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DEBATE
Lejtman: "La simulación de Cristina". Cárdenas: "El Magneto de Nueva York". Alberto Fernández: "Sobre el delirio y la realidad"
24/02/2015

El Magneto de Nueva York

El Cronista

Por Emilio J. Cárdenas*.

La fabulosa ciudad de Nueva York sigue atrayendo fuertemente a los turistas que llegan desde todo el mundo. Su nuevo alcalde, el controvertido ‘progresista’ Bill de Blasio, sigue en esto las huellas marcadas por de su predecesor, Michael R. Bloomberg, gran promotor del turismo, como fuente de ingresos y generador de ocupación para los habitantes de Nueva York.

El año pasado, nada menos que unos 56,4 millones de turistas provenientes de los más diversos rincones del mundo visitaron la ‘Gran Manzana’. Unos dos millones de personas más que el año anterior, el 2013.

Los contingentes nacionales de visitantes a Nueva York son encabezados por los británicos, que llegan a la ciudad en masa; seguidos de los canadienses, que son de alguna manera ‘parte del vecindario’; y, créase o no, inmediatamente luego por los brasileños, que visitan Nueva York en olas continuas.

Todo el año es para los brasileños oportuno para conocer y gozar de Nueva York. Para comprar son apasionados, pero –sin embargo– tienen imagen de ser ‘gasoleros’. Llenan sus valijas de ropas y efectos personales. Afanosamente.
Tras ellos aparecen ya –en el cuarto puesto– los chinos, cuyo flujo de turistas está en constante aumento. Como sucede en todo el mundo.

El año pasado llegaron a Nueva York unos 740.000 visitantes chinos. Curiosamente, según señala Patrick McGeehan, del New York Times, los chinos son quienes cuantitativamente más visitan el Metropolitan Museum of Art. Absorben empeñosamente cultura entonces, visitando museos que no tienen en China. En lugar de ‘salir de compras’, que es una pasión (o una desesperación) muy latina.

Los chinos, sin embargo, suelen comprar cosas más caras que los brasileños, como son –por ejemplo– los relojes. Gastan más, pero viajan mayoritariamente en grupos, al menos todavía.

La ciudad de Nueva York contrata las campañas publicitarias para promocionar la ciudad como destino turístico (y atraer turistas) con una empresa llamada ‘NYC & Co.’, que tiene de socios a los comerciantes de la ciudad, incluyendo fundamentalmente a los hoteles y restaurantes. La propia ciudad contribuye también al esfuerzo con unos u$s 12 millones anuales que se destinan a su presupuesto. El nuevo alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, acaba de hacer una contribución adicional de un millón de dólares para empujar sus programas y fortalecer esfuerzos publicitarios. Esa contribución de la ciudad, es del orden de una tercera parte de los recursos totales de la empresa promotora.

El encarecimiento o revalorización del dólar puede, en más, tener un efecto adverso sobre las corrientes turísticas que se desplazan hacia Nueva York. Porque con ello todo se encarece en las monedas locales de los turistas extranjeros que sueñan con Nueva York, cuyos presupuestos de gastos, en dólares, enflaquecen consiguientemente.

Cuando uno ve la presencia de turistas extranjeros en la propia casa recuerdo aquello tan cierto de que ‘quien nunca ha salido de se país está lleno de prejuicios’. Más aún, los viajes son una fuente de tolerancia, al enseñar a comprender no sólo como viven los demás, sino muchas de sus tradiciones, esto es de los elementos que conforman sus identidades.

*Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas

La simulación de Cristina

El Cronista

Por ROMAN LEJTMAN.

En septiembre de 1930, Hipólito Yrigoyen fue destituido por una asonada militar apoyada por el Ejército, la banca inglesa, dos medios editados en Buenos Aires, oligarcas bonaerenses y la anomia de algunos radicales que soñaban con volver al gobierno. Yrigoyen no desconocía que su Presidencia tenía las horas contadas y se resignó haciendo honor a su mirada ética del poder.

En septiembre de 1955, Juan Domingo Perón asumió que no tenía poder para enfrentar a los conspiradores de la futura Revolución Libertadora y escapó al Paraguay en una avioneta enviada por Alfredo Stroessner. El General tenía toda la información y no fue sorprendido por los golpistas apoyados por los partidos opositores, la Iglesia Católica, ciertos medios de comunicación y la mayoría de los oficiales de las Fuerzas Armadas.

En marzo de 1962, Arturo Frondizi cayó por una conspiración avalada por Perón, la Casa Blanca, un puñado de radicales conservadores y los comandantes más reaccionarios de las Fuerzas Armadas. Frondizi sabía que estaba perdido y se resignó a su suerte cuando sonó la marcha militar que preludió su fracaso político.

En junio de 1966, Arturo Illia fue derrocado por un golpe liderado por Juan Carlos Onganía y apoyado por Perón, la Iglesia Católica, la cúpula de las Fuerzas Armadas, diarios conservadores, revistas de elite, el establishment empresarial y la Embajada de Estados Unidos. Illia conocía a los conspiradores, pero no pudo enfrentar un movimiento ilegal apoyado por una revista que editó Jacobo Timerman, padre del actual canciller kirchnerista.

En marzo de 1976, María Estela Martínez de Perón fue derrocada por las Fuerzas Armadas, los diarios más influyentes del país, la Iglesia Católica, la Embajada de Estados Unidos, los banqueros, los empresarios y la opinión pública. Isabelita creyó en la palabra de Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera, por eso se sorprendió cuando fue capturada en el helicóptero que usaba para llegar a Olivos. Pero sus ministros, secretarios y alcahuetes ya sabían que la Hora de la Espada había sonado, y nada podía salvar los restos de un proceso político que inició Héctor Cámpora por orden del general Perón.

Esta historia oscura y tenebrosa dejó enseñanzas que Cristina Fernández debería aplicar cuando escribe sus largas cartas en Facebook. Todos los protagonistas poderosos de la Argentina aprendieron que el Golpe de Estado ya no es una variable para cambiar la agenda institucional de una Presidencia que agoniza por errores políticos y la corrupción de sus principales representantes.

CFK debe estar tranquila: todos queremos que termine el 10 de diciembre de 2015 y no hay un solo despacho importante del país que planifique su salida anticipada de Balcarce 50. Esta información no es un secreto de Estado, y si duda de las noticias que publican los periodistas, alcanza con que cite al secretario Oscar Parrilli y al general César Milani para confirmar una data que aparece en todas las escuchas ilegales que hace la Secretaria de Inteligencia y el Ejército.

Nadie conspira contra la Presidencia de la Nación, CFK fabrica una argucia política para entretener a la militancia y mimetizar las noticias que refieren al caso Nisman, la confirmación del procesamiento contra Amado Boudou, las consecuencias políticas de la marcha del 18 F, el aislamiento internacional del gobierno y las vinculaciones de Máximo Kirchner con una causa abierta a Lázaro Baéz. Cristina busca una victimización política, necesita alimentar un relato épico que esconda su fracaso en el poder. Para CFK es más fácil crear un Partido Judicial y denunciar una presunta conspiración mediática, que poner la bandera a media asta y dar el pésame a la familia Nisman. El ejercicio del poder también implica abrir el corazón ante una tragedia institucional que nos golpeó a todos.

Sobre el delirio y la realidad

Infobae

Por: Alberto Fernández.

Ha dicho Cristina que con la marcha del 18F ha nacido el “Partido Judicial”. A su juicio, ese día ha asomado un nuevo actor político que busca desestabilizar a través de un “golpe blando” dado a través de resoluciones judiciales que afectan a funcionarios de su Gobierno.

No es la primera vez que Cristina atribuye una “actitud desestabilizadora” a quienes critican su gestión. Ella misma reafirmó su tesis diciendo que en otro momento tuvieron esa vocación los “generales mediáticos” que sobredimensionaron las movilizaciones ciudadanas ocurridas tras la muerte de Axel Blumberg y tras el dictado de la Resolución 125.

Cristina tiene enormes dificultades para admitir la realidad. Tanto es así que por momentos la niega y, como si fuera presa del delirio, recrea un contexto que en nada se parece a lo que todos vivimos. No es razonable pensar que aquella marcha que movilizó a cientos de miles de argentinos que reclamaban justicia ante la muerte de un fiscal tuvo el propósito de desestabilizar al Gobierno nacional. Habrá habido unos pocos que insultaron a la Presidente o que tuvieron gestos incalificables hacia ella. Pero sólo eran marginales. En su inmensa mayoría quienes allí marchaban tenían un común denominador: reclamar el esclarecimiento de aquella muerte y exigir que la Justicia no padezca interferencias.

¿Y por qué ese reclamo? Porque el fiscal murió cinco días después de haber imputado judicialmente a la Presidente y un día antes de ir al Congreso a fundamentar su denuncia. Porque la Presidente, tras el deceso del fiscal, dijo que no dudaba que había sido victima de un homicidio. Y dijo algo más: que creía que la muerte obedecía a una disputa entre servicios de inteligencia que dependen de su propio Gobierno. Ante lo inexorable del hecho y frente a semejantes definiciones presidenciales, ¿cómo pensar que la sociedad no iba a sensibilizarse con la victima e iba a movilizarse para reclamar justicia?

Fue el accionar del gobierno en general y de la Presidente en particular la causa determinante de la movilización social. No fueron los fiscales ni el “Partido Judicial” los que motorizaron la marcha. Fue el malestar que generó la reacción oficial ante la muerte la que lo hizo.

Salvo Cristina y sus laderos, nadie en Argentina habló de “desestabilización” ni de “golpe de Estado”. Así, el Gobierno plantea la “idea golpista” y después se victimiza de lo que él mismo ha sugerido. Con ello la indignación crece porque sólo un cínico puede ver en una marcha silenciosa una acción que ponga en riesgo la institucionalidad.

Cristina debería revisar sus criterios de análisis porque fallan desde hace tiempo. Porque aquellos “generales mediáticos” a los que acusó sólo reflejaron sucesos que efectivamente ocurrieron. Y aunque tal vez potenciaron los hechos, jamás los inventaron. La marcha de Blumberg fue tan impactante que el entonces presidente Kirchner tomó en cuenta el dato y, pocos días después de que se hizo, recibió al convocante para solidarizarse y ofrecerle colaboración. Las marchas vinculadas a la Resolución 125 o la del 8N también fueron multitudinarias y así fueron mostradas. Y por mucho que pudieron los medios haber magnificado la dimensión de esas manifestaciones, el rumbo de la política no se vio alterado por ello. Kirchner concluyó su mandato con un alto nivel de aprobación y Cristina ganó categóricamente dos elecciones presidenciales tras esos episodios.

La misma lógica cabe aplicar al modo en que analiza el fin último del “Partido Judicial”. Es inadmisible pensar que la evolución de procesos judiciales se conviertan en un riesgo para las instituciones. Nadie jamás puede sentirse amenazado en un juicio, simplemente porque en el mismo siempre gozará del derecho a defenderse y toda decisión podrá ser recurrible a instancias superiores.

Y aquí volvemos otra vez a lo ya dicho. Ningún fiscal y ningún tribunal inventó los hechos que originaron el “caso de la falsedad documental en la venta de un auto”, el “caso Ciccone” o el “caso The Old Found/Formosa”, que se debaten en los tribunales como consecuencia de las inconductas de Amado Boudou y sus amigos. Para que esos procesos pudieran avanzar, primero fue necesario que el Vicepresidente actúe del modo que lo hizo en cada caso. Siendo así, enjuiciar a un funcionario con semejantes “cualidades” lejos de debilitar las instituciones las fortalece.

En la Justicia no está imputada la democracia. Están imputados funcionarios públicos que deben dar cuenta de sus actos. Creer que Cristina o Boudou son la democracia es, tal vez, el mayor castigo que pueda recibir la institucionalidad. Ese sí es un golpe a la lógica de la república.

El secreto que debe descubrir Cristina pasa por salir de su encierro y admitir la realidad. Y entender que las críticas y los reclamos no conllevan voluntades golpistas si no solo vocaciones de cambio. Porque cuando las convivencia social se perturba por hechos traumáticos o por debates altisonantes, es necesario cambiar para retomar la senda que conduzca a la paz social.

Porque, al fin y al cabo, Cristina debería saber que a la realidad no hay que ocultarla o maquillarla para que luzca acorde a sus necesidades políticas. Hay que asumirla y cambiarla si hace falta, pero nunca es buena idea negarla. Porque como ya dijera un catalán famoso, “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.


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