Cuando a principios de mes comenzaron a circular testimonios asegurando que en la ciudad de Guayaquil había gente muriendo de coronavirus en sus casas y en las calles, además de evidenciar el colapsos de los hospitales y el sistema funerario, las miradas internacionales apuntaron hacia Ecuador. La situación se agravó el viernes, cuando el gobierno anunció que los contagios se duplicaron a 22 mil en un día, ya que las autoridades recién habían logrado procesar miles de pruebas rezagadas.
Con esto, Guayaquil se convirtió en el epicentro del brote en América Latina y se evidenció que Ecuador estaba viviendo una tormenta perfecta en materia económica, sanitaria y social en medio de la pandemia de Covid-19, cuando los casos confirmados ascienden a 24.402 y las muertes a 871.
El economista jefe de Banco Itaú y ecuatoriano de nacionalidad, Miguel Ricaurte, explicó que previo a que llegara el coronavirus, el país se encontraba en una “situación fiscal precaria, con bajo crecimiento, inflexibilidad monetaria -dado el esquema de dolarización- y un gobierno debilitado dado la situación económica del país”. A su juicio, habían “desajustes fiscales estructurales”.
Una visión similar tiene el también el economista ecuatoriano y director de Business School de la Universidad San Francisco de Quito (USFQ), Santiago Mosquera, quien recordó que la economía del país “venía bastante delicada” desde el año pasado, y el último trimestre de 2019 el PIB del país se contrajo 1%.
Mosquera proyecta una contracción de 6,5% del PIB para este año, incluso más pesimista que el 6,3% que prevé el FMI. “En función de la respuesta a la pandemia y en qué momento se encuentre una vacuna, se puede hablar de cierta recuperación con crecimiento cercano al 1% el próximo año”, agregó.
Y si bien desde Itaú no realizan proyecciones sobre Ecuador, Ricaurte afirmó que “la capacidad de retomar crecimiento en 2021 dependerá del adecuado manejo de la pandemia a nivel local y global, y del apoyo multilateral que reciba la economía”.
Al mismo tiempo en que en marzo se detectaban los primeros casos de coronavirus en Latinoamérica, comenzó la guerra de precios del petróleo entre Arabia Saudita y Rusia, situación que alertó de inmediato a Ecuador, ya que el crudo representa el 38% de sus exportaciones y cerca de un 12% del presupuesto del gobierno central.
“La caída en precios no sólo impactará a las cuentas externas -menos exportaciones-, sino que limitará los ingresos fiscales y dificultará realizar los ajustes necesarios en esta materia”, aseguró Ricaurte, quien lamentó que “en un momento en que Ecuador, al igual que el mundo entero, esperaba tener un mejor año, se sumó la pandemia y la guerra del petróleo, que afecta de manera muy importante a esta economía productora y exportadora de crudo”.
De mantenerse los bajos precios todo el año, Mosquera calculó que el gobierno central perdería US$ 2 mil millones que se esperaba ingresaran por el crudo, ya que el precio del petróleo que se incluyó en el presupuesto de 2020 fue de US$ 51, y hoy el barril bordea los US$ 10. Pero también indica que los precios más bajos del crudo tienen consecuencias en la liquidez de las empresas privadas, lo que incluso las puede llevar a la quiebra.
Adicionalmente, el académico de la USFQ explicó “el brote llegó al país en un momento en el cual el sector sanitario ya venía golpeado, porque el gobierno a lo largo de los últimos años en su esfuerzo de consolidar las cuentas fiscales y reducir el tamaño de los déficit, había achicado en parte el sector de salud”, despidiendo médicos, auxiliares y enfermeras, entre otros profesionales del área.
Según Mosquera, “salvar vidas es para el gobierno en este momento una prioridad y el nivel de gasto va a en esa línea”, pero explicó que el costo de atender la pandemia va a superar los US$ 4 mil millones, por lo que el Ejecutivo está buscando financiamiento externo, en organismos multilaterales, para poder cubrir la emergencia.
El economista fue enfático en que “el tema de la informalidad es el elemento que más distingue esta crisis en Ecuador respecto a otros países”, y explicó “las cifras de empleo muestran que seis de cada diez ecuatorianos que son parte de la fuerza de trabajo no tienen un trabajo formal o están totalmente desempleados”.
La tasa de subempleo, según Mosquera, está por encima del 54%, mientras que el desempleo alcanza un 6%. “Cuando pides a la sociedad en su conjunto que se quede en sus casas es muy difícil para los informales porque no tienen un flujo de recursos que les permita estar ahí y cubrir sus necesidades básicas, sino que es gente que tiene que ganarse el pan de cada día en la calle”.