LUCIANO LASPINA*
Las ideas controversiales del ganador del Premio Nobel de Economía en 2001 y sus viejas disputas con los organismos de crédito ahora tienen como “conejillo de indias” a la Argentina
Recibir el Premio Nobel de Economía es un honor inmenso que pocos economistas académicos pueden exhibir. La mayoría de los economistas que han sido premiados con el Nobel suelen conservar sus trabajos en la academia y proseguir con las investigaciones por las que fueron honrados. Algunos pocos aprovechan este título honorífico para extender “bulas macroeconómicas” a gobiernos populistas y a difundir ideas que poco tienen que ver con los campos académicos por los cuales fueron distinguidos. Ese es, sin duda, el caso del Dr. Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía (2001).
La influencia intelectual del Dr. Stiglitz sería irrelevante para todos los argentinos de a pie si no fuese porque sus ideas controversiales, sus reflejos anti-sistémicos y sus viejas disputas con los organismos de crédito internacional ahora tienen como “conejillo de indias” a la propia Argentina. Es sabido que el Dr. Stiglitz fue el mentor intelectual en la Universidad de Columbia del Ministro de Economía argentino, Martín Guzmán. Su influencia intelectual es tan grande que sus teorías y pensamientos se mimetizan a lo largo de sus escritos, algunos en co-autoría.
Las andanzas del talentoso Dr. Stiglitz tienen muchos años y son bien conocidas en el mundo de la academia pero poco conocidas para el público en general.
Desde su puesto de Economista Jefe del Banco Mundial entre 1997 y 2000 el Dr. Stiglitz comenzó a darle un giro político a su perfil para convertirse en un feroz crítico de los organismos de crédito internacional, en particular del FMI y del Banco Mundial, y de la arquitectura financiera internacional.
Puesto en términos simples, su punto es que los países con crisis fiscales y externas deben salir del laberinto por arriba: con más expansión del gasto. Aclaración: no estamos hablando de un ciclo recesivo sino de una crisis. Traducido: significa que si un país atraviesa una crisis externa o fiscal debe acudir al FMI para pedir financiamiento para gastar más en lugar de aplicar esos recursos para financiar una corrección de los desequilibrios que lo llevaron a la crisis en primer lugar. De esa forma, la economía se expandiría y se saldría de la crisis “de manera virtuosa”. Las ideas del Dr. Stiglitz -que Guzmán repite como un mantra- son música para los oídos de cualquier gobierno que enfrenta una crisis e intenta sortear los ajustes.
La prescripción de política económica del Dr. Stiglitz es tan irreverente y políticamente correcta como desopilante y descabellada. Si no fuese un Premio Nobel de Economía el que lo postula, hubiese despertado algunas tiernas sonrisas antes de pasar a otro tema.
En el año 2002, el por entonces Economista Jefe del FMI, Kenneth Rogoff, escribió una carta abierta al Dr. Stiglitz indignado por varias de sus afirmaciones en un libro crítico de las políticas y los economistas del FMI y el Banco Mundial, a los que Stiglitz había dirigido entre 1997 y 2000 como Economista Jefe.
Las frases de la carta de Rogoff cobran sentido para interpretar e interpelar la política económica que viene aplicando el Ministro Guzmán en sus más de dos años de gestión: “Nosotros, los terrícolas, hemos descubierto que cuando un país en apuros fiscales trata de escapar imprimiendo más dinero, la inflación aumenta, a menudo sin control”. Le habla a Stiglitz en 2002 aunque bien podría estar hablándole a Guzmán 20 años después.
Las ideas y la prédica del Dr. Stiglitz llegan hoy hasta nuestras orillas. En una reciente nota en la revista Project Syndicate, Stiglitz intenta argumentar cómo y por qué Argentina está viviendo un verdadero “milagro económico” de recuperación y por qué el FMI no debería interponerse en su camino. En su artículo argumenta que este “milagro” se debe a las políticas expansivas aplicadas por el gobierno de Alberto Fernández a las cuales adjudica el rebote que siguió a la cuarentena más larga del planeta.
La gente inteligente miente inteligentemente. Por eso Stiglitz omite mencionar que la inflación trepó llegó al 50% el año pasado y que está en ascenso, que el país se ha quedado sin reservas y que se ha visto obligado a restringir sus importaciones para evitar una gran devaluación, a pesar de los USD 17.000 millones extra que recibió por la suba de precios de exportación y los DEGs del FMI, que la brecha cambiaria supera el 100%, que el riesgo país subió a más de 1.800 puntos básicos y que el Estado Nacional se ha quedado sin financiamiento voluntario, a excepción de los inversores institucionales domésticos que están cautivos.
En gran medida, este estado de cosas se explica por el desbarajuste fiscal que ha generado Alberto Fernández y su Ministro Guzmán en dos años de gobierno. No fue la pandemia ni la cuarentena las que desequilibraron las cuentas públicas de manera permanente. Fueron la expansión de las políticas de gasto, los congelamientos tarifarios y el déficit de las empresas públicas que crece sin pausa, además de una multitud de leyes que ampliaron transferencias y subsidios sin control.
Dice Rogoff a Stiglitz en 2002: “Las leyes de la economía pueden ser diferentes en tu parte del cuadrante gamma, pero aquí encontramos que cuando un gobierno casi en bancarrota no logra restringir de manera creíble el perfil temporal de sus déficits fiscales, las cosas generalmente empeoran en lugar de mejorar.”
El Dr. Stiglitz también se cuida de advertir que el gobierno financió parte de sus políticas con los “colchones” macroeconómicos que se habían gestado con enorme sacrificio en los 4 años previos: fiscal, monetario, cambiario y tarifario. Usó y abusó de todos hasta agotarlos por completo.
Ahora el Gobierno se ha quedado sin recursos para seguir financiando su política de expansionismo fiscal. Las políticas del Gobierno están llevándonos a un ajuste inevitable y eventualmente a una crisis, con o sin acuerdo con el FMI. Esto es un dato. Por eso el gobierno precisa encontrar un chivo expiatorio a quien culpar del ajuste inevitable. Sus candidatos son el FMI y la oposición.
Si hay acuerdo con el FMI, el gobierno dirá que por culpa de “las recetas del Fondo” (esas que Stiglitz critica) el país deberá sufrir un duro ajuste. Si no hay acuerdo, el Gobierno buscará culpar del ajuste al “golpe de mercado” y a la terquedad del FMI que no acepta las excéntricas teorías del talentoso Dr. Stiglitz. Es win-win para el relato kirchnerista pero una tragedia para los argentinos.
*Economista y diputado nacional de Juntos por el Cambio