DANIEL MONTAMAT *
Daniel Yerguin es uno de los referentes del pensamiento energético en el mundo. Muchos recuerdan su libro The Prize (la historia petrolera mundial desde 1850 a 1990) por el cual recibió el premio Pulitzer de Literatura.
En el 2020 volvió a iluminar el pensamiento energético crítico con otro libro The New Map, Energy, Climate and the Clash of Nations, focalizado en el análisis de las transiciones energéticas que vivió el mundo en los últimos siglos y los objetivos planteados en este siglo para ir mutando del paradigma fósil a un paradigma verde donde crezca la participación de las energías renovables o alternativas como la nuclear. Yerguin no es un negacionista.
Asume el impacto humano en la emisión de gases de efecto invernadero (el sector energético es responsable del 75% de las emisiones de CO2) y está preocupado por las consecuencias planetarias del cambio climático.
Como economista analiza y promueve soluciones cooperativas para mitigar esas emisiones y facilitar la adaptación de los más perjudicados en base a acuerdos globales (impuesto a las emisiones, mercado de bonos verdes, fondos de financiamiento, etc), pero no disimula su preocupación por ciertos planteos voluntaristas que imaginan escenarios disruptivos en la matriz energética mundial que él considera inviables y precursores de futuras crisis.
El 23 de enero pasado publicó una nota para el Project Syndicate, que tituló “La transición energética se enfrenta a la realidad”. Allí vuelve a recordar el carácter sui generis de la transición energética actual desde los fósiles a las energías renovables respecto a los antecedentes históricos de las otras transiciones energéticas.
Las anteriores, destaca -como la de la madera a los fósiles, o la del carbón al petróleo-, estuvieron fundadas en la tecnología y la ventaja económica del cambio, mientras que ve a la actual transición motorizada y dependiente de las políticas públicas.
Las anteriores generaron procesos acumulativos de larga data (alrededor de un siglo), mientras la actual plantea procesos disruptivos de un cuarto de siglo.
Recuerda que el carbón recién fue desplazado por el petróleo como primera fuente de energía en la matriz mundial en 1960, pero que no se cerraron las minas de carbón; la explotación se concentró en las más productivas, y, de hecho, el mundo usa en el presente tres veces más carbón mineral que el mundo de entonces, y en el 2022 la producción y consumo de carbón mineral alcanzó un récord histórico.
Es cierto que la invasión de Rusia a Ucrania ha vuelvo a poner en el tope de la agenda mundial la seguridad energética, con las consecuencias geopolíticas que ello implica (suministro accesible, seguro y barato).
Pero ya antes de la guerra, los países más desarrollados, los mayores responsables del stock de gases de efecto invernadero (GEI), eran indiferentes en sus demandas ambientales a las necesidades de las transiciones energéticas del mundo en desarrollo (hoy el mayor responsable del flujo de GEI). En muchos países emergentes “energía limpia” significa sustituir la leña y el estiércol por una garrafa de gas licuado.
The Road Map lleva realismo y orientación a las políticas públicas que deben orientar la transición energética en los diferentes países. No se trata de reemplazar “perforadoras” por “excavadoras”, ironiza Yerguin aludiendo al crecimiento exponencial que tendrán las demandas de ciertos minerales críticos como el cobre, el cobalto, el litio, las tierras raras, etc, si se quiere acelerar el escenario verde.
Si esas demandas de minerales no son satisfechas (y su investigación subraya los previsibles obstáculos en el camino), todo puede derivar en un shock de oferta energética con fuerte impacto negativo en la economía mundial y en las políticas que promueven la transición.
La lectura crítica del análisis que hace Yerguin es necesaria en una Argentina que tiene entrampada la energía en el corto plazo, con cortes de luz masivos que ponen al sector en la tapa de los diarios, y con la cara oculta de un sistema de subsidios financiados con emisión, que distorsiona la asignación de los recursos, disuade la inversión y golpea en las cuentas públicas y externas.
Si el país vuelve a la normalidad económica y a la previsibilidad institucional, el sector energético tiene un inmenso potencial a ofrecer en una estrategia de desarrollo de largo plazo.
Tiene petróleo, tiene gas, tiene energías renovables (eólica, solar, biomasa) sin descartar el rol que puede llegar a jugar en un potencial mercado mundial de reactores nucleares modulares (SMR).
En esa estrategia de largo plazo es clave resolver el dilema entre un horizonte de aprovechamiento más intensivo de los recursos fósiles, vis à vis la incorporación más acelerada de las energías renovables.
Por supuesto, habrá que tener en cuenta nuestra riqueza relativa, la ventana de oportunidad que abre el impacto geopolítico de la guerra en Europa, y la evolución de las tendencias de las transiciones energéticas en el mundo.
Se trata de decidir entre un escenario de largo plazo que maximice la explotación de los recursos a un mínimo costo en una transición gradual, u optar por un escenario de descarbonización acelerada que nos permita converger a las emisiones neutrales que muchos Estados han comprometido para el 2050 (net zero emissions).
Los incentivos los fijarán las políticas públicas (precios, tarifas, impuestos al carbono) y las inversiones serán en su mayor parte privadas, pero hay que testear hipótesis, analizar resultados, factibilidades y consecuencias para resolver el dilema seleccionando la opción que resulte más conveniente para articular un plan energético de largo plazo, que la Argentina se debe.
* Ex secretario de Energía y ex presidente de YPF