CARLOS PAGNI
Una operación de Enarsa para comprar gas produjo una crisis en el mercado de bonos en pesos; alarma un vencimiento del 29 de junio; las insólitas reflexiones del Presidente sobre Nicaragua y Cuba
y algunas materias intangibles que no están en el centro de nuestra visión todo el tiempo, de las cuáles no tenemos demasiada conciencia. Pero rigen el comportamiento de la economía, de nuestra vida cotidiana. La Argentina está teniendo un problema con una de ellas: el flujo de gas. Alrededor de este problema se planteó una trama absurda de inconvenientes para construir un gasoducto. Ahora está apareciendo un segundo problema con otro flujo ligado a lo anterior, que es el flujo de dinero, la moneda, la circulación de la moneda y su emisión. La desconfianza frente al peso, que se va pulverizando. Ese es el problema.
El Gobierno inauguró el 21 de abril, con pompa y circunstancia, un gasoducto al que bautizó Néstor Kirchner. El 3 de junio prácticamente dinamitó ese gasoducto que había inaugurado, y que no había salido todavía de los papeles. Todos sabemos lo que pasó. El exministro Matías Kulfas insinuó verbalmente que había algo raro en esa licitación porque quedaba para el grupo Techint. Hubo un off the record -del que después Kulfas se hace cargo- diciendo que en realidad la licitación se había hecho como un traje a medida para ese grupo. Después, hace pocos días, desmintió esa versión delante del juez Daniel Rafecas . Hay todo un enigma dentro del oficialismo respecto de ese off the record porque hay funcionarios en la Casa Rosada que afirman que Kulfas se lo había mandado a Alberto Fernández antes de hacerlo trascender en la prensa y que el Presidente le dijo: “Bueno, está bien”. No está claro si lo autorizó o no. Es un método bastante riesgoso, insólito. Ya había ocurrido otra vez. Se le imputa a Santiago Cafiero también un mensaje anónimo defenestrando a Federico Basualdo, el subsecretario de Energía Eléctrica que se negaba a aumentar las tarifas. Basualdo, como sabemos, sigue estando en el Gobierno. Pero en ese trascendido lo echaban con los peores insultos.
Lo importante de todo esto es que entró en crisis una obra imprescindible no solamente por razones energéticas. Obviamente que la Argentina necesita transportar el gas que produciría si hubiera clientes confiados en el país y dispuesto a comprarnos ese gas. Sobre todo, a escala internacional en un momento donde el mundo carece de gas por la invasión de Rusia a Ucrania. Rusia es el segundo productor de gas del mundo. Es decir, si tuviéramos una economía ordenada, confiable, tendríamos un gran negocio para hacer en materia energética.
El problema no es solo este. Toda la distorsión que hay alrededor de la economía hace que el problema del gas sea un problema macroeconómico. Como lo tenemos que importar, esa importación demanda una cantidad extraordinaria de dólares. Hay que estar comprando un gas que sale carísimo -por esta carencia que hay a escala internacional- y eso va corroyendo las reservas del Banco Central. Este gas hay que comprarlo a nivel internacional, se vende licuado -nosotros podríamos venderlo si tuviésemos gasoductos, plantas de licuefacción, puertos desde donde exportar- y nosotros lo compramos a barcos que salen carísimos. Y acá apareció el inconveniente de la semana que pasó. Es un problema técnico, delicadísimo, que nos introduce en una crisis financiera. Que introduce al Estado en una crisis financiera. Y nos afecta a todos porque determina mayores niveles de inflación.
¿Qué es lo que pasó? Hay que comprar ese gas y la empresa ENARSA el jueves de la semana, para poder adquirirlo, le pidió asistencia al Ministerio de Economía. No la consiguió. Entonces ENARSA, que es una empresa del Estado y depende a fin de cuentas de Alberto Fernández y de Martín Guzmán, fue a un fondo de inversión que administra el Banco Nación -llamado Carlos Pellegrini- y se deshizo de títulos públicos, de bonos del Estado en pesos que tenía esa empresa, para conseguir ese dinero que le permitiera al mismo tiempo hacerse con los dólares para comprar el gas necesario para, entre otras cosas, generar energía eléctrica. Eso provocó una corrida porque muchos inversores que tienen sus ahorros puestos en Fondos Comunes de Inversión y en títulos cifrados en pesos, que ajustan por inflación, pensaron: “Acá alguien que está dentro del Gobierno se dio cuenta de que pasa algo raro. Vayámonos todos”. Y empieza una corrida ya no contra el peso sino contra los bonos cifrados en pesos. Algo que se veía venir. ¿Por qué? Porque se advertía que el nivel de emisión del BCRA para financiar al Tesoro -emisión es absorbida después lanzando títulos en pesos- era tan grande, que en algún momento el mercado, los bancos y los fondos de inversión, no le iban a renovar al Estado esos préstamos en pesos a cambio de títulos por el miedo a que el Gobierno no pague esos títulos.
Fijémonos lo que paso ese miércoles (muestra gráfico). Tenemos por un lado a los socios de fondos comunes de inversión que llevaron a cabo compras aquel día. Quien hizo mayores adquisiciones fue Galicia. Y por el otro lado, tenemos a los que vendieron. El que más vendió fue el fondo Carlos Pellegrini, del Banco Nación, una venta de bonos llevada a cabo por el Estado, por ENARSA, que vende sus propios bonos generando una percepción de que a este Gobierno no hay que prestarle más. Es el mismo Gobierno -que quiere hacer un gasoducto y lo dinamita, el que va al mercado a pedir pesos para financiarse o para esterilizar el dinero que por vía de emisión le da el Banco Central- el que le dice al mercado que no hay que prestarle más al Gobierno. Es un Gobierno suicida, con niveles de incompetencia pocas veces vistos.
El lunes pasado estuvo Alfonso Prat-Gay en Odisea Argentina. Desarrolló un razonamiento que adelanta todo esto. Él dijo que hay una posición de Joseph Stiglitz, el maestro de Guzmán, según la cual la única deuda que debe preocupar es la deuda en dólares. Repiten que la deuda en pesos es intrascendente porque la pueden pagar con emisión. O, sostenía Prat-Gay, al decir que es intrascendente y que no hay prácticamente que contabilizarla o afligirse por ella, mandan una señal subliminal de que esa deuda no se va a pagar. Llegamos a este punto mucho más rápido de lo que proveía Prat-Gay y otros economistas la semana pasada.
Y llegamos porque el propio Gobierno repudió sus propios títulos. Tuvo que salir a deshacerse de ellos para comprar los pesos que le permitirían comprar los dólares para adquirir el gas. El mercado no sabe eso. El mercado ve que hay un actor que se desprende masivamente de 9000 millones de pesos en títulos. No hay nadie en el oficialismo coordinando la situación financiera, previendo el comportamiento del mercado de bonos y evaluando las necesidades de venta de bonos por parte de una empresa pública para poder comprar gas.
Evidentemente, no hay nadie que pueda prestarles atención a los dos temas dentro del propio Gobierno. Hay una falta de coordinación muy llamativa. Hay que aclarar también: esto le pega en el corazón también a la política económica de Guzmán ya que es el comportamiento de una empresa que está bajo el área de Guzmán, que es el jefe del secretario de Energía.
El mercado entonces empieza a sospechar que el Estado no va a pagar la deuda en pesos. ¿Qué tendría que hacer el Estado para convencer al mercado de que la va a pagar? Podría subir la tasa, hacer más atractivos esos bonos. Pero si sube la tasa, empieza a generar una bola de nieve -que, en rigor, ya está generada- por la cual para después pagar esos intereses de una tasa más alta tiene que emitir más. Mientras tanto, esta semana el Gobierno va a hacer algo lo que se comprometió hace bastante tiempo con el Fondo Monetario Internacional, que es emitir el presupuesto por vía de un DNU. Ahí aparecería -dentro del entramado financiero del presupuesto- la presunción de que va a haber una suba de tasas. Si no sube la tasa, ¿Quién le va a seguir prestando al Gobierno con una tasa menor que la inflación?; ¿Para perder plata? El Gobierno está en una encerrona por la deuda en pesos para financiar el déficit.
Esto lleva a una cuestión muy delicado porque cada vez que el Gobierno dice “voy a pagar la deuda”, aquel que tiene pesos piensa: “Entonces va a emitir más y los pesos que tengo van a valer menos. Y los bonos en pesos van a valer menos porque probablemente no los van a poder pagar dada la emisión que van a tener que hacer”. Entonces tenemos (muestra otro tráfico) a fondos comunes de inversión que van deshaciéndose de bonos en pesos. Empiezan a descartar la posibilidad de financiar a Guzmán en pesos. ¿Qué terminó pasando entre el 9 y 10 de junio? El 9 de junio los inversores se desprendieron de bonos por 32.000 millones de pesos y el 10 de junio hicieron lo mismo por un monto total de 28.000 millones de pesos. Vemos entonces una fuga de los bonos en pesos. Quiere decir que el Gobierno empieza a tener un problema enorme con la deuda pública en moneda corriente. Hablamos de un Gobierno que se había propuesto reestablecer la confianza en el peso y generar un mercado de deuda en esa moneda.
¿Por qué este tema es delicado? Porque si miramos para adelante, los vencimientos de bonos en pesos son muy abultados. Este martes hay uno por 14.000 millones de pesos. No es importante. Pero todo el mundo está mirando al 29 de junio (Muestra un tercer gráfico). Ese día vencen bonos de tasa fija y bonos de tasa en CER. Esa misma jornada, el Gobierno va a tener un vencimiento de medio billón de pesos o 500.000 millones de pesos. Solo en un día. ¿Qué van a hacer los bancos, los fondos de inversión que se están deshaciendo de esos bonos? ¿Van decirle al Gobierno que los renuevan, o le van a pedir la plata? ¿El Gobierno les va a poder dar la plata?
Hay una persona clave en todo esto: Ramiro Tosi. Es el encargado de finanzas y quien tendría que resolver este problema. Y está presionando a bancos, compañía de seguros y fondos de inversión para que le renueven esa masa gigantesca de dinero. En los bancos dicen: “No podemos seguir teniendo tantos títulos en pesos en el balance”. Más aún los bancos extranjeros que tienen que explicarle a su casa matriz por qué asumen ese riesgo.
Entonces empezamos a ver el deterioro que produce la desconfianza en el peso, la dificultad para prestarle a un Gobierno que ya emite demasiado, empieza a agudizarse. Y estamos frente a algo -este es el punto central- que el Gobierno no quiere mencionar. Estamos frente a un ajuste. La resistencia a equilibrar las cuentas fiscales, la idea de que la emisión no genera inflación -que una superstición-, la idea de que el Estado puede gastar por encima de cualquier restricción, nos lleva a este ajuste por la vía más dolorosa: el mercado que dice “ya no te presto”.
El ajuste que no hace la política ni los funcionarios porque tienen miedo de hacerlo -tienen miedo de pagar costos- lo hace el mercado, la inflación. Y empieza a expandirse un temor ante un Gobierno que dice “no reestructuro la deuda, pero la voy a pagar igual”. Pablo Guidotti tuiteó: “Si uno no reestructura una deuda insostenible, la alternativa es emitir tal masa de dinero que, si no lleva a una hiperinflación, lleva a una inflación altísima”. Esta es la dirección en la que va la Argentina.
Hay una tentación por parte del Gobierno. Son rumores que circulan en el mercado: salir a comprar bonos para sostener el precio y que no se terminen de destruir. Daría la impresión de que el Banco Central para comprar esos bonos emite más y agrava el flagelo de la inflación. Estamos ante un círculo vicioso que va empeorando aquello mismo que quiere corregir.
En este contexto, el martes se va a conocer el índice de precios al consumidor, la inflación mensual. Los expertos calculan que va a estar entre un 4,8% y un 5,3%. Va a ser menor que otros meses, pero igualmente va a ser muy alta respecto a los índices que maneja el resto del mundo. De manera interanual, China tiene una inflación del 2,1%; Estados Unidos, en pánico por el 8,6%. Esto determina toda la discusión acerca de la suba de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal. La Argentina tiene el 58% anual, año contra año, con la perspectiva de que se va agrandando. Solo nos supera Turquía, 73,5% y Venezuela con un 222% de inflación anual, pero que está achicando su inflación por la vía también de un ajuste de mercado como el que estamos viendo en la Argentina.
Entre las muchas derivaciones de este problema, vemos un Gobierno que empieza a padecer la desconfianza del mercado en la moneda, en su capacidad para financiarse.. Todo esto empieza a producir una estética política muy desagradable para el propio Gobierno porque se configura una sociedad de dos velocidades: una salarial y otra que no está incluida dentro del sistema laboral formal.
La Argentina salarial puede provisoriamente, por un tiempo, cubrirse de la inflación con las paritarias. Como es el caso de aquel que está dentro de un convenio laboral en blanco. O todo el mundo de la producción que está muy dinámico. La gente tiene plata y la quiere gastar pronto. Los precios internacionales que impactan en el negocio agropecuario también están generando actividad. Hay una especie de ebullición en toda la Argentina que vota a la oposición, por simplificar de una manera brutal.
En cambio, la Argentina que uno supone es la base electoral y política de este Gobierno, a quien el oficialismo pretende representar, que son los más vulnerables, quienes no tienen un trabajo en blanco y no están incluidos dentro del sistema laboral como para seguir la inflación con alguna solvencia, esos son los que peor la están pasando. Entonces, la inflación empieza a generar un nivel de pobreza y de angustia en los que menos tienen, los que no tienen trabajo o tienen un trabajo informal, que no pueden correr a la inflación con paritarias. Esos vulnerables, esos sumergidos empiezan a manifestarse a través de movimientos sociales. Tenemos una movilización contra el Gobierno en la ciudad de Buenos Aires cada vez más presente. Son movimientos sociales tanto opositores como oficialistas. Las personas que están fuera o en el borde del sistema la están pasando mal. No hay que olvidar que venimos de una pandemia que arrojó a la pobreza a dos millones y medio de personas.
Los sectores informales empiezan a tener una situación cada vez más ajustada y se manifiestan. Piden más planes a través de sus representantes, los líderes de los movimientos sociales. Piden más planes en una etapa en la cual el Gobierno ha multiplicado los planes de una manera increíble. Si vamos a las cooperativas, que son las que más ligadas están a este universo de los movimientos sociales, los planes pasaron de 750.000 a 1,3 millones en lo que va del gobierno de Fernández. Cristina los había dejado en 250.000. Macri los llevó a 750.000. Ahora se pide más. En parte los movimientos sociales oficialistas miran de reojo, y les gusta que los opositores pidan, porque si no hay un poco de presión tampoco ellos pueden justificar su lugar en la mesa. Le venden al Gobierno paz social, pero para que el Gobierno compre y pague tiene que haber algo de conflicto en la calle. Es una dinámica también viciosa.
Esto se traslada por supuesto a la política. Hay que mirar al conurbano. No solamente ya hay líderes sociales, antiguos piqueteros que controlan municipios. Por ejemplo, ese es el caso de Mariel Fernández intendenta de Moreno, que forma parte del Movimiento Evita y es la mujer del Gringo Castro, probablemente el dirigente social con el que más congenia Alberto Fernández. Del mismo modo, la esposa de Emilio Pérsico, Patricia Cubría, enfrenta ahora al intendente kirchnerista Fernando Espinosa de La Matanza, en nombre de la justicia social.
En el municipio al que se fue a refugiar buena parte del kirchnerismo cuando Cristina Kirchner dejó el poder. Los movimientos sociales enfrentan a esos dirigentes kirchneristas en nombre de la justicia social. Esto se reproduce en cada municipio del conurbano, como en Florencio Varela y Berazategui, donde los intendentes kirchneristas ven que la oposición está ahora en los piqueteros de su propio gobierno. La disputa de poder entre la política partidaria, los intendentes, y esta nueva forma de organización política que surgió en la Argentina se extiende a partir del crecimiento de la pobreza de los últimos 20 años. Esto se expande cualitativamente.
Muchísimas de estas cooperativas de pobres, que eran hasta ahora de construcción -se sospecha inclusive que muchos dirigentes sociales tienen los corralones que le proveen los materiales para que puedan prestar sus servicios con los cuales les pagan con planes- ya no son más solamente de construcción. Empieza a haber cooperativas de Internet y de telefonía celular, con licencias que otorga la ENACOM, el antiguo Comfer. Quiere decir que empieza a haber alrededor de los movimientos sociales un negocio de la pobreza. Lo estamos viendo desde hace mucho tiempo, pero hay una segunda dimensión importante que es que lo que no podíamos imaginar hace 50, 60 y 70 años: ahora sí empieza a haber dos argentinas. Una que puede consumir servicios de calidad como Internet y telefonía celular, y otra que va a recibir esos servicios de manera más imperfecta, porque no puede comprar otra cosa.
Esto ya viene sucediendo en dos campos dramáticos como la salud donde las prestaciones estatales son cada vez peores y quedan reducidas al mundo de los pobres, mientras la clase media y por supuesto la clase alta tiene acceso a otras formas de cobertura, sea la obra social, que ya es para privilegiados o las prepagas. El otro campo es la educación. La pública, sobre todo en los grandes conurbanos, ha quedado como un lugar para la gente más humilde y el resto huye hacia la educación privada. Un país que se preció durante muchos años de tener educación pública de calidad. Habrá que ver hace cuanto la perdimos.
Dos Argentinas, ya no una. Un país que se va pareciendo mucho más a otros países latinoamericanos, que quieren dejar de ser eso y han tenido procesos económicos más virtuosos capaces de crear una clase media. Mientras acá la destruimos. Vamos en sentido contrario a otras sociedades.
Esto produce un efecto político que explica la crisis dentro del Frente de Todos. El otro día me lo señalaba un dirigente radical: “Es sorprendente cómo el peronismo tiene desalineada, tal vez por primera vez, su política económica con sus necesidades electorales y con su representación política”. Hoy, en medio de la crisis se defiende más -por esta actividad derivada de la inflación- la clase media del interior de la provincia de Buenos Aires que los pobres de los conurbanos, que son los que, en teoría, votarían al Gobierno. Esto genera una crisis dentro del Frente de Todos, porque sobre todo Cristina Kirchner ve cómo los pobres están huyendo de su propia organización política. En las últimas elecciones, el mayor drenaje de votos que tuvo el Frente de Todos se registró entre los pobres que tradicionalmente votan kirchnerismo, que se van a la izquierda radicalizada o directamente a la abstención.
En un gráfico de la consultora Fixer, de Tabakman y Fernández Spedale, se puede ver la evolución de la imagen negativa de Alberto Fernández. Desde mayo del 2021 hasta mayo de 2022 se muestra estable con un pico de 67% en octubre del 2021 en las elecciones y ahora en 65%. La imagen positiva está en 24%. Lo que interesa de este gráfico es la línea de puntos porque muestra a los que no terminaron el secundario. Siempre los sociólogos identifican al que no terminó el secundario con el que está en una situación más vulnerable, con los más pobres. La situación de Alberto Fernández en este grupo muestra que creció la imagen negativa y la positiva se derrumba. El Presidente está peor entre los más humildes que en los sectores que teóricamente no lo votarían.
En Axel Kicillof, si miramos la imagen negativa, le va mejor entre los más humildes. Pero, si miramos el nivel de imagen positiva, le va peor. Sergio Massa está en el fondo del mar, en niveles de negatividad muy importantes y también estables. Esto es lo que lleva a Massa a pensar que si él lograra ser ministro de Economía y, desde allí, dar un golpe de timón, podría salir de esta situación y convertirse en el hombre que pudo rescatar al Gobierno de la alta inflación.
A medida que pasan los días y la situación se va complicando, como se está complicando en el mercado de bonos en pesos, esa expectativa de Massa debe ser menos vibrante. Por otra parte, le sale ahora a Massa un competidor en ese campo, Daniel Scioli, que viene al Ministerio de Producción. Lo vamos a ver a pura campaña, foto, foto, foto, pyme, pyme y pyme, de acá hasta las elecciones del año que viene, porque él también quiere ser quien le ofrezca a Cristina la posibilidad de un rescate que Alberto Fernández no le puede ofrecer.
La imagen de Cristina Kirchner muestra una novedad muy relevante. Si bien la imagen negativa de la vicepresidenta siempre es alta, ahora llama la atención que la imagen negativa entre los más pobres muestra un salto importante superando al promedio de la encuesta. Quiere decir que le está yendo peor entre los pobres. Este es el drama del Frente de Todos y de su liderazgo. En la imagen positiva Cristina Kirchner cae más entre los pobres que entre el resto de los encuestados. Esto tiene una razón de ser desde el sentido común, porque la inflación está haciendo estragos entre los que menos tienen. Produce las movilizaciones y también justifica el negocio de los que viven de las movilizaciones. Las dos cosas.
Frente a este problema, obviamente hay un movimiento político instintivo de Cristina Kirchner para diferenciarse del Gobierno. La pregunta es cuánta agresividad va a demandar que se sepa que está distanciada. Cuantos gestos de discordia con Alberto Fernández tendrá que hacer para que esta gente que se está alejando, que viven de un plan o haciendo changas, no la asocie al drama que están viviendo. Hay quienes suponen que ella está pensando en una interna con un candidato, podría ser Wado de Pedro, que enfrente a Alberto Fernández o a otro candidato moderado. ¿Alcanza con una PASO para diferenciarse o el camino que está tomando la economía va a llevar a una ruptura? Siempre y cuando no se produzca lo que ella cree, que es que va a haber un colapso antes del 2023. Esto lo piensan muchos economistas, pero también Cristina. En esto, curiosamente, la vicepresidenta coincide con Mauricio Macri: los dos tienen un pronóstico muy sombrío sobre el tránsito desde ahora hasta las elecciones.
En este contexto, los primeros que toman distancia son los sindicalistas. Como Luis Barrionuevo, que empieza a armar una organización de sindicatos para separarse del Gobierno y sostener un candidato propio para las elecciones del año que viene. Los sindicatos adquieren protagonismo cuando hay alta inflación, porque su función central es pelear por el poder adquisitivo del salario.
En medio de este problema tan complejo que el Gobierno no logra resolver, con fechas dramáticas hacia delante como este 29 de junio, cuando vence medio billón de pesos de las cuentas públicas, el Presidente se postula internacionalmente como reformador del mundo y da clases sobre cómo deben ser las relaciones internacionales fuera del país, que es lo que fue a hacer en la Cumbre de las Américas. Es verdaderamente llamativo cómo razona estos temas Alberto Fernández.
Dio una entrevista a Nacho Girón, en la CNN en español, donde justificó por qué él se convirtió durante ese encuentro en el vocero de los que no estaban invitados por sus violaciones a los derechos humanos: Nicaragua, Venezuela y Cuba. Dijo que en Venezuela había una mejora en materia de derechos humanos. No sabemos dónde la vio. Lo que hubo en Venezuela es un cambio en el Tribunal Superior de Justicia que iba a hacer una renovación pretendida por Maduro; pero no pudo lograrla porque también Maduro tiene a su Cristina Kirchner, que no lo deja moverse, que es Diosdado Cabello. Es decir que de un mal tribunal se pasó a otro mal tribunal. Los venezolanos tienen que seguir esperando poca justicia. En materia de derechos humanos sigue habiendo 200 presos políticos. Existe una investigación por graves violaciones a los derechos humanos que se sigue en la fiscalía internacional del Tribunal Penal Internacional de La Haya. Parece que Alberto Fernández no está enterado.
Es una burla a los venezolanos, que están padeciendo una dictadura hace mucho tiempo. Una dictadura casi crónica, a la que ahora se la agregó un ajuste salvaje de mercado. Alberto Fernández se escuda hablando de Michelle Bachelet, que acaba de ser defenestrada por un informe sobre China donde también ignora las violaciones a los derechos humanos en regiones enteras de ese país, donde hay prácticamente campos de concentración. Tan grave ha sido ese informe, y los reproches que recibió de muchos países, que Michelle Bachelet -que es la Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU- decidió no postularse para otro mandato.
Lo curioso es que cuando Nacho Girón le dice al Presidente Fernández “¿Y Nicaragua?”, este responde: “Nicaragua es otro tema. Yo no hablo de Nicaragua”. Como si estuviera admitiendo que en Nicaragua sí se violan los derechos humanos. Hay que explicarle a Fernández que no hay mucha diferencia entre Nicaragua y Venezuela.
Ahora todo está agravado en términos diplomáticos porque, con el viaje del avión inspeccionado en Ezeiza, aparecen las vinculaciones obvias entre el régimen chavista y el régimen iraní. Tanto que Maduro le agradeció a Fernández los servicios prestados en Los Ángeles desde Teherán. El avión iraní que llegó a Buenos Aires con bandera venezolana es, obviamente, un botón de muestra.
Lo más interesante de toda la exposición aparece cuando el periodista le pregunta a Alberto Fernández por Cuba. En su respuesta, el Presidente deja en claro que los dictadores cubanos tienen derecho a su dictadura y a no ofrecerle al pueblo calidad institucional porque hay un bloqueo -que tampoco es un bloqueo, es un embargo-. Es muy sorprendente la idea de que pobreza obliga a tolerar una dictadura, que es lo que está diciendo. Acaba de admitir que no hay calidad institucional, porque hay una dictadura en Cuba. Y esa dictadura se justifica en un bloqueo, que tampoco es bloqueo, y en que no comen todos los días. Es insólito que el Presidente haya dicho eso: además de tener la desgracia de no comer todos los días, los cubanos tienen que tener a su vez la desgracia adicional de que su gobierno no les ofrezca calidad institucional y los oprima con una dictadura. Es un razonamiento que da la idea de que a Fernández alguien le dicta cosas que no entiende del todo. Ideas a medio pensar.
Es lógico que un Presidente que razona de esta manera no pueda hacer un gasoducto, no pueda entender la relación que hay entre déficit desorbitado, emisión monetaria, inflación y ahora crisis financiera en el mercado -ya no de dólares sino de pesos-. Pareciera que gobernar no es el tema. Pareciera que para Alberto Fernández, como dijo Litto Nebbia -que a él le gusta tanto-, solo se trata de vivir.
(YOUTUBE) ODISEA ARGENTINA: EL GOBIERNO DESATA SU PROPIA CORRIDA