas.
Para entender el fallido de Fernández frente a la oposición no alcanza con detectar el bloqueo de los Kirchner. Massa juega un papel interesante. En su obsesivo esfuerzo por recortarse, conduce al Presidente a encrucijadas que desatan el conflicto. Massa sigue soñando con la Casa Rosada. ¿Cuál es el camino? Una posibilidad es ser el "Alberto" de Máximo. El que lo acompaña, lo socializa y, al final, lo sustituye. Ya le acercó varios empresarios cuya ubicación en el cuadro sinóptico de la vicepresidenta es imprecisa: Brito, Mindlin, Bulgheroni, en cualquier momento le presentará a los Eskenazi. ¿O ya los conoce? Bonafini no sabe/no contesta. Hay otros hombres de negocios con los que el diputado Kirchner se maneja solo. Por ejemplo, con Daniel Vila, de América TV, el acuerdo lo tejieron Wado de Pedro y Mariano Recalde. Siempre cercanos a los emprendedores, esos dos camporistas no necesitaron, en este caso, a Massa. Si el plan de ser el "Alberto" de Máximo sufre alteraciones, Massa puede cobijar otra fantasía: ser el "Adolfo" de Alberto. Massa no representa la contradicción de la vicepresidenta. Para Fernández es, apenas, una piedra en el zapato. Pero una piedra que se mueve demasiado.
Es indudable que Cristina Kirchner sigue concibiendo a los conflictos como la usina más productiva de poder. Hay algo menos claro. Al servicio de qué proyecto están esos conflictos. ¿Pretenden el éxito de Fernández? ¿O pertenecen a batallas anacrónicas de una guerra iniciada en 2007? ¿Quién pelea? ¿La vicepresidenta o la expresidenta? Son preguntas adecuadas porque el contexto en el que debe operar Fernández es muy distinto a aquel en el que operó la señora de Kirchner. La diferencia electoral del Gobierno con su principal oposición es de 7 puntos; no de 37, como en 2011. Y el Estado está quebrado para cualquier ensoñación distributiva.
Sería un error, sin embargo, adjudicar a las obstrucciones de la vicepresidenta todos los problemas del Presidente. Él también se quiere poco. El país sigue en default y la cuarta oferta para un acuerdo fue rechazada por los más importantes acreedores. Un horizonte inquietante para Martín Guzmán, que pretende negociar un programa con el Fondo. Para esta aspiración la política exterior ofrece inconsistencias llamativas. Una de ellas, notoria, ocurrió la semana pasada: el único aliado de Fernández para cambiar el mundo, Andrés Manuel López Obrador, se enamoró de Trump. ¿Alguien había pensado que un presidente de México iba a elegir a la Argentina contra los Estados Unidos? Un error de dimensiones galtierescas. En la Casa Rosada confían en que el mexicano AMLO haya abogado por Fernández ante Trump por el problema de la deuda. Ahora hay que tratar de que México no apoye al cubano-americano Mauricio Claver-Carone en vez de a Gustavo Beliz, como había prometido, para presidir el BID. A estos desaciertos se agrega un gabinete aletargado. Sobre todo, para las dimensiones de la crisis. Esta pasividad eleva la ansiedad de la vicepresidenta. Si ella pronunciara la consigna, tal vez le daría otra formulación: "Miren lo que digo; no miren lo que no hace".
La Nación
LUIS MAJUL
Hay que terminar con la ingenua idea de que Hebe de Bonafini habla por sí misma o que lo hace solo en nombre de las Madres de Plaza de Mayo. Ella suele expresar u opinar lo que siente o entiende Cristina Fernández de Kirchner.
Hay que dejar de autoengañarse y suponer que lo que farfulla un personaje como Dady Brieva es una ocurrencia personal, que el elogio de Cristina a la nota de Alfredo Zaiat es aleatorio, que las advertencias de Juan Grabois no mueven el amperímetro o que los chicos grandes de La Cámpora son unos improvisados que hacen política de manera intuitiva.
El cristinismo no da puntada sin hilo. Es una fuerza disciplinada y de funcionamiento muy vertical que no cuenta con librepensadores. Juegan todos juntos, y en varias canchas a la vez. Tampoco juegan limpio, sino que son inescrupulosos, mienten y hacen trampa.
Desde el minuto uno, en que Cristina ungió a Alberto Fernández como candidato a presidente, supieron qué hacer y cómo empezar a construir un proyecto alternativo. Entonces, las fuertes presiones que ahora ejercen sobre el jefe de Estado responden a ese plan y el actual intento de "lastimarlo" y "condicionarlo" no es sorpresivo ni nuevo. Solo que en estos días se notó con más fuerza y más intensidad.
Cristina, ahora mismo, está muy incómoda con el Presidente. Le endilga no haber cumplido con la parte del pacto reivindicatorio; pero, en el fondo, los dos le erraron al viscachazo. Ella creía que -a esta altura- todos los fiscales y jueces de Comodoro Py y todos los periodistas y medios que siempre fueron críticos se alinearían en un nuevo orden. Alberto Fernández descontaba lo mismo.
Unos pocos días antes de asumir, el Presidente electo dijo a varios periodistas: "Las causas contra Cristina no van a ser un problema. Los jueces se alienan solos. Se paran siempre a favor del viento". Fue un grave error de cálculo. Sin entrar en detalles técnicos, hay tres grandes razones que contradicen ese pronóstico fallido:
1.Aún bajo fuerte presión política, es casi imposible que un fiscal o un juez federal se desdiga de las resoluciones que tomó.
2. Aún con todos los inconvenientes del caso, las causas de corrupción contra la vicepresidenta están muy avanzadas, y es imposible volverlas para atrás.
3. La tercera razón es política. El Frente de Todos ganó con una diferencia de apenas 7 puntos y Mauricio Macri, lejos de subirse al helicóptero, obtuvo el 41% de los votos. Es más: todas las encuestas demuestran que cerca de la mitad de los argentinos verían con muy malos ojos que se anularan o desaparecieran los juicios por corrupción de la década kirchnerista.
Este estado de cosas es lo que explica la desesperación y la urgencia del equipo de abogados -cuentapropistas, mercenarios y caranchos- comandados por Carlos Beraldi, el defensor de Cristina y Cristóbal López, para armar causas contra quienes denunciaron e investigaron a sus clientes.
Las operaciones sucias no prosperan. Los testimonios judiciales de los falsos arrepentidos, exespías y militantes disfrazados de querellantes se van cayendo, uno a uno, por inconsistentes y delirantes.
Como si esto fuera poco, cuestiones como el brutal asesinato de Fabián Gutiérrez y la decisión de otorgar prisión domiciliaria a Lázaro Báez no hacen más que instalar en la agenda pública un tema recurrente: la enorme y compleja trama de corrupción que se empezó a destapar, de manera incontenible, desde la muerte del expresidente Néstor Kirchner, el 30 de octubre de 2010.
Es por todo esto que Cristina Fernández y Máximo Kirchner empezaron a desplegar sobre la mesa un plan más ambicioso todavía: "lastimar" a Alberto Fernández, despegándose paulatinamente de su administración para llegar a las elecciones legislativas del año que viene con un proyecto alternativo de poder, que contemple la presidencia de la Nación con un candidato propio.
Yo no los subestimaría porque son expertos en el arte de la superchería. Ya se las van a ingeniar para hacer oficialismo y oposición a la vez. Miento: ya mismo lo están haciendo. Manejan la mayoría de los ministerios políticos clave y las empresas que poseen cajas multimillonarias.
Además, avanzan con una reforma judicial que contiene, entre otras cosas, una enorme lista de nuevos fiscales y jueces cristinistas y el proyecto de ampliación de la Corte Suprema de Justicia.
Tienen el poder y el dinero, pero se reservan el derecho a veto de cada figura del Gabinete nacional y también, el derecho a criticar -como si fueran un partido de la oposición- las decisiones y medidas del Gobierno que ellos mismos integran y que tienen copado.
Tenemos una pequeña anécdota para contar. En el último aniversario del Instituto Patria, Oscar Parrilli dijo públicamente, sin ponerse colorado, sin repetir y sin soplar, que si el Gobierno hacía cosas con las que no estaban de acuerdo, iban a ser los primeros en criticarlos. Cuando se lo comentaron al Presidente, su primera reacción fue sintomática. "No puede ser. Habrás entendido mal", se ilusionó. Después le mostraron la declaración textual, suspiró, y lo minimizó: "Bueno: ¿Y qué esperaban? Estamos hablando de Parrilli".
Pero Parrilli es Cristina.
Hebe es Cristina.
Grabois es Cristina.
Dady Brieva es Cristina.
La diputada nacional Fernanda Vallejos, que quería canjear ATP por acciones de empresas privada,esCristina.
La senadora nacional Anabel Fernández Sagasti, que pretende expropiar Vicentin, es Cristina.
Horacio Pietragalla, el secretario de Derechos Humanos que pidió la liberación de Ricardo Jaime y de Martín Báez, es Cristina.
Carlos Zannini, el que quiere que le paguen de manera retroactiva la jubilación al exvicepresidende Amado Boudou, condenado por corrupción, también es Cristina.
La nueva responsable del Servicio Penitenciario Federal es Cristina.
Sergio Berni es Cristina.
Los senadores nacionales responden a Cristina.
Los gobernadores no se quieren enfrentar a Cristina.
Y Alberto Fernández no tiene fuerza ni ganas ni convicción como para ponerle límites a Cristina.
En este sentido, la vicepresidenta cuenta con ventaja: no le importa nadie más ni nada más que ella misma. Ni el Covid-19, ni los ricos, ni los pobres, ni Alberto, ni la deuda, ni el peronismo ni la gente que trabajó junto a ella y la soportó durante años.