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ANÁLISIS
Cantelmi: Merkel, final de la era de la gran dama inoxidable de Europa
CLARÍN/MINING PRESS/ENERNEWS
17/09/2021

MARCELO CANTELMI *

Wir schaffen das. Lo vamos a conseguir. La frase, casi una versión del Yes we can que consagró en su momento a Barack Obama, será con la cual la mandataria alemana Angela Merkel será recordada. Y se verá si cumplió con ella total o parcialmente. 

Lo cierto es que esta mujer única deja el poder después de casi 16 años de gobierno con el legado de una potencia robusta y consolidada, la primera de Europa, y una imagen personal muy por encima del 50% que mantuvo a lo largo de ese extenso período de gobierno.

El dato más significativo de esta despedida de la vida pública y del tamaño del personaje, que superó en longevidad a su mentor Helmuth Kohl, el líder que unificó a las Alemanias, quizá se advierta más claramente en una percepción de desamparo global que se insinúa.

No surge esa sensación solo de las condiciones indudables de esta dirigente, sino por la precariedad que resalta entre la mayoría de los liderazgos mundiales que la acompañaron y seguirán tras su larga gestión de cuatro legislaturas.

Ni Emmanuel Macron, que fue una fugaz esperanza, o la reciente irrupción del demócrata Joe Biden, son alternativas para ocupar un liderazgo necesario en un mundo que ha perdido referencias. Y que además está azotado por nacionalismos fanáticos y un potente pensamiento insular.

Merkel anunció hace tiempo su decisión de no buscar un nuevo mandato en las elecciones generales del próximo domingo 26 y jubilarse. Ese paso, sin embargo, no se zanjará de un modo satisfactorio para esta legendaria política.

 

La campaña

El candidato de centro derecha, Armin Laschet, quien debería relevarla en el poder al frente de la alianza de la Union Cristiano demócrata de Merkel y la Unión Social Cristiana de Baviera, no remonta en las encuestas. La brecha es cada más amplia con el ministro de finanzas, vicejefe de gobierno y líder de la aliada socialdemocracia, PSD, Olaf Scholz.

Sondeos como el de Politbarometer de la televisión publica ZDF o del instituto demoscópico Forsa ven una brecha de 22 a 25% entre los dos dirigentes que se ensancha. Casi 70% de los consultados observan a Scholz más capacitado como primer ministro que Laschet, heredero teórico de Merkel. En tercer lugar crece otra figura importante, Annalena Baerbock del Partido Verde, con un 17%,  muy cerca, el Partido Liberal.

La mandataria se ha metido por última vez en campaña para intentar revertir esa tendencia. “No da lo mismo quien gobierne este pais”, ha dicho. Pero pese a la potencia de su figura no logra revertir la tendencia en contra de su vereda política, un dato que revela mucho más de lo aparente.

A comienzos de año, hace muy poco, esa formación contaba con más de 30% de votos potenciales y poco antes en 2017, se imponía con el 32,9%, con los socialdemócratas como una sombra no tan cerca y detrás. Todo eso ha cambiado.

Por su propia dinámica, las batallas políticas exageran las identidades. Es importante recordar que las diferencias entre estas formaciones no son extremas.

Aun, incluso, cuando la centroderecha revolea que el rival de centroizquierda podría pactar en una futura legislatura con los retazos que quedan de la izquierda alemana, un 6% del electorado que se sumaría a los verdes. En tal caso, sería la primera vez que se consagraría un eventual gobierno tripartito en el gigante germano.

Hay dos aspectos a tener en cuenta aquí. Uno es histórico. Fue el ex primer ministro socialdemócrata Gerhard Schröder, que gobernó entre 1998 y 2005, quien hizo el mayor ajuste de la historia contemporánea alemana.

Esas medidas recortaron el estado benefactor que hasta entonces era el mayor de Europa, condición que pasó a Francia. Schröder, que rompió inmediatamente al llegar al poder con su ala izquierda que encabezaba Oskar Lafontaine, labró el camino a Merkel con las reformas en el sistema de protección social y en el mercado laboral, que le permitieron gobernar con sus banderas de austeridad. 

El legado de ajuste de Schröder se verificó con una masa importante de desocupados y un crecimiento nacional débil como grandes costos de la mutación, que la canciller no tardó en revertir. Esa sociedad, luego, en esta etapa, se coronó con la llamada Große Koalition, entre las dos fuerzas, que explica que la líder saliente y el socialdemócrata Scholz se repartan los dos mayores cargos de la administración del país.

 

Las condiciones

La otra condición se relaciona con la situación objetiva de las grandes masas alemanas. Si bien la desocupación se ha reducido a la mitad de sus niveles históricos, el mercado laboral ha extendido su precariedad con una gran desigualdad entre el este y el oeste.

“Hay más trabajadores pobres, más empleo a tiempo parcial no deseado”, señaló un estudio económico de El País de Madrid. En ese escenario florecieron los llamados minijobs, una especie de changa extra de muchas familias para llegar a fin de mes y que renta un máximo de 450 euros mensuales (unos 530 dólares, poco en un país muy caro).

La intención original era que esas alternativas debían concentrarse entre los estudiantes, en su primer ingreso, pero se han extendido a más de siete millones de personas que tienen esos puestos sobre un total de 40 millones de empleados.

Para peor, cerca de un millón de estos trabajadores precarios perdieron su minijob por la crisis del coronavirus. Si se observa en esos números puede comprenderse por qué los socialdemócratas van adelante.

Una cuestión clave en este sentido consiste en que la alianza entre las dos fuerzas de centro, por izquierda y por derecha, coincidió en mantener por largo tiempo la presión sobre los salarios. Pero la crisis que se extendió por el mundo desde el 2008, forzó a un realismo en 2013 que permitió que pudiera sobrevivir la Große Koalition.

El remedio fue que por primera vez se aceptó, a propuesta del PSD, que Alemania tuviera un salario mínimo, que debutó en 2015 con 8,5 euros la hora, luego trepó a 9,5 y Scholz ha prometido elevarlo a 12 euros si gana el poder. Esa es la irritación de los sectores más conservadores que traducen casi como extrema izquierda esa medida de leve contención social.

Desde las épocas del imperio alemán de Otto von Bismark, en la Europa del siglo XIX, hay una muy sugestiva expresión en alemán cuyo espíritu llega desde la antigua Grecia, glückseligkeitwirtschaft. Se traduce como economía de la felicidad. Es una extraordinaria combinación, por cierto nada ingenua.

Equipara la economía y su función con la dicha. Tiene sentido. Fue aquel régimen el que dio los primeros pasos en medidas de contención social y seguridad básica a la población para hacer frente a las ideas de Carlos Marx que florecían en las clases obreras y para combatir el espectro agazapado de la Comuna de París.

Esa visión sutil de cómo deberían ser la cosas, ha ido más que venido durante la gestión de Merkel, que con sus brillos también ha exhibido oscuridades. Por momentos como si se tratara de dos perfiles en un mismo envase. En la política europea se notó esa dualidad.

Después de la gran crisis de 2008, Alemania salió a auxiliar a las economías del sur europeo que entraron en un cono de crisis histórica, pero se lo hizo con una demanda extraordinaria de ajustes y austeridad.

​Era lo que el sociólogo de Münich, Ulrich Beck, sintetizó en un pequeño pero notable libro, sobre la alemanización de Europa y la conversión real del euro en una especie de nuevo marco con el Banco Central Europeo como el verdadero Bundesbank.

 

La economía

Esa política, que daño especialmente al eurosur, con ejemplos brutales como el derrumbe griego, el portugués y en otra escala, también a España o Italia, se tradujo en deformaciones políticas. Nació una corriente ultra aupada en la frustración de las clases medias que vieron desintegrada su capacidad de movilidad social.

La Unión Europea tan defendida por Merkel, creaba sus propios monstruos con un legión de soberanistas, ultranacionalistas, incluyendo su versión en Baviera con el neofascista Alternativa Für Deutschland, que reclamaban la desintegración del sueño cosmopolita del continente. La pesadilla del Brexit fue un efecto terminal de esa irrupción extremista.

Esta experiencia fue formando la otra Merkel, la que la acompañará especialmente desde el recuerdo a partir de este mes. Aquella que en 2015 desafíó a sus propios electores anunciando que aceptaría a cerca de un millón de refugiados que escapaban de los frentes de guerra especialmente de Siria, pero también en menor medida de Irak o Afganistán.

Y que a la postre se han integrado perfectamente en la economía alemana.

Ahí comenzaron las urnas a dispararle en contra, recargadas de un fanatismo nacionalista y con dosis enormes de xenofobia. Pero el dato principal de esa exhibición de capacidad de cambio, una condición de los liderazgos fundacionales no transaccionales, ha sido su reacción a la enorme crisis económica asociada a la pandemia de coronavirus.

Al revés que en 2008, esta vez se cuidó de apretar la garganta de los países golpeados, desapareció el austericidio como marca. Alemania junto con Francia impulsó dentro de la UE uno de los programas de rescate de mayor calado histórico. Fueron 750 mil millones de euros, 500 mil millones a fondo perdido y el resto con enormes facilidades para su devolución y sin contraprestación de ajustes.

Se trató de un giro radical para romper el tabú dento de la UE que rechazaba la mutualización de las deudas y que fue solo resistida por los pequeños socios del norte más rico.

Con esos pasos Merkel, de algún modo, revirtió las advertencias de Beck o del enorme Jürgen Habermas, europeizando por primera vez a la Alemania realista que en unos días la despedirá, posiblemente para siempre. Wir haben es geschafft, podrá decir, lo hicimos.

* Periodista, jefe de politica internacional del diario Clarín. Docente de la Universidad de Palermo. Director del Observatorio de Política Internacional de la UP


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