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DEBATE
Cárpena: "Cristina dejó al gremialismo K en jaque". Aulicino: "La corrupción complica las cuentas K"
01/12/2014

Cristina dejó al gremialismo K en jaque

Clarín

Por Ricardo Carpena.

Si el sindicalismo oficialista estaba al borde del abismo para mantener el equilibrio entre su fidelidad al Gobierno y la presión de las bases por el Impuesto a las Ganancias, Cristina Kirchner le acaba de dar un empujón. Su firme negativa a introducir cambios en el tributo, como lo confirmó en su reaparición de la semana pasada, dejó a los dirigentes K en caída libre y sin paracaídas.

Mientras Gerardo Martínez, el líder de la UOCRA, insiste en que “la Presidenta va a escuchar que el medio aguinaldo no tiene que estar sujeto a Ganancias”, Antonio Caló, que dirige la CGT Balcarce, citó a una reunión de esta central para el jueves próximo, con más sabor a sesión de catarsis que a la antesala de una ruptura con la Casa Rosada. Es más, quedaron en una encerrona riesgosa con su pedido de audiencia a la jefa del Estado. Si ella les dice en la cara que no se moverá de su postura inflexible, los pondrá en un aprieto: ninguno piensa en medidas de fuerza.

El Gobierno, tanto a través de Cristina como del ministro Axel Kicillof, fueron explícitos al considerar que el reclamo de Ganancias es de asalariados ricos (¿lo son quienes ganan 15.000 pesos por mes?) y al destacar la cantidad de dólares que compraron muchos ciudadanos desde enero, algo que, según la Presidenta, “revela la capacidad de ahorro de los trabajadores”. Para el moyanista Juan Carlos Schmid, con buen criterio, este último dato “revela la falta de confianza en nuestra moneda porque la gente compra dólares para no seguir perdiendo frente a la inflación”.

Pero el problema, a esta altura, es otro. Ganancias se transformó en una bandera política y sindical que va más allá de la cantidad de trabajadores a los que afecta. Los que no sufren los descuentos salariales también consideran que se trata de una injusticia. Hasta el ala más política del Gobierno entiende que la negativa presidencial afectará al oficialismo en la campaña electoral y que realineará al sindicalismo peronista en contra de la Casa Rosada. Por eso, ¿la dura posición de Cristina Kirchner sobre Ganancias es un desafío a todo el gremialismo o un suicidio político?

Daniel Scioli, como candidato potencialmente kirchnerista, lo vive como una pesadilla. No puede desairar a la Presidenta, aunque tampoco puede despreciar el reclamo de más de un millón de trabajadores. El que aprovecha la impopular postura de Cristina es Sergio Massa: tras los amparos judiciales contra Ganancias, hoy le pedirá a la AFIP que suspenda la aplicación del impuesto en diciembre y exigirá que se convoque a especialistas para debatir una amplia reforma tributaria.

Los economistas del massismo consideran que Ganancias afecta a un universo de 1.070.000 trabajadores, cifra que admite el Gobierno, pero les agregan a sus familias, lo que extiende el alcance a 2.500.000 de personas. Y consideran que la negativa presidencial es un capricho: “El Poder Ejecutivo planteó que por ese tributo iba a recaudar 221 mil millones de pesos anuales, de los cuales hasta octubre percibió 219 mil millones y en noviembre ya alcanzó aquel objetivo”.

Para algunos gremios con buenos niveles salariales, el “no” de Cristina los condena a presionar para obtener bonos navideños o sumas fijas a cuenta de las paritarias 2015. Hasta el momento, sólo los petroleros arreglaron un adelanto de 24.000 pesos por mes para enero, febrero y marzo, pero el resto de los gremios está al borde de un ataque de nervios para compensar los salarios. Los bancarios definen hoy qué harán tras sus paros de 24 y de 48 horas, aunque crece la posibilidad de que, si persiste el desacuerdo, se sumen al transporte en una suerte de huelga general. Lo mismo analiza Camioneros, nuevamente activo en medio de una CGT moyanista que cedió la iniciativa.

Aun así, hay fisuras entre los gremios del transporte, que la semana pasada estrenaron su condición de bloque autónomo con asambleas que complicaron la mañana a millones de trabajadores: un sector moderado no quiere hacer nada con tufillo “destituyente” en un diciembre que se perfila socialmente tórrido, mientras que otra fracción dura apuesta a un paro de 24 horas.

La presión contra Ganancias sigue provocando una ebullición en las bases que preocupa a cúpulas sindicales que no lideran la protesta.

Le pasó al gremio lechero hace poco y ahora sucedió lo mismo en Córdoba, donde los empleados de la Empresa Provincial de Energía (Epec) salieron a la calle para rechazar el impuesto, algo que desnudó matices entre el líder lucifuercista cordobés, Gabriel Suárez, cercano al moyanismo, y el flamante titular de la Federación de Luz y Fuerza, Guillermo Moser, que trata de hacer equilibrio entre los reclamos y el diálogo con el Gobierno.

Todo indica que será inevitable un diciembre de protestas sindicales, aun cuando se trata de un mes asociado desde 2001 con el estallido social en el que muchos dirigentes preferirían bajar su perfil.

Todos extreman sus recaudos para evitar problemas. Por ejemplo, el massismo utilizará en Tigre y en los municipios del Frente Renovador un sistema de reconocimiento facial monitoreado por la Universidad de Lomas de Zamora que permitirá identificar, a cien metros de distancia, a los que intenten saquear supermercados y comercios.

Debe ser el mismo que usa Cristina Kirchner, con menos tecnología, para reconocer y eludir a los sindicalistas que reclaman por Ganancias.

La corrupción complica las cuentas K

Clarín

Por Eduardo Aulicino.

Al margen de cualquier consideración ética –que no registra ni siquiera rastros en la desencajada reacción oficialista de estos días–, la investigación apuntada sobre los negocios hoteleros de la Presidenta va camino a convertirse también en un lastre electoral para sus candidatos. Los manejos oscuros del poder ya habían empezado a ser registrados como un generador de malestar social, en medio de una situación económica complicada que exhibe al Gobierno impermeable frente a la realidad. Es una mezcla en sí misma corrosiva, que además va a contramano de las esperanzas de recuperar al menos parte del capital esfumado desde el triunfo aplastante de 2011. Esos votos, que se pretende asociar centralmente a la franja de los indecisos, parecen muy lejos de Olivos y el renovado impacto de los casos de corrupción no haría otra cosa que destartalar las ilusiones del cristinismo.

La cuestión de los indecisos es un tema de peso pero apenas contemplado en las encuestas que se dejan trascender desde el oficialismo y también desde oficinas de campaña opositoras. La pelea entre Sergio Massa, Daniel Scioli, un poco más abajo Mauricio Macri y lejos el frente UNEN lleva los cálculos de voto definido a niveles llamativamente altos (alrededor del 90 por ciento), cuando faltan nueve meses para las primarias y once, para las elecciones generales. Tal vez influyan, al margen del manejo propagandístico de los sondeos, proyecciones exageradas de las hipótesis electorales.

Otras estimaciones, en cambio, parten de un nivel de indefinición no menor a un cuarto del electorado. Y existen algunos trabajos cualitativos, sobre las dudas frente a los comicios que vienen, según los cuales el grueso de los llamados indecisos son votantes que tienen decidido un voto opositor, pero dudan sobre la mejor opción entre los candidatos de esa heterogénea oferta electoral.

No es una buena señal para el oficialismo, y no lo es al menos por dos razones. Por un lado, porque abre interrogantes acerca de cuánto puede crecer por encima de su voto consolidado. Y por el otro, porque la carrera de 2015 podría centrar la atención en la competencia por el liderazgo del conglomerado opositor.

Con todo, el oificialismo siente que la división del voto de la oposición le puede garantizar la entrada a un posible balotaje. Pero la expectativa mayor es lograr una diferencia que, ante ese panorama dividido en la otra vereda, lo arrime a un porcentaje de votos suficiente para evitar esa segunda instancia: 40 por ciento y monedas.

El objetivo no parece para nada fácil. Las encuestas más jugadas, que son las que incluyen menor nivel de indecisos, colocan a los candidatos mejor posicionados en niveles cercanos al 25 por ciento. El oficialismo debería crecer unos 15 puntos para llegar a aquel objetivo. Debería reconquistar a gente que votó a la Presidenta y luego giró hacia la desilusión o el enojo. Los referidos trabajos sobre la franja de los indecisos señala que allí por ahora las opiniones le son adversas.

Otro elemento se ha ido consolidando entre los temas que más preocupan a los encuestados. La inseguridad sigue al frente, seguida por el conjunto de temas económicos (inflación, salarios y empleo, entre los rubros destacados). En un escalón alejado se ubica la corrupción que, se ha dicho, había comenzado a tener registro visible antes de que estallara el caso de los negocios hoteleros de la familia presidencial, su relación con Lázaro Báez y la investigación apuntada al lavado de dinero.

Más allá de lecturas sobre los comportamientos sociales, los consultores suelen coincidir en que la percepción y la condena de los casos de corrupción crecen cuando la economía se complica. En ese contexto, impactaría entonces el caso mencionado, que expone un salto inquietante en las investigaciones –ya no se trata de segundos y terceros niveles del Gobierno– y que resulta amplificado por la impresionante ofensiva del cristinismo contra el juez Claudio Bonadio y los denunciantes.

Si existe una relación directa entre el deterioro económico creciente y los efectos de las causas por actos corruptos, las esperanzas de los candidatos oficialistas también se verían afectadas por el discurso que desplegó Cristina Fernández de Kirchner al retomar los micrófonos luego de sus últimos problemas de salud.

La Presidenta dejó un mensaje con fuerte tono de ajuste. No dio respuesta por ahora a los reclamos sindicales, incluso de sus aliados, para frenar la erosión que produce el impuesto a las Ganancias. Reclamó “comprensión” a los trabajadores y les recomendó cuidar el empleo, una manera nada original de admitir el cuadro recesivo y desalentar reclamos salariales.

Blindado en el discurso y repetido en las reacciones, Olivos reclama alineamiento interno aunque se haga más estrecho su camino electoral. Las cuentas, también en política, parecen más complicadas.


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