PABLO VACA *
Dato: en la Argentina, entre 2004 y 2020, los alumnos de primaria de escuelas privadas crecieron un 22%. Hoy son 230.000 más. En cambio, los que estudian en estatales disminuyeron un 9,1%. De 3,9 millones que eran en 2004, presidencia de Néstor Kirchner, pasaron a 3,5 millones en 2020, presidencia de Alberto Fernández. Son 400.000 menos. En los años del tantas veces declamado Estado presente, la educación se privatizó como nunca.
Otro dato más: la matrícula del nivel primario descendió en esos mismos años un 2,5%, cuando sólo entre 2010 y 2020 la población de chicos de 6 a 12 años creció un 4,5%. Es una ecuación de fácil solución. Más habitantes y menos alumnos igual a mayor desigualdad.
En este caso, encima, no funciona el “ah, pero Macri”. La baja en la matrícula sucedió entre 2004 y 2015, en las tres administraciones del matrimonio Kirchner, lapso en el que cantó un 3,9% negativo. En cambio, desde 2015 a hoy, que incluyen los cuatro años macristas en la Rosada, subió un 0,9%.
Los números surgen de un informe publicado por el Centro de Estudios de la Educación Argentina (CEA) de la Universidad de Belgrano, basado a su vez en cifras oficiales del Ministerio de Educación de la Nación.
El análisis del CEA confirma una tendencia ya conocida. En la Ciudad de Buenos Aires uno de cada dos chicos va a una escuela privada. En la Provincia de Buenos Aires, el 35%. Es mucho, muchísimo. En Estados Unidos, nueve de cada diez alumnos asisten a escuelas estatales; en Suecia, lo hace el 84%.
No hace falta tener diploma para hallar una respuesta al fenómeno. Sucede, sencillamente, que la escuela pública argentina no sólo no garantiza una buena educación -la privada promedio no ofrece mayores diferencias en ese sentido- sino que ni siquiera asegura que haya clases, elemento básico para la organización familiar.
El que puede pagar una cuota lo hace, incluso en este país donde la crisis económica nunca toca fondo. Nadie quiere ahorrar en educación, porque hasta el más ignorante entiende que se trata de una inversión, pero también porque al cuarto paro sorpresa hasta el jefe más comprensivo mira mal al empleado que falta porque no tiene con quién dejar los pibes.
Claramente los gremios docentes, kirchneristas de pura cepa y afónicos de gritar en favor de la escuela estatal, han contribuido como nadie a la fuga hacia las privadas. Su política de paros por las dudas, su militancia por la virtualidad y su resistencia a cualquier iniciativa que parezca un progreso (como la de sumar una hora diaria de clases) resultaron la mejor publicidad posible para los colegios privados.
Resulta entre cansador y aburrido insistir en la importancia de la educación para eventualmente salir de la crisis. La relación entre una economía creciente y una población educada es directa. Dinamarca, Islandia, Noruega y Corea del Sur son los países que más gastan en educación en relación con su PBI por habitante. Ninguno de ellos es precisamente menesteroso.
Hay otra estadística brutal y bien local que señala el vínculo íntimo entre un ingreso pobre y una educación ídem. Es la que dice que el 63% de los que reciben planes sociales no terminó la secundaria y que el 30% apenas terminó la primaria. Y que el 11% ni siquiera eso.
La grieta grave es la que se ensancha entre argentinos que terminan la escuela entendiendo lo que leen, y sabiendo hacer cuentas, y los argentinos que terminan como analfabetos funcionales, con problemas incluso para hablar correctamente el castellano.
Es verdad: la otra grieta, la política, con sus gritos y papelones, resulta mucho más entretenida. El gran Tato la tenía clara. Al vermut con papas fritas y good show no hay con qué darle.
* Editor Jefe Mesa Central en Diario Clarin