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OPINIÓN
Zuchovicki: Estamos como somos, ¿tenemos el país que nos merecemos?
LA NACIÓN/MINING PRESS/ENERNEWS
06/03/2022

CLAUDIO ZUCHOVICKI *

Claudio Zuchovicki

El título de esta columna, amigos lectores, corresponde al último libro del admirable Tomás Bulat (siempre es óptimo releer sus obras). Agradeciéndoles como siempre por interesarse en este espacio, quiero incluirlos en un intercambio de opiniones que tuve hace poco con un grupo de amigos, de aquellos a los que les conocés el alma.

El debate empezó con una interpelación: ¿tomarías alguna sustancia prohibida para lograr aumentar tu rendimiento deportivo ante una competencia trascendente para vos, sabiendo de antemano que no va a ser detectada en el control antidoping, y que nunca nadie se enterará?

La respuesta más nítida y repetida fue: “Está mal, pero si yo no lo hago y lo hacen otros estaré en desventaja”. Así, el “no lo haría” dejó de ser tan contundente.

Empezamos a dar vueltas entonces alrededor de esa actitud y jugamos con esta pregunta: si nunca fueras descubierto, ¿evadirías impuestos sacando ventaja con respecto al que sí paga? ¿Pagarías coima para que te den un contrato aventajando a quien hace las cosas legalmente? ¿venderías algo que no funciona bien?

¿Qué duele más? ¿El castigo si te descubren o la culpa de hacer algo que sabés que está mal? (El escritor Leonardo Galinsky refleja muy bien este dilema en su libro La billetera).

La conclusión, al menos en mi grupo de amigos fue que “depende del contexto”. Así, esos planteos se transformaron en un debate cultural.

Quizás en otros países a nadie se le ocurriría ni siquiera la pregunta, pero en nuestro país afloran las justificaciones: “Si no me dan el contrato a mí, se lo van a dar otro con menos escrúpulos. Necesito hacerlo porque mantengo a 100 empleados y a mi familia”.

Cuenta una historia que había una vez, en una aldea del pueblo indio cheroqui, un anciano que convocó a los niños de la aldea para contarles un cuento sobre los distintos caminos que podemos elegir en la vida.

Sentados en círculo, el anciano y sabio indio les dijo que siempre hay una gran batalla en el interior de cada ser humano entre dos lobos: uno ventajero y otro trabajador.

El lobo ventajero representa el miedo, la ira, la envidia, la avaricia, el arrepentimiento, el resentimiento, el complejo de inferioridad, la queja, la tristeza, la mentira, el falso orgullo, la superioridad y el ego.

El lobo trabajador representa la serenidad, la alegría, la paz, la esperanza, la generosidad, la humildad, la verdad, la fe, la amistad y la bondad.

El anciano dirigió su mirada a los niños y les dijo que esa misma lucha entre el lobo ventajero y el lobo trabajador ocurre de modo constante en el interior de cada hombre y de cada mujer.

Los niños se quedaron pensativos un momento, hasta que uno de ellos le preguntó al anciano y sabio indio cheroqui: “¿Y cuál de los dos lobos vencerá?” El anciano respondió: “Ganará el lobo al que más alimentes”.

Nuestra sociedad está alimentando al lobo equivocado, y eso explica por qué cada generación agrega 10% más de pobreza estructural en la población.

Al aceptar hacer negocios o tratos al margen de la ley, el miedo a ser expuestos nos convierte en sometidos de quien tiene el poder de sanción.

Bajo el lema “somos progres anti libre mercado”, una gran parte de nuestra dirigencia justifica el accionar de países que maltratan a sus mujeres, encierran o matan a aquellos que piensan distinto a los que tienen el poder. Si esos países nos venden vacunas son amigos, pero si lo hace otro, son viles comerciantes de la salud. Pero eso sí, cuando los dirigentes que proclaman tales cosas van de vacaciones o abren cuentas para proteger sus ahorros siempre eligen la moneda de los países con libre mercado.

Es en esos escenarios donde se construyen hegemonías y se destruyen sueños de buen ciudadano. Es aquí donde Tomás Bulat pone en el centro del debate la premisa de que funcionamos como país tal como somos sus ciudadanos.

Le compramos mercadería a un mantero porque es más barata, aunque sabemos que esa mercadería trucha o robada, perjudica al que se esfuerza en serio y cumple sus obligaciones decentemente.

 

Estamos dispuestos a pagar coimas a personajes nefastos que se aprovechan de su situación de poder para dirimir quién se beneficia y quién no, perjudicando a aquellos que dignifican su profesión.

Compramos indumentaria de marcas extrañas sin importarnos si su ventaja comparativa es precarizar empleados.

Nuestro problema es sistémico, porque el propio sistema te lleva a límites de decisión muy difíciles. Creemos que somos audaces por sacarle ventajas al sistema sin contemplar que siempre e inevitablemente alguien termina pagando la cuenta.

Mi punto es que, teniendo todo para ser un país desarrollado, pujante e inclusivo, vivimos con una muy baja calidad social, porque somos demasiados tolerantes con la corrupción, con los mentirosos y los ventajeros.

Sin contemplar que lo barato nos puede salir muy caro, porque si maltratamos a nuestro medio ambiente o aceptamos comprar bienes producidos por empresas sin escrúpulos con sus empleados, nuestros hijos van a pagar un sobreprecio incalculable.

El progreso, en nuestro país, ha dejado de ser una meta para mejorar la vida de todos, para convertirse en un discurso de supervivencia personal.

Soy de los que creen que nunca vamos a salir adelante como país mientras aceptemos como válidas expresiones como: “Roban, pero hacen o reparten algo”, o “Roban, pero menos que los otros”, o mientras tomemos con naturalidad que nos mientan en la cara, que un día nos digan algo y al otro hagan otra cosa.

Si se hace un negocio o un trato con individuos de pocos escrúpulos, o con personas de poca moral o con promesas inalcanzables de ganancias extraordinarias, inevitablemente eso va a terminar mal. La plata se hace trabajando con esfuerzo y honestidad, porque lo que viene fácil se va más fácil aún. Es nuestro deber transmitírselo a nuestros hijos y nietos.

Los mercados me enseñaron con sudor y lágrimas que se puede hacer negocios en todo tipo de contextos, pero nunca con personas traicioneras.

Ustedes saben que el mercado identifica sus movimientos con figuras de animales según su forma de atacar a su presa.

Por ejemplo, a un mercado alcista se lo llama “bull” (porque el toro ataca clavando los cuernos empujando su presa hacia arriba). Al bajista se lo llama “bear” (porque el oso ataca clavando sus garras de arriba hacia abajo).

A los capitales se los llama golondrina, cuando van de lugar en lugar según cómo soplan los vientos y sin garantizar permanencia. Lobos son aquellos inversores muy agresivos con sus decisiones. Avestruces son aquellos que se esconden en los malos momentos de mercado. Los halcones son inversores fundamentalistas. Los unicornios son aquellos que sobresalen de lo común. Saben que, con todos se puede hacer negocios, porque ya sabés de antemano que son fieles a su identidad y eso los hace predecibles.

Pero nunca hagas negocios con traicioneros. Aquellos que dicen ser una cosa y resultan otra. Un ejemplo: los buitres que se comen la carroña de los que se encuentran moribundos. Porque si un día estás mal, te ven como presa y no como socio.

Entiendo que la situación actual potencia que queramos comprar lo más barato posible y dejarnos tentar con espejitos de colores. Pero, pensando en la próxima generación observemos antes de hacerlo, ¿por qué conseguimos esas ofertas? ¿quién es el que paga el sobreprecio si algo lo consigo por debajo de su valor real? Puede ser una oportunidad, pero también puede ser una trampa.

Dime con quién haces negocios hoy y te diré cuáles son tus posibilidades futuras. Si te asocias a un traicionero, seguramente serás su próxima víctima.

* Gerente de Desarrollo de Mercado de Capitales de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. Director Ejecutivo de BYMA y Secretario General de la Federación Iberoamericana de Bolsas de Comercio


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*La información y las opiniones aquí publicados no reflejan necesariamente la línea editorial de Mining Press y EnerNews

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