DANIEL MONTAMAT *
La pandemia reavivó la preocupación por otros problemas de escala global que no figuraban en la agenda prioritaria. El cambio climático volvió a la palestra. La reunión del CERA Week 2021, encuentro cumbre del establishment energético mundial, giró este año en torno a los compromisos de gobiernos y empresas para acelerar la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero y alcanzar el objetivo de cero emisiones netas hacia mediados de siglo.
Un amigo que asiste a estos encuentros, y que siempre evalúa las conclusiones del Foro con la distancia de un analista, esta vez fue terminante: “se vino el tsunami verde”. En buena hora para muchos observadores preocupados por las consecuencias ya manifiestas del aumento de las temperaturas respecto a los niveles preindustriales.
Las actividades humanas siguen emitiendo 50.000 millones de toneladas de CO2 por año. Esto incorpora a la atmósfera 3 partes por millón cada año. Si los registros actuales dan cuenta de una concentración de 420 partes por millón de CO2, estamos a 10 años de alcanzar el peligroso límite de las 450 ppm. Más de 70% de las emisiones de CO2 provienen de la energía, dominada por los fósiles (más de 80% entre petróleo, carbón y gas natural).
De allí que las principales medidas para mitigar las emisiones estén relacionadas con las transformaciones en el paradigma energético actual. Medidas tan obvias como seguir bajando la tasa de intensidad energética en los procesos productivos (usar menos energía por unidad de producto), o tan innovadoras como introducir internet en las redes eléctricas, alivian el problema, pero son insuficientes.
El límite de los 2ºC para el aumento de las temperaturas media, y los esfuerzos para bajar ese umbral a 1.5ºC, son inalcanzables sin una transformación sustancial de la oferta energética. Está claro a esta altura que los compromisos voluntarios de reducción asumidos por los distintos países signatarios del Acuerdo de París no bastan.
Tampoco hay acuerdos vinculantes sobre medidas y acciones de gobernanza global para enfrentar el problema (impuesto al carbono, bonos verdes). Sin embargo, en la medida que la preocupación por el cambio climático se instale para quedarse, las ondas expansivas del “tsunami verde” reforzarán presiones políticas y nuevos compromisos de reducción entre los Estados y las empresas, generando regulaciones en el comercio y las finanzas que van a profundizar en las próximas décadas tres tendencias con impacto en la oferta energética: la transición gasífera (sustitución del carbón mineral en la matriz primaria), el crecimiento de las energías renovables (en la matriz de generación eléctrica), y la electrificación de la matriz de consumo final (vehículos eléctricos).
La transformación del paradigma fósil va a golpear sobre todo a la minería del carbón.
El carbón mineral fue la fuente fósil dominante en el siglo XIX y hasta mediados del siglo XX. Todavía es la fuente principal de generación de electricidad en el mundo (40%), y la minería del carbón genera ingresos por más 400 mil millones de dólares al año.
En la próxima década el gas natural va a desplazar al carbón mineral como segunda fuente de energía primaria y, en conjunto con las energías renovables (eólica, solar), reducirán su participación en la generación de electrones.
La energía eólica y la solar vienen creciendo a tasas del 15 y del 25% acumulado respectivamente pero todavía representan 7% de la generación mundial. Hoy circulan en el mundo unos 1100 millones de automóviles, de los cuales sólo 10 millones son eléctricos.
En el 2030 la producción de autos eléctricos podría alcanzar los 35/40 millones al año. La transformación de la matriz energética inducirá a un cambio en la matriz minera.
Un Informe de la Agencia Internacional de Energía de reciente difusión señala que si la mutación hacia energías limpias se ajusta a las metas del acuerdo de París (escenario de desarrollo sustentable) la demanda de requerimientos minerales se va a cuadruplicar respecto al presente, y, si se busca una transición a cero emisiones netas en el 2050, la demanda de minerales se sextuplicará en el 2040.
La matriz de energías limpias es mucho más mineral dependiente que la de energías fósiles. Un vehículo eléctrico requiere seis veces más insumos minerales que uno convencional, y una planta eólica terrestre requiere nueve veces más minerales que una planta térmica de gas natural.
Mientras el carbón perderá el protagonismo energético y minero que ostentaba en el paradigma fósil; el cobre, el litio, el grafito, el cobalto, el níquel y los minerales raros, entre otros, tendrán un revival productivo para satisfacer el crecimiento sostenido del parque de vehículos eléctricos, paneles solares, molinos eólicos, baterías de almacenamiento, redes de transmisión, electrolizadores, celdas combustibles, etc.
Mientras la demanda de cobre tenderá a duplicarse respecto a la actual en los próximos 20 años, la de litio se multiplicará por 40 y la de grafito, níquel y cobalto por 25. Se viene una nueva geopolítica en torno a las reservas, la producción y la refinación de estos minerales, con nuevos actores y nuevos posicionamientos.
La Argentina no puede perder el tren. Tiene gas, litio, cobre y otros minerales para aprovechar las tendencias convergentes de la minería y la energía en el marco de un desarrollo sustentable.
* Ex Secretario de Energía y ex Presidente de YPF