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ANÁLISIS
NY Times: Por qué esta crisis energética global podría ser distinta
NY TIMES/ENERNEWS

Europa está dando a los inversionistas la luz verde que necesitan para asumir riesgos con las tecnologías climáticas

20/04/2022

PHILIP VERLEGER * Y DAVID G. VICTOR **

   David Victor

La crisis energética de la actualidad suena familiar. A raíz de la invasión rusa de Ucrania, el suministro de energía se ha debilitado y los precios se han disparado.

Los estadounidenses compran nafta costosa y, en Europa, los precios del gas natural son aproximadamente cinco veces mayores a los niveles típicos para esta época del año, lo cual aumenta el precio de la electricidad e incluso amenaza con llevar a la quiebra a las industrias que dependen del gas.

Después de las crisis energéticas mundiales anteriores (1973, 1979, 1990 y 2008), las tensiones disminuyeron, los precios cayeron, la gente se olvidó y los gobiernos cambiaron sus prioridades.

Además, la dependencia mundial del petróleo y el gas siguió aumentando. Esta vez podría ser diferente.

Las naciones occidentales han empleado sanciones agresivas contra Rusia, y se espera que estas se endurezcan e incluyan las exportaciones rusas de petróleo y gas, cuando Europa y otros importadores se convenzan de que pueden remplazar esos suministros.

Sin embargo, lo que realmente importa a largo plazo es si Occidente puede reducir su dependencia no solo de las exportaciones rusas, sino de los combustibles fósiles en general.

Para ello, las empresas y los inversionistas tienen que asumir riesgos con tecnologías nuevas y limpias, pero muchos no lo harán si los gobiernos no les dan una señal aprobatoria.

Lo nuevo en esta crisis es la manera en que la Unión Europea, en particular, está utilizando la guerra en Ucrania para dar una gran luz verde a los inversionistas.

La Unión Europea ya tenía planes, establecidos el verano pasado, para reducir un 55 por ciento de sus emisiones para 2030, sobre todo mediante la reducción del consumo de combustibles fósiles que causan el calentamiento global.

Después de la invasión rusa de Ucrania, Europa dio un paso más con un nuevo plan para acelerar el alejamiento del gas ruso (incluida la importación, por ahora, de más gas de lugares más amigables, como Estados Unidos, entre otros).

Se espera que se revelen nuevos detalles sobre esos planes el próximo mes.

A largo plazo, Europa está acelerando la salida del petróleo y el gas por completo.

Para los políticos es fácil anunciar planes audaces. Lo distinto ahora es que los planes de Europa ya están redactados en su mayoría en leyes vinculantes respaldadas por un gran gasto en infraestructura, investigación y desarrollo.

Ese tipo de credibilidad es importante porque determina hacia dónde fluye el capital, y casi todas las estrategias para reducir los combustibles fósiles y las emisiones en grandes cantidades requieren mucho capital.

La buena noticia es que existen grandes reservas de capital privado dispuesto a respaldar tecnologías novedosas y arriesgadas, un marcado contraste con la década de 1970, cuando los cambios tecnológicos eran más lentos porque el acceso al capital estaba controlado por unas cuantas instituciones financieras grandes y empresas energéticas multinacionales, y se destinaba principalmente a compañías establecidas.

En casi todos los aspectos de la economía industrial —desde la fabricación de acero y cemento hasta los nuevos aviones, pasando por mejores sistemas para calentar los hogares y generar electricidad— los planes de reducción de emisiones en Europa están abriendo los mercados a nuevas tecnologías y, a la vez, convenciendo a grandes empresas existentes, como las petroleras y gasíferas, de que deben innovar o quitarse de en medio.

La decisión de adónde destinan su dinero los inversionistas depende no solo de las promesas tecnológicas, sino también de si se permitirá que florezcan y compitan nuevas ideas radicales.

El hidrógeno, una de las principales ideas para reducir la dependencia del gas fósil convencional, es un ejemplo.

Los sistemas de energía modernos dependen en gran medida del gas natural, en parte debido a que es fácil de almacenar y usar cuando se necesita.

Un mayor uso de gas ya ha ayudado a reducir las emisiones ya que ha desplazado al carbón.

Cambiar a hidrógeno limpio podría reducir esas emisiones básicamente a cero, y también permitiría reutilizar parte de la infraestructura de gas de la actualidad, que es en extremo valiosa.

Una forma de producir hidrógeno limpio es con electrolizadores que separan el hidrógeno del agua.

En este momento, eso es costoso, pero con una oleada de nuevas inversiones, es probable que los costos de los electrolizadores caigan.

Otros métodos competirán también.

Un elemento central del plan de Europa para reducir la dependencia del gas natural es la inversión en hidrógeno y otras alternativas al gas convencional, y las empresas se están alineando para llevarla a cabo con su propio capital.

Proyectos privados exploran cómo vincular la producción de hidrógeno con generadores de energía eléctrica renovable:

una innovación clave porque el hidrógeno es más fácil de almacenar que la electricidad y podría ayudar a que las redes eléctricas sean fiables aunque dependan de grandes cantidades intermitentes de energía eólica y solar.

Los líderes en sectores como el del acero, la refinación y los productos químicos ven las inversiones en hidrógeno como parte de sus planes para seguir siendo viables en un mundo que reduce drásticamente las emisiones.

Maersk, una de las compañías de transporte de contenedores más grandes del mundo, respalda algunos de estos proyectos, junto con varios otros combustibles limpios.

Incluso en los aviones y los camiones pesados, el hidrógeno podría ser la mejor manera de reducir las emisiones.

La consultora McKinsey estima a que el valor de la inversión en proyectos de hidrógeno limpio para 2030 superará el medio billón de dólares, según los anuncios realizados, con Europa a la cabeza.

En contraste, el valor total de todos los combustibles fósiles vendidos a nivel mundial en 2021 fue de unos 5 billones de dólares.

A Estados Unidos le resulta más difícil ser líder en las tecnologías limpias porque el entorno político está fracturado.

No obstante, un área promisoria son los US$ 8.000 millones destinados a “centros de hidrógeno” en la ley bipartidista reciente de infraestructura para construir instalaciones de producción, oleoductos y terminales con el fin de vincular a productores y consumidores.

Una revolución del hidrógeno podría llevar tiempo, tal vez dos décadas con un esfuerzo muy comprometido, hasta que haya volúmenes sustanciales de hidrógeno que remplacen el gas natural convencional y también el petróleo.

Pero más allá del hidrógeno, hay muchos otros ejemplos de políticas confiables, junto con nuevas tecnologías que atraen una avalancha de capital. Los nuevos diseños de plantas nucleares atrajeron 3400 millones de dólares en capital privado solo en 2021.

Es probable que las nuevas plantas nucleares se centren en Estados Unidos, el Reino Unido, China y otros mercados. Las actitudes en torno a la energía nuclear en la mayor parte de Europa continental aún no se han vuelto favorables.

Otras tecnologías limpias más maduras, como la solar, la eólica y las baterías, también se están expandiendo en gran medida.

Europa está a la vanguardia porque ha encontrado formas de hacer que los pronunciamientos políticos sean más creíbles.

Ese liderazgo es importante porque las tecnologías se comercializan a nivel mundial y las inversiones europeas están redefiniendo la frontera.

El efecto de todo eso será una serie de revoluciones que reducen la dependencia de Rusia y de los combustibles fósiles, y también ayudan a sanar el planeta.

* Profesor jubilado de Economía de la Universidad de Calgary e investigador sénior no residente del Centro Niskanen.

** Profesor de Innovación y Política Pública en la Universidad de California, campus San Diego, y miembro sénior no residente de la Institución Brookings.


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*La información y las opiniones aquí publicados no reflejan necesariamente la línea editorial de Mining Press y EnerNews

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