ROBERTO GARCÍA MORITAN
El nuevo enfoque de Estados Unidos en Afganistán contiene algunos condimentos económicos que podrían haber influenciado el reciente cambio de estrategia tras 16 años de guerra. Una nota del The New York Times especulaba hace poco tiempo que la gran riqueza del mineral afgano no explotado (abundante en cobre, oro, berilio, niobio, tantalio y, entre otros, litio) podría tentar a la Administración Trump a prolongar la permanencia en Afganistán con una presencia militar más significativa. Los recientes anuncios de la Casa Blanca parecen confirmar esa predicción.
La Unión Soviética, en su momento, había llegado a la misma conclusión. El depósito de esmeralda, por ejemplo, que la URSS descubrió en los ochenta en Panjshir es uno de los más grandes del mundo. El cobre de Mes Aynak es el mayor de Eurasia y el de mineral de hierro de Hadjigek el más importante al sur de Asia. Lo mismo las reservas de uranio. Algunos informes procedentes de Moscú señalaban que la decisión de Brezhnev de invadir Afganistán se basó en el riesgo que Pakistán e Irán se apoderaran de esas reservas para construir armas nucleares.
Diversos estudios geológicos, incluyendo un informe de la Comisión Económica y Social de las Naciones Unidas de 1995, parecen indicar que Afganistán podría ser la Arabia Saudita de los minerales, en particular de los estratégicos, esenciales en los procesos industriales de alta tecnología. En el 2010 el Pentágono presentó un mapa detallando las riquezas que fueron evaluadas en varios billones de dólares. En el 2011 las autoridades afganas confirmaron esa información. En el caso concreto del litio, los estudios geológicos reflejan que el yacimiento de la provincia de Ghazni es mayor que el de toda Bolivia, el país que hasta ahora poseía las mayores reservas de este mineral.
La nueva estrategia de EE.UU. en Afganistán también podría estar relacionada con la activa presencia monopólica minera de China como por la nueva dimensión adquirida por la llamada Ruta de la Seda. Desde el 2007 la empresa minera Jiangxi Copper y el Grupo Corporation Metalúrgico (MCC) de China vienen invirtiendo en la mina a cielo abierto de cobre de Aynak (la segunda reserva mundial después de Chile) y compitiendo por el control de los depósitos calculados en 13 millones de toneladas con empresas de EE.UU, Australia, India y Canadá. Asimismo, China ya explota reservas afganas de petróleo y gas como minas de piedra semipreciosa lapislázuli.
De las aproximadamente 200 minas en funcionamiento en Afganistán, la mayor parte están bajo el control de los Talibanes, incluyendo la mina de uranio de Hermanad. En los últimos meses la actividad terrorista se ha intensificado de manera considerable y el gobierno afgano ha perdido un 10% del territorio. La presencia de ISIS también es importante. Tanto los Talibanes como células locales del Estado Islámico habrían recaudado anualmente aproximadamente 12 millones de dólares en exportaciones mineras.
Pese a que algunos informes predicen que las perspectivas para un negocio minero rentable son en la actualidad peores que en el 2009, no sería descartable que la fiebre por el metal transforme el conflicto en Afganistán en un nuevo punto vital de la geopolítica global. Es de esperar que la actividad minera reduzca, entre otros, el drama que representa que Afganistán sea hoy el primer productor de heroína y cannabis del mundo.