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ANÁLISIS
Escribe Armando Torres: Los dos cánceres de la Argentina
GACETA MERCANTIL/MINING PRESS/ENERNEWS
21/04/2021

ARMANDO TORRES *

Armando Torres

Malos gobiernos han tenido todos los países y hoy muchos los tienen, incluida la Argentina, claro. Si no malos, también ineficientes, anodinos. Lo mismo ocurre con la corrupción. No existen en el planeta países que en alguna medida no hayan tenido corrupción en sus gobiernos. Argentina no reserva un monopolio en ese sentido, pero huelga decir que en un ranking estaría entre los países más expuestos.

Sin embargo, aunque parezca no ser así, la tremenda decadencia argentina no radica en sus malos gobiernos -que se suceden unos a otros- ni en los casos de corrupción. Tampoco en la inflación, el endeudamiento, la recesión, el desempleo, la pobreza, la injusticia social, la presión fiscal, la inseguridad física y jurídica.

Todos esos dolores son solo consecuencias de las verdaderas causas de la decadencia, cuyas raíces tienen tal vitalidad y profundidad, y a la vez un sistema de alimentación tan profundo, que quizá, aunque resulte duro decirlo y cueste admitirlo, sean imposibles de remover sin una acción prolongada y penosa. No la aliento, desde ya me repugna la idea, porque con un alegado objetivo similar entre sus principios hemos vivido largos procesos en cuyo interior anidaban exactamente los mismos males, aunque con botas. Tanto es así que, al cabo de años, esos regímenes se retiraron dejando tras su paso más sólidas las raíces de la decadencia y, cuándo no, mucha muerte y degradación.

Las raíces, hasta hoy inamovibles, son la mafia a su modo organizada y vertebrada en las sombras y el fanatismo tributario de aquella.

La mafia es un organismo insensible al sufrimiento ajeno, al cual ocasionalmente estimula para utilizarlo en su propio provecho con gestos del tipo demagógico. La mafia es así, cínica y patética; solo la mueve el ansia de poder.

Sus mecanismos de hoy no son los de Vito Corleone, los de la Camorra. Se han sofisticado mucho, tanto como para crear, maquillar, persuadir y así lograr sus metas. Se han internacionalizado y encubren sus resultados en procesos de conversión y entidades cuyos manejos y enjuagues corren más rápido que las leyes.

Las cuentas de este rosario del mal están extendidas en todos los ámbitos de la sociedad, por caso la política, la justicia, el sindicalismo, el empresariado, las fuerzas de seguridad, el clero, el periodismo, las "organizaciones sociales", por nombrar solo algunas corporaciones en cuyas entrañas se ha inoculado el virus de la codicia económica y de poder que no acepta límites. Allí existe una conversación inorgánica en la que enemigos aparentes en realidad acuerdan el reparto del botín y derraman cuantiosos recursos para estimular a quienes les dan soporte.

El mal no solo está en la oligarquía de mafiosos que ejerce influencia en esos terrenos sino en los regímenes que la sustentan y que de una u otra forma establecen filtros que solo permiten la promoción de quienes aseguran que van a consolidar el sistema o, por lo menos, no lo van a obstruir.

La finalidad última es controlar los mayores negocios y expoliar los recursos del Estado, creando para eso cotos de caza que producen bolsones de riqueza inauditos, a la vez que extienden la pobreza en la sociedad a magnitudes nunca antes sospechadas y que, con tristeza debe admitirse, todavía no reconoce límites.

Aún con tensiones internas, quienes se establecen en las cúpulas sectoriales y administran desde allí los flujos de recursos acumulados, definen de espaldas a la sociedad las tácticas y estrategias para proyectar la "organización" y, de paso, proyectarse ellos mismos y sus círculos dilectos. Esto incluye la definición de perfiles de los referentes futuros y también incubadoras prácticas para dotarlos de habilidades que les permitan superar los actuales estándares de eficiencia de sus "organizaciones".

* Periodista. Comunicador institucional

 


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*La información y las opiniones aquí publicados no reflejan necesariamente la línea editorial de Mining Press y EnerNews

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