CARLOS PAGNI
A mediados del siglo XIX, en 1851, Carlos Marx escribió un pequeño trabajo analizando el golpe de Estado de Luis Bonaparte en Francia, que era un tema muy discutido por los intelectuales de la época. Él inicia ese trabajo con una frase que después se hizo célebre, que es que la historia se repite en una primera versión como tragedia, y en la segunda como farsa. El texto se llama El 18 de brumario.
Esta idea se ajusta bastante a lo que pasa hoy con el oficialismo en la Argentina, a lo que está pasando desde que se instaló este nuevo kirchnerismo encabezado, muy entre comillas, por Alberto Fernández.
Uno de los aspectos donde el kirchnerismo hoy se muestra farsesco, en relación con aquel kirchnerismo trágico de la experiencia anterior, es en relación con la Justicia. Sobre todo en la calidad de los argumentos, en el tipo de enfoque que adoptan los principales encargados de este tema en el Gobierno. A la cabeza de ellos, el nuevo ministro de Justicia, Martín Soria, que cada vez que habla dice cosas tan desopilantes que hacen dudar de que alguna vez haya estudiado abogacía.
Soria acaba de decir que, dada su nueva investidura de ministro de Justicia, él no puede andar persiguiendo jueces, que a eso lo hacía antes cuando era diputado. Es decir, para un diputado sí cabe perseguir jueces. Ya la idea de que un funcionario público hable de perseguir jueces debería inquietarlo bastante a Alberto Fernández. Hijo de un juez, 30 años profesor de Derecho, alguien que venera la Constitución, como suele presentarse a sí mismo, tiene un ministro de Justicia que dice que perseguía jueces cuando era diputado.
Soria ha hecho muchas declaraciones en las últimas horas. Entre ellas, una entrevista, muy interesante sobre todo por algunas incoherencias y exabruptos que comete, con Alejandra Dandan en El Cohete a la Luna. Dice varias cosas que son llamativas en alguien que se desempeña como ministro de Justicia. Por ejemplo, que mientras hay muchos femicidios los jueces federales se dedicaban, en vez de atender esos casos, a visitarlo a Mauricio Macri en la Casa Rosada o en la Quinta de Olivos. Es curioso, porque los femicidios no tienen nada que ver con el fuero federal, son crímenes que se juzgan en el fuero ordinario. Nada tienen que ver los jueces que iban a visitar a Macri, cometiendo sin dudas una inconducta, con el tema de los femicidios. Soria tendría que repasar un poquito los libros para saber el abc de su negocio.
Comete otro un error más importante. Uno no está para cuidar los intereses de Soria, ni para aconsejarlo, pero si tuviera un asesor de imagen o de discurso le debería decir que en su caso no conviene atribuirle a nadie los defectos vicios o incorrecciones de su padre, porque es algo que se puede volver en contra. En esa entrevista, Soria dice que Macri es en realidad una reencarnación o una repetición de Franco Macri y de la relación que Franco Macri tenía con el Estado, con la Justicia y con los impuestos.
Soria debería cuidarse de decir eso, porque si uno aplicara el mismo criterio y dijera que el ministro de Justicia es como es por cómo era su padre habría que recordar que en el año 2002, apenas iniciado el gobierno de Eduardo Duhalde, el entonces jefe de Inteligencia, Carlos Soria, el papá de Martín Soria, es decir el Franco Macri de este Soria, llega al Patio de las Palmeras en la Casa Rosada donde estaban un poco desesperados el Presidente, su ministro del Interior, Jorge Matzkin, y algunos funcionarios más; la ciudad ardía en cacerolazos, en Olivos le estaban por tomar la casa al mandatario recién instalado ahí por el Congreso, y entonces, para zafar de esa escena tan traumática, Soria propone, textual, “tirarle un muerto al corralito”. Y ese muerto era Domingo Cavallo. A partir de esa iniciativa, Soria se reúne con varios jueces, con María Romilda Servini de Cubría, Jorge Urso, Gabriel Cavallo, Rodolfo Canicoba Corral y Claudio Bonadio. Y reuniéndose con ellos logra que Cavallo vaya preso en Campo de Mayo. Le buscan distintas causas y logran meterlo preso por la dimensión penal económica del contrabando de armas que se realizó durante el gobierno de Carlos Menem. Estoy hablando del papá de Soria, no de Martín, que no hizo nada de esto, ni habría que descalificarlo por las tareas de su padre.
Curiosamente, uno de los defensores de Domingo Cavallo en aquel momento era alguien muy identificado hoy con las ideas del Gobierno, que es el abogado Maximiliano Rusconi. Entre otras cosas, tareas académicas y un largo desarrollo profesional, Rusconi es además abogado de Julio De Vido. Es peligroso llevar determinadas peleas adelante en la Argentina si uno no tiene presentes los antecedentes, porque todo vuelve. Los nombres vuelven. Las escenas vuelven. Primero como tragedia, después como farsa.
Entonces uno diría: si Macri es lo que era Franco Macri, Martín Soria es lo que era Carlos Soria. Correría por la sangre del ministro de Justicia el vicio del lawfare, porque es muy difícil de encontrar un caso de lawfare, por el cual después se lo investigó a Soria a pedido de Cavallo, que esa prisión de Cavallo en los albores del gobierno de Duhalde. Después, Soria fue desplazado al cabo de una investigación donde quedó salpicado por el crimen de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Es decir: si se proyectara (cosa que no hay que hacer obviamente, solo estoy aplicando la lógica de Soria, no la que me gustaría aplicar) sobre Martín Soria la acción de su padre, quedaría contaminado, de manera muy injusta, por esos desaguisados.
Hay otra dimensión curiosa en todo lo que dice Soria, que también es una especie de boomerang. Porque descubrió algo tan difícil de descubrir como que los periodistas suelen visitar en sus sedes a los funcionarios. Presidentes de la Nación, jefes de Gabinete, ministros. Es una tarea habitual del periodismo. Soria descubrió revisando las audiencias registradas de Olivos y de la Casa de Gobierno que Macri recibía a periodistas. Y en una maniobra de encubrimiento y clandestinidad los registraba en el libro de visitas para que nadie supiera que esos periodistas habían estado ahí instigando alguna operación oscura. ¿Por qué Soria no debería decir eso? Porque si uno le pidiera no solo el libro de visitas, que no sé si lo completan, sino el WhatsApp a Alberto Fernández, probablemente tenga más comunicación que Macri con los mismos periodistas que veían a Macri. Es más, a lo mejor uno sobreestima la inteligencia de Soria si piensa que él no lo quiere castigar a Macri, sino que, instigado por alguien del propio oficialismo, en una especie de fuego amigo, al que quiere castigar es a Alberto Fernández, que vive hablando con los mismos periodistas. Uno extraña al viejo kirchnerismo que era, es muy probable, más feroz y perverso, pero un poco más inteligente y más cuidadoso en la argumentación. Tragedia-farsa.
Soria dice que ya no puede estar persiguiendo jueces. Eso lo hacía como diputado. Entonces, podría decirlo de otra manera: “Lo que yo hacía como diputado, la persecución de jueces, quedó en manos de Rodolfo Tailhade”.
Tailhade también está en una embestida muy fuerte contra periodistas y jueces. Acá lo raro es… ¿qué le pasó? Si uno mira sus antecedentes aparecen cosas curiosas. Por ejemplo, durante buena parte de su carrera, era un abogado estrella de un estudio penalista muy importante, Pizarro Posse y García Santillán, que después se reconfiguró con nuevos socios. Este estudio estaba muy ligado a la defensa de corporaciones económicas y financieras, en materias como defensa de la propiedad intelectual, patentes y marcas. Si uno fuera kirchnerista, diría que era un estudio de abogacía neoliberal.
De hecho, uno de los miembros era Martín García Santillán, quien se fue del estudio y se convirtió –hasta el día de hoy- en presidente del instituto de lotería de la Ciudad de Buenos Aires, con Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta. De esta manera, podríamos decir que Tailhade tiene un pasado macrista o, al menos, filomacrista. Entonces, lo raro es que hoy odie, con tanta pasión, aquello que en su momento defendió. Si uno fuera Macri, le preguntaría: “¿En qué te han convertido, Rodolfo?”. Aquello que el expresidente le preguntó a Daniel Scioli en uno de los debates de campaña.
¿Dónde está el eje argumental de esta embestida contra miembros del Poder Judicial? En la relación personal de Macri y algunos jueces que lo visitaban en Olivos o en la Casa Rosada. En el centro de este problema está el camarista de Casación Mariano Borinsky, quien, con una desprolijidad llamativa, seguía jugando al tenis o al padel con Macri, Gustavo Arribas, entre otros, siendo Macri ya presidente de la Nación. Y pese a que llevaba una cantidad de causas como camarista de Casación vinculadas con el exmandatario, su familia y el gobierno. ¿Es desprolijo y no debería suceder? Sí. ¿Es sospechoso? Puede ser. En todas estas acusaciones hay ingenuidad, o cierto cinismo, porque cualquier persona bien informada sabe que Macri no realizaba las reuniones escabrosas con jueces ni en Olivos ni en Casa Rosada, sino que las hacía en su quinta Los Abrojos. De todos modos, este es un tema que el kirchnerismo prefiere no investigar porque aparecerían jueces amigos, como Ariel Lijo, quien muchas veces les dijo a sus amigos que tuvo que procesar a un famoso empresario, que tenía una muy mala relación con Macri, a pedido de Macri. No se sabe si esto ocurrió. Es lo que Lijo dijo que sucedió.
Todo esto da ahora para que el presidente del Consejo de la Magistratura, Diego Molea (que fue radical, massista y ahora es ultrakirchnerista, y tiene, como Tailhade, la fe del converso) pida información sobre qué jueces entraban a Olivos o a la Rosada. Pregunta en particular por el juez Gustavo Hornos, que tuvo varias reuniones con Macri. Sin embargo, no pide solo por las visitas de este magistrado, sino que lo hace por todas las visitas: una vieja estrategia de, como dicen en Tribunales, “salir de pesca”.
¿El Consejo de la Magistratura puede investigar así o tiene que enfocarse en casos concretos, de jueces concretos? ¿Van a pedir toda la lista o solamente la de un juez en especial? Esta es una gran encrucijada para Ricardo Recondo, jefe de la Comisión de Disciplina, que hoy está bajo presión del kirchnerismo para que el Consejo se convierta en una especie de centro de persecución indiscriminada de jueces.
En la publicación El Cohete a la Luna, hay una nota de Graciana Peñafort sobre todos estos temas que tiene muchas afirmaciones discutibles. Pero lo relevante es que ella sostiene que toda la prédica del lawfare lleva a un callejón sin salida si no se puede cambiar la Corte. Hay que agradecerle a esta abogada, que está al lado de Cristina en el Senado, la sinceridad de decir que su objetivo final es cambiar la Corte.
Es muy difícil, en las elecciones de este año, que se modifique la composición del Senado para que el oficialismo tenga los dos tercios y logré modificar a la Corte. Entonces, ¿cuál es la estrategia si no alcanzan este remate? Escrachar. Exponer. Debilitar. Y condicionar para poder transitar el año electoral (y posiblemente después, también) con un poco más de tranquilidad en materia penal.
Toda esta construcción discursiva del oficialismo respecto de los jueces y del periodismo también tiene un monto importante de cinismo, doble estándar y doble moral. La obsesión autoritaria se dirige siempre a estos dos grupos: jueces y periodistas.
¿Por qué doble estándar? Si uno repasa la historia reciente es muy difícil encontrar a alguien que, como Néstor Kirchner, haya implementado con más empeño estrategias persecutorias, inclusive logrando la prisión de algunos compañeros de partido, a pedido, como fue el caso de Juan José Zanola, en el juzgado de Norberto Oyarbide.
Por supuesto, Kirchner no se reunía con jueces en Olivos ni en la Casa Rosada. Aunque es cierto que un día llamó a Oyarbide a Olivos y le pidió, para antes de fin de año, su sobreseimiento en la causa de enriquecimiento ilícito. Después este exjuez federal dijo, y se desdijo, que Antonio Stiuso y su operador, Javier Fernández, lo habían agarrado del cuello para que se apurara con ese cierre de causa, que involucraba también a Cristina Kirchner. Además, en esa reunión, Kirchner también pidió el procesamiento de Macri en la causa de escuchas ilegales de Ciro James.
A pesar de ese antecedente, Kirchner no necesitaba reunirse en Olivos o en la Casa Rosada con los jueces. Para eso tenía la Secretaría de Inteligencia, donde Francisco Larcher y Stiuso llevaban adelante esa tarea de gran presión sobre el Poder Judicial. Cualquier juez de Comodoro Py sabe lo que significó esa presidencia en términos de presión, con grabaciones clandestinas, con fotos inconvenientes y detectando los vicios o las debilidades de conducta de los distintos magistrados y fiscales.
Hay que preguntarle a la familia Olivera cuando le inventaron a Enrique Olivera cuentas en el exterior que no tenía. Y también hay que recordar la campaña de 2009 en la que quisieron involucrar al principal competidor de Kirchner en ese entonces, Francisco De Narváez, con el narcotraficante Mario Segovia. Diez años después, en febrero de 2019, este delincuente volvió a ser usado por la AFI de Macri, desde donde escuchaban a Segovia para escuchar presos kirchneristas.
Pareciera que no hay mucha ruptura sino más bien continuidad de un modus operandi interior a la clase política. Entonces, resulta un poco penoso que nos lo quieran vender como si fuera blanco y negro. Como si unos no tuvieran nada que ver y el problema fuera el otro. Esta es una forma de infantilismo que está en el corazón de la polarización.
Esta es una de las falacias: olvidar el papel de Kirchner en la historia de las irregularidades judiciales y de la presión sobre la Justicia. Como por ejemplo, olvidar que a la hija de Ernestina Herrera de Noble le arrancaron la bombacha compulsivamente para hacerle un ADN, una operación realizada en el juzgado de Sandra Arroyo Salgado, jueza protegida de Stiuso, a pedido de Kirchner. O quizá ni siquiera a pedido: había que llevarle trofeos al jefe.
La otra falacia es pensar que Macri manejó la Justicia como un genio del maquiavelismo político que Macri no es. ¿No tuvo que ver nada Sergio Massa en todo esto? ¿Cómo eran las relaciones de Massa y Bonadio o de Massa y Marijuan? ¿Cuánto tuvo que ver la propia Justicia en un conflicto de su propia agenda con Cristina Kirchner, sobre todo después de la “democratización de la Justicia”, que ella quiso llevar adelante con aquel proyecto que luego la Corte le declaró inconstitucional, confirmando un fallo de Servini de Cubría? ¿Cuánto tuvo que ver Ricardo Lorenzetti? ¿Él no se vio a sí mismo, como presidente de la Corte, como el líder de una especie de Lava Jato criollo, que se ilustraba con su foto al lado del juez Moro, brasileño, y de Bonadio? ¿En todo esto, tiene algo que ver Macri? ¿O fueron factores con los que Cristina y sus acólitos hoy no se quieren pelear? Primero tragedia, después farsa.
¿Por qué es importante todo esto? Porque cuando la política se mezcla con la Justicia y cuando, en vez de discutirse el poder, se está discutiendo también la libertad, todo el fenómeno electoral cambia de sentido. Se juegan otras cosas, no solamente quién nos representa y quién nos gobierna. Este es el drama que vive la Argentina y por eso las elecciones van a estar cada vez más cargadas de tensión. Por eso va a haber intentos, como empieza a haber ahora, de manipulación del calendario electoral.
Motivos para tener miedo electoral sobran. El primero es la inflación y sobre todo la inflación de los alimentos que pega en el corazón del oficialismo, que es el conurbano bonaerense. Esto le quita autoridad a Alberto Fernández entre sus propios aliados. El programa no da el resultado esperado.
Todavía falta el ajuste de tarifas, donde sigue la discusión. En una entrevista que le hicieron en CNN en Español, Ernesto Tenembaum y María O’ Donnell, Martín Guzmán defendió el ajuste tarifario que piensa hacer: reducir los subsidios y discriminar entre quién puede pagar las tarifas y quién merece ser subsidiado. Tarea que lleva muchos meses e implica un programa largo. Sin embargo, alguien muy ligado a Cristina Kirchner, como el presidente del ENRE, Federico Basualdo, dijo que el aumento puede ser del 8% o del 9%, pero no puede ser más de 15%. Es algo muy distinto a los números que necesita Guzmán para cumplir con el presupuesto y con las cuentas fiscales.
En medio de esta discusión, aparece una figura muy relevante, por la gran influencia que tiene en Cristina, que es Axel Kicillof, que como gobernador de la provincia de Buenos Aires y responsable electoral del conurbano participa de la mesa donde se discuten las tarifas, que principalmente afectan a los habitantes del área metropolitana. Desde que Kicillof empezó a participar de esa mesa, por una razón extraña, esas reuniones no se realizaron más. Guzmán las suspendió.
Por otro lado, vemos cómo Massa y Máximo Kirchner filtran en los diarios las reuniones que tienen con el ministro de Economía, al que convocan como si en el Congreso hubiera una especie de comisariato, con independencia de Alberto Fernández. Eso se lee como una pérdida de poder del Presidente y de Martín Guzmán. Recuerdo un dicho de los brasileños que afirma: “Esto parece la casa de una viuda, todo el mundo da órdenes”. Este es el aspecto que empieza a tener en lo económico el gobierno de Alberto Fernández.
¿Dónde está el problema? Que también en este campo, la tragedia se convierte en farsa, a partir de una contradicción que no tiene salida. Guzmán sostiene, y argumenta bien, que si no hace un ajuste en los subsidios, el déficit va a implicar un nivel de emisión tal, que termina en una corrida cambiaria. ¿Qué le pone Guzmán a la visión de la economía? Un poquito de mediano plazo, chiquito, de acá a enero del año próximo, no mucho más. Pero es una novedad, porque el populismo piensa solo el presente. Este es un populismo extraño, un populismo que tiene que llevar adelante al mismo tiempo un plan de austeridad. Esto es lo que lo transforma respecto de aquella experiencia anterior, la de Cristina y Néstor Kirchner, de tragedia en farsa.
En este contexto, aparecen las dificultades para un acuerdo con el Fondo y aparece el discurso de Cristina. “La deuda es impagable”, dice ella. Lo repite Máximo Kirchner. Pero sí se puede pagar. Está previsto que se haga una renegociación de la deuda, que no se la pague. Es lo que se llama un rollover. Claro, hay que tener un plan económico y hacer determinados ajustes. Entonces, no es que no pueden pagar la deuda. Digamos la verdad: no quieren hacer los ajustes, por eso no se puede pagar. Porque si se hiciera un plan económico medianamente racional, que es el que defiende Guzmán, se podría renegociar la deuda. Todo esto ahora pasó para el año que viene.
La inflación que Guzmán no logra bajar no es el único problema que tiene el oficialismo en medio de la campaña. El otro gran problema es la pandemia, con enormes dificultades de vacunación. Este fin de semana los números fueron alarmantes, sobre todo en la Capital Federal donde se superaron los registros de la experiencia anterior. Mientras tanto, las vacunas no aparecen.
La solución para esto es postergar la campaña, suspender las Primarias -no vaya a ser que ahí aparezca una foto inconveniente, que a su vez produzca problemas económicos- y para eso el oficialismo necesita de la oposición. Los llevaron a una reunión a Jorge Macri y Cristian Ritondo, que como dos chicos de colegio no sabían a qué iban. Probablemente, Jorge Macri pensaba que iba a hablar de la posibilidad de reelección de intendentes en Buenos Aires. Ritondo fue convocado por Massa, como siempre. Pero, a dos personas muy astutas como son Macri y Ritondo, entre Máximo Kirchner, Wado De Pedro y Sergio Massa les tendieron una trampa para principiantes: aparecieron en los diarios negociando sin el respaldo de su partido. En la oposición ahora todos dicen que para negociar cualquier cosa quieren un acuerdo institucional. ¿Qué quieren decir con eso? Que firmen Macri y Patricia Bullrich, que son los más duros en relación con el Gobierno.
Este es el otro problema de este nuevo kirchnerismo. La gran diferencia con el anterior: es un movimiento con ensoñaciones hegemónicas que tiene que convivir con una oposición competitiva. Para mover una pieza importante tiene que pactar con la oposición. Sea para designar al procurador, para una reforma judicial, para un acuerdo con el Fondo, para modificar el calendario electoral. Lo que primero fue tragedia. Ahora viene como farsa.