JUAN CARLOS HALLAK * Y ANDRÉS LÓPEZ **
La discusión pública sobre las propuestas de nuestras candidatas y candidatos presidenciales muestra la enorme brecha de miradas sobre los problemas que aquejan a la economía del país. Sin embargo, estas miradas convergen en ver al desarrollo económico argentino atado a una mejor inserción internacional.
El potencial de Vaca Muerta y de la minería, de la mano del litio y el cobre, se destaca con optimismo como la locomotora que traccionará esa inserción. En un curioso consenso, coinciden en esta mirada economistas, políticos y periodistas –así como muchos otros actores– con visiones opuestas sobre el rol del Estado en la transformación de la estructura productiva.
Por un lado, la visión “ortodoxa” celebra este tipo de inserción internacional, ya que aprovecha las ventajas comparativas existentes. Esta visión suele ser escéptica respecto de intervenciones gubernamentales para promover la transformación productiva; se argumenta que cualquier estructura productiva que emerja en una economía abierta y desregulada, sin distorsiones de precios, es eficiente y, por tanto, será la que estimule la inversión y el crecimiento.
Algunos defensores de esta visión pueden aceptar que existan iniciativas de política que remuevan fallas de mercado, siempre que ellas que puedan identificarse claramente y que existan las capacidades para implementarlas de modo eficaz, aunque siempre tendrán un aporte marginal al crecimiento. Bajo esta visión, no debería preocupar una inserción internacional basada en recursos naturales.
Por otro lado, la visión “desarrollista” o “estructuralista” también pareciera volcar sus expectativas de desarrollo económico en la expansión exportadora de Vaca Muerta y la minería. Enfrentados a una “restricción externa” que clama por dólares, los partidarios de este enfoque ven en estos sectores la única alternativa de una economía que, de otra forma, no tendría chances de salir adelante.
A pesar de considerar que intervenciones de política ambiciosas son claves para lograr una estructura productiva compleja y diversificada, no parecen abrigar esperanzas de que ella logre en el corto o mediano plazo una inserción internacional relevante, ni tampoco empujan una agenda definida para estimular este proceso.
Por ello, a pesar de su histórica condena a la primarización exportadora, quienes se enmarcan en esta segunda visión se han convertido en fervientes impulsores de la explotación intensiva de nuestros recursos del suelo. Implícita o explícitamente, asumen que las divisas generadas por estos sectores abrirán espacio para que el Estado invierta en capital humano, en infraestructura y en el sistema de ciencia y tecnología, así como en subsidiar el avance de sectores estratégicos o prioritarios, generándose así un “puente” hacia una economía más sofisticada y desarrollada que de alguna manera –no explicitada– habrá desarrollado su capacidad de exportar.
Para los autores de esta nota, ninguna de estas dos miradas es la correcta. Lejos estamos de oponernos a la explotación de recursos no renovables, ya que es obvia su potencial contribución a nuestro crecimiento económico. Sin embargo, vemos con preocupación que se piense el futuro exportador de nuestro país con foco en estos sectores.
Aunque la aumentada disponibilidad de divisas puede ser favorable para la estabilidad macroeconómica, su crecimiento per se no garantiza el crecimiento sostenido de la economía. Una macroeconomía estable es condición necesaria para el desarrollo económico, pero no suficiente, como lo demuestran muchos de nuestros vecinos en la región que, a pesar de disfrutar de un mayor crecimiento, no han logrado converger a los niveles de ingresos de los países desarrollados. Estos últimos países tienen estructuras productivas y exportadoras diversificadas y sofisticadas, que han requerido y requieren la intervención activa y sostenida de la acción estatal en diversas formas.
En el estadio actual de la economía argentina, creemos que dicha intervención tiene que tener como prioridad el fortalecimiento de la capacidad de inserción internacional de nuestro aparato productivo, hoy limitada por numerosos obstáculos estructurales y autoimpuestos.
A diferencia del tradicional pensamiento estructuralista, no nos convence un enfoque que priorice per se la construcción de capacidades en un grupo de sectores “estratégicos”, ya que sabemos de la dificultad de volver competitivos a los sectores elegidos.
Vemos mucha más promesa en una agenda que promueva y profundice la capacidad de inserción internacional de una mucho más amplia variedad de actividades con potencial competitivo, que existe tanto en la agroindustria como en la industria y los servicios.
En otras palabras, el norte de la política productiva debe ser el desarrollo exportador, pero no para atenuar la “restricción externa”, sino porque la capacidad de identificar y desarrollar oportunidades de inserción en mercados internacionales es la que traccionará los procesos de inversión e innovación generalizados –en lo productivo, tecnológico o comercial– que son los que mueven el amperímetro de la productividad y permiten retomar el crecimiento sostenido. En síntesis, es la inserción internacional la que liderará el desarrollo productivo.
En una economía tan cerrada y poco expuesta a la competencia global como la nuestra, sin preparación para entender y competir en los mercados internacionales, poner el foco de la política productiva en una mayor y mejor inserción internacional es la forma más eficaz de facilitar los procesos de inversión e innovación.
Los obstáculos para la inserción internacional son muchos y se requieren políticas e instituciones específicas orientadas a crear las capacidades y los bienes públicos que permitan superarlos. Entre ellos, la facilitación del comercio, el acceso a mercados, la inteligencia y promoción comercial, la infraestructura de calidad, de transporte y de comunicaciones, el financiamiento y la capacitación.
A la vez, se requiere compromiso y coordinación de todos los actores e instrumentos de la política productiva para lograr un mejor desempeño exportador, con el cual las empresas argentinas logren competir en los mercados externos basadas en la calidad, el diseño, el posicionamiento de marca, la confiabilidad comercial y cualquier otra forma de diferenciación.
Somos optimistas respecto del potencial exportador de nuestros sectores agroindustriales, industriales y de servicios transables. Pero ese potencial hay que trabajarlo sin demoras, aun mientras se estabiliza la macro, ya que su desarrollo es un proceso que requiere tiempo y continuidad en los esfuerzos.
* Profesor en la UBA e investigador del Conicet. Ex subsecretario de Inserción Internacional
** Profesor en la UBA e investigador del Conicet. Director del Instituto Interdisciplinario de Economía Política (IIEP-UBA-Conicet)