CARLOS MARÍA ROMERO SOSA
Frente al desinterés por nuestro pasado del que exhiben con desparpajo numerosos ejemplos ciertos concursos televisivos, como reflejo del poco apego por la historia nacional que manifiesta hoy buena parte de la niñez y juventud, cabe recordar aquello de Raúl Scalabrini Ortiz, según cita de Norberto Galasso en el tomo biográfico que dedicó al autor de El hombre que está solo y espera. Resulta que el hijo del sabio naturalista Pedro Scalabrini, un amigo de Florentino Ameghino, anotó: "cuando me hartaba de pelearme con los chicos del barrio y de jugar a los vigilantes y ladrones, solía sentarme a su lado, junto a sus cajones repletos de piedras y de huesos fósiles".
No deja de ser anticipatorio que quien tanto pensó y luchó -ya mayor de edad- por una Argentina soberana, dueña de sus riquezas naturales y de la forma de trasportarlas en ferrocarriles del país y no británicos, haya puesto paréntesis a sus juegos infantiles para acercar su curiosidad e imaginación a los fragmentarios testimonios de la prehistoria. No en vano Scalabrini Ortiz, graduado como agrimensor en la Universidad de Buenos Aires, unió así su aplicación profesional a la tierra a mensurar y su rico subsuelo, a los empeños del pensador político que delineó un porvenir patrio sin sometimiento a los poderes del capitalismo internacional. Y es que se puede y en circunstancias hasta se debe ser "muy antiguo y muy moderno", al decir de Rubén Darío.
También la labor intelectual desarrollada por el investigador del Conicet, divulgador científico en sus habituales columnas en El Tribuno, profesor universitario y actual Secretario de Minería de la provincia de Salta, doctor en Ciencias Geológicas Ricardo N. Alonso, miembro de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires desde 2016, además de bibliófilo consumado y escritor prolífico, está marcada por la experiencia de sus estudios y trabajos de campo en las ramas geológicas, mineralógicas y paleontológicas, sin perder de vista la emergente realidad humana salteña, su gente y los sucesos próximos o más lejanos que suelen configurar el contexto tanto de la conformación natural como del ambiente social de la provincia. Una muestra de lo dicho es su reciente libro Historias de Salta. Naturaleza y Cultura. Hombre y Paisaje. Personas y Personalidades. Viajeros y sabios (2019).
Se trata de una obra miscelánea compuesta de cuarenta capítulos que recorren sin recortar y al contrario enfocando desde nuevas perspectivas sustentadas en datos en muchos casos novedosos, aspectos referidos a las ciencias naturales, como por ejemplo una didáctica aproximación al patrimonio fósil de la provincia, sus recursos naturales y hasta las cuestiones meteorológicas, enumerando algunos corresponsales en el siglo XIX del sabio astrónomo Benjamín Gould allí afincados, como el alemán Max Siewert, docente del Colegio Nacional fundado en 1864 o el catalán Joaquín Guash que estuvo a cargo de la Oficina Química Provincial desde 1888. "El interés por el clima fue siempre motivo de atención ciudadana", afirma Alonso y por nuestra parte recordamos aquellos versos satíricos y costumbristas de Nicolás López Isasmendi, que como buen lector tal vez dedujo del naturalismo y determinismo geográfico y climático de Hipólito Taine, su explicación para los retardos mentales de los llamados "opas" salteños: "Salta, poético vergel,/ por su clima tropical,/ ha sido siempre especial/ en dar opas a granel".
Renglón aparte merece el relevamiento en el libro de la actuación en el Noroeste Argentino de estudiosos extranjeros y locales que investigaron su historia y prehistoria. Así dan cuenta las páginas de las inquietudes multidisciplinarias del médico de Manuel Belgrano y de Martín Miguel de Güemes, doctor Joseph Redhead, que ayudó al creador de la Bandera a traducir la despedida de Washington y evitó que se le pusieran grillos en Tucumán cuando lo tomaron prisionero. De los trabajos en Salta del geólogo alemán Ludwig Brackebusch, quien llegó al país contratado por Sarmiento para la Academia de Ciencias de Córdoba y se afincó en la ciudad situada al pie del cerro San Bernardo. De la presencia allí del astrónomo irlandés Santiago E. Meaney, que se carteaba con Camille Flammarión y fue evocado, entre otros alumnos suyos en el Colegio Nacional por Juan Carlos Dávalos en su libro Los buscadores de oro.
También se detiene en la labor polifacética de Juan Martín Leguizamón, político y hombre de saber enciclopédico asomado en especial a las ciencias del hombre y la paleontología, corresponsal en Salta de la Sociedad Científica Argentina y mencionado once veces -lo subraya Alonso- en las Obras Completas de Florentino Ameghino; tanto es así que al frente del edificio del Museo Antropológico de Salta inaugurado en 1975, se emplaza un busto de Juan Martín Leguizamón.
En otro capítulo exhuma una carta inédita que la novelista Juana Manuela Gorriti fechó en Lima el 28 de septiembre de 1874 y remitió a Leguizamón, cuando la autora de La tierra natal contaba 58 años y era ya una figura reconocida de las letras sudamericanas valorada por el peruano Ricardo Palma y aquí entre otros por Pastor Obligado o Carlos Guido Spano, del que La Prensa en su edición correspondiente al 8 de noviembre de 1892 informó que fue uno de los oradores que despidieron sus restos mortales, según lo advertimos tiempo atrás al recorrer ese mes y año en la colección del periódico que se halla microfilmado en la Hemeroteca Nacional.
Más adelante narra el encuentro, una noche de julio de 1927, de la escultora Lola Mora, pionera de la explotación de petróleo y gas de esquistos, empresa que llevó a cabo en Rosario de la Frontera perdiendo en ella su fortuna, con el poeta modernista y crítico literario Rafael Alberto Arrieta, natural de Rauch en la provincia de Buenos Aires y académico de Letras de extensa actuación en la docencia secundaria y universitaria en la ciudad de Buenos Aires y La Plata.
Se detiene asimismo en la historia de una institución cultural de la provincia: "La Unión Salteña" creada en 1915, quizá -lo suponemos- bajo la influencia de la tucumana y más antigua Sociedad Sarmiento que presidió Juan B. Terán, aunque con menos vínculos que ésta con el poder político local de turno.
Historias de Salta enfoca en un dinámico ir y venir a través de milenios, también otras cuestiones más inmediatas de las que en muchos casos puede dar vívido testimonio el autor. Así sobre las excavaciones arqueológicas en las ruinas de Nuestra Señora de Talavarera de Esteco, realizadas por el antropólogo platense Alfredo Tomasini. De los desvelos de Rolando F. Poppi, ingeniero, químico e investigador del litio salteño en cuyo homenaje la biblioteca de la Facultad de Ingeniería de la UNSA lleva su nombre. De la vida y labor del antropólogo Néstor Homero Palma, especialista en antropología médica, en especial de la región andina Salto Jujeña.
Y entre tanto historiar con severo sostén documental o memorar con admirativo afecto, van apareciendo otros nombres igualmente trascendentes para la cultura lugareña como ser el del ingeniero Enrique Rauch, del científico dinamarqués Cristian Nelson, fundador del Mueso Provincial de Fomento Agropecuario en 1915, durante el gobierno conservador con aspectos progresistas de Robustiano Patrón Costas, del profesor de geografía y periodista Daniel Policarpo Romero, del arqueólogo Antonio Serrano, del dramaturgo, naturalista y museólogo Amadeo Rodolfo Sirolli, del escritor Roberto García Pinto, de la pintora austriaca Gertrudis Chale, notable captadora del paisaje montañés en cuadros como Ojos de agua, Tradición andina o El estar en América, de Juan Carlos Dávalos y el protagonista de su cuento "El viento blanco": el gaucho Antenor Sánchez notable conocer de la Cordillera, del poeta Jaime Dávalos y su Zamba de los Mineros con música de Gustavo Cuchi Leguizamón, canción convertida en verdadero himno de los trabajadores y profesionales de la riesgosa actividad, del ingeniero Roberto Ovejero, memorable profesor de Física Mecánica y estudioso de los desarrollos matemáticos de la teoría de la relatividad de Einstein y de la mecánica cuántica, del periodista Ramiro Peñalva, de singular actuación en El Tribuno, o del Héroe del Polo Sur, general Jorge Leal, natural de Rosario de la Frontera, que el 10 de diciembre de 1965 alcanzó los 90 grados de latitud, o sea el polo geográfico del planeta por vía terrestre.
Es que como afirma el prologuista, Gregorio Caro Figueroa: "Alonso va más allá de la historia secular y encara los desafíos que plantea la empresa de desentrañar las múltiples relaciones entre investigación geográfica, geológica e historia, sin desdeñar la historia del tiempo corto".
Con todo el bagaje del historiador profesional a lo Atilio Cornejo o Monseñor Miguel Angel Vergara y mucho en el vuelo de la pluma del prosista inclinado a indagar en la tradición, sin caer en la vieja actitud de ciertos costumbristas salteños productos de una sociedad cerrada y reaccionaria dada a mirar el pasado como cosa propia, familiar y no compartido por los grupos dominantes con los sectores populares presentados en las crónicas de un modo marginal, cuando no despectivo y hasta de corte racista, tal algunos pasajes de las Tradiciones salteñas de Bernardo Frías o de las Reminiscencias salteñas. Medio siglo atrás de José Palermo Riviello.
Porque vale hacer la salvedad que hay otras aproximaciones costumbristas libres esta vez del prejuicio de clase en autores también de la elite como Francisco Centeno, en sus Viñetas históricas y la serie de artículos publicados en el diario salteño El Pueblo hacia 1940, bajo el título: "Huellas del pasado"; y Ernesto Aráoz en El alma legendaria de Salta y El diablito del cabildo. O más cerca la novelista Zulema Usandivaras de Torino en Un tiempo que yo viví y La casa de los abuelos.
Heredero de lo mejor de ambas aproximaciones al pasado: la científica y la entrañable, Ricardo Alonso ha sabido rescatar hechos y nombres propios, ha logrado despejar terrenos para que el lector pueda tutearse con disciplinas duras como son las de su especialidad, por ejemplo en el capítulo de tema paleontológico: "Sepultura de gigantes en el subsuelo salteño" y, sobre todo, ha querido rendir homenajes. Por eso cada una de las historias que conforman su libro, se erigen como escalones para acceder al gran campo de la Historia Salteña, el que siembra Alonso con semillas de Justicia Histórica. Y ello al tomar en cuenta su afán por indicar una lista de personalidades trascendentes, para la solemnidad del recuerdo.