RODOLFO ENRIQUE GALLO DEL CASTILLO *
Finalmente, el pasado domingo la miseria y la escasez provocaron un impensado estallido social en la isla de Cuba, bastión y emblema del Socialismo del Siglo XXI en tierras americanas El movimiento de masas, nacido en las afueras de La Habana y luego replicado en los principales centros urbanos de la tierra de Martí, fue algo completamente espontáneo, aunque luego las autoridades castristas hayan querido atribuir este fenómeno social a un tenebroso "plan desestabilizador proveniente de los Estados Unidos''.
En realidad, ha sido la miseria creciente de la economía cubana la verdadera causa de este hartazgo poblacional solamente comparable al Maleconazo de 1994, cuando el colapso de la economía soviética, a partir de 1989/1990, precipitó a tierra, como a una ficha de dominó, a la economía cubana, inaugurando aquel famoso período especial de hambre y privaciones, marcado a fuego en el inconsciente colectivo del pueblo guajiro. Fidel Castro entonces, como tantas veces, durante más de medio siglo, zanjó el problema con mayor represión, propaganda y discursos.
El ascenso del golpista Hugo Chávez en Venezuela le dio una oportunidad maravillosa a la tiranía marxista militar de los hermanos Castro. Dólares, una notable catarata de dólares volcada generosamente sobre la economía isleña, sin tasa ni medida, por el presidente venezolano, en aparente estado de gracia.
Los sueños del Socialismo del Siglo XXI, "con el cerebro de Castro y la billetera de Chávez'', como dijo un lúcido senador paraguayo en 2020. Pero el sistema económico y político cubano es cero sustentable e inexorablemente ruinoso. Un lema basado en Patria o Muerte termina inexorablemente en muerte, por muchas vueltas que se le den al asunto.
Primero se arruinó completamente la economía venezolana. Petróleos de Venezuela -PDVSA- de ser la exitosa cuarta empresa petrolera internacional, asentada sobre las mayores reservas petroleras del mundo, pasó a convertirse en una ruina sin remedio, incapaz de producir las naftas para el consumo interno. Ni hablar del resto de los productos necesarios para su subsistencia. Miseria al por mayor, la inflación más alta del mundo, la destrucción de su signo monetario. Es ahora un país sin moneda, sin crédito, sin fe y sin esperanzas.
Pero la ruina de Venezuela, donde el ilegítimo gobierno de Maduro no puede actualmente garantizar ni la seguridad de enormes barrios de Caracas, asolados ahora por bandas de delincuentes que hacen una inicua competencia desleal al gobierno, también ha cobrado su óbolo en la tierra de los Castro.
Venezuela, bajo la garra de Maduro (eso sí, con permanente asesoramiento cubano) le ha dado a Cuba hasta lo que no tenía, ni posiblemente volverá a tener. Por eso ha retirado su apoyo a la isla, porque no le queda nada de valor, salvo las balas y la nafta necesarias para su labor de represión interna. Ni un centavo más.
Y allí comenzó Cristo a padecer, en el día a día de los cubanos, cada vez más hambreados, desesperados, desesperanzados, sin medicinas ni alimentos.
Annus horriblis
Desde que comenzó este annus horribilis de 2021, los videos de Cuba mostraron la existencia de unas colas permanentes, diarias, inevitables para detectar alimentos a tiro. Las colas comienzan a las cinco de la mañana y duran, por lo general, hasta las diez, con un resultado completamente aleatorio: llegar a tiempo para hacer la compra o, por lo contrario, haber errado el vizcachazo, volver con las manos vacías. Hacer la compra se transformó en una aventura diaria de difícil pronóstico. No solamente en materia de alimentación. Los clavos se compran por unidad, no por peso. Es muy común tener que enderezar clavos usados, porque tienen cierto valor.
Las cartillas de alimentación alcanzan para dos semanas, a la sumo, el resto hay que inventarlo con fondos provenientes de otras actividades, más ligadas a la actividad privada, o con fondos en divisas provenientes de familiares residentes en el exterior. En un país donde el 78% de los empleos son estatales, y donde el turismo se ha reducido a cero por causa de la pandemia, las fuentes privadas de financiamiento son, por lo tanto, muy escasas.
Y como si todo esto no fuera bastante, hace pocas semanas, las autoridades se incautaron de todos los fondos en dólares de las cuentas personales y prohibieron las transacciones en moneda extranjera. Esto fue el acabose. Los ciudadanos se sintieron aún más acorralados. ¿Hasta cuándo, hasta dónde? Esa es la pregunta del millón.
Mientras tanto, el gobierno cubano, ducho como pocos, verdaderos maestros en el uso de la represión interna, ha volcado a la calle todo su arsenal para convertir a la profunda protesta social actual en algo muy parecido a un sueño, a una irrealidad.
Poco más de once millones de almas, repartidas en casi 110.000 kilómetros cuadrados, esperan ahora las tareas de represión de una casta militar encabezada por un hombre de 90 años que, hace sesenta y dos, soñó con una patria comunista al mejor estilo soviético, no solamente para Cuba, sino para toda Latinoamérica. Los resultados están a la vista. Hasta la miseria siempre.
* Sociólogo