JORGE PEDRALS *
Este año se han discutido de manera abierta e indirecta varios temas que afectan a la minería: modificaciones al Código de Minería, Convención Constituyente y, durante largo tiempo, el royalty, debate que aún no se zanja. En todo esto hay un problema mayor, que no siempre se considera pero que sí incumbe al país como un todo. Lo primero, es que casi la mitad de Chile -digamos de La Serena al norte- depende casi exclusivamente de la minería.
Algunas cifras: la contribución al PIB de la región de Antofagasta es de más de un 50% y en esa misma región, la minería da cerca del 60% de los empleos directos e indirectos. Si se analizan estas cifras en seis regiones donde la minería es importante (Tarapacá, Antofagasta, Atacama, Coquimbo, Valparaíso y O´Higgins), si bien el aporte al PIB en Chile de la minería es de un 10%, en estas regiones supera el 30% y, en el caso del empleo, la minería da el 34% de los empleos directos e indirectos. Estas cifras por sí solas muestran la cautela que debiéramos tener cuando hablamos de minería, ya que podemos afectar fuertemente muchas regiones que se mueven gracias a esta actividad.
Pero el tema es más complejo. Se dice que tenemos las reservas más grandes del mundo en cobre, con cerca de un 28% del total. ¿Es suficiente eso para pensar que tenemos una ventaja competitiva en el mundo? La respuesta es no.
Algunos datos. En 2005 llegamos a producir cerca del 36% del cobre mundial y hoy día solo aportamos un 25%. Hagamos un poco de historia: Chile en el período de la Nacionalización proveía aproximadamente un 11% de la producción del cobre mundial, para luego crecer en la década de 1980 a entre 13% y 18%. En la década siguiente, llegamos a un 35% que prácticamente se mantuvo durante los años 2000, para comenzar a declinar gradualmente, hasta llegar al 25% actual.
No hemos sido capaces de mantener nuestro aporte a la producción mundial, fundamentalmente por dos temas: no hemos atraído más inversiones al país y las faenas mineras en Chile cada día explotan leyes de cobre más bajas. Este último tema es crucial y ahí es donde se da la competencia más grande, no entre las empresas, sino que entre los países. Pero, ¿cuál es el país que ofrece las mejores condiciones para inversiones mineras?
La respuesta tiene una mezcla de varios aspectos: calidad de las reservas y recursos mineros, estabilidad en los aspectos legales que aseguren la inversión y su posterior rentabilidad (incluyendo los impuestos que cobra el Fisco), así como el nivel de educación y cultura del país.
Actualmente hay jurisdicciones emergentes que están desafiando a la minería chilena. Actores relevantes son China y la República Democrática del Congo. Entre ambos, que no tienen la cantidad de reservas más altas de cobre del mundo, producen un 18% de los consumos mundiales actuales. Esto demuestra que para ser un país importante, no se requiere tener muchas reservas. Más importante que lo anterior, es tener una visión de futuro unida a reservas de alta calidad y, finalmente, los recursos financieros para hacer las inversiones.
Un buen ejemplo de esto es el yacimiento de Kamoa Kalula, que junta capitales chinos (40%), canadienses (40%) y del gobierno del Congo (20%). Esta operación, que llegará a representar por sí sola un 14% de la producción de Chile, está iniciando su explotación con leyes de cobre de más de un 6% (frente a un 0,8% promedio en Chile).
China, por su parte, ya tiene una participación de un 28% de la producción de cobre en África, el continente que seguramente más va a crecer en su contribución con minerales para apoyar el proceso global de las energías limpias.
Cuando aún resuenan los ecos de la Convención Constitucional sobre nacionalizar la industria minera en Chile, la pregunta ahora es cuál es la agenda de nuestro país que, por muchos años se ha dicho minero, para maximizar no solo los ingresos por impuestos, sino para generar más exploraciones y para lograr más y mejor minería, donde se fortalezcan los encadenamientos productivos. Esto tiene relación con entender cuál es la contribución que representa la minería para el país, que va mucho más allá que solo la tributación y su contribución al PIB.
Desafortunadamente estamos concluyendo este año con una discusión poco feliz sobre el royalty minero, proyecto sobre el cual los especialistas dicen que quedaremos “fuera de competencia”, al alcanzar tasas efectivas muy altas (48 a 49%), que nos dejará con pocas chances frente a las jurisdicciones mineras que son nuestros actuales competidores como captadores de inversión, así como con estos nuevos players – China, Congo y otros – que comienzan a acecharnos.
Es tarea del gobierno y de la industria lograr un buen diálogo que facilite definir una agenda que nos permita ser de verdad un país minero competitivo, cuya cadena de valor aporte al crecimiento de todos y que, producto de ello, continúe beneficiando al conjunto de la sociedad.
* Director del Instituto de Ingenieros de Minas de Chile