La política argentina, por obviar conocidos responsables, acaba de dar otra muestra de sus decadencias. Muestras como éstas abundan en el último medio siglo y por eso no extraña que el país vaya a la deriva y desaproveche pertinazmente lo que Dios le dio y sus antepasados enriquecieron.
El polémico impuesto de Aporte Extraordinario a las Grandes Fortunas es un ataque a su propia anatomía aunque legisladores virtuales y presenciales se hayan abrazado orondos y orgullosos de sentirse Robin Hood, tras la parición del nuevo adefesio, que muy posiblemente no será el último de un largo rosario.
Todo esto sucede mientras ministros, secretarios, gobernadores, intendentes, senadores, diputados y concejales van por la vida asegurándole a empresas y bancos que todo está bien y no hay nada que temer. Pateando deudas que pagarán sucesores e invitando a invertir en energía, minería, agroindustria y otros rubros y construyendo un paisaje en el cual, paradojicamente, los empresarios extranjeros la pasaran mejor que los afincados en este suelo.
Excepto en la prensa acólita, la bibliografía y la hemeroteca mundial es lo suficientemente generosa: la nueva exacción de renta privada, esta vez so pretexto del Covid-19, no tiene nada que ver con una "revolución socialista" sino que reconoce sus honduras en populerías fraudulentas, cuyo resultados saltan a la vista para el que quiera buscarlos en el mapamundi.
Los que votan, mueven gentes sin barbijos para apoyar y brindan con malbec en la trasnoche parlamentaria, lo hacen por ene causalidades. Por convicciones tardopintas o por inesescrúpulos y mendicancias. Sólo les interesa tener boyantes y gorditos los presupuestos públicos a su alcance, sin ningún tipo de remordimientos ni revisiones, y de paso dar proclamados guiños históricos a una transformación social que nunca llega, porque abatir la pobreza y el atraso es, según se palpa, una declamación y no principio y fin perseguidos.
Uruguay, denostada por el actual gobierno argentino y conducida hoy por el signo liberal, votó al unísono con el izquierdista Frente Amplio, otro tipo de terapias para la pandemia. La droga madre fue crear un fideicomiso sanitario a partir de la reducción de salarios públicos y dietas en los tres poderes del Estado. Algo que, según Google, el presidente argentino descalificó de plano, arguyendo que los funcionarios, legisladores y jueces de este lado del charco cobran menos de lo que deberían.
Todo esto sucede mientras ocurren otras transferencias de renta, como la tan mentada en estos días de los jubilados a su administración, a quienes no sólo se priva del ajuste mínimo e indispensable sino también se impide incorporar nuevos beneficiarios al padrón, amparados en que ANSES no trabaja a pleno, como si su plantel fuera un enorme colectivo de pacientes de riesgo.
Los desvaríos no cesan, como se ha visto en la sesión maratónica de este martes en la que el mismo autor del inaudito sobreimpuesto a la riqueza está por imponer otra ley desopilante, la que impedirá transferir terrenos y campos quemados durante 60 años. Hace tiempo que la geografía argentina pierde centenares de miles de hectáreas por año a manos de pirómanos o circunstancias naturales, agravadas por el calentamiento global. Pero las tribus urbanas de la política han decidido acometer contra las víctimas del fuego y no luchar en la prevención y el combate de los siniestros.
La Argentina es hoy un páramo sediento de rumbos felices y de discursos consecuentes con lo que pasa y no sólo con las utopías en las cuales muchos de sus propaladores no creen. No vamos bien, todos lo saben y sabemos. No es precisamente la mala suerte la que se ha ensañado con este rincón del mundo.