FRANCISCO SOTELO *
"Si no quieren retenciones, ¿qué proponen?", preguntó ayer Alberto Fernández a la oposición. Esa pregunta, casi desesperada, y el cambio de timón en el manejo del control de precios, tras el fracaso de Roberto Felleti, se produjeron el mismo día. Aumentar las retenciones para desacoplar los precios ante una inminente crisis alimentaria mundial es, el caso argentino, el último salvavidas, porque las retenciones se vienen aplicando desde hace dos décadas y, en ese lapso, el aumento de los precios de los alimentos merodeó el 3.000%.
Fernández viene prometiendo defender la mesa de los argentinos desde que asumió y los resultados están a la vista. Incluso, cabe recordar, que el kirchnerismo inició su campaña de oposición apenas asumió Mauricio Macri invocando el "hambre". Esa campaña fue el mejor reconocimiento (una distracción, no una autocrítica) de la deuda impagable que había dejado la gestión de Cristina Kirchner, Axel Kicillof y Guilermo Moreno.
Y esa deuda no fue casual, sino el resultado de dos décadas de macroeconomía en declive que han derivado en un deterioro social muy difícil de remontar.
El Gobierno nacional no sabe qué hacer con la inflación. Eso es lo que expresa la pregunta de Fernández. En realidad, desde el retorno a la democracia los siete ceros que se le quitaron al peso (tres en el Plan Austral y cuatro en la Convertibilidad) son un dato más que elocuente de un país que no logra salir del anacronismo, encandilado como está con relatos del pasado. El Plan Austral naufragó en la hiperinflación y la Convertibilidad no puedo sostenerse más de diez años. La solución kirchnerista fue negar la realidad, interviniendo el Indec.
Ayer, la titular de la AFIP, Mercedes Marcó del Pont, celebró como un gesto de soberanía el cambio de imágenes en los billetes. Más allá de que los próceres elegidos son símbolos de soberanía, está claro que no basta con incorporarlos a la moneda.
La retirada de Felleti y el traspaso de la subsecretaría de Comercio al ministerio que encabeza Martín Guzmán representa un modesto empoderamiento para este último.
Pero la pregunta de Fernández sigue sin respuesta. Es claro que lo primero que tendría que hacer es ponerse a gobernar, y para eso necesita poder, y un plan de gobierno; no los tiene. Solo, una retórica clasista que confunde "ganancias" con "capital", y carece de fundamentos. Es parte de una cultura política sostenida en el folclore de los ricos malos y los pobres buenos.
Responde a ese ideologismo el disparate consumado ayer por el intendente de la Matanza Fernando Espinoza, denunciando ante la Justicia a la Capital Federal por "mandar pobres a La Matanza durante 50 años"; podría ser un paraguas: el nuevo censo está empezando a plantear interrogantes acerca de un hecho que podría ser un fraude histórico: entre 2001 y 2010, la población del país creció un 13%; las provincias y los municipios oscilaron en ese número, salvo La Matanza, que creció un 41.1%. Una de dos: durante la gestión del kirchnerismo se habría producido la "migración", o el "inflado" de números, para recibir más dinero por Asistencia del Tesoro. El poder de los barones del Conurbano.
La falta de un plan nace de la ausencia de un reconocimiento de los problemas estructurales, de los que el actual oficialismo son parte protagónica, aunque quieran explicarlo todo con el famoso "Ah, pero Macri!"; y aunque envuelvan de ideología clasista la movilización permanente de desocupados y subocupados, así como el descontrol y la politización de la asistencia social.
El contrapunto de actos del fin de semana dejó la certeza de que la división es cada vez más profunda y que el peronismo más moderado no sabe qué hacer para salvarse de una temida debacle electoral en 2023.
Pero la oposición deberá afinar el lápiz, no para aconsejar al presidente sino para mostrar unidad de objetivos y para que sepamos qué piensa hacer con la inflación, si gana.
* Periodista y editor de El Tribuno