MARCOS FALCONE *
La trayectoria económica de Argentina es, probablemente, una de las más trágicas de la historia contemporánea.
Y es que es difícil pensar en otros países que hayan mostrado un retroceso tan notable en tan poco tiempo: según la Maddison Project Database, que reconstruye estadísticas históricas comparables a nivel mundial, una nación que contaba con el séptimo Producto Bruto Interno (PBI) per capita más alto del globo a fines del siglo XIX tenía por lo menos 70 países por delante en 2018, números que probablemente sean incluso peores hoy.
A contramano de la tendencia mundial, la pobreza interna en Argentina se ha multiplicado en las últimas décadas. En América Latina, por ejemplo, 40% de los habitantes era pobre en 1980, pero con una tendencia que se demostraría declinante a lo largo del tiempo. Argentina, por el contrario, mostraba un índice de pobreza de alrededor de 20% en la misma década (e incluso de 5% en 1974) que no ha parado de crecer hasta 37% de hoy. En términos históricos, la generalización de la miseria en Argentina es más bien una novedad.
Y si bien la correlación no implica causalidad —por lo que no necesariamente puede decirse que un país menos libre sea más pobre—, la relación entre libertad económica y prosperidad se ha vuelto clara en la literatura académica de la última década.
En 2013, un trabajo de los economistas Joshua Hall y Robert Lawson repasó 400 artículos que miden la relación entre la libertad económica e indicadores como el crecimiento económico, la calidad de vida y la felicidad, entre otros. En más de dos tercios de estos estudios encontraron efectos positivos de las libertades económicas, y solo en 4% encontraron efectos negativos.
En particular, los autores del artículo analizaron la medición que realiza el Economic Freedom of the World Ranking del think tank Fraser Institute. Allí, los resultados para Argentina son reveladores. Aunque el índice solo comienza en 1970, mostraba entonces que el país era más libre que la media del mundo; en comparación con sus vecinos, por ejemplo, Argentina tenía más libertad económica que Chile y tanta como Paraguay y Uruguay. Hoy, sin embargo, todos estos países le sacan varios cuerpos de ventaja. Todos, también, han crecido económicamente más que Argentina; y en ninguno de esos casos existen lamentos por un aumento de la pobreza de magnitud comparable.
¿Por qué? Si se observan los cuatro componentes del índice de Heritage, todos han empeorado: los derechos de propiedad son más inseguros, como muestran la estatización de empresas extranjeras y ahorros privados locales; el tamaño del gobierno ha aumentado dramáticamente, como se ve en el aumento de 18 puntos en el gasto público como porcentaje del PBI durante las presidencias de Néstor y Cristina Kirchner; las regulaciones son cada vez más y se cuentan por miles; y los mercados están más cerrados, como atestiguan las restricciones al comercio internacional.
En perspectiva histórica, lo que se ve a lo largo de las décadas es una clara tendencia descendente en el nivel de libertad económica que parece solo apenas haber sido interrumpida por las presidencias de Carlos Menem y, en menor medida, de Mauricio Macri.
En el caso del primero, entre otras medidas, una mayor apertura comercial produjo grandes mejoras en materia de exportaciones, que se duplicaron en la década de 1990, y de seguridad jurídica, que se tradujo en copiosas inversiones. En el caso del segundo, se dieron algunos progresos análogos en materia de llegada de capitales privados impulsados por la desregulación, lo cual, por ejemplo, eliminó el déficit energético, y también en materia de simplificación burocrática.
Sin embargo, en ambos casos, el problema del déficit del Estado y las crisis de endeudamiento correspondientes terminaron por sepultar cualquier esperanza de cambio duradero, y las reformas parciales fueron desandadas.
Pero si la libertad económica ha conducido en tantos casos al crecimiento económico, y ya no en países lejanos como los Estados Unidos sino en vecinos como Chile o Paraguay, ¿por qué no intentar con ella? Acaso la clave para entender el fracaso de Argentina en relación a sus vecinos sea que en ellos, aunque existan diferencias en las políticas económicas, hay un núcleo de políticas que permiten a los agentes económicos actuar en relativa libertad más allá de los gobiernos de turno.
Y el gran problema argentino, en este sentido, es la negación del kirchnerismo (hoy bajo el actual presidente Alberto Fernández) a dar marcha atrás con un intervencionismo extremo que ningún otro país en la región fomenta.
¿Por qué una pequeña o mediana empresa debe dedicar en Argentina 800 horas por año a realizar trámites burocráticos si en Brasil solo dedica 150? ¿Por qué el Estado crea decenas de tipos de cambio si en Uruguay, Chile o Bolivia la economía funciona con uno solo? ¿Por qué ningún país latinoamericano grava sus exportaciones y Argentina sí? ¿Por qué Argentina mantiene niveles altísimos de gasto público y déficit fiscal que producen una inflación ahora aún mayor que la venezolana?
En el mundo, y sobre todo en los países vecinos, ya se ha visto que con persistir en una economía razonablemente libre se puede llegar lejos. La pólvora ya ha sido inventada; solamente falta que la usemos.
* Politólogo argentino. Actualmente es el Project Manager de la Fundación Libertad