Mauricio Voivodic y Carlos A. Nobre*
Brasil persiste en un modelo antiguo de desarrollo. Seguimos apostándole a un sistema ultrapasado, que prioriza la generación de energía a partir de grandes centrales hidroeléctricas y termoeléctricas, y la exportación de commodities agrícolas y minerales con poco valor agregado, en lugar de promover la innovación tecnológica, tomando el ejemplo de países como Estados Unidos, Alemania Corea del Sur, países Escandinavos y muchos otros.
Brasil persiste en un modelo antiguo de desarrollo. Seguimos apostándole a un sistema ultrapasado, que prioriza la generación de energía a partir de grandes centrales hidroeléctricas y termoeléctricas, y la exportación de commodities agrícolas y minerales con poco valor agregado, en lugar de promover la innovación tecnológica, tomando el ejemplo de países como Estados Unidos, Alemania Corea del Sur, países Escandinavos y muchos otros.
Por muchas décadas hemos sido ejemplo en el mundo por nuestra matriz energética más limpia basada en hidroeléctricas y biocombustibles. Sin embargo, lo que hemos visto en los últimos años es la disminución de la capacidad de generación de las hidroeléctricas. Los extremos de sequía observados en el régimen de lluvias -con la consecuente disminución del volumen de agua en los reservorios- y la insistencia de los diferentes gobiernos en la construcción de termoeléctricas en lugar de la expansión del uso de energías renovables, han causado gran perjuicio al medio ambiente, a la salud y a la economía del país.
Y la perspectiva es que el escenario se vuelva cada vez más crítico en un futuro que parece haber llegado. Veamos el ejemplo de la Amazonía. En el corto intervalo de 12 años, desde 2005, la región experimentó tres sequías que rompieron récords históricos, en 2005, 2010 y 2015-16, y también tres períodos de inundaciones históricas, en 2009, 2012 y 2014, esta última en la cuenca del río Madeira. En el Sudeste, hubo sequías de gran intensidad en el año 2001, que causaron el conocido “apagón”, y nuevamente la más larga sequía de registro histórico en 2014 y 2015.
En el Nordeste los extremos también se están mostrando más frecuentes e intensos, como el período seco sin precedentes de 6 años de 2012 hasta el presente, reduciendo drásticamente el nivel y la capacidad de almacenamiento y de generación del gigantesco reservorio de Sobradinho.
En cierto modo, se puede decir que la creciente variabilidad e imprevisibilidad de las lluvias que abastecen los reservorios están convirtiendo la generación hidroeléctrica considerablemente “intermitente”, es decir, cuando los reservorios están a punto de secarse y se disminuye la generación por un largo tiempo. Metafóricamente, sería el equivalente a la noche eterna y la detención de la tierra, o los vientos dejando de soplar por meses, algo imposible debido a la circulación general de la atmósfera.
En resumen, los extremos climáticos están aumentando en intensidad y frecuencia. ¿Cuál sería la respuesta de la ingeniería de construcción de hidroeléctricas? Usinas con reservorios gigantes, cada vez mayores, aumentando exponencialmente el costo y los impactos socioambientales y ecológicos en las regiones donde se construyen.
Si desde hace años esas hidroeléctricas han presentado déficits crecientes en su producción de energía -y se proyecta que ese cuadro se agrave con los cambios climáticos- ¿por qué seguir invirtiendo en ese sistema? ¿Quién sale ganando con la construcción de obras tan grandes y que no funcionan como se esperaba? La operación Lava Jato ha ayudado a responder a estas preguntas.
Recientemente, la prensa publicó reportajes sobre una “nueva decisión” del gobierno brasileño de abandonar la política de construcción de grandes hidroeléctricas en la Amazonía. Aunque todavía no hay un anuncio oficial, priorizar la inversión en fuentes alternativas, como solar y eólica, es una tendencia muy relevante para el desarrollo brasileño sostenible.
Es necesario, sin embargo, que esto sea prioridad en la planificación estratégica del sector, con una visión integral de los pasos necesarios para promover esa transición. Un plan ambicioso de expansión de la energía solar y eólica, con medidas regulatorias que estimulen la industria local, haría posible una reducción drástica de la dependencia en termoeléctricas.
Incluso con un reducido apoyo gubernamental, el uso de energías renovables ha crecido en el país, gracias a la disminución de los costos de implantación de sistemas eólicos y fotovoltaicos. Las grandes empresas del sector están invirtiendo cada vez más en parques eólicos y centrales solares. Esta inversión también es viable para los consumidores: instalar módulos de energía solar en casa, por ejemplo, ha presentado una de las mejores tasas internas de retorno del mercado, superando el 11% para los consumidores residenciales. Recientemente, alcanzamos la marca simbólica de 1 GW de energía solar fotovoltaica, valor aún muy pequeño comparado al inagotable potencial de energía solar en todo el país.
Una crítica recurrente a la inversión en energías renovables alternativas es el carácter intermitente de la generación, que depende de la insolación y el viento. Sin embargo, las hidroeléctricas actuales, responsables de casi el 70% de la generación, ya son suficientes para complementar la energía producida por módulos solares y concentradores eólicos, incluso en períodos de disminución de la generación. Hay una natural complementariedad con las hidroeléctricas: en períodos más secos, hay mayor incidencia de radiación solar y normalmente vientos más intensos.
Para los próximos quince o veinte años, se prevé, junto al aumento del consumo (lo que puede ser amenizado con medidas de eficiencia energética), el refuerzo al sistema de transmisión y el desarrollo de tecnologías más baratas y eficientes para el almacenamiento de la energía solar y eólica.
En todo el mundo, la inversión en energías alternativas renovables ha resultado en una revolución de desarrollo tecnológico y en el crecimiento masivo en la generación de nuevos empleos. En Estados Unidos, por ejemplo, la industria de las energías renovables ya emplea a más personas que la industria de los combustibles fósiles. Por eso, además de una matriz energética realmente limpia, la inversión en ese sector puede ayudar al país a adquirir competitividad tecnológica, además de contribuir al crecimiento y a la diversificación de la economía nacional.
Este movimiento favorece una generación distribuida y descentralizada, posibilitando al Estado ser más regulador que productor de energía. Además, para el 1% de la población brasileña que no está conectada a la red de transmisión y aún depende de generadores diésel (caros, contaminantes y ruidosos), las alternativas solares, eólicas y biomasa, en sistema descentralizado, serán importantes vectores de mejora de calidad de vida.
En octubre, más de 140 millones de brasileños podrán votar para elegir presidente, senadores, gobernadores y diputados. Es importantísimo que la sociedad esté conectada con las propuestas de los candidatos, cobrando prioridad en las políticas públicas viabilizando las energías alternativas renovables.
Necesitamos que las energías renovables estén en el centro del debate del desarrollo económico brasileño. Dejar atrás el antiguo modelo de mega centrales hidroeléctricas y termoeléctricas. Buscar alternativas limpias, más baratas y sin tantos daños al medio ambiente es la ineludible trayectoria de futuro para Brasil.
*Mauricio Voivodic, Director, WWF Brasil y Carlos A. Nobre,Climatólogo, Miembro de la Academia Brasileña de Ciencias, Miembro extranjero de la Academia de Ciencias de Estados Unidos y Senior Fellow de WRI Brasil.