El magistrado federal de Curitiba, autor de la primera condena por corrupción del dos veces ex presidente, emitió la orden y aceptó que se presente voluntariamente mañana a las 17.
El juez federal de la ciudad brasileña de Curitiba, Sergio Moro, emitió esta tarde la orden de detención del dos veces ex presidente Luiz Inázio Lula da Silva, quien tiene tiempo de presentarse voluntariamente hasta mañana a las 17 horas en la sede de la Policía Federal.
Lula está en su casa en su ciudad natal, Sao Bernardo dos Campos, en el estado de Sao Paulo, en compañía de dirigentes del Partido de los Trabalhadores (PT) y de su familia.
El ex mandatario es candidato del PT a la presidencia en las elecciones de octubre próximo.
La decisión fue tomada luego de que Moro recibiera un oficio del Tribunal Regional Federal 4 de Porto Alegre pidiendo la detención del ex mandatario al juez de Lava Jato.
Moro escribió en su fallo que "en atención a la dignidad del cargo que ocupó, le concedo (a Lula) la oportunidad para presentarse voluntariamente a la Policía Federal en Curitiba hasta las 17 de mañana".
"Vamos a ver las medidas que vamos a tomar, pero no admitimos vivir sobre el autoritiarismo judicial. No se agotaron los plazos todavía", dijo el abogado de Lula Roberto Batocchio, a la radio BandNews FM.
Lula será alojado en la sede de la Policía Federal en Curitiba, capital del estado sureño de Paraná, fronterizo con la provincia de Misiones.
"En razón de la dignidad del cargo que ocupó, fue previamente preparad una sala reservada, especie de Sala de Estado Mayor, en la propia superintendencia de la Policía Federal para el inicio del cumplimiento de la pena, para que esté separado de otros presos, sin riesgo a la integridad física o moral", escribió Moro.
Bocinazos y fuegos artificiales fueron lanzados en las inmediaciones de la Avenida Paulista de San Pablo luego de que se conociera la decisión del magistrado de la Operación Lava Jato.
"Mi impresión es que Lula no se ausentará", dijo el abogado de Lula al ser preguntado sobre si se entregará o esperará a los agentes de la Policía Federal.
ALBERTO ARMENDÁRIZ
Si algo llamó la atención durante la dramática sesión de la Corte Suprema de Brasil que ayer rechazó el recurso de habeas corpus de Luiz Inacio Lula da Silva y luego hoy, cuando el juez federal Sergio Moro ordenó la detención del expresidente, fue la falta de una expresiva manifestación callejera de sus simpatizantes. ¿Qué pasó con las huestes populares que -al menos por ahora- no han acudido en masa a expresarle su apoyo cuando más lo necesita?
Apenas unos centenares de seguidores del exmandatario, principalmente militantes del núcleo duro del Partido de los Trabajadores (PT) y de la Central Única de Trabajadores (CUT), marcharon hacia el Supremo Tribunal Federal (STF) en Brasilia, primero, o acudieron a la sede del sindicato de metalúrgicos en São Bernardo do Campo, después. Tampoco se vieron las fabulosas "mareas rojas" petistas del pasado en las últimas caravanas de Lula por los estados del Sur y del Sureste, a pesar de que el expresidente se ubica en las encuestas como el gran favorito en todo el país para las elecciones de octubre.
"Está faltando el pueblo en las manifestaciones y los actos en torno de Lula porque cada vez menos gente compra el relato de que las acusaciones de corrupción son parte de una persecución política; la gente está muy cansada de la impunidad de los políticos. Y quienes prefieren seguir creyendo en la narrativa petista, se manifiestan más cómodamente en las redes sociales, a través de sus cuentas de Facebook y Twitter en vez de ir a las calles", comentó a LA NACION el profesor Ricardo Ismael, profesor de Ciencias Políticas de la Pontificia Universidad Católica en Río de Janeiro.
El académico advirtió que hay que tomar con cuidado también los datos de respaldo que tiene Lula en las encuestas, que muchas veces no se traducen en la realidad de las urnas. Así pasó en las elecciones municipales de 2016, cuando el PT aseguraba que daría un mensaje electoral contundente en contra del reciente impeachment a Dilma Rousseff y terminó con una sorpresa desagradable: perdió el 60% de las alcaldías que tenía.
Para el historiador Lincoln Secco, de la Universidad de San Pablo, el PT entró en decadencia justamente por el desgaste de 13 años en el poder, que no sólo lo hicieron caer en tentaciones corruptas sino que además se habituó a ejercer su influencia a través de la maquinaria estatal y los programas sociales en vez de en las calles y las organizaciones de base. Esa tendencia se acentuó durante la administración de Dilma (2011-2016), que minimizó los vínculos con los movimientos sociales y los sindicatos, que tanto había fortalecido la gestión de Lula (2003-2010).
"Parte del liderazgo y la militancia petista se acostumbró a actuar en cargos públicos, se acomodó y permitió que las bases sociales que llevaron al partido al poder se fueran desmovilizando poco a poco", apuntó Secco, autor del libro de referencia Historia del PT.
El hecho de que la dirigencia del partido no haya hecho jamás una autocrítica sobre los escándalos de corrupción que protagonizó (el mensalão en 2005 y el petrolão de los últimos años destapado por la Operación Lava Jato, que manchó a casi todas las fuerzas políticas principales) no ayudó. Y ahora, después del desgaste generalizado de la población por las manifestaciones en pos de mejoras en los servicios públicos en 2013 y las masivas protestas a favor del impeachment de Dilma en 2016, los incentivos que tienen los seguidores petistas para salir a manifestarse son pocos.
"El partido no goza hoy de autoridad moral y se ha quedado sin los recursos públicos que manejaba cuando estaba en el poder para financiar grandes actos de demostración de fuerza", señaló Ismael.
La gran incógnita es si el aparente letargo del pueblo continuará ahora que Lula ya tiene un pie en la cárcel. Dentro de la dirigencia petista hay diferencias sobre cómo actuar a partir de ahora. Hay quienes defendían ser pragmáticos y unirse a otras fuerzas de izquierda de cara a sostener al menos el caudal electoral en octubre, con o sin Lula como candidato. Otros, que se impusieron ayer, defienden un camino de radicalización, con un shock de movilización de la militancia en acciones decisivas, como blindar con "escudos humanos" a Lula para evitar su detención e insistir con su candidatura.
"Se trata de una resistencia simbólica, para generar la idea de que Lula es un mártir petista. Tal vez sea la mejor estrategia en el corto plazo para que el PT se mantenga como un actor relevante en el próximo proceso electoral, pero el efecto que tendrá a futuro tal vez no sea el más adecuado para la supervivencia del partido", advirtió Secco.
XOSÉ HERMIDA
Por segunda vez en su vida, Luiz Inácio Lula da Silva se convertirá en presidiario. La primera ocasión fue hace 38 años, cuando la policía de la dictadura militar brasileña lo despertó una noche en su casa y se lo llevó después de que, como cabecilla de una huelga de obreros metalúrgicos del área metropolitana de São Paulo, hubiese puesto en jaque al régimen. Casi cuatro décadas más tarde, Lulavolverá a quedar confinado entre rejas, ahora acusado de haberse valido de su cargo como presidente del país para obtener beneficios personales.
El héroe sindical, el ídolo de masas, el presidente más popular que ha tenido nunca Brasil, dentro y fuera de sus fronteras, entrará ahora en la cárcel bajo una acusación ignominiosa: aceptar como regalo un apartamento en la playa de una empresa constructora favorecida con contratos de la empresa pública Petrobras. La imagen va mucho más allá de la de un dirigente político preso. Resulta difícil escapar de los tópicos para definirla: una página en los libros de historia, el final de una época, la caída de un héroe.
Lo primero que hizo Lula tras conocerse la orden del juez Sérgio Moro para su inmediato ingreso en prisión fue correr a refugiarse en la sede del Sindicato de Metalúrgicos de São Bernardo do Campo, allí donde todo comenzó. Arropado por los camaradas, jaleado por cientos de fieles, abrazado por militantes envueltas en lágrimas, entre los recuerdos de décadas de lucha obrera. Casi al mismo tiempo, las agencias internacionales de prensa comenzaban a distribuir un álbum de fotos que resumía los años gloriosos del otro Lula. Ahí ya no aparecía el aguerrido líder sindical sino el estadista que se metió en el bolsillo a medio mundo. En esas imágenes resplandecía el Lula estrella de las cumbres internacionales, el líder que confraternizaba tanto con George Bush como con Barack Obama, el que arrancaba sonrisas del presidente francés Jacques Chirac, el que rompía a llorar tras la designación de Río de Janeiro como sede de los Juegos Olímpicos.
Lula no solo consiguió erigirse en el político que logró las mayores cotas de aceptación de la historia de Brasil, más de un 80% al final de su mandato. Ha sido también uno de los líderes más unánimemente elogiados del planeta. Allá por donde iba, solo concitaba aplausos. Entre la derecha, por someterse a la ortodoxia económica. Entre la izquierda, por haber sacado de la miseria a millones de brasileños hasta entonces abandonados a su suerte por los sucesivos gobernantes de uno de los países más desiguales del mundo.
El Lula que vuelve a la prisión, 38 años después, aún conserva muchas cosas del osado sindicalista capaz de jugárselo todo en plena dictadura militar. Pero ahora arrastra cargas muy pesadas a sus espaldas. Primero fue el caso mensalão, el descubrimiento de que su gobierno se dedicaba a sobornar a los miembros del Congreso para comprar su apoyo político. Más tarde, las evidencias de que, bajo sus mandatos, la petrolera pública Petrobras actuaba como el cofre del que extraían su botín el Partido de los Trabajadores y sus aliados, entre ellos, algunos representantes de lo peor de la política tradicional brasileña. Finalmente, las prebendas personales para él y su familia: los regalos de las constructoras, los negocios de los hijos, las conferencias pagadas por empresas a precio de oro.
Y a pesar de todo, Lula sigue siendo un héroe para millones de brasileños. Sus más acérrimos incondicionales cultivan por él una devoción de proporciones místicas, como si ya no fuese un simple hombre, ni siquiera un dirigente político más, sino la esencia misma del pueblo brasileño hecha carne. El propio Lula ha alimentado la idea con discursos como el que pronunció este año en Belo Horizonte: “Están lidiando con un ser humano diferente. Porque yo no soy yo, soy la encarnación de un pedacito de célula de cada uno de vosotros” . Sin caer en esas ensoñaciones, hay también muchos millones de brasileños, los eternamente desheredados, los condenados durante generaciones y generaciones a vivir en la miseria mientras una pequeña elite se reparte las inmensas riquezas del país, que ven en Lula sin más al único presidente que se preocupó de verdad por mejorar sus condiciones de vida.
La legión de detractores que le ha crecido en los últimos años tampoco escapa a las exageraciones y los delirios. Otros muchos millones de brasileños están tan obsesionados con la idea de meter a Lula entre rejas que mostrar el dibujo del expresidente ataviado con el traje de rayas se convirtió en una especie de fijación maniática de todas las protestas contra él que se han sucedido en los últimos años. Encarcelar a Lula es como una conquista definitiva, como encerrar al diablo en la botella, curar todos los males de Brasil, erradicar para siempre la corrupción que, según el modo de ver de este sector de la población, no existía en el país hasta que el líder del PT llegó al Gobierno. Su odio también ha alcanzado cotas bíblicas, como lo demostró el alcalde de São Paulo, el multimillonario João Doria, en un mensaje grabado tras conocer que el expresidente irá a la cárcel. “Esta decisión lava el alma de los buenos brasileños”, proclamó. “Ha llegado su hora, Lula. Ahora Brasil comienza a respirar. Y usted, Lula, va a respirar en la cárcel”.
Por mucho que los brasileños estén profundamente divididos, este viernes habrá una cosa que los una. Cuando vean entrar en prisión a Luiz Inácio Lula da Silva estarán viendo a algo más que a un expresidente del país, a algo más que a un dirigente político, a algo más que a un simple hombre.