SANTIAGO J. DONDO *
Pasado este incendio, la Argentina necesitará (como siempre y más que nunca) desplegar su fuerza productiva. La industria minera puede ser protagonista. Estamos ante una oportunidad y nuevas reglas de juego.
La oportunidad: atenuar el cambio climático depende de la transición energética, y esta transición requiere gran cantidad de minerales. En los próximos 20 a 30 años, el mundo demandará cerca del doble de cobre y entre 5 a 10 veces más de litio. La energía nuclear tendrá un rol importante como fuente de energía limpia (acaba de obtener el sello “verde” del Parlamento Europeo). La crisis alimentaria, agudizada por la invasión rusa, impulsa minerales fertilizantes como el potasio.
La demanda se proyecta fuerte y sostenida. ¿Y tiene oferta la Argentina? Recordemos: compartimos la misma cordillera con el primer productor mundial de cobre. Chile produce 1/3 del cobre del mundo. Toda nuestra soja no llega ni a la mitad del valor del cobre chileno. Nuestro litio ya juega en primera, trayendo grandes inversiones en años especialmente duros. En la energía nuclear destacamos por ciencia y tecnología, pero además contamos con excelentes yacimientos de uranio. En Mendoza tenemos uno de los proyectos de potasio más grandes del mundo. Plata y oro en el sur. Plomo y zinc en el norte. Minerales industriales y para la construcción, en todas las provincias del país. Lo dijo hace más de un siglo el gran riojano Joaquín V. González: nuestros abuelos nos dejaron un tesoro escondido para tiempos de crisis.
En los últimos meses, Canadá y Alemania han vuelto a priorizar a la Argentina en sus “mapas mineros”. Japón y Estados Unidos están cooperando con gobiernos de provincias mineras. Empresas anglosajonas de primer nivel vuelven a asomarse después de larga ausencia. El mundo mira de reojo a la Argentina, no por nuestros méritos, sino a pesar de todo. También porque hay incertidumbre en toda América Latina, y eso nivela para abajo. Finalmente, una expectativa de cambio prudente y acotada empieza a entrar en algunos cálculos.
Pero esta oportunidad llega con nuevas reglas de juego: no se trata de extraer minerales solamente, sino de hacerlo reduciendo la huella de carbono y asegurando altos estándares ambientales y sociales (“Climate Smart Mining”). Es la forma de evitar un efecto de “sábana corta”, pero además ya son condiciones necesarias para atraer inversores de calidad y competir en el nuevo mercado global. Mirando esto, diez países desarrollados, más la Unión Europea, acaban de sellar una alianza para asegurar el suministro de minerales críticos con “origen responsable” (Minerals Security Partnership), intentando recuperar terreno ante el fuerte posicionamiento de China.
El cuadro podría ilustrarse con una postal de playa: mientras la Argentina flota (o empieza a hundirse), se va armando y se acerca una ola prometedora. ¿Seremos capaces de barrenarla con cierta gracia? Hay que bracear, patalear, tener coraje y no resignarse. Sería triste que nos termine revolcando y golpeando contra las rocas. Más triste sería dejarla pasar.
No es ningún secreto que la industria minera enfrenta desafíos ambientales y sociales en todo el mundo. En estas materias, la tecnología y los conocimientos también avanzan, trayendo nuevas y mejores prácticas. Urge que la política (a nivel nacional y provincial) tome nota de estas nuevas reglas de juego, y trabajen juntas para mejorar capacidades de evaluación y control, y optimizar beneficios sociales, todo enmarcado en mayor transparencia. La ciudadanía necesita conocer y confiar más.
Necesitamos también convicción y liderazgo para promover esta industria, cambiando la mirada.
La industria minera es una actividad noble. No se puede visitar un proyecto minero sin maravillarse con el ser humano. Desde la prehistoria, el hombre aplica innovación y esfuerzo para superarse, de generación en generación, y obtener los minerales que permiten nuestra creciente calidad de vida. Una operación minera es una obra admirable, que combina precisión quirúrgica con una escala grandiosa.
El reclamo de forzar el agregado de valor a los minerales es otro paradigma para revisar. Esta idea mezcla ilusiones, falacias y posturas anticuadas. Los proyectos de litio, por ejemplo, incluyen plantas industriales que agregan enorme valor a la salmuera, para obtener carbonato de litio. Pero más importante: la industria minera agrega valor sobre todo “aguas arriba” de la cadena. Una minera consume mucho, y por mucho tiempo, y cerca del 80% lo compra en el país. Así nacen a su alrededor empresas proveedoras de todo tipo y tamaño, muchas de ellas en la frontera de la innovación.
Bolivia hace años que instaló un modelo: sólo sacarán litio de Bolivia si es adentro de un auto eléctrico boliviano. El resultado: casi nula producción de litio en Bolivia, y el riesgo de desaprovechar esta ventana de oportunidad.
Bienvenidos entonces los fomentos o incentivos que ayuden a generar empresas o industrias, pero cuidado con voluntarismos forzados. En lugar del modelo boliviano, tengamos más presente el de Australia: allí, el sector que provee bienes y servicios a la minería (METS) ya casi emparda en tamaño al sector minero, exporta por 27 mil millones de dólares, invierte mil millones por año en investigación y desarrollo, y motoriza la “industria nacional” de manera formidable: son cerca de 5.000 empresas, casi todas australianas y 60% pequeñas o medianas.
¿Y cómo navegamos en esa dirección? En el escudo de Australia hay una pista escondida: los dos animales que lo sostienen (un canguro y un emú) no saben caminar para atrás. Habrá tropiezos y desafíos, pero la Argentina debe trabajar y prepararse, aprovechar esta nueva ola y avanzar.
* Responsable Mesa Minería – Fundación Pensar