CARLOS PAGNI
¿Cuál es la razón por la cual la crisis se acelera? El Gobierno alimenta un déficit gigantesco. Y se le terminó el financiamiento. Imposible aumentar la presión impositiva. El crédito en dólares está vedado, lo que se refleja en un índice de riesgo-país que ronda los 2800 puntos. Los bancos y financieras son reacios a los títulos del Tesoro cifrados en pesos, y exigen un seguro anti-default del Banco Central para no desprenderse de ellos.
Todo indica, por lo tanto, que habrá más emisión. Es decir, que el peso se seguirá deteriorando. En consecuencia, el mercado, que es toda la gente, busca ponerse a salvo de esa degradación. Y compra dólares. O cosas “hechas de dólares”. La raíz del problema es que hay una falta de confianza, cada vez más cercana al pánico, en que las autoridades puedan detener esta dinámica. Para la sociedad el Gobierno no funciona.
Alberto Fernández, Cristina Kirchner y el resto del gabinete, parten de una premisa muy distinta. La que funciona mal es la sociedad. Por lo tanto, hay que modelarla desde la burocracia del Estado. Deben reforzarse los controles. Este miércoles se tomó otra medida en esa dirección. A las regulaciones que se imponen a los que quieren comprar dólares se agregaron otras, para los que quieren venderlos. Los turistas que lleguen al país deberán ofrecer sus divisas al Banco Central, que se los cotizará a un precio distinto al del dólar oficial.
La ocurrencia plantea una infinidad de interrogantes. ¿Querrán esos visitantes ir a un banco a identificarse con un documento para cambiar dinero? ¿La paridad que fije el Central será igual o mayor a la que les reconozca un arbolito de Florida? ¿No puede pasar que, si todo sale bien, el dólar blue suba de precio porque ya no estaría la oferta que realizan los visitantes extranjeros? ¿Qué sucederá cuando, hacia mediados de agosto, haya pasado la temporada de turismo? La respuesta de un chistoso: para ese momento tal vez no estén los que idearon la medida. Deben apresurarse por otro motivo. En los países vecinos se están emitiendo tarjetas, prepagas en moneda local, que liquidan sus consumos en la Argentina con la cotización del dólar blue. Uruguay ya tiene una: se llama Prex. Ni Artigas fue tan lejos con sus sueños.
El mensaje principal de esta resolución sobre los fondos que traen los turistas es que el Banco Central enfrenta una gran crisis de reservas y debe apelar a cualquier medio para conseguir dólares. Vende a diario alrededor de 100 millones. La propuesta de inaugurar otro tipo de cambio para visitantes extranjeros tiene una relevancia de primera magnitud. Fernández y sus funcionarios ya no podrán decir que el circuito del dólar paralelo es insignificante, como vienen repitiendo. Ahora reconocerán ese mercado, que registrará un precio oficial. Quiere decir que el oficialismo aceptará que hay dos cotizaciones para el dólar. La que viene estableciendo el Central y esta nueva, destinada a los turistas extranjeros. Al resignarse a esta dualidad, Fernández y su equipo comenzarán a hacerse cargo de la brecha cambiaria, que ahora será legal. La brecha es la señal más inmediata ya no de la desconfianza sino del miedo hacia el Gobierno. Se la están inoculando.
Ese escalón entre distintas cotizaciones es uno de los que distorsionan todo el comportamiento económico. Hay otro más grave: la diferencia entre el dólar oficial y el que reciben los productores agropecuarios, que es, deduciendo impuestos y retenciones, de 87 pesos. Así se explica un fenómeno llamativo y es que en este mes de julio se está registrando la menor venta de soja de los chacareros a las cerealeras, es probable, de toda la historia.
La brecha estimula la retención de granos, por lo que el Banco Central recibe menos dólares. Al mismo tiempo, muchos exportadores prefieren, antes que liquidar sus operaciones a la cotización oficial, cancelar deudas por prefinanciación en el exterior. A un dirigente agropecuario se le ocurrió sugerir que, si se redujeran un poco las retenciones, muchos productores venderían sus cosechas. En vez de agradecerle la sugerencia, desde la Casa Rosada poco menos que amenazaron con colgarlo en una plaza.
El kirchnerismo es un pez fuera del agua. Debe gobernar sin dólares. La pérdida de reservas del Banco Central ha ido mucho más allá de lo que aconseja la cautela. En el horizonte se dibuja una devaluación inevitable. Es decir, un ajuste en los ingresos de la población. El Gobierno se resiste a tomar esa medida. Es muy comprensible. La inflación ya se ha encargado de corroer esos ingresos. Sobre todo, entre los sectores más vulnerables, los que padecen la informalidad laboral y no están amparados por las paritarias. Una depreciación importante de la moneda tornaría todo más dramático en un país con más de 40% de pobreza.
Por eso Fernández y Silvina Batakis juran que no van a devaluar. Aun cuando lo están haciendo con mayor intensidad. Su esfuerzo se dirige a evitar una desvalorización significativa. En ese empeño adoptan resoluciones cada vez más inconducentes, que los termina enredando en una madeja estrafalaria. Establecen un dólar oficial, que este miércoles cotizaba a 137 pesos. Esa paridad no se modifica, sino que se le aplica un impuesto del 30% para quienes quieren ahorrar, viajar o hacer compras en el exterior.
Como se presume que los fondos aplicados a esas operaciones provienen de ganancias, se le agrega una alícuota del 35%, como adelanto de la liquidación del impuesto correspondiente. Así y todo, el turismo siguió devorando las divisas del Central, por lo que Batakis y Miguel Pesce decidieron subir esa tasa al 45%. ¿Por qué un adelanto del 45%, si el impuesto a las Ganancias no se puede apropiar de más del 35% de la renta? Mejor no preguntarlo porque quedaría más al desnudo la falta de consistencia de todo este andamiaje.
Cuando, en su experiencia anterior, este mismo oficialismo se propuso neutralizar la manipulación que había hecho de las cifras del Indec, un célebre banquero formuló esta reflexión: “Es como cuando te prendés mal el primer botón de la camisa. Todos los demás se van desalineando y es imposible corregirlo”. El problema en esta oportunidad es que la camisa ya es una sotana. El Gobierno se resiste a desdoblar el tipo de cambio, pero lo va haciendo por etapas y sin orden.
Hay un dólar para el campo ($87); otro para los que ahorran ($222,75), otro para los que viajan hacia el exterior ($237,56); otro para los que viajan desde el exterior (todavía sin precio); hay uno que se opera a través de la bolsa ($303,44); otro que se opera con bonos en el exterior, que es el contado con liquidación ($308,75), y el dólar blue ($317). Es decir, cada tipo de operación tiene su dólar.
Este laberinto no consigue resolver el problema. Lo empeora. El Banco Central, que quiere sangrar menos, debe seguir vendiendo sus reservas. La razón de esta declinación es que el mercado, es decir, la sociedad, percibe un desacierto en el diagnóstico. No es que falten dólares y que, por lo tanto, haya que poner barreras en el acceso a esa moneda. Sobran pesos. Sobran pesos porque sobra déficit. Y sobra déficit porque sobra gasto. Y, desde hace unas semanas, se acabó el financiamiento. La presunción de que, en consecuencia, habrá más emisión, impulsa la secuencia. Siempre para abajo.
Batakis intenta dar señales de que entiende este problema. Se muestra más severa que Martín Guzmán. Pero tiene menos respaldo que el ministro que se fue. Este miércoles en la reunión de gabinete presentó un panorama dramático. Hasta ensayó algo de histrionismo. Aclaró que no habrá un peso para nadie. Batakis ya tuvo su primera crisis al establecer esta premisa. Este martes protagonizó un enfrentamiento durísimo con los funcionarios de Energía por negarse a entregarles los fondos necesarios para pagar dos cargamentos de combustibles.
Al final cedió. Sobre todo, cuando le explicaron que, si no cobraban, esos barcos dejarían el puerto y venderían su carga en cualquier otro país. La sesión del equipo reincidió en una moda de estos días: destrozar a Guzmán. No es una buena salida, porque obliga al Presidente a explicar por qué no lo echó. Hay que recordar que Guzmán se fue mediante un tuit. Le avisó a Fernández, dos días antes, que si no le entregaba el área de Energía y un lugar en la mesa de dinero del Central, lo abandonaría. Y Fernández no le creyó.
A diferencia de lo que sucedía en su edad de oro, cuando gobernaba Néstor Kirchner, al oficialismo le faltan dólares. A diferencia de lo que le pasaba en su edad de hierro, la de Cristina Kirchner, ahora debe soportar a un auditor. En esta edad de barro, el kirchnerismo debe rendir cuentas ante el Fondo Monetario Internacional. Es la peor herencia de Mauricio Macri. Más pesada que la deuda. Es un inconveniente principal para Batakis: en su primera revisión del programa argentino, el organismo determinó que sólo se cumplirán las metas acordadas si el crecimiento del gasto, que en el primer trimestre fue casi 13% superior a la inflación, pasa a ser 7% menor a la inflación.
En el gabinete pidieron apoyo para el ajuste que debe hacer Batakis. Pero la respuesta de los aliados del Presidente fue un ataque piraña sobre la caja del Tesoro. La CGT avanzó sobre los fondos de las obras sociales. En menos de medio día, los funcionarios del Ministerio y la Superintendencia de Salud elaboraron un decreto por el cual el Estado debe hacerse cargo de infinidad de prestaciones que benefician a los afiliados con discapacidades.
La medida tiene aspectos razonables. Existe una gran imprecisión sobre qué es la discapacidad. No está discriminada la que afecta la salud de la que ocasiona limitaciones de orden social. Además, existe un fraude escandaloso con las pensiones por invalidez, que se proyecta sobre el costo sanitario.
Sin embargo, la iniciativa de los sindicalistas tiene una deficiencia inocultable. Pretende que Fernández les quite el peso de esas prestaciones, pero no prevé una rebaja en el aporte de los afiliados a las obras sociales que se verían aliviadas. Al contrario, esos afiliados deberían seguir pagando por servicios que ya no se suministran y, por vía de impuestos, tendrían también que solventar esos costos que quedarían a cargo del Estado. La medida, además, no es extensiva a las empresas de medicina privada. La CGT está calibrando su nivel de conflicto con el Presidente en relación con la obtención de esta ventaja.
El encargado de conseguirla es José Luis Lingeri, Mr. Cloro, una figura clave en la política sindical del gobierno de Mauricio Macri. A tal punto que en el registro de ingresos a la Casa Rosada, en una de las reuniones con personal de la AFI para avanzar sobre Juan Pablo “Pata” Medina, quedó estampado el nombre de este gremialista, amigo íntimo de Silvia Majdalani. Se ve que “Cloro” está por lograr que el Presidente firme el decreto. Hugo Moyano ya aclaró que la movilización gremial, que iba a ser para reclamar por el deterioro del salario, ahora será a favor de Fernández.
Los movimientos sociales, que eran la plataforma sobre la que el Presidente se sostenía en su duelo con Cristina Kirchner, también se sublevaron. La Unión de Trabajadores de la Economía Popular, que lidera Juan Grabois, asociada al Movimiento Evita de Emilio Pérsico y Fernando “Chino” Navarro –ambos funcionarios del Gobierno–, converge con fracciones del trotskismo, como el Polo Obrero, o con Barrios de Pie y Libres del Sur, en un mismo reclamo: un salario básico universal cuyo costo anual sería de más 1 billón de pesos. Grabois, en un diálogo imaginario, explicó ayer a Alberto Fernández por qué debe aprobarlo: “¿Para qué te pusimos ahí, si no?”. El titerazgo presidencial se va fortaleciendo con la crisis.
El activismo de los movimientos sociales se corresponde con un clima de agresividad en el conurbano. En las últimas 48 horas se registraron manifestaciones en distintos municipios. En varios de ellos hubo intentos de tomar el edificio de la intendencia. La policía encendió alarmas en Avellaneda, La Matanza, Moreno y San Pedro. Este miércoles Mauricio Macri tuvo, en un detalle, una pequeña señal de que el malestar no distingue banderías: fue destratado por vecinos en una recorrida por el conurbano. Estaba probando la temperatura ambiente para resolver si juega o no el “segundo tiempo”.
Los gobernadores también demostraron que se acabó la voluntad de sostener al Presidente. Juan Manzur los convocó para una reunión de apoyo a Batakis y no llegaron más que cinco. Al día siguiente consiguió otros tres. Los caudillos provinciales se están replegando sobre sus feudos. Planean elecciones anticipadas para, si retienen el poder, negociar con el que venga. Cualquiera sea su partido.
¿Por qué Manzur mantuvo el encuentro cuando advirtió que no vendría nadie? El tucumano está inquieto. Prevé, como muchos otros colaboradores de Fernández, que la tormenta provocará un nuevo cambio de gabinete. Sobre el cuello de Manzur se va dibujando una marca. El constitucionalista Alberto García Lema sugirió este miércoles, en LA NACION, que la jefatura de Gabinete sea la prenda de un acuerdo de gobernabilidad con la oposición. Todo el oficialismo sugiere ese entendimiento. Con una rareza: los que lo proponen, con Axel Kicillof a la cabeza, lo hacen en discursos insultantes para Juntos por el Cambio.
Sergio Massa tiene otras ideas: sueña con que, esta vez, se le dará la oportunidad. Supone que el nivel de convulsión eliminará el veto de la vicepresidenta a que asuma como jefe de Gabinete con control general sobre el Gobierno. Acaso se equivoque. Ella no quiere promoverlo porque alguien que la conoce bien le recordó las amenazas del diputado: “No les tengo miedo. Los voy a meter presos”. En el actual clima judicial, esas palabras recobran su vigor.
La señora de Kirchner insiste en su ataque contra la Corte. Este jueves habrá una movilización de algunos de sus seguidores hacia el palacio de Justicia. En plena feria. Recordatorio: en Avellaneda, ella felicitó a Jorge Ferraresi por poner la gente en la calle para neutralizar una objeción de tribunales; y en Ensenada citó a su hijo Máximo, para quien “en 1955 a Perón no lo pusieron preso por temor a otro 17 de octubre”. ¿La vicepresidenta, amenazada en los expedientes, planea recurrir a las marchas? Por las dudas, la Corte pidió un refuerzo en los dispositivos de seguridad.
La turbulencia toma velocidad. La realidad gobierna más que la dirigencia. Los signos de la crisis se multiplican. Se amplía la brecha cambiaria. Los sindicatos extorsionan por conquistas corporativas. El conurbano se calienta. Los gobernadores se retraen. Y Daniel Scioli no aparece en los diarios desde hace más de una semana. En su ministerio están tan desorientados que emitieron un email para corregir una información sobre un programa de capacitación y en el asunto pusieron: “FE DE RATAS”. De nuevo: el programa es sobre capacitación.